24.¿TE ATREVERÍAS A COMETER UNA LOCURA?


800 calorías en cuarenta minutos. ¡Mierda! Necesito perder 840 kcal. Esto no funciona así, tenía que haber sido más rápido. Miro mi Polar Grit X, al mismo tiempo que camino agotado hacia la habitación del hotel. El reloj deportivo que llevo en mi muñeca  indica las nueve de la mañana, y es demasiado tarde para mí. Estoy acostumbrado a salir a  correr a las siete de la mañana. Y también hace un calor de cojones. 

Me llevo la botella de agua a la boca y pienso indignado de que vaya resultado de mierda que he sacado. Siempre quemo 840 mínimamente y hoy no he sido capaz. Bueno, el deporte va de la mano con el descanso y la alimentación y estos días no he estado a la altura ni con una cosa, ni con otra. Mis labios se tuercen un poco al recordar la noche que pasé con Aylin. En mi mente se van sucediendo continuamente escenas placenteras de  la noche fantástica que pasamos juntos en la playa. Todo mi ser recuerda su olor, su piel suave, la calidez y la humedad de su cuerpo, y su risa tan melodiosa y divertida. Definitivamente, creo que este fin de semana siempre se me quedará grabado en la memoria; como para no recordarlo. Ha sido un fin de semana realmente intenso, y si hubiese tenido entre mis manos esa fusta negra de cuero, con aquellos maravillosos flecos que tanto me gusta usar, confieso que hubiese sido perfecto. 

Me paso los dedos por la frente sudorosa y entro en la habitación con cuidado, pensando en que posiblemente Aylin sigue dormida. Cierro la puerta con más cuidado todavía, y miro nuestra cama. Anoche dormimos juntos. Noto que no se encuentra en la habitación, así que camino en dirección al baño. Se está escuchando el agua. No me muevo más de medio metro porque enseguida me doy cuenta de que mi móvil, que se encontraba en la mesita de noche, ahora está sobre las sabanas blancas de la cama. Juraría que anoche lo dejé en la mesita, y no ahí. 

Me deshago de mi camiseta empapada y cojo el móvil entre mis manos. Lo enciendo. Un mensaje de Lorraine que pone: "Brian, te advierto que no cometas el mismo error que con Beth. Sabes que te saldrá caro, siempre termina mal"

¡Demonios! ¿Por qué mierda me escribe Lorraine? Me siento en el filo de la cama y resoplo con fuerzas, al mismo tiempo que fijo con mi vista el dichoso mensaje. ¿Y si Aylin lo ha visto?

Agarro el teléfono enfurecido y me alejo para que esta no me pueda escuchar desde la ducha. Salgo al balcón y pulso el jodido número de Lorraine. 

—Sí —escucho su voz tan característica. 

—¿Qué mierda haces? ¿Por qué me envías mensajes? 

—¿Ya no saludas?

—¡Contesta! —voceo en el teléfono. 

—Quería recordártelo. Por si lo estás olvidando, que me parece que sí —contesta resentida. Lo noto en su voz, y entonces recuerdo que esta jodida mujer quiere tener el control de todo. 

—¡Olvídate de Beth! —le grito nuevamente—. No nos merecemos ni siquiera pronunciar su nombre, ¡y lo sabes!

—¿Qué pretendes, Brian?  Esa mujer te ha vuelto débil, ¿verdad? —pregunta burlona —. Vaya, esa adolescente ha necesitado solo unas pocas semanas para atraparte. 

Semanas no, pienso en mi mente. Me atrapó desde el primer día. 

—Lorraine, no estás bien —le contesto—. ¡No sabes de lo que estás hablando, y mejor no metas tus narices!

—Brian, nunca me has hablado así. ¿No te das cuenta de que estás permitiendo que esa perra se meta por medio?

—¡Te callaré esa boca sucia! ¡Es la última vez que hablas así de ella! —rujo con voz atormentada. Esta maldita mujer me saca de mis casillas. Piensa que me puede dominar, y se le olvida de que esto no funciona así. 

—¡Quiero que me la calles! —grita con deseo en su voz —. Necesito desesperadamente que me calles la boca como solo tú y yo sabemos —esta continúa hablando de manera sensual e insinuante. 

