9. ÉL Y YO

—¡Te he preparado el desayuno Lyn! —me despierta Berta, haciendo mucho ruido. A veces se parece a un terremoto. 

¡Qué susto!

—Dios mío, Bert... ¿qué hora es ? —levanto mi cabeza despeinada de la almohada y restriego mis ojos con las manos. Me siento muy cansada.

—Son las 10:30, ¡venga vamos, que tenemos muchas cosas de las que hablar!

—¿Y qué haces tú despierta a esta hora? ¿Un sábado? —pregunto con voz interrogativa y a la vez se me pasa por la cabeza de que posiblemente ni siquiera durmió en la residencia. —Si nunca te levantas antes de la 1 del mediodía... ¿Acabas de llegar? —continúo y la miro atenta.

—¡No! —dice de vuelta con rapidez—. Volví anoche sobre las 3. Estuve saliendo por ahí, mientras que tú señorita, estabas cenando en un restaurante de lujo con el buenorro de Woods —dice esta muy convencida.

Mientras que comenta su versión de los hechos, se tira a mi cama y le da un mordisco a una manzana verde brillante. Entonces acerco mi cara a la almohada y no le respondo.

—¿Qué? —pregunta con mucha curiosidad—. No me digas que no te lo pasaste bien. Por favor, ya que me he despertado a estas horas de la madrugada para enterarme del cotilleo, ¡suéltalo, anda! —y le da otro mordisco a la dichosa manzana, que se ve muy sabrosa.

—¿De la madrugada? —me hace mucha gracia— ¡Qué cosas tienes, loca!

—Venga, ¡dime! ¿no te lo pasaste bien? —vuelve a preguntar en un tono más serio, con cierta preocupación.

—Nahhhh... no es eso. ¡Déjame dormir! —le digo con la esperanza de que me vaya a dejar en paz y no "obligarme" a que le cuente lo que pasó anoche. Además yo misma estoy deseando de olvidarlo todo porque estoy muy avergonzada.

—¡Lyn, no me hagas esto!

—¡Cuéntame tú primero! —le digo en el gran intento de ganar tiempo porque realmente no sé que le voy a contar -o cuánto- de todo lo que pasó.

—¡Vale! —contesta esta animada y se tumba en mi cama, a mi lado.

—Anoche conocí a un chico y ¡fue un flechazo!

—¿En serio? —pregunto, contenta de que he conseguido desviar su atención.

—¿Y sabes que estudia Derecho, en la misma facultad de Rebe? 

—¿Quién es?

Ya me ha entrado la curiosidad.

—Está terminando ya la facultad, es mayor que nosotras. Se llama Bram y ¡está buenísimo!

—¿Se llama como el escritor de Drácula?—pregunto risueña. 

—Pues... ni idea. Será, pero no es vampiro —musita esta y sigue riéndose de forma melodiosa.

—Bert, Bram Stoker no fue un vampiro, escribió sobre vampiros.

—Bueno lo que sea... Y lo que te decía... ¡Bram tiene un cuerpazo!

—A ver, aver ... Bert ¡frena! —indico prudente—. Dime como es Bram, su personalidad —tras pedirle esto me apoyo de un lado, hincando mi codo en la almohada blanca impoluta—. ¿No te das cuenta de que lo primero en lo que te fijas siempre es el físico?

—¡Ya lo sé! —replica un poco molesta—. Yo soy de las que voy a por lo que me entra por el ojo. Con la comida pasa igual, ¿o no? —añade y levanta los hombros suavemente.

—Ya, pero Bram no es comida —pongo los ojos en blanco y pienso que es muy descabellado lo de Bert.

—¡Pues... no niego que lo veo como si fuera un helado! —y se pasa su lengua por los labios, mirando el techo.

Después me mira y está esperando mi aprobación.

—¡No tienes remedio, definitivamente! —le suelto esto, a la vez que sonrío—.Venga, ¡cuéntame sobre él.

