25. ¿ALEXITIMIA?

—Cariño, ¿qué tal el fin de semana?

—Mamá, muy bien —le contesto sonriente. 

Bueno, mamá sabes, en realidad en el fin de semana me he revolcado con mi profe de Finanzas. Ahhh, y no solo eso... también he estado a punto de morirme y ¡no una vez, sino dos! En resumen, estoy con el corazón a mil y la mente hecha un lío

Todo esto me lo guardo para mí, por supuesto y así evito a que a mi madre le de un infarto. 

—Te esperamos en la casa el viernes, ¿verdad? —continúa mi madre. 

—Sí, en una semana nos vemos. 

—¿Estás bien, mi niña? —escucho su voz de nuevo. 

Me conoce muy bien. Una madre siempre será una madre, y, sin ninguna duda,  las madres tienen el olfato muy desarrollado. 

—Sí mamá. Me encuentro genial, no te preocupes. Solo que tengo muchas cosas que hacer, muchos exámenes y bueno, tú ya sabes. 

—¡Aylin, vamos! —veo a Berta a lo lejos, medio salida de la clase, y me está haciendo una señal. La clase está a punto de empezar y estoy en el pasillo, intentando colgarle a mi madre, pero siempre se enrolla más que una persiana. 

—Mamá... tengo que colgarte. Va a empezar la clase. 

—¿Estás comiendo bien? —sigue insistiendo. 

—¡Sí, mamá! No tienes por qué preocuparte —le susurro en el teléfono—. Te dejo. 

En el preciso momento en el que cuelgo, noto una mano tocando mi espalda y doy un brinco. 

—Señorita, la clase va a empezar —escucho una voz varonil. 

—¡Ale... digo señor Woods! —contesto deprisa y lo miro. 

—Entre —me señala la puerta. 

Me dispongo a caminar hacia la puerta, mientras él va caminando detrás, y lo cierto es que tiene enamorado a mi olfato, gracias al perfume que emana. Ese aroma tan suyo hace que te entren ganas de saltarle encima. Irrefutablemente, este jodido perfume te invita a cumplir con tu sueño más perverso. Mientras que camino, me sigo preguntando si las demás chicas también están notando esa tensión sexual que flota en el aire cuando tenemos clase con él.  Pues sí, la notan, pienso enseguida cuando miro con atención la cara de aproximadamente treinta chicas. Mis compañeras. Todas lo miran embaucadas y sonríen, o se les cae algo al suelo cuando el profe pisa el gran aula. 

Nos echamos una mirada de complicidad y me acerco a mi mesa. Su mirada se me queda clavada, y a mí me cuesta una barbaridad quitarle el ojo. Me siento y Berta ya me está dando codazos. 

—¡Auchhhh! —exclamo un poco dolorida. 

—Uyyyyyy —habla la muy cabrona —¿y esta química que hay entre vosotros? Me parece a mí que lo vuestro no es solo echar un polvo.  

Ella también lo ha notado y su sonrisa maliciosa lo demuestra. Es muy lista. 

—Bert, ¡cállate! A ver si te va a escuchar alguien —le ordeno—. Que poco disimulada eres, ¡cojones! —murmuro en su oído. 

—Buenos días a todos —saluda el profesor. 

—Oye nena, se nota que el profe está hoy de buen humor, fíjate qué relajado habla. Hasta parece que tiene una pequeña sonrisa en el rostro —me dice Bert de vuelta—. Y no para de mirarte. 

Esta vez le doy yo un codazo fuerte a ella. Seguramente hasta le he hecho daño y todo. 

—Yo también te quiero —me susurra resentida. 

—¡Shhhhh!  

—Bueno, como les dije la semana pasada, hoy dedicaremos la clase para aclarar dudas sobre la presentación de esta semana —prosigue Alex y mete sus manos en los bolsillos, mientras se pasea por la clase. Yo intento no mirar. Solo escucho sus pasos y, por lo visto, se está acercando a mí—. Valoraré de manera muy estricta la disciplina, el esfuerzo y el nivel de precisión de sus proyectos en pareja —hace una breve pausa y después puntúa—. Recuerden: tienen que estar perfectos. A mí no me vengan con medias tintas.

No sé por qué mi corazón late tan deprisa. Evito su mirada porque si lo mirara a la cara me sonrojaría. ¡Joder! No contaba con esto, con el hecho de que lo veré en la clase y tendré que mirarlo como lo que es: el profesor. 