¡Mierda! Está probando mis límites, como siempre lo hace. Y todo mi jodido ser responde cuando imagino los azotes que le podría estar dando en estos momentos a esa mujer rubia de labios rojos. A mi mujer. Sin embargo, en el fondo tengo que reconocer que me encantaría practicar el bondage con mi Aylin. Me encantaría atar a mi Aylin a la cama y hacerle de todo. Y nada más que pensando en ello, mis partes bajas reaccionan. ¡Joder! Ya se me he puesto tiesa.

Queda claro que Lorraine me quiere de vuelta en sus malditas garras. 

—Lorraine, ¡no sigas ni seas hipócrita! Mi persona no te importa lo más mínimo, no hace falta que finjas.  

—Dime Brian... —habla tranquila y mofándose—. ¿Qué pretendes,  traerla a Álympos?

—Si tanta curiosidad tienes, pues ¡sí!, eso es lo que pretendo, ¿te ha quedado claro? —le digo con rudeza, al mismo tiempo que me paseo por el balcón nervioso. 

—¡Pues no lo hagas! Ahí tienes bastantes heteras y ninfas. ¡Y me tienes a mí! ¿Qué más quieres?

—No es suficiente. ¡La quiero a ella! —digo verdaderamente enfurecido.  

—¡Ya la has tenido! —contesta esta muy descarada. 

Habla demasiado, como siempre. 

—¡No es suficiente! —le grito de vuelta con fuerza para que me escuche bien, porque al parecer se ha quedado sorda—. Y tú, Lorraine... —me detengo un momento— tendrás que aguantar su presencia ahí y no vas a intervenir de ninguna manera, ¿queda claro? 

—¡Ilusiones, Brian! Putas ilusiones —levanta de nuevo la voz—. ¿Es que no te has dado cuenta de lo mojigata que es? 

—No tienes ni idea...

—¡Jamás estará de acuerdo! ¡Nunca te dará lo que yo te estoy dando! —habla con celos y posesividad—. Cariño.. te echo de menos.

Me quedo callado. Sigue intentando tentarme. 

—¡No vuelvas a escribirme! ¡Mañana hablamos!

Le cuelgo. Estoy sudando por la cólera que ha desatado en mí. 

Agarro la barandilla del balcón con mis manos y aprieto fuerte, mientras miro el suelo. Ahora mismo en mi cabeza se está dando una batalla. Me llevo la mano a mis pelotas y me las acomodo, me están quemando.  Mis pulmones se llenan de aire y se deshacen de ello con suavidad. Inhalo y exhalo. La realidad es que quiero echar de mi mente lo que estoy pensando ahora mismo, pero no puedo evitar darle vueltas. 

Después de este fin de semana, estoy  llegando a pensar que Aylin me fascina hasta tal punto que me atrevería a afirmar que no necesitaré a otra mujer más en mi vida, solo que... mis impulsos me hacen dudar. Las palabras de Lorraine me han permitido comprobarlo. Además, ella tiene razón. Aylin me dejó bastante claro de que no está dispuesta a "jugar" conmigo, ni a que me deje practicarle nada relacionado al sado. Va a querer solo sexo. Yo, en cambio ... siento que si voy a tener solamente sexo, será algo parecido a comerme un plato de arroz muy vistoso, rico y con muchas proteínas. Por supuesto que lo estaré disfrutando mientras que me lo esté comiendo, pero cuando haya terminado, el resultado final será insatisfacción. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que me habré quedado con hambre. 

Maldigo en mi mente. Es bastante complicado desear a una mujer, y ser consciente de que por ahora no puedes tenerla, aunque en verdad sí, la has tenido.  

—¡Buenos días! —exclama Aylin y aparece por el marco de la puerta del balcón, interrumpiendo mi tenebrosa reflexión. Lleva unos pantalones cortos denim y una minúscula camiseta de tirantes. Esboza una amplia sonrisa, de oreja a oreja, algo tan característico y adorable en ella.

Repentinamente, se acerca y me planta un beso en la boca, al mismo tiempo que rodea mi cuello con sus brazos. Sus labios rozan los míos y aunque ha sido un beso corto, inspiro su aroma con fuerza, pensando en mi cabeza de que siempre huele tan jodidamente bien. 

—Buenos días —le contesto. 

—Vaya, señor Woods, necesita usted una ducha—murmura y sigue sonriéndome. 

