23.RECUERDOS QUE DUELEN

"Todo lo que tienes que hacer es ponerte los cascos, tirarte al suelo, y  escuchar el CD de tu vida. Canción tras canción, no puedes saltarte ninguna, todas han pasado, y de una forma u otra servirán para seguir adelante. No te arrepientas, no te juzgues, se quien eres. Y no hay nada mejor para el mundo. Pausa, rebobinar, play, y más y más aún...." 

(PELICULA: "TRES METROS SOBRE EL CIELO")

⚠️⚠️⚠️AVISO IMPORTANTE⚠️⚠️⚠️

ESTE CAPÍTULO ES CATALOGADO COMO +21. CONTIENE ESCENAS DE SEXO MUY EXPLÍCITAS, APARTE DE LENGUAJE VULGAR, QUE PUEDE RESULTAR DESAGRADABLE O VIOLENTO PARA ALGUNAS PERSONAS.

LEERÁS BAJO TU RESPONSABILIDAD.

Le echo un vistazo a mi teléfono y me quedo impresionada por la cantidad de mensajes que hay sin leer en el grupo de WhatsApp: cincuenta y dos mensajes. Los veo por encima y me estoy dando cuenta de que mis amigos se han enterado de que no estoy en Boston. Entre cachondeo, emoticonos y gifts, Rebe y Adam están muy interesados en saber cómo me está yendo el fin de semana. Además, al ver que no contesto, empiezan a insistirme. Hasta he recibido una llamada de Rebe. Noto que en un mensaje de tantos, Bert intenta quitarle hierro al asunto y les dice que me dejen en paz y que tengo mucho trabajo. Añade que estoy tan ocupada con el profe Woods,  que ni siquiera he tenido tiempo de ir a la playa. ¡La amo! Siempre da la cara por mí. 

Ahora a ver qué narices les contaré el lunes, cuando me empezarán interrogar. Espero que en mi frente no ponga con letra mayúscula "ME HE HINCHADO DE FOLLAR TODO EL FIN DE SEMANA". No quiero dar ningún paso en falso y lo cierto es que soy pésima para mentir. 

Aparto el móvil y me intento dar prisa. Mis ojos resbalan sobre mi cuerpo en el espejo del cuarto de baño. Para esta noche he optado por una camisa blanca de manga mediana y una falda vaquera corta. Está empezando a refrescar y son casi las nueve de la noche. Tuerzo un poco la cabeza y me examino mejor. Parezco una verdadera colegiala, vamos, que me faltan solo las gafas y los libros. Enseguida le hago un nudo a la camisa en la zona del ombligo, de modo que dejo mi cintura a la vista.  También abro el botón de arriba de la camisa y arreglo un poco mi escote. 

—¿Qué te falta? —dice Alex y entra por la puerta del cuarto de baño. 

Se me queda un momento mirando y yo a él. 

—¿No te has cambiado? —pregunto cuando noto que sigue llevando el pantalón del traje gris, que está un poco doblado en la parte de abajo y la camisa blanca, también remangada. En los pies observo que tiene unas sandalias playeras, y en la mano lleva la botella de champán y dos copas de cristal. 

—No es necesario —contesta. 

—No te has traído ningún bañador, ¿verdad?

—No. Cuando viajo, suelo hacerlo por trabajo.  No pensaba bañarme. ¿No estoy bien así?

—No es eso —le contesto—. Pienso que no vas a estar cómodo. 

—Hazme caso Aylin que cuándo más cómodo me siento es cuando llevo traje. 

—Será... —murmuro perpleja y empiezo a caminar hacia él. 

—¿Nos vamos entonces? —dice sereno y diría que hasta contento. 

Cuando llegamos a la planta baja, observamos que en el jardín del hotel hay un grupo de música tocando. Parece ser que hay una fiesta esta noche. La gente está bastante animada y la melodía sofisticada invade el silencio de la noche. Percibo las notas musicales de un teclado y de un violín. ¡Qué belleza! Es como un bálsamo para mis oídos y para la tensión que se ha instaurado ahora entre nosotros. Hemos bajado en silencio los dos. 

—Tenías que haber ido a la fiesta de la universidad —hablo finalmente y le hago saber de que no tenía por qué haber vuelto al hotel. 

—No te preocupes, seguro que me hubiese aburrido mucho. Como siempre —me contesta este y gira la cabeza hacia mí. 

Llegamos enseguida a la playa, que está a solo unos metros y me empiezo a desabrochar las sandalias. Necesito sentir la arena debajo de mis pies. Me las intento quitar y al instante me desequilibro, pero él me sujeta el brazo para no caerme. 