—¡Vale! Lo conocí anoche, así que no sé como es como persona —dice despreocupada—. Me parece divertido, simpático y.... mmmmmm tiene unos labios..... —suspira emocionada.

—¿Os liasteis?

—No, no nos liamos. ¡Nos acostamos! —exclama esta y se empieza a reír cuando nota mi cara descompuesta. 

Otra vez entierro mi cabeza en la almohada.

—¡Nooo Bert! Así te va a costar más encontrar novio. ¡Espérate aunque sea un día antes de irte a la cama!

—Ayyyyy mi santurrona favorita... —dice frenética y coloca su pierna sobre mi, al mismo tiempo que me abraza—.No te irrites, Lyn. Alégrate de que mi cuerpo lo disfrutó —y se carcajea de nuevo con sonoridad.

—Me alegro de que lo hayas disfrutado —le contesto finalmente rendida, y le sonrío con dulzura. Berta siempre va a hacer lo que le da la gana.

A la vez que la escucho divertida, me pregunto por un instante por qué no puedo ser como ella. Por qué no puedo ser como las demás. Por qué me cuesta tanto irme a la cama con alguien. ¿Por qué me cuesta tanto acostarme con el profesor Woods? No comprendo por qué me ocurre esto a pesar de que lo desee, a pesar de que cada vez que pienso en él, algo sobrenatural me posee y mi corazón empieza a latir tumultuosamente, como si estuviera a punto de darme un infarto. ¿Por qué no puedo acostar con él a pesar de que despierte una curiosidad exagerada en mí? A pesar de que anoche, cuando me tocaba y me miraba de aquella manera lo deseaba tanto... A pesar de que sé que me haría el amor como un verdadero maestro, de la misma manera en la que está dando sus clases. De forma magistral.

Pero simplemente no puedo.

¡Dios mío! ¿Por qué me cuesta tanto confiar en un hombre?

Intento distraer mi mente, sin embargo las dudas sobre qué hacer el lunes me siguen consumiendo. Menos mal que tengo dos días para pensar.

—¡Ahora te toca a ti! —articula mi amiga impaciente—. ¿Qué tal la cena?

Pensaba que me había librado.

—Pues... muy bien. Los socios de "American Express Co" son realmente amables. Hasta me dijeron que podía entrevistarles para mi futura investigación sobre los planes de negocios. ¿Te acuerdas que te lo conté?

—Sí, sé que te interesan ese tipo de cosas. ¿Y dónde comisteis?

—En el Gold Star.

—¿El mísmisimo Gold Star de Boston?

—Sí.

—¡Guaaaau! Eres una mujer con suerte. El profesor te está cuidando y ayudando mucho, Lyn —dice muy seria. 

Si tú supieras a qué precio... , pienso para mis adentros.

—Y... ¿de verdad que no te ha tirado la caña ni una vez? —comenta sospechosa.

—¿Por qué crees que intentaría ligar conmigo?

—Pues no sé. Como pasáis tanto tiempo juntos pensaba que...

—Pues no pienses tanto —contesto, de alguna manera cortando su entrevista y me levanto de la cama—. Venga, ¡vamos!

—¿A dónde? —pregunta Berta a la vez que se va de mi cama a la suya.

—Vamos a hacer footing —digo alegre, a la vez que agarro la taza  de café y compruebo que esté fría. No me gusta el café muy caliente. Y no sé por qué, pero cada vez que veo un jodido café pienso en él. Y en aquella primera vez que nos conocimos. 

—¿Ahora?

—Sí, anoche no pude salir a correr. Ahora mismo iremos. Debemos estar en forma. Recuerda: "entrena tu mente, pero también tu cuerpo" —mientras que digo esto, tiro de sus brazos para intentar hacer que se levante de la cama.

—Noooooo... —se queja y su cara ha cambiado—. Estoy cansada Lyn, voy a dormir.

—¿Quién decía hace unos minutos de que es tarde? —pregunto a caso hecho.

—Por favor, ¡déjame dormir! —escucho su voz implorante y me la figuro como una niña pequeña. 