Es tan dulce esta mujer. 

—Ya lo creo —contesto y me despego un poco de ella. 

—¿Has ido a correr? 

—Pues un poco —y me señalo a mí mismo, chorreando de sudor. 

—Eres muy gracioso esta mañana —habla en un tono desenfadado y deja ver que está muy relajada. 

En cambio, yo la analizo porque la verdad es que estoy a la expectativa de que me diga algo sobre el mensaje que ha leído en mi móvil. Mi sexto sentido me dice de que lo ha hecho. Las mujeres suelen tener mucha curiosidad y sin lugar a duda, a Aylin nadie la gana en el arte de la indagación. 

—¿Estás bien? —le digo sospechoso. 

—Sí... —contesta esta un poco confundida y se queda mirando el agua calmada. 

—¿Quieres desayunar en la piscina, o aquí en la habitación?

—Aquí mismo—me contesta deprisa y mira la pequeña mesa. —¿A qué hora partimos?

—Dentro de una hora y media, más o menos —le contesto con seriedad. 

—Ah... vale —me contesta esta, pero noto que sus rasgos también se han transformado—. ¿Va todo bien Alex? —pregunta enseguida. 

—Sí —le digo un poco confuso—. Me voy a la ducha, me estoy abrasando. 

—De acuerdo. 

Salgo del balcón y miro un poco para atrás. Aylin se ha sentado en una silla y está pensando. Cuando ella piensa, no es nada bueno. Estará maquinando la manera en la que me podrá soltar la cuestión del mensaje de Lorraine. 

Me meto en la ducha, pero no antes de hacer una llamada y pedir el desayuno. 

Al cabo de diez minutos de agua templada y pensar sin cesar en los asuntos que tengo que atender a lo largo de esta semana, envuelvo una toalla alrededor de mis caderas, me echo desodorante y me dirijo al balcón. Antes me ha parecido escuchar la puerta, seguro que el desayuno está ya sobre la mesa. 

Salgo al balcón, cojo una de las dos tazas de café que hay encima de la mesa y le doy un sorbo verdaderamente relajado. Me he quedado como un recién nacido.

 ¿Y Aylin, dónde está? 

—¡Aylin! —levanto mi tono de voz y me desplazo hacia la puerta que da a la habitación. No hay respuesta alguna. 

Sin previo aviso, escucho un grito fuerte y muy gutural, que viene desde fuera. Salgo deprisa al balcón de nuevo y empiezo a mirar desesperado alrededor, dibujando un círculo imaginario con mi mirada.  Sin embargo, Aylin no está. 

—¡Aleeeeeeex! —escucho el grito de nuevo. 

Cuando giro mi cabeza a la derecha, veo que Aylin se encuentra a por lo menos dos metros distancia de mí, con los pies sobre algo que parece el alféizar de una ventana (aunque no hay ninguna ventana), doblando una esquina. En este preciso momento estoy abriendo mis ojos pasmado, mientras la observo agarrada a la pared como si fuera una lagartija, y al mismo tiempo está mirando para abajo atemorizada. Miro sus pies mientras me acerco al borde del balcón. Noto con horror lo fina que es aquella repisa. 

Mi jodido corazón está acelerado, como si estuviera corriendo en una maratón y parece que me va a dar un infarto cuando miro para abajo. 

—¡Mierda! ¿Qué estás haciendo ahí? —le cuestiono enseguida verdaderamente iracundo. 

—Na...da —dice esta e intenta avanzar hacia el balcón. Observo con estupefacto que la señorita Vega se desplaza a pasos de hormiga. 

—¿Cómo que nada? —le grito angustiado y miro de nuevo hacia abajo—¡Estamos en un jodido quinto piso!

—¡Ahhh! —la escucho chillar de nuevo, y mi cabeza empieza a dar tumbos. ¡Dios mío! No puedo mirar para abajo. Por favor. No quiero que la historia se repita. 

Unos escalofríos recorren todo mi tenso cuerpo. No puedo con la maldita altura y me provoca muchos temblores.  Al parecer, a la señorita se le ha olvidado y se ha subido ahí, no sé con qué propósito.  

—¡Tranquila! ¡Vente aquí despacio! —le grito de vuelta. 

—¡No puedo! —su cara está completamente desencajada—. Antes estaba a punto de caerme y me ha entrado el pánico.