—Bueno, dicho esto, hoy me gustaría proponeros unos casos prácticos. Trabajaréis en grupos. 

—Profesor —interrumpe un compañero.

—Sí

—¿Podemos trabajar con quién queramos?

—Sí —afirma—. Grupos de cuatro o cinco personas. No más. 

—¡Nena! —murmura Berta—. El profesor no para de mirarte. ¿Va todo bien?

—Sí, Bert. ¡No seas pesada! —le digo refunfuñona. 

—Oye, acuérdate que todavía me tienes que contar. Anoche estabas tan dormida como un tronco, y no te quise despertar. 

—Valeeee —contesto, y lo único que quiero ahora mismo es que pare—¿Vamos a trabajar con Adam y con Josephine? 

—OK —contesta esta deprisa y recogemos nuestros libros y nos cambiamos a primera fila. 

—¡Hola! —saludan tanto Adam, como Josephine al vernos acercándonos. 

—Oye Lyn, pídele al profe la fotocopia del caso —suelta la jodida amiga retorcida que tengo. Le echo una mirada endemoniada. Esta enseguida me guiña el ojo, al mismo tiempo que toma asiento. 

Me acerco despacio a la mesa de Alex. Estoy bastante sonrojada, y hago un intento sobrenatural de que los demás no se den cuenta. Miro la clase, y en realidad nadie me está prestando atención, ya que todos se están colocando en grupos y están hablando con los compañeros, bastante animados. 

Alex está sentado en su mesa y acaba de encender su Tablet. 

—La ficha del caso práctico, profesor —hablo despacio, huyendo de su mirada. 

—Aquí tiene. 

—Gracias.

Me extiende la ficha, pero al mismo tiempo que mis manos rozan el papel, noto sus dedos tocando mi mano con sutileza. Un cosquilleo me recorre el cuerpo y admito que me encantaría cogerlo de la mano ahora mismo. Entonces vuelvo la vista hacia él. Estoy cayendo en la cuenta de que, de hecho, su propósito era ese: que levantara mi mirada. 

—Mira el móvil —musita en tono muy bajo y carraspea.

Asiento con la  cabeza, y examino a los demás. Adam es el único que me está prestando un poco más de atención ahora mismo. Creo que no hay peligro. 

Me siento y me noto vigilada por ambos. 

—Oye, vamos a repartir el texto —dice Josephine. 

—Me parece bien —contesto a la vez que saco el móvil de mi bolso. 

Adam me sonríe. 

Me echo un momento para atrás y miro la pantalla impaciente. ¿Por qué el profesor me ha dicho eso? Vale, lo entiendo. Ha sido porque me ha mandado un mensaje:

¿Estás bien? ¿Por qué me evitas la mirada todo el rato?

Está preocupado. 

Porque no quiero que te pongas nervioso. Intento disimular. Yo estoy muy nerviosa😅😭  —tecleo deprisa. 

Espero ansiosa, mirándolo por el rabillo del ojo. Alex tiene el móvil en la mano. Entonces hago como que leo mi parte del texto para disimular. Estoy inquieta y vuelvo a fijar el jodido móvil con la vista. 

No te preocupes, sé controlarme muy bien, por nada del mundo me pondría nervioso 😎👍—contesta este finalmente. 

¿Habla en serio? Aylin, eres muy tonta, ¿lo sabías?, pienso por dentro. 

Analizo en mi mente su comportamiento. Hasta sospecho que podría tener una especie de "alexitimia", que se define como "no expresar ni sentir". Ahhh, encima viene del griego y hasta encaja a la perfección con el nombre del profesor. Vuelvo a leer su mensaje y concluyo: o sea en otras palabras dice que ni siquiera mi presencia le pone nervioso. Y aunque le ponga nervioso, seguramente le pongo un poquito nervioso nada más, no tanto como para no controlarse. Sin embargo, cuando él está cerca de mí parece que acaba de pasarme un terremoto por encima. O un huracán.

¡Pues va a ser que no! Me conozco y cuando me encabrono, no hay marcha atrás. Mi impulsividad me gana siempre y ya sé lo que voy a hacer. A ver si el profesor Woods se atreverá a decirme que él lo controla todo estupendamente. 