—No —contesto autoritaria—. Además, ¿no quieres saber más detalles sobre anoche?

—Pues la verdad es que sí... —y se pone de píe de un salto, exaltada—. Pero con la condición de que luego nos echemos una siesta. No aguanto dos noches de fiesta seguidas.

La conozco demasiado. Para ella, un cotilleo le llama más la atención que cualquier otra cosa. Incluso más que dormir. 

—¿Cómo? La gran fiestera Roberta Monticelli... ¿está ya mayor? —me burlo mientras que me coloco mi ropa de deporte. Me ducharé después, a la vuelta.

—¡No te pases! —grita desde el servicio—. Cómo te pases de lista no te presentaré a Adam, el amigo de Bram, que por cierto está en nuestra clase. ¡Y está cañón también!... Si te digo la verdad, ya le había echado el ojo!

—Bert, ¡para ya de buscarme novios, te estás poniendo muy pesada! —le grito de la habitación y recojo mi pelo en una cola alta.

—¿Quién ha dicho novio? Yo lo que quiero es que te echen un polvo ya, antes de echar tu vida a perder —contesta esta y asoma la cabeza por la puerta del cuarto de baño con voz entrecortada, con un cepillo de dientes entre los labios y la boca llena de pasta de dientes.

El cojín "volador", tal y como lo voy a llamar de ahora en adelante, toca violentamente la puerta del baño, ya que Berta se aparta de un movimiento, al verlo llegar.

—¡Te gustan los cojines demasiado ehh Lyn! ¡Más que los hombres! —vocifera esta de vuelta mientras que escucho el agua del grifo. Se está aclarando la boca.

Suspiro. Eso es lo que ella cree, que no me gustan los hombres. 

Si, me gustan mucho los hombres, pero ojalá me gustaran los hombres "normales", y no los raros, los oscuros y ... los casados. Y hay un hombre en concreto que me fascina. Y al instante pienso que para intentar olvidarlo, debo centrar mi atención en otra persona, alguien más transparente y "terrenal". Lo cierto es que nunca me debería haber fijado en un hombre como el señor Woods.

Está decidido: el profesor no es para mí y debo dejar de pensar en él.

Punto y final.

Sonrío animada.

***

—Aylin, ¿el Mai Tai lo quieres con licor de naranja o coco? —pregunta Adam y deja entrever una amable sonrisa—. También le puedes echar limón.

—Con coco, gracias —respondo.

Adam se vuelve a la barra y se lo comunica al camarero en el oído. Miro alrededor mientras le respondo al gesto con la mano. Es ya de noche. Hemos quedado con Rebecca para salir a comer fuera, como cualquier sábado por la noche y la italiana ha aprovechado este encuentro para presentarnos a Bram, su nuevo ligue. Les miro por el rabillo del ojo y observo que charlan muy juntos en la penumbra del club.

Bram es un chico de veinticinco años aproximadamente, de buena fisionomía y sumamente atractivo. Además, ha sido el mismo que nos ha conseguido las entradas en un prestigioso club de la ciudad, Dawn Boston. El sitio en el que nos encontramos en este momento es un club bastante exclusivo y la entrada es extremadamente cara, con lo cual le agradecemos el gesto, aunque dudo que sea demasiado esfuerzo para él.

Lo analizo. En realidad, Bram tiene mucha pinta de ser un chico pijo, así que no me sorprende haber pagado las entradas a un sitio tan sofisticado como este, en pleno centro cosmopolita. Seguro que invitarnos a copas y chupitos no supone nada para alguien como él, el hijo de un popular senador de Boston, el senador Sanders.

—¿Qué te parece? —Bert me abraza desde atrás, tomándome desprevenida.

Le da un trago a su copa y señala a Bram con la cabeza.

—Juraría que lo he visto antes...

Me llevo unos dedos al mentón mientras vuelvo a examinar a su chico, el cual acaba de darle un golpe seco en el hombro a Adam. Este sigue aguardando en la barra, esperando caballerosamente por mi bebida.

