6. SOY UN DEPREDADOR
—¡Lyn! ¡Lyn! ¿Estás bien?
Escucho la voz de Roberta de fondo, pero ni me inmuto.
Anoche no pude dormir, me pasé la noche entera en vela pensando en qué puñetas hacer. ¿Cuál es la decisión más acertada? Ojalá lo supiera. Lo único que sé ahora mismo es que no puedo dar la cara con el profesor. Ayer realmente compartimos cosas muy intimas, y llevamos menos de una semana conociéndonos.
No quiero volver a verlo... y reconozco que eso es porque en gran parte me demostró a mi misma que podía hacer conmigo lo que quisiera, diciéndome unas pocas palabras al oído. ¡Y yo tan inocente! De hecho, él mismo dijo que soy una inocente.
—¡Joder Lyn! ¡Me estás preocupando!
Me echo la manta por encima de la cabeza.
—Berta, no me pasa nada. Solo que anoche no dormí. Hoy no voy a clases.
—¿Seguro que estás bien?
—Sí —contesto deprisa para no preocuparla, pero sin voltearme.
—Vale, pero tú nunca faltas. Es raro -dice sospechosa.
—Tranquila, de verdad —me destapo y la miro para calmarla.
Sí, es realmente raro mi comportamiento, hay que reconocerlo. Una vez que Berta se ha ido, me levanto de la cama y me hago el café, y aunque ni siquiera tenga hambre, me obligo a comer algo.
Básicamente me dedico toda la mañana a leer y a hacer tareas y el tiempo pasa volando. También he puesto una lavadora y he ordenado un poco la habitación. He colocado algunas prendas de ropa de Berta en su armario. Cuando suelo decir que es un desastre, realmente lo es. Incluso con su ropa.
Cojo la ropa de la secadora y mientras, estoy escuchando música en mi móvil, de manera que me distraigo de mis pensamientos y me pongo de buen humor. Ya le preguntaré a Berta qué han dado en clase también. No me quiero quedar atrás con mis estudios.
De repente, una llamada. Es él. El profesor Woods. No se lo voy a coger, no tiene porque llamarme, al fin y al cabo soy una alumna. Miro la hora y me doy cuenta de que son las 12:00, y precisamente acabamos de tener Finanzas. Estoy comprobando el horario y ya caigo en la cuenta de que me ha llamado porque ha visto de que no he ido a clases.
Otra vez escucho la llamada entrante del teléfono. La banda sonora de "Juegos de Trono", la mejor serie de todos los tiempos, sin duda.
¡Joder! ¿Qué hago? pienso angustiada. Igualmente tendré que dar la cara con él mañana. Pulso el botón verde.
—¿Hola? —digo con voz temerosa.
—Señorita Vega ... —y carraspea—.Hoy no ha venido a clases.
—Así es —afirmo.
—¿Se encuentra bien? —pregunta rápido y extrañamente, en su voz noto cierta preocupación. O es un actor empedernido.
—Sí, estoy bien —mi tono de voz suena muy frío y distante.
No me sale hablarle de otra forma.
—Entonces si se encuentra bien, doy por hecho que yo soy la razón de haber faltado hoy a clases.
—Así es —afirmo con la misma voz de hielo.
—Me gusta su sinceridad. Entonces también doy por hecho que usted no quiere ser ya mi asistente.
—Está en lo cierto.
—En realidad también quería hablarle porque este fin de semana vamos a tener una reunión los socios de "American Express" y necesitaba asegurarme de que puedo contar con usted.
—No podrá contar.
—Vale, entonces no la entretengo más. Y... señorita Vega, de nuevo le pido disculpas por ayer.
No contesto nada, solo estoy pensando en qué es lo que acabo de decirle. ¿Acabo de dejar el puesto?
—Que tenga usted buen día.
—Lo mismo le digo.
Y cuelga. Me cuelga él mientras que yo me quedo embobada mirando la pantalla y pensando en qué puñetas acabo de hacer. Encima ha dicho que este fin de semana me iba a invitar a una cena con los socios de la mismísima "American Express". ¡Dios mío, no iba a tener esta oportunidad nunca más en mi vida!