Entonces veo que tiene una pequeña herida en la parte frontal de su pierna, parecida a unos arañazos. 

—¡No puedo, Alex! ¡Ya te lo he dicho! 

—¡Mueve el culo ya, Aylin! —yo también estoy entrando en pánico y no sé que hacer. 

— ¡Me da mucho miedo! 

—¡No mires para abajo! —le indico y vuelvo a tender mis brazos, pero por más que lo haga, no consigo llegar a ella. 

—¡Ahhhh! —vuelve a pegar un chillido y le vuelvo a mirar la cara. Tiene lágrimas en los ojos. 

No la puedo dejar ahí, me moriría si le pasara algo. 

—¡Espera voy! ¡Aylin, no se te ocurra moverte! —le digo e inhalo aire con fuerza. 

No mires abajo Brian, no mires abajo , repito en mi mente. 

Coloco uno de mis pies en aquel borde un poco inestable y después el otro pie. Intento mantener el equilibrio y sin tardar mucho, posiciono mis manos en la pared. Agradezco de que esta sea rugosa y tenga algunas hendiduras, de modo que puedo clavar mis dedos y agarrarme mejor.

 ¡Esto es de locos! 

—¡Ten cuidado! 

—¡Todavía no entiendo qué coño haces ahí, Aylin! —doy otro paso más a la izquierda en aquel borde. Confieso que me están temblando las piernas. 

—Tenía que salvarlo —murmura esta. 

—¿De qué estás hablando? —la fijo con la mirada con incertidumbre—. ¿De qué narices está hablando?

No dice nada, sin embargo, al mirar mejor en su dirección, me estoy dando cuenta con perplejidad de que en su brazo izquierdo está sujetando un pequeño gato blanco tan pequeño como una pelota de tenis, acurrucado en su mano. No lo veo muy bien, solamente escucho su suave maullido. 

—¡Demonios! ¿Quieres decir que ahora mismo estamos jodidos por un gato? —le grito de vuelta y la miro receloso. Ella está bloqueada. 

Doy otro pequeño paso, al mismo tiempo que intento no mirar para abajo. 

Aylin sigue sin sacar ni una jodida palabra, solo asiente con la cabeza con suavidad y me extiende la mano. Yo le extiendo también la mía, pero no conseguimos alcanzarnos. ¡Mierda! Falta poco para llegar a ella. Intento desplazarme un poco más a la izquierda, pero repentinamente piso el borde mal y me desequilibro un poco, de modo que mi cuerpo se tambalea. 

—¡Cuidado! —la escucho advirtiendo, sumamente horrorizada. 

Enseguida aprieto más mis manos en aquellos surcos en la pared y me quedo blanco. Se ve que por mis movimientos  —o por qué puñetas—, la toalla blanca que tengo envuelta alrededor de mi cadera se desprende en un instante, y noto como se desliza sobre mis nalgas y muslos. ¡Se me ha caído! Miro un poco para abajo, y observo atónito como la tela está flotando en el aire. Trago en seco y vuelvo a girar la cabeza hacia la pared, no antes de ver la cara estupefacta de Aylin, observando como la jodida toalla toca el puñetero suelo. 

—¿Te estás dando cuenta de que estoy en pelotas sobre una repisa a más de diez jodido metros de altura? —le riño con mucha dureza y seguramente mi mirada destella chispas. 

Ella sigue boquiabierta, mirando mi jodido culo expuesto. 

—Sí... me estoy dando cuenta —dice preocupada y sigue mirando para abajo, en dirección a mi polla y mis jodidas pelotas que a decir verdad, ahora mismo las tengo diminutas por el miedo que me está entrando. 

—¡Acércate! —le digo y le hago una seña con mi mano izquierda, intentando agarrarla. Ella tiende su mano hacia mí y se desplaza también unos pocos pasos, de manera que finalmente agarro su mano. 

La aprieto con fuerza e intento tirar de ella detrás de mí. Los dos seguimos avanzando por el borde, de vuelta al balcón. Y el puñetero gato sigue maullando. Pasito a pasito nos acercamos a la parte más estable y suspiro aliviado cuando pongo el píe de vuelta en el suelo del balcón. Me giro y agarro su cintura con fuerza, al mismo tiempo que la suspendo un momento en aire y después la bajo. A ella y al gato. 