Quedo reflexiva, recordando que debo mantener la promesa que me he hecho en la casa, y eso es que me fijaré en un chico normal y dejaré de pensar en el profesor Woods. Es más, podría intentarlo con el amigo de Bram, no se ve nada mal. Mientras que Bram tiene una altura media y su cabello suavemente rizado y castaño combina muy bien con sus ojos de un verde intenso, Adam es más bien alto y moreno. Su pelo es oscuro y liso y sus ojos son marrones, además tiene un cuerpo esculpido.

No hay solo diferencias en cuanto al físico, su estilo también es distinto. Adam es lo más parecido a un cantante de rock, viste una chupa de cuero y, horas atrás, cuando ha llegado al restaurante, lo ha hecho en una Harley, dejando claro su preferencia por los motores. Es más, si lo pienso bien, cualquier chica podría quedar prendada por él, ¿por qué no yo?

—¿Qué te parece Pam?

Mi vista cambia a una chica de rasgos dulces que también he conocido esta noche y que Bert y Rebe me acaban de presentar.

—Es simpática.

Más o menos. Lo curioso es que observo que Pamela persigue con la mirada el más mínimo movimiento de Adam. Y eso queda claro cuando Rebecca le está explicando algo muy eufórica, pero Pamela no le hace caso, ya que, básicamente se está comiendo a Adam con la mirada.

—¡Estás guapísima esta noche, Lyn! —Bert comenta por lo bajini y me mira de arriba abajo, señalando con la cabeza a Adam—. ¡Seguro que le has gustado!

—No lo tengas tan claro... —musito risueña.

—¡Con este vestido, nadie se te resiste, baby!

Me aliso la falda con la palma de mis manos y me escaneo por unos instantes. En cierto modo, Berta tiene razón. Me siento cómoda y atractiva, llevando puesto un vestido negro aterciopelado, de escote V, y el cual muestra una pequeña abertura en la pierna derecha.

—¡Bert, anda, tú disfruta de tu Bram! —La empujo con suavidad cuando este se le acerca por detrás y rodea su cintura con su brazo.

—¡Dale una oportunidad a Adam, porfa!

Mi loca amiga une sus manos debajo de la barbilla, como si estuviera suplicando enredarme con el amigo de Bram esta noche, aun cuando la miro escéptica. Parece ser que darle una oportunidad a Adam es más importante para ella, que para mí.

—Bebé, ¿me has echado de menos? —oigo el disimulado murmuro de Bram en su oído, a pesar del volumen alto de la música pop del club.

—¡Aquí está el camarero!

Adam vuelve de la barra cargado de varias bebidas y las empieza a repartir ante la mirada agradecida de todos. Mientras le sonrío suavemente y agarro el vaso de cristal, adornado con una pajita y algo parecido a una fruta, él me guiña el ojo.

—Espero que te guste.

—Gracias.

La música sonora hace que Adam quede básicamente junto a mí y empezamos a conversar. Veo que Pamela nos está siguiendo con la mirada, no está nada interesada en lo que Rebe le está contando en el oído.

—Por cierto, ¿qué te parece el comienzo del curso?

—Bien, la verdad. Es raro que no me suenes de la clase. —Le miro intrigada, analizando su rostro.

—Ya. No te preocupes. Tú sí, me suenas.

Vuelve a esbozar una sonrisa amable.

—¿Ah sí?

Me parece realmente extraño que se haya fijado en mí. En la clase hay otras chicas que se merecen más llamar la atención de los chicos, más que yo, que no desprendo una belleza llamativa en absoluto. Creo que soy más bien normal, una rubia del montón.

—Por el primer día —aclara divertido y hace un gesto con la mano que sostiene la copa—. Lo del café, ya sabes....

¡Joder! Tenía que ser ese vergonzoso momento el motivo.

—Ya.... —digo un tanto ruborizada y le dejo continuar.

—Te podía haber pasado con otro profe, pero no con Woods. Si hubieses visto su cara...