¿Desde cuando soy una cobarde? Me cabreo y tiro el móvil en la cama. Reviso en mi mente la escena del sofá del despacho del señor Woods y pienso que en realidad yo también tenía culpa porque vale, él me sedujo pero yo le correspondí. Y quiero superar con todas mis fuerzas este aspecto de mi vida. Siempre me pasa lo mismo con un hombre: nos conocemos, va todo bien, nos damos besos, nos tocamos pero cuando intentan dar un paso más, siempre me acobardo y los dejo. Y me estoy dando cuenta de que he hecho exactamente lo mismo con el profesor.
No. Debo superarlo y debo ser fuerte. Agarro el móvil de la cama deprisa y marco su número. Espero que me conteste. Al cabo de unos pocos segundos escucho su voz.
—Sí.
—Señor Woods...
—Dígame.
—He cambiado de opinión. No quiero dejar el puesto.
—Me alegro —me contesta en el mismo tono lineal que tiene siempre.
—Mañana iré a su despacho...
—Si se encuentra bien prefiero verla hoy si es posible. Tengo unos asuntos que terminar y dentro de nada me iba a ir. ¿Y si paso a recogerla y almorzamos juntos?
—¿Almorzar? Yo...
—Tenemos mucho trabajo acumulado y unos plazos límite, créame si no estuviera en apuros no la molestaría.
—Vale. Necesito unos minutos.
—¿Quince minutos está bien? —pregunta expectante.
—Veinte mejor.
—Sí. Pero deberá enviarme la ubicación.
—En realidad vivo en la residencia de la universidad. Está a unos pasos de allí. Le puedo esperar en la calle Stratford.
—Muy bien. Por cierto, revisé la encuesta y ha hecho una gran labor.
—Gracias —le contesto, y mi yo interior está aplaudiendo locamente.
—¡Hasta ahora entonces!
—¡Hasta ahora!
Todavía estoy temblando y espero que no me haya temblado la voz también. ¿Qué me pongo? Ay, que imbécil, otra vez estoy pensando en que me voy a poner.
¿Y qué más da? Si no quiero tener nada con él..., me regaño a mí misma.
Rápidamente me ducho, me echo mi crema corporal de vainilla y coco, por cierto me encanta el olor a coco, y después me coloco rápidamente una falda vaquera y una camiseta semi- elegante color blanco. Los tacones que he elegido quizás son demasiado altos para ir a almorzar, por lo tanto me coloco unas sandalias negras de plataforma y me maquillo muy sutilmente, como siempre lo hago.
En unos minutos salgo de la residencia y saludo unos cuantos compañeros pero casi todo el mundo está en clases, así que no me cruzo con mucha gente. Ahora mismo, mientras que estoy esperando al profesor tengo unos remordimientos terribles de no haber ido a clases. Al final ha sido para nada. Enseguida reconozco el Land Rover de Woods, y sus gafas de sol Armani. Detiene el automóvil y me invita a subir.
Me monto en su todo terreno y sin querer me fijo en él. Sigue llevando la misma ropa oscura de siempre, y si no viste de negro, su atuendo es azul oscuro. O gris oscuro. Hoy lleva unos pantalones chinos casi negros y una camisa gris un poco más clara, además de un Rollex. Un Rollex, un modelo bastante caro diría yo.
—Hola —saludo suave
—Buenos días. Me alegro verla —y esboza algo parecido a una sonrisa, aunque en realidad no se le da nada bien. Yo también le devuelvo la media sonrisa. Me encuentro un poco más relajada, y pienso que debo actuar con naturalidad. Trabajaremos juntos.
—Esto... creo que no funciona -digo en voz un poco baja cuando noto que me quiero abrochar el cinturón y este no se mueve, se ha quedado bloqueado.
—Imposible —contesta y se abalanza sobre mi, extendiendo su brazo fuerte para alcanzar el cinturón de seguridad y tirar de él.