A ver Aylin, piensa. Cojo rápido el boli de la mesa. Como sé que Alex me está vigilando, me intento concentrar sobre el texto que estoy leyendo, pero aprovecho y me llevo el boli a la boca con movimientos lentos. Empiezo a acariciarme el pelo y me aparto un mechón, colocándolo detrás de la oreja. Al mismo tiempo, llevo el boli azul a mis labios y empiezo a morderlo suavemente; también lo muevo un poco con sensualidad, al mismo tiempo que lo toco con la yema de los dedos. Después, retiro mis dedos con discreción y lo dejo rozando mis labios entreabiertos. La punta del bolígrafo está básicamente acariciando la comisura de mis labios. Finalmente, los frunzo de manera muy sexy, mientras intento parecer verdaderamente concentrada en el texto. Hasta muevo una ceja. 

No lo miro en ningún momento, pero sé que él a mí sí. 

Tras unos minutos, hago como que se me cae el bolígrafo al suelo. Pongo una expresión inocente y me agacho para cogerlo, exponiendo mi escote y separando un poco las piernas. Lo hago todo a cámara lenta, posiblemente hasta se me ha visto la ropa interior. Procuro que mis movimientos sean muy sensuales. Antes de juntar de nuevo las piernas, le echo una mirada atenta. Sus mejillas están rojas y en este preciso momento se está llevando la mano a su cuello y se está aflojando el nudo de la corbata. Sus mandíbulas están tensas, lo noto claramente. 

¿Qué pensaba? Aunque haya sido virgen hasta hace setenta y dos horas, sé seducir. Soy una mujer, por Dios. 

Miro con el rabillo del ojo mi móvil muy impaciente, y veo que tengo un mensaje. Lo torturo unos minutos más, ya que no lo miro enseguida. 

Aylin, como no pares, ¡te sacaré de clase y te llevaré a mi despacho ahora mismo! Y ya sabes la continuación... 

Aylin 1 - Profesor 0, piensa mi mente traviesa y sonrío satisfecha. 

—Tienen solamente veinte minutos para esta tarea, así que se centren, por favor —dice el profe un poco tartamudo.

Dicho esto, pasan veinte minutos de trabajo intenso, en los que nos hemos concentrado al máximo para hacer el caso práctico lo mejor que hemos podido. 

—Bueno, el tiempo de trabajo ha finalizado. Ya seguiremos el próximo día. Saben lo que tienen que hacer para mañana. Hay una tarea en la plataforma. 

Salimos todos de clase y aprovechamos el el cuarto de hora que tenemos antes de Marketing para tomarnos un café y charlar. Se nos ha unido también Rebe y Mary Anne, aparte de Bram. Este aprovecha para darle un beso a Bert y sobarse los dos.

—Esta noche vamos al cine, ¿verdad? —escucho a Rebe, que es la que lleva la iniciativa en todo—. Y tú nena, ¿qué tal el fin de semana? Lo tenías muy calladito, ehh. 

—Muy aburrida, la verdad. Esto de viajar por trabajo es un coñazo —contesto enseguida disimulada. Y Bert me mira con cara divertida y lo único que espero es que no me delate. 

—¡Vaya! No sabía que eras la asistente de Woods. Me enteré este fin de semana —dice Adam un poco resentido. O por lo menos es la impresión que me da. 

—Sí, lleva dos semanas ya —dice Rebe rápido. 

—Entonces ¿a qué hora quedamos? —pregunta Bert. 

—Sobre las 7:30 está bien —le contestamos los demás. 

Le doy un sorbo a mi café. 

—¿Qué peli vamos a ver? —pregunto , pensando que  una salida con mis amigos me vendrá estupendo para despejarme un poco. 

***

A la misma hora de siempre camino hacia el despacho de Alex, y confieso que la mañana se me ha pasado muy lenta. Noto el cansancio del fin de semana y las horas de sueño que he estado perdiendo. 

—Entra —escucho su voz desde dentro. 

—Hola —saludo con suavidad. 

El profesor está sentado en su silla, pero al instante se levanta y se acerca con pasos lentos hacia mí, que sigo cerca de la puerta. Se agacha un momento sobre mí. 

—Sabes Aylin... —y da un paso más, hecho que me obliga a retroceder un paso. 

Lo noto muy serio y siento su aliento en mi frente. 