No soy capaz de articular palabra alguna y decido desviar su atención. Se me da bien y con Bert lo hago a menudo.

—Me imagino. Por cierto, me gusta tu tatuaje.

Mientras digo esto, le doy un trago a mi copa y le señalo el tatuaje que queda dibujado en el interior de su brazo, y el cual capta mi atención al instante. Su bíceps muestra una especie de pájaro en vuelo.

—¿Qué es?

—¿Te gusta?

—Es interesante —replico y tenso los párpados, intentando elucidar algo, ya que la tenue luz del club me impide verlo en su totalidad.

—Me alegro de que te guste. —Él tiende su brazo para enseñármelo mejor—. Es el pájaro del trueno.

—¿Qué es el pájaro del trueno?

—Una criatura mitológica.

—¿Tiene algún significado?

—Sí. —Carraspea—. Simboliza la fuerza de la naturaleza. Somos parte de la naturaleza y por eso...

—Eh, chicos ¿qué tal? —interrumpe Pamela—. Por cierto, Adam, te quería preguntar por tu hermana, Mia. Llevo tiempo sin verla, ¿está bien?

Adam queda cortado por la incursión de la chica y no continúa con su intrigante explicación sobre su tatuaje. La extraña mirada de Pamela me alcanza en un modo posesivo cuando su vista cambia a mi compañero de clase. Se mete en medio de los dos y prácticamente nos aleja, hecho que me aclara sus obvias intenciones con Adam. Me considera una amenaza.

—¿Y la italiana?

Rebecca se nos acerca cuando se da cuenta de que se encuentra sola. Las dos barremos la planta baja del Dawn Boston con la mirada en busca de la parejita feliz, pero no los vemos por ningún lado.

—Quizás están en el baño.

—Lyn, ¿ese no es el profe de Finanzas?

Rebe habla en mi oído y me agarra el brazo, al mismo tiempo que me señala algo con su mano. No entiendo muy bien lo que me quiere decir por el estrepitoso ruido de la música que resuena de fondo. En este momento, en el club está sonando G-Eazy & Halsey, aquella adorable canción, llamada Him & I. ¡Adoro esta canción!

—¿Quién? —pregunto abstraída y le proporciono pequeños sorbos a mi copa.

—El profesor Woods, ¡ahí! —recalca.

¿Qué?

Me giro rápidamente y miro impaciente en la dirección señalada, con todo el disimulo que mi cordura me permite en estos instantes. Una cordura inexistente, por supuesto, y eso es a raíz de la inesperada presencia del profesor Woods en el club.

¡Impensable!

Rebe tiene razón. A unos metros de distancia está el profesor de Finanzas, junto a un grupo de personas, disfrutando de la zona VIP de la planta baja. De repente, siento que me va a dar algo cuando mis ojos se detienen sobre él. Lo miro encandilada y regañándome a mí misma por ser una ilusa y pensar que sería capaz de olvidarme de él y de lo ocurrido ayer mismo en el hotel Gold.

—Es él, ¿verdad?

—Sí... —Mi voz suena irregular—. Es él.

¡Qué idiota!

Yo hecha un jodido flan andante y él tan guapo como siempre. Admiro el brillo de su cabello oscuro como el carbono y quedo impresionada una vez más por su porte austero. Lo examino con atención cuando este se lleva una copa a aquella boca sensual y le da un alargado sorbo, a la vez que asiente con la cabeza, quedando inmerso en una conversación fogosa.

Observo sus rasgos graves, cuyos gestos intensifica mientras gesticula y charla con una de las personas que lo acompaña. Los dos permanecen de píe, él manteniendo la misma formalidad y el otro escuchándolo concentrado, como si estuvieran charlando de algo extremadamente importante. Negocios o algo por el estilo. Visiblemente, le da igual la música y, en vez de un club donde la gente viene a bailar y a pasarlo bien, parece que está en una reunión de negocios. Igualmente, jamás me lo imaginaría bailando, ya que bailar y divertirse implica sonreír. ¡Ah, cierto! Él nunca sonríe.