—Cuidado —musita. 

—¿No te las vas a quitar? —le pregunto y le señalo con la cabeza las suyas. 

—No.

—Pues es una maravilla sentir la arena, que lo sepas. No sabes lo que te estás perdiendo —digo enseguida y fundo mis pies en la arena templada. 

Él no dice nada, solamente camina a mi lado. 

—Me basta con solo estar aquí contigo. Eso sí, es una maravilla —dice al cabo de unos pocos minutos.

Lo miro. Su rostro se ve muy especial esta noche, a la luz de la luna. Y, como siempre me pasa, sus palabras me tocan la fibra sensible. Y sé que no me puedo ablandar. Esta noche en particular necesito averiguar más cosas. 

—Alex... ¿de verdad vas a ser sincero conmigo?

—Lo intentaré. 

—¿Qué va a pasar mañana? —le pregunto. 

—Pues cogeremos el vuelo de vuelta a Boston. Eso es lo que pasará. 

—Eso ya lo sé. Pero... ¿qué pasará con nosotros?

Seguimos andando y lo cierto es que nuestra conversación parece un témpano de hielo. 

—Ya se verá. 

—No me basta con eso —le contesto rápido y me paro en seco. 

—¿Qué quieres que te diga, Aylin? No te puedo ofrecer gran cosa, a diferencia de ti que me estás ofreciendo tanto... —habla en tono neutro, solo que... cuando me mira, percibo la emoción en sus ojos. 

—¿Qué te estoy ofreciendo?

—Mucho. Me has dado tu virginidad, para empezar. Te estabas reservando para ese chico ideal ¿Te arrepientes? —me pregunta e inesperadamente, sus dedos tocan mi mano. 

Me acaba de coger de la mano. 

—No, Alex. No me arrepiento. Y si tuviera que volver a hacerlo, lo haría mil veces más. 

—Me alegra escuchar eso —observo su sonrisa perfecta en la penumbra. 

La calidez de su mano hace que me relaje un poco más. Siento que aprieta más sus dedos contra los míos. 

—También me estás dando la oportunidad de vivir momentos normales. 

—¿Qué quieres decir?

—Esto. Caminar por la playa como si fuéramos una pareja —al decir esto, levanta un poco nuestras manos enlazadas, y hace un gesto con la cabeza. 

—¿No lo has hecho con nadie hasta ahora?

—No —y suelta un suspiro. 

—¿Ni con tu mujer? 

—Tampoco. 

Mis neuronas ahora mismo están absorbiendo toda la información, pero lo cierto es que acaban de recibir un azote, las pobres mías. Su respuesta es sumamente extraña. 

—¿Me podrías explicar? —me atrevo a preguntarle y por un momento dudo que va a estar dispuesto a hablar. 

—¿Y si nos sentamos? —pregunta en voz baja y me señala la orilla. 

El agua está un poco más calmado que hoy. Cuando miro para atrás, las luces del hotel apenas brillan ya en la oscuridad. Observo que todavía hay algunas personas caminando por la playa. Por mi parte, asiento y nos disponemos a sentarnos los dos en la orilla. Siento mucha paz y lleno mis pulmones de ese aire tan particularmente fresco. La naturaleza me encanta. 

Casi doy un brinco cuando escucho el tapón de la botella de champán. Las burbujas salen con fuerza del vidrio.  

—Su copa, señorita Vega —dice enseguida muy amable. 

—Gracias —contesto en tono coqueto. 

Vierte el champán dorado y espumoso dentro de nuestras copas, y al mismo tiempo me mira con dulzura. ¿Cómo es posible que el profesor tenga personalidades tan diferentes?

—Por nosotros, y especialmente por su logro, señorita Vega.  Es una de las tres personas que mejores notas tiene de nuestra facultad, que no se le olvide. 

Brindamos. A decir verdad, todavía no soy consciente de lo que acaba de decir y pienso que los mil euros de la recompensa no me vendrán nada mal. Pero ahora mismo no me quiero desviar del tema. Estoy segura de que si lo hago, él tomará ventaja. 

—¿Existe un nosotros? —le doy un sorbo al champán y el dulzor invade mi paladar. 

—Si estamos aquí en este momento doy por hecho que existe —afirma este—. Pero posiblemente no el "nosotros" que tú esperas. 

—Sí, estás casado —contesto y aparto mi mirada de la suya, al mismo tiempo que empiezo a dibujar algo con mi dedo en la arena. 