—... me parece que... —y da otro jodido paso hacia mí. Yo retrocedo y toco la puerta con la espalda— .... en la clase te has pasado.  

Su cara está enfrente de la mía. Noto que extiende el brazo hacia la puerta y echa la llave. 

—Y ¿por qué lo dice, profesor? —pregunto con cara inocentona. Le estoy siguiendo el juego. 

—Porque... me ha puesto jodidamente cachondo, señorita. Usted ha jugado sucio. 

—Profesor... —contesto—... como ya le dije, el aprendiz superará al maestro. 

Al decir esto, acerco mi cara con descaro y muy seria, aunque por dentro hago un esfuerzo increíble para no reírme. El acerca también su cara y roza su frente con la mía, de modo que nuestros ojos y labios quedando muy muy cerca. Inspiramos los dos profundamente.

Volvemos a inspirar y expirar. Todos mis sentidos se agudizan. 

Sin perder ni un minuto más, Alex roza sus labios con los míos de manera muy tosca. Abre la boca y me empieza a besar, al mismo tiempo que me despega de la puerta y aprieta mi cintura. 

—¡Ven! —ordena y tira de mi mano hacia la enorme silla de su escritorio. 

Llegados al lado del escritorio de roble, separa la silla de este con brusquedad y se sienta, arrastrando mi cuerpo sobre él. Hace que separe las piernas y que me siente encima de sus caderas, al mismo tiempo que su cara queda al nivel de mi pecho. 

—Aylin, ¿sabes cuantas ganas tenía de echarte un polvo ahí mismo, en la clase? —pregunta y empieza a pasear sus dedos sobre mis ambas piernas, subiendo mi falda suavemente. 

Otra vez ese cosquilleo placentero que me invade... Mi cuerpo responde enseguida. 

—Entonces, ¿dónde está ese control, profesor? —continúo en tono desafiante y le paso la mano por el pelo, acariciando delicadamente la parte de atrás de su cabeza. 

—Como te gusta provocarme... —afirma—. Pero me encanta. 

En este momento me empieza a besar el cuello y arquea un poco mi cuerpo, para alcanzar la parte alta de la piel fina. Noto debajo de mí como su miembro está aumentando y lo único que nos separa es su bragueta y mi ropa interior. 

Su lengua se sigue deslizando sobre mi cuello y estamos los dos encendidos. Tanto, que Alex pega sus caderas a mí, rozando su bulto contra mi entrepiernas y mis nalgas. Enseguida acaricia mi trasero con las palmas de sus grandes mano. Retomamos la danza erótica de nuestras lenguas, y entonces le muerdo el labio lascivamente. 

—Alex... —suspiro embriagada, mientras él levanta mi blusa turquesa de seda y alcanza mis senos. 

No me quita el sujetador, pero deja asomarse uno de mis pezones y lo empieza a lamer con su boca húmeda. La sensación es verdaderamente electrizante. 

Él se pega más a mí y nos empezamos a mover como si verdaderamente hiciéramos el amor, rozando nuestros sexos con ímpetu. Mi humedad no tarda en aparecer y seguramente si continuamos así unos minutos más, mojaré su pantalón.

¡Qué jodida sensación! Lo deseo a cada instante. 

—¿Te he dicho alguna vez que me encantan? —pregunta con deseo y eleva su cabeza un poco, alcanzándome con su vista, mientras pasea su lengua mórbida sobre mis pezones. Empieza a succionarlos y todas mis neuronas están trastornadas. Solo asiento con la cabeza. 

—Lo mejor sería parar... —le susurro. Definitivamente, no soy capaz de hablarle en condiciones, mientras él mantenga su boca sobre mis pechos. 

—¿Cómo? —pregunta un poco sorprendido, con respiración rauda y sofocada. 

—Uffffff —suspiro. Me cuesta mucho apartarlo—. Alex, vamos a parar. No es el momento. 

—Siempre es el momento —toca mi pelo con sus dedos y los hunde en mi melena dorada. 

Lleva mi cabeza a su boca, de modo que me agacho un poco y me besa de nuevo, muy convincente. Sin embargo, no puedo deshacerme de los pensamientos que me vienen en la mente, a pesar de que lo desee con todo mi ser. 

—Alex. No —le aparto con las manos. 

Me levanto y arreglo mi falda muy seria, al igual que mi blusa. Acto seguido, camino decidida y me siento en la silla que hay delante de su escritorio. 