¿Desde cuándo me he vuelto tan sarcástica?

Entonces rebobino y borro todo lo que me he propuesto esta mañana. Es imposible dejar de pensar en un jodido hombre de ensueño, inteligente, dominante, severo, con un cuerpo sobrenatural, con unos ojos de infarto y una boca que te invita a quedarte pegada ahí con super glue. Y mejor no recuerdo ese dedo invasor.

Y ahí está, delante de mis narices, a unos escasos metros de nuestra mesa. ¿Será que me siento tan confundida porque dos copas de vino y dos chupitos de tequila han dejado en KO mis neuronas?

—¿Lo has visto, o no? —insiste Rebe agarrando mi brazo.

Me escondo detrás de su espalda con el alma en la garganta, intentando que él no me vea.

—Sí, lo he visto...

Observo que el profesor Woods está acompañado de dos mujeres y tres hombres. A pesar del ambiente privado del selecto club Dawn Boston, percibo que sobre la pequeña mesa que hay delante, reposa una cubitera con hielo y varias botellas de champán.

But what the fuck is love, with no pain, no suffer...

Escucho la letra de la canción. ¿Qué puñetas es el amor sin dolor ni sufrimiento? Mi corazón se acelera únicamente con mirarlo y esta canción no ayuda en absoluto a tranquilizar mis nervios.

—¡Aylin, mira a la rubia que hay al lado!

—¿Quién?

—¡La rubia! —exclama Rebe—. Esa es su mujer.

—¿Estás segura?

Me acerco más a su cara y empiezo a analizar a las dos mujeres, una rubia con el pelo lacio y la otra, morena de cabello rizado.

—Sí, es ella. La vi una vez en una revista y otra en la universidad.

Me centro en la rubia. Aparentemente, no muestra tener una edad avanzada, pero tampoco menos de treinta, de hecho, es probable que sea mayor que el señor Woods. Me da la impresión de que tiene toda la pinta de ser una mujer cuarentona, aunque se preserva demasiado bien. Es una mujer delgada, con curvas y esta noche lleva un vestido de color granate, sumamente elegante y el cual muestra un generoso escote. Me frustra reconocer que me fastidiada a niveles inalcanzables que la esposa de Woods sea tan atractiva y refinada. Nariz puntiaguda, ojos pequeños, pero atrayentes, y labios finos.

¡Puta vida!

¿Por qué actúo como si estuviera celosa?, pienso avergonzada.

Doy asco. Al instante, me pregunto dónde puñetas está el baño. Necesito ir para vomitar, a ver si así me olvido del Dios Griego. También necesito olvidarme de que ahí, delante de mí, acompañado de su esposa, después de que anoche «inspeccionara» mi vagina como un perfecto ginecólogo, y encima ¡con gente delante!

—Lyn, ¿estás bien? —Rebe agarra mi antebrazo.

—¿Porque no lo voy a estar?

Miro el suelo desengañada y me rasco la frente, totalmente perdida en mi nube de desencanto, esta escena representando un duro golpe de realidad. Él está casado. Casado y punto.

Pero justo cuando redirijo mi vista hacia la zona VIP, mi mirada se cruza con la suya. De frente, sin tapujos, sin nada ni nadie de por medio. Sin previo aviso, ni disimulos. Sus ojos quedan enlazados con los míos sin miedo alguno y de manera diferente que en todos estos días. Todo es diferente, nosotros lo somos.

Y de repente, quedamos solamente él y yo... y aquella canción de fondo.

https://youtu.be/SA7AIQw-7Ms

Cross my heart, hope to die

(Juro por mi vida, espero morir)

To my lover, I'd never lie

(Nunca le mentiría a mi amante)

He said, be true, I swear, I'll try

(Él dijo: sé sincera, Juro que lo intentaré)

In the end, it's him and I

(Al final es él y yo)

Le aparto la cara, sin ser capaz de mirarlo a los ojos ni un segundo más, aunque sea a través de la distancia. Me doy la vuelta diligente y me intento ocultar la cara con la mano. Bram y Berta han vuelto y están bailando animados y enérgicos con Adam y Pamela, riéndose y moviéndose incontrolablemente.