—Así es. Yo en realidad... no puedo ofrecerte nada, Aylin. Y siento mucho decirte esto. 

—No te preocupes. Lo sabía desde el principio —esbozo una sonrisa—. Es obvio que no puedo llegar a estar al mismo nivel que tu mujer —contesto rápido y elijo seguir con la mirada baja, para que así él no se de cuenta de que estoy un poco afectada.  

—Aylin... —me toca el brazo, de manera que me obliga a levantar mi vista hacia él—. No estás al mismo nivel. Estás por encima. 

Abro un poco los ojos escéptica. ¿A qué está jugando?

—Ayúdame a comprender, Alex. Ahora mismo soy la amante, no puedo estar por encima. 

—Eres pura, cariñosa, dulce, inocente, risueña, noble... precisamente lo opuesto a Lorraine. 

No sé si me está regalando el oído. Hay demasiadas cosas que no entiendo. 

—¿Entonces? —insisto. 

—Los lazos que tengo con ella ahora mismo son puramente físicos y profesionales. O bueno, lo eran. Hasta conocerte. 

—¿Qué te proporciona ella que yo no te puedo dar? —me lanzo a preguntar, aunque al instante me arrepiento. ¡Soy jodidamente idiota!

—Es muy complicado de explicar. Cuando conocí a Lorraine, lo hice en un contexto del que no estás preparada para que te hable ahora mismo. 

—Ponme a prueba —digo sin titubear y lo fijo con mi mirada. 

—No te puedo contar cosas que sé que te escandalizarían.

—¿Tiene que ver con... tus gustos sexuales, verdad? Dijiste que te gustaban los juguetes y hoy mismo también me has dicho que me castigarías. Eres sadomasoquista, ¿cierto?

El profesor se queda un momento bloqueado y le da un gran sorbo a su copa de champán, tanto que la deja vacía. Vuelve a llenarla hasta la mitad. 

—¿Quieres? 

—No, gracias. 

—Pues, sí. Los tiros van por ahí —continúa este—. Como ya te dije el viernes, siento placer de una manera digamos... diferente. 

—¿Eres una especie de Christian Grey? —pregunto incrédula. 

¿Quién no se habrá leído esa novela?  Me estoy poniendo verdaderamente nerviosa y lo curioso es que ahora mismo empiezan a aparecer  látigos y antifaces imaginarios delante de mis narices. ¡Qué puto miedo! Me tomo la copa de champán de un trago. 

Él se ríe con ímpetu. 

—¡Qué cosas tienes! —y sigue riéndose—. Sería muy triste si el señor Grey fuera el único que tuviera esos gustos. Como bien sabes, soy Brian Alexander Woods —habla con seguridad—. Además aquí entre nosotros, las practicas del señor Grey, con lo poco que sé de él, son bastante "vainilla" comparadas con las mías. 

Abro los ojos de golpe y mi corazón está dando tumbos en el pecho.  

—Lo que me estás contando no es lo típico, Alex —digo confundida. 

—No tienes ni idea de cuanta gente practica esto, de hecho, gente que tú conoces. Desgraciadamente, este tema sigue siendo un tema tabú y la gente tiene muchos prejuicios acerca de ello. 

—¿Entonces esperas que yo sea tu sumisa? —me escucho hablar de nuevo y sigo muy nerviosa pensando en qué puñetas espera de mí. 

Él hace una mueca y piensa un momento.  

—Aylin, no te quiero hacer mi sumisa. Lo mismo con el tiempo descubrirás tú sola de que lo quieres ser. En realidad, yo soy "switch". 

—¿Qué significa? —le tiendo mi copa y le pido que me la llene. Esto se está poniendo interesante. 

—Versátil. Podemos intercambiar los papeles. Que tú seas la dominante y yo el sumiso. 

—¿Y por qué te pegaría? —me quedo atónita y entonces levanto mi voz un poco. Empiezo a notar un hormigueo en todo el cuerpo. 

—¿Lo ves? No estás preparada para hablar de ello. No lo entenderías —me contesta y su mirada se vuelve sería. Como si estuviera molesto.

—Reconozco que me parece muy extraño todo lo que me estás contando. 

—Imagino. 

—¿Y qué pasa si no lo voy a poder hacer?

—No pasa nada —me contesta a modo tranquilizador—Aylin, si querías saber si voy a seguir deseándote, mi respuesta es sí. 

Me alivia escuchar que no me presionará en hacer algo que no quiera. 