—¿Qué estás haciendo?

Cruzo mis manos sobre el escritorio con actitud formal. Me mira boquiabierto y su rostro está enrojecido. 

—A ver, Alex... ¿dónde estamos?

Carraspea y levanta una ceja, al mismo tiempo que se echa un poco para atrás en su silla y cruza sus brazos. 

—Tú, al igual que yo sabemos donde estamos. ¿O tienes amnesia? —noto sus tensas mandíbulas. 

Hago caso omiso de su pregunta burlona. 

—No podemos ser tan poco profesionales.

—¿A dónde quieres llegar? —se mueve nervioso en su silla, pero mantiene esa actitud arrogante. 

—Alex ... —digo y me agacho un poco, con la intención de acercar mi cara a la suya—. Tengo clarísimo que no voy a acostarme contigo en tu despacho. 

Mira para abajo, y sonríe con impotencia. Su mirada se vuelve oscura.  

—Me parece que no habría ningún problema. ¿Por qué ves un inconveniente en eso?

—¿Porque estamos en una universidad? —hago un gesto con los hombros. 

—¿Me quieres volver loco, eh Aylin? 

Parece que se está cabreando. Se pone de pie y apoya su mano en el escritorio, mirándome desde arriba, y con mucha intensidad. 

—¿Sabes que llevo desde ayer por la mañana dándole vueltas a cuál sería tu respuesta? ¿Y ahora esto?

—Era necesario decírtelo.  Debemos separar nuestra vida privada de nuestro trabajo. Si vamos a seguir acostándonos, prefiero que sea en otro sitio. Aquí nos estamos exponiendo demasiado. 

—Vaaaale... Eso lo puedo comprender. Pero... ¿y lo otro? 

Abro los ojos. Sí, lo otro... ¡Mierda! Le tengo que dar una respuesta. 

—Ayer por la mañana te hice una pregunta y me estuviste evitando todo el día. ¡Y lo sabes! —recrimina—. Me dijiste que lo pensarías. 

—Para poder aceptar, necesito detalles. 

—Vale , ¿qué quieres saber? —pregunta impaciente. 

—Con "cometer una locura te referías" a ... ¿qué, exactamente?

—A probar... ciertas cosas conmigo. 

Se lleva su mano a su barbilla y yo empiezo a temblar un poco. Ya lo veo venir.  

—¿Qué cosas? 

—No sé todavía pero... por ahora la verdad es que me gustaría que probaras mi fusta. 

—¿Hablas de un látigo? —digo confundida. 

—Parecido. 

—¿Tienes un cuarto rojo del dolor en tu casa? —pregunto muy incrédula y reconozco que estoy muy asustada.

Alex se ríe y rodea el escritorio, mientras que se acerca a mí con pasos lentos. Se apoya en el filo de la mesa, a mi lado, y coge mi mano entre la suya. Yo cruzo las piernas con inquietud.  

—Aylin, siento decepcionarte, pero... mi casa es una normal. No suelo llevar a cabo estas prácticas ahí. Contigo haría una excepción. 

—Entonces, ¿dónde lo haces? 

—No estás preparada. Cuando lo estés, te contaré. 

—En el Álympos, ¿verdad? —no dejo que termine y me adelanto—. Pues quiero que me lleves ahí —digo sin titubear.

Me fija con sus ojos y hasta parece que se ha quedado sin aliento. 

—No es tan fácil —carraspea—. Hay unas normas y no todo el mundo puede entrar. Es confidencial. 

—¿No puedo ir a mirar, aunque sea? —insisto. 

—¿Y por qué quisieras ir a mirar? 

Este esboza de nuevo una sonrisa y pone los ojos en blanco. 

—Porque quiero conocerte mejor. Y sé que eso no será posible si no acepto. ¡Quiero ir a ese bar!

Tiene que ser como un bar donde follan como locos y practican el sado, pienso para mí. 

—Aylin, no es un bar—suelta de repente con mirada grave—. Es más serio de lo que piensas. 

—Bueno, lo ... que sea —continúo y lo miro un poco confundido y con voz entrecortada.

—Entonces... ¿confías en mí? —pregunta con el ceño fruncido y aprieta mi mano entre las suyas. 

Me mira con sospecha. Por mi parte, respiro hondo. 

—Sí, confío en ti. 





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