Camino velozmente con la intención de ir al servicio, huyendo una vez más, pero nada de eso ocurre. Berta agarra mis brazos bruscamente y me impide el paso.

—¡Vamos a bailar, cariño!

—Necesito irme, Bert...

—Tranquila, yo también me iré dentro de nada —habla cerca de mi oído—. ¿Cómo te lo estás pasando?

Le hago una señal de que me lo estoy pasando bien, pero esta no me contesta y, sin previo aviso, me empuja literalmente en los brazos de Adam. Cuando estoy a punto de caerme, él me sujeta y me acerca más a su pecho. Lo miro con los ojos agrandados. Todo se mueve a mi alrededor y quedo sobresaltada cuando roza mi espalda con discreción, también ruborizado por el acto de Bert.

—Perdón... —musito cerca de su rostro—. Mi amiga se ha tomado una copa demás.

—Eso no supone ningún problema para mí. —Se ríe y sus manos bajan a mi cintura—. Todo lo contrario.

Sus ojos brillan cuando los dos empezamos a movernos al ritmo de la canción. Su embaucadora mirada lo delata y me percato enseguida de que no le soy indiferente, fiel prueba de ello es que empieza a pasear sus manos en mi espalda escotada. Sin embargo, no consigo bailar con él más de cinco minutos porque me noto demasiado afectada por el alcohol y confieso que me he pasado tres pueblos. Las ganas de vomitar no tardan en aparecer y apenas me puedo mantener de pie.

—Adam, necesito ir al servicio ahora. —Le aparto con suavidad.

—¿Te acompaño?

—No —respondo en un suspiro—. No es necesario, gracias.

Camino deprisa hacia el fondo de un pasillo donde supuestamente se encuentran los servicios del club, sin saber todavía de qué manera he conseguido abrirme camino entre la multitud. Me siento como si estuviera en una licuadora y todo a mi alrededor son caras y más caras, gente alborotada, luces, murmullo, gritos, risas, y una cola tremenda en el servicio de las señoras.

Respiro agobiada y salgo fuera del Dawn Boston, con la atenta mirada de los agentes de la entrada sobre mí. Sus ojos se vuelven más insistentes cuando me sujeto en la pared que da a la calle. Sin embargo, doy las gracias poder respirar el aire puro de fuera para así recuperarme y no sentirme tan asfixiada.

—¡Señorita Vega!

Siento pequeñas agujas en mi sien y oigo una familiar voz cuando comienzo a taconear atropelladamente en la explanada del sitio, escabulléndome entre los coches.

—¡Señorita Vega! —Su grito resuena como un tremendo trueno.

Me giro con brusquedad. ¿Acaso el señor Woods me ha seguido? De repente, veo al profesor correr con pasos veloces hacia el sitio donde me encuentro, aun cuando yo intente alejarme todo lo que pueda de él.

—¡Espere! —Sus dedos me frenan y quedan anclados en mi codo—. ¿Está bien?

Consigue detenerme con una sacudida.

—¿Le parece que estoy bien? —contesto con otra pregunta, recalcando estas últimas palabras con desdén.

Sus ojos me recorren en busca de algo mientras yo sacudo mi brazo para liberarme.

—Veo que ha bebido...

Me aparta un mechón de la cara cuando siento mi rebelde cabello tocar mis labios. Lo tengo revuelto y los mechones me están molestando demasiado.

—¿Y qué más da? —Me aparto el pelo del rostro con el dorso de la mano con una furia surgida de la nada.

—Mire como está. Como consejo, creo que no debería...

—¡No necesito sus consejos!

—Se va a poner mala. —Bufa desconcertado y mete sus grandes manos en los bolsillos.