Su perfume masculino me quita el aliento. Nadie que conozca huele tan tan bien. Cuando acerca su cara a la mía, se detiene un poco más y también parece que está oliendo algo. Pero yo no huelo ni la mitad de bien que él. Ni siquiera me he echado perfume.
—¿Tiene alguna preferencia en cuanto a restaurantes? —me pregunta mientras que se coloca bien las gafas de sol.
—La verdad es que no. Suelo frecuentar sitios de comida basura.
—Comprendo. La vida de estudiante es muy dura —completa mi réplica—. Entonces la voy a llevar a uno de mis preferidos.
—De acuerdo —me quedo en silencio y estoy un poco incómoda.
El restaurante no está nada lejos, así que a solo unas calles más adelante, aparca el coche y se apresura en abrirme la puerta del Land Rover.
—¿Siempre es tan caballeroso, señor Wood? ¿O solo cuando quiere conseguir algo? —me escucho a mi misma diciendo con ironía, aunque al instante me arrepiento porque acabo de sacar el tema tabú. Y definitivamente, eso no estaba en mis planes. Hemos venido aquí para comer y hablar del trabajo.
Al escuchar mis palabras, él se queda un poco perplejo pero no tarda en contestarme.
—Lo intento y sí, confieso que me considero un caballero... salvo en la cama —me susurra esto último en el oído.
Yo trago saliva y para distraerme, me dedico a echarle un vistazo al restaurante. Se llama "Blue Lagoon" y su especialidad es costera. Pescado y ese tipo de cosas. Todo se ve extremadamente elegante y, caminar al lado suyo también hace que me sienta bien. Me da esa sensación de seguridad, no sé por qué. Y me siento especial.
Cuando llegamos a la mesa que el camarero nos indica, el profesor sigue en la misma línea, tiene una actitud sería y mueve mi silla para que me pueda sentar.
—Gracias —le digo.
No estoy acostumbrada a que me traten así.
—¿Y qué la ha hecho cambiar de opinión? —me pregunta de repente y cruza sus manos.
—El hecho de que me está ofreciendo una gran oportunidad y sería bastante insensata dejarla pasar —contesto muy segura, y lo miro a los ojos.
—Lo mismo pensaba. Sabía que usted es una persona valiente.
—No se trata de valentía —añado rápido.
—Sí, se trata de valentía... Admiro que no haya salido corriendo después de lo que pasó ayer.
—Mejor no me lo recuerde —contesto y miro para otro lado.
La tensión ha vuelto a instaurarse entre nosotros. Y aunque intento cambiar de tema, no funciona. El camarero trae los platos que se ven deliciosos: unos raviolis mediterráneos, carpaccio de buey y ensalada de rúcula con piñones.
—Me da la impresión de que no le agrada mucho mi persona.
—No es eso. Simplemente quizás... no me lo esperaba. Cuando le miraba veía a un hombre de negocios inteligente, profesional, atractivo, casado, con una mujer en casa y que respeta su matrimonio, y en resumen... feliz con su vida.
—¿Y ahora que ve? —dice y su cara cambia.
—Sigo viendo a aquel hombre inteligente que admiro mucho, profesional y... atractivo. Pero no veo al hombre fiel y feliz. Y sé que no debería meterme en esto.
—Está bien. En realidad creo que llevo tiempo sin que nadie me hable con tanta claridad. Y tiene razón... no soy un hombre fiel. Nunca lo he sido. Sin embargo, la felicidad es subjetiva. ¿Usted es feliz?
Su pregunta me coge desprevenida.
—¿Cómo?
—¿Es una mujer feliz? —y se apoya en sus codos, después de darle un sorbo a su copa de vino blanco. Yo he pedido agua.
—¿Yo? Sí, claro que sí —afirmo convencida.
—Pues una mujer no puede estar feliz si nunca ha dado rienda suelta a lo que desea y necesita. No puede estar feliz si no ha experimentado su sexualidad.
—Si se está refiriendo a que sea virgen, le aviso que hay cosas más importantes que el sexo.