Conforme pisa el suelo, Aylin salta a mi cuello y me abraza emocionada. Me está estrechando a su  pecho impetuosa y noto su corazón retumbando en mi torso. Todavía está muy asustada. 

—Gracias, Alex —susurra en mi oído. —Y perdón. 

Se despega de mí y me mira a los ojos expectante.

—¿Estás cabreado?

—¡Joder! Por supuesto que lo estoy. Aylin, te aseguro que hoy no entraba en mis planes el exhibicionismo —le digo serio, muy enojado. 

Su cara es bastante inexpresiva, solo me mira son sus ojos grisáceos.  Sin embargo, de un momento a otro,  se empieza a reír. ¡Reír! A mí no me hace ni pizca de gracia, ¡diablos!

—Alex, créeme que tu culo vale la pena ser exhibido. Seguro que lo ha disfrutado más de una o uno mirándolo desde sus ventanas —continúa hablando divertida, y mira alrededor. No obstante, se nota que sigue en shock porque está temblando. 

—¿En serio te estás riendo? 

El gato maúlla de repente. Tierra trágame, suplica mi subconsciente. 

—¡Mira! Ha valido la pena —dice esta de repente y abre la palma de su mano. 

El pequeño gato, blanco como un copo de nieve se estira y abre sus grandes ojos azules. Sus ojos son casi del mismo color que los de Aylin. No le contesto. No estoy de humor. 

—¿Verdad que es muy bonito? —ella sigue y le da un beso en la pequeña cabeza. Después le acaricia y me mira sonriente. 

Estoy un poco más tranquilo, además... ante una imagen que desprende tanta ternura, ¿cómo podría cabrearme?

—Alex, deberías alegrarte. Hoy has salvado una vida —me dice con dulzura. 

Yo solo arqueo un poco mis labios, y hasta me he olvidado de que sigo mostrándome al mundo en todo mi esplendor. 

—Vente dentro —le digo. 

Tiro de su brazo y la hago entrar en la habitación. 

—¿De dónde ha salido este gato? —pregunto inquieto, al mismo tiempo que cojo un pantalón y me empiezo a vestir. 

—Puede ser que venga de la habitación de al lado, cuyas ventanas están por el otro lado, doblando la esquina. 

—Tenemos que preguntar —afirmo enseguida. 

—¡Espera! —exclama esta enérgica —Voy a darle un poco de leche, debe estar hambriento. Me está lamiendo el dedo. 

La sigo con la mirada y sale al balcón, coge una pequeña jarra de leche que hay en la mesa y un recipiente de cerámica de la bandeja, y vierte un poco de líquido. Después, lo deja en el suelo, se arrodilla y deja caer al pequeño gato, que empieza a lamer y mojar su hocico.

—Te lo he dicho —comenta esta y entra de nuevo en la habitación, sin apartar su vista de aquella creatura diminuta. 

Por mi parte, no puedo dejar de mirar a esta mujer. Cuando se acerca a mí, cojo su mano entre la mía y rodeo su cintura con mi brazo, al mismo tiempo que hago que vuelva mi cara a mí y que me mire. 

—¿Sabías que eres una mujer espectacular? 

Ella se sonroja con suavidad. No me contesta.

—Me descolocas —continúo hablando con mucha tranquilidad y toda la furia que he sentido minutos atrás se ha desvanecido. 

—Alex...—baja su mirada—. No viajaré más contigo. Te he estado provocando disgustos todo el rato, soy una necia y yo... ¿Me puedes perdonar?

—Una necia muy guapa —añado. 

Su belleza y nobleza me embaucan. 

—No te preocupes. Quedas perdonada —aprieto mi mano en su cadera—. Aun así, me muero de ganas de castigarte —digo un poco incauto, temiendo por su reacción.

—¿Qué? —levanta la vista muy sorprendida y sus ojos serían capaces de helar hasta la llama de un fuego.

—¿Me dejarás? —pregunto esperanzado.

—Alex, ya hablamos sobre esto...

—Aylin... ¿te atreverías a cometer una locura? 

La fijo con una mirada sugerente y mi corazón está latiendo tumultuosamente. Soy muy consciente de lo que supone la pregunta que le acabo de hacer. 

Pero, ... ¡joder!

No soporto más. La deseo demasiado y debo arriesgarme. 





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