—¿Y qué tanto le importaría al gran profesor Brian Woods si me pusiera mala? —le cuestiono antipática y alzo la barbilla.

Jamás agacharé la cabeza cuando él esté delante de mí. No me he olvidado ni por un instante de cómo este «señor» se deshizo de mi tanga anoche y de la manera burlona en la que jugó conmigo.

—Claro que me importa —noto un ápice de indignación—. ¡Es mi alumna!

—¡Déjese ya de hipocresías! —replico demasiado perturbada—. Un profesor jamás le metería mano a su alumna.

Esto último lo digo en un volumen más alto de lo normal, porque como acto reflejo, el profesor Woods mira a su alrededor nervioso y me coge del brazo para alejarme de la entrada.

—¡Mejor no siga!

¡Bendito alcohol! Hace que a una se le suelte la lengua y escupa todo lo que piense y sienta. Y en cuanto a él, ¡que se aguante!

—Profe Woods... nunca le he visto tan nervioso.

Me burlo y me sale una carcajada sarcástica, como fruto de la tensión que me doblega. Siento que floto cuando él me rodea la cintura para ayudarme a caminar.

—Véngase por aquí.

—¡Vaya! —prosigo—. ¿Dónde está esa seguridad? O acaso acaba de descubrir que es un ser de carne y huesos... ¿profesor?

—¿De qué está hablando? —musita entre dientes, enfurecido—. No le sienta nada bien pasarse con el alcohol, ¡ni siquiera puede caminar! —añade.

Tropiezo vertiginosamente y nuestras caderas chocan.

—Se está poniendo tan nervioso porque le va a ver su mujer conmigo, ¿verdad?

Continúo riéndome amargamente a la vez que me suelto de su abrazo, con suma molestia. Incluso soy consciente de que le estoy hablando con soberbia, pero en el fondo, con mucha sinceridad.

—Anda, ¡corra con su mujer! ¡En verdad, no sé qué puñetas está haciendo aquí fuera conmigo!

Vuelvo a gritar como si de repente necesitara escupir todo lo que siento por dentro y desahogarme.

—No me importa lo que vaya a decir mi mujer, si es lo que quería escuchar. —Levanta una ceja, enfurecido—. ¿Le traigo un poco de agua?

—No necesito agua ahora. Solo necesito que desaparezca de mi vida... —comento extremadamente ebria y con la voz tocada.

Al instante me arrepiento de no haberlo gritado más fuerte, para que él también lo oiga con claridad.

—¿Me ha escuchado? ¡Que desaparezca!

Me sale un agudo grito y estoy a punto de desplomarme. Él se acerca deprisa para agarrarme la cintura y evitar que acabe en el suelo cuando mi trasero roza la chapa de un coche.

—Señorita Vega, le aseguro que usted no quiere que yo desaparezca. —Su voz suena engreída—. Si no le importaría lo más mínimo, ahora mismo no me montaría escenas de celos.

—¿Qué? —Me río desquiciada, sin saber de qué coño va este hombre—. ¿Piensa que estoy celo... ?

No termino la frase. Agacho la cabeza y vomito. De hecho, noto asombrada que le estoy vomitando al profesor encima de su perfectamente planchada camisa y zapatos relucientes.

—¡Por Zeus! —exclama.

Este me aparta el cabello a toda prisa y no articula sonido alguno, quedando los dos en completo silencio. Solamente saca un pañuelo de su pantalón y me lo ofrece.

—¡Joder!

Cojo el pañuelo con torpeza y me lo llevo a la boca, muy avergonzada.

—Como ve, le estoy devolviendo el favor.

¿A qué se refiere? ¿A aquel primer día de clases que le limpié el pantalón y metí la pata hasta el fondo?

Sus palabras me parecen muy lejanas y, poco después, se me nubla la vista y siento mis rodillas temblar. De la nada, empiezo a sentir mis párpados muy pesados y no consigo recordar nada más.

Una oscuridad repentina me sacude, todo se está moviendo a mi alrededor y quedo inconsciente al instante.








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