—Es normal que diga esto si nunca lo ha probado. Caemos mucho en el error de hablar sobre algo que no entendemos. Si el ser humano eligiera hablar exclusivamente sobre cosas que entiende y en las que tiene experiencia, es decir... si habláramos siempre con fundamento, el mundo iría mejor, sin duda.
No me esperaba esta respuesta. Es bastante difícil hablar con él, sabe manejar muy bien las palabras.
—Pues fíjese usted... aquí está la prueba clara de que una persona puede vivir sin sexo. Y por supuesto que también puedo opinar, si así me parece —digo un poco cortante.
—Pero no puede vivir así indefinidamente.
—Doy por hecho... Hasta que encuentre la persona adecuada.
—Como usted lo desee. Pero la vería más feliz si pensara menos y sintiera más.
—Señor Woods, cada uno tenemos nuestra visión de las cosas. Pero me gustaría preguntarle...
—Sí pregunte —dice con voz grave.
—Puedo confiar en usted de que... ¿no volverá a intentar nada conmigo?
—Señorita Vega.... —dice este con una nota de sarcasmo en su voz y se mueve inquieto en la silla, a la vez que me fija con esa mirada oscura—soy un depredador.
—¿Cómo? —pregunto titubeando, ya que nunca en mi vida hubiese imaginado que esa seria su respuesta. Hubiese apostado por que me diría "sí, por supuesto. Puede usted confiar en mi bla bla bla...". Pero no.
—Creo que dejé claro el otro día que me gusta recibir y ofrecer placer.
—Sí, más claro que el agua —digo muy tensa y le doy un sorbo a mi vaso de agua. Me tomaría una copa de un trago, pero sé que el alcohol no me sienta bien.
—Y al decirme que usted es virgen lo único que hizo fue avivar más ese deseo que le tengo. Por lo tanto, mi respuesta es no. No puede confiar en mí.
—Entonces entiendo que si usted es un depredador, yo soy su presa.
—Somos animales.
—Suena muy misógino y anticuado.
—Todavía puede renunciar a su puesto si así lo desea, aunque yo la valore mucho y quiera que se quede. Pero si se queda... —hace una breve pausa —debe comprender que la intentaré seducir.
—¡No me puede obligar a....! —le digo de repente con el ceño fruncido muy confusa y dudando bastante de mi decisión de aceptar seguir trabajando con él.
—No la voy a obligar, quédese tranquila. No hará falta obligarla, me lo pedirá sola.
—Pero usted es... ¡muy arrogante! —estoy sumamente furiosa. Parece ser que ha sido una perdida de tiempo.
—Y usted muy guapa cuando se cabrea —sonríe y es la primer vez que lo hace en todo el almuerzo.
—Yo... ya he terminado de comer. ¿Cuánto cuesta?
—Veo que también es graciosa. Nunca dejaría que pagara.
—Pues quiero pagar —digo con terquedad.
—Bueno, pues la próxima vez será —me contesta al verme muy decidida.
—Y también espero que la próxima vez hablemos de trabajo, que es para lo que hemos venido aquí, ¿recuerda? —le suelto mientras que me levanto de la mesa y cojo mi bolso.
—Permíteme que la lleve a la residencia —y él también se levanta de la silla.
—Gracias, pero me voy a dar un paseo.
—Como quiera.
—¡Hasta mañana! —le digo rápido y salgo del restaurante, sin mirar para atrás.
—¡Hasta mañana! —le escucho despedirse a mis espaldas.
Cojo aire. Necesito respirar profundamente. Dios mío, me tiene muy confundida.
Woods es un Dios del Olimpo descarado y sin escrúpulos y que, a pesar de todo, me excita a un extremo que ni yo mismo me reconozco. Despierta en mí cosas que nunca nadie lo ha hecho. Lo peor es que él lo sabe, y por eso juega tanto conmigo. Sabe que cada vez que me dice que me quiere practicar el sexo, mi vello se eriza y me humedezco.
¿Cómo lo puedo evitar?
Una verdad irrefutable y lo único claro que tengo ahora mismo es que debo ser fuerte.
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