—Debo preguntarte algo... Hoy me has dicho que me castigarás ¿De qué manera?

—Pues... usando algunos de mis juguetes contigo. Hay muchas opciones, suelo usar una variedad de artilugios —noto que se lame los labios, mientras pronuncia estas palabras.  

—¿Concluyo que me pegarías de verdad, si yo te diera permiso? —abro los ojos más todavía. Para mí no tiene sentido todo esto. 

—Dicho así, suena muy feo. Sería una manera de castigarte placentera, no te preocupes. No sé si me entiendes, pero la verdad es que me da mucho morbo —acerca su cara un poco más a mí y deja resbalar su dedo sobre mi pierna. 

—Yo... no podría... —y mis ojos se llenan de lágrimas. 

¡Joder Aylin! ¿Por qué lo estás recordando? ¿Por qué en este momento? ¡Estás quedando como una blanda!

—¿Qué te pasa, pequeña? —pregunta Alex deprisa y me toca el brazo al ver mi reacción—. ¿He sido muy brusco? 

—No, no es eso. Lo que pasa es que... —regulo mi voz, muy atormentada por el llanto—. Lo estoy recordando todo. Cuando tenía quince años tenía un amigo, de hecho mi mejor amigo. Todo marchaba muy bien entre nosotros hasta que... —suspiro y siento que me ahogo. 

—¿Hasta que...? —me anima a hablar sus ojos me miran curiosos. 

—Hasta que un día me dijo que había llegado el momento de dar un paso más en nuestra relación. Para mí era solo una amistad y le tenía mucho aprecio. Una tarde, nos encontrábamos en su casa haciendo las tareas y sus padres no estaban. De la nada, me empezó a besar y yo por supuesto, no le correspondí. Le dije que parara, pero... no se detuvo ahí —se me caen otras dos lágrimas—. Me dijo que me gustaría mucho. Me tiró a la cama, cogió las esposas de su padre, que es policía nacional y después... 

—No hace falta que hables de ello si te hace daño —dice de repente el profesor. Está entendiendo por donde voy. 

Pero no le hago caso. Necesito soltar algo de lo que he estado huyendo durante años y que nadie sabe. 

—Después, inmovilizó mis manos en el cabecero de la cama y me empezó a quitar la ropa. Cuando me estaba quitando los pantalones,  luché con él. Recuerdo que le daba patadas para alejarme de él mientras que no paraba de llorar y le decía que parara. No me hizo caso. Me estampó un puñetazo, y después otro. Empecé a sangrar, mientras que él repetía una y otra vez de que me gustará. En ese momento, se escucharon unas llaves. Era su hermano pequeño que había llegado a la casa y lo estaba llamando. Tuve suerte. Yo no sabía que él en realidad estaba muy obsesionado conmigo. 

Suspiro y sigo mirando para abajo temblando. Me cuesta mucho hablar de este tema. 

—¡Ven aquí! —Alex me rodea con sus brazos fuertes en el momento en el que termino la última frase. Aprieto mis dedos contra su camisa blanca —. Siento mucho escuchar esto —continúa y me acerca más a su pecho. 

—Brian. Mi amigo de la infancia se llamaba Brian —le susurro con el corazón destrozado. 

Mientras que le digo esto con mucha pena, me doy cuenta de que todavía no he superado esta etapa de mi vida. Siempre me rompo en pedazos al recordarlo. 

—Tranquila —acaricia mi espalda con suavidad. 

—¿Ahora lo entiendes? —le pregunto intranquila. 

—Sí, lo comprendo perfectamente —exhala el aire—. Para ti siempre seré Alex. 

Se separa un poco de mi cuerpo y nuestras miradas se cruzan con mucho afecto. 

—Aylin... ¡mírame! Nunca, nunca jamás te obligaría a hacer algo que no quieres —habla con mucha fuerza en su voz, y al instante coge mis mejillas húmedas entre sus manos y me mira a los ojos. Empieza a acariciar mis sonrosadas mejillas con sus dedos. 

—Hoy cuando me has puesto la mano en el cuello con tanta violencia, he vuelto a tener la misma sensación —confieso con sinceridad. 

—¿Me puedes perdonar? —me dice y acerca mi rostro al suyo con delicadeza. Me besa la frente y después el pelo. 

—No sabía que podía llegar a ser tan tierno, profesor —le digo sorprendida. 

—Yo tampoco lo sabía. Sacas muchas cosas de mi, Aylin. Y hoy... hoy casi me vuelvo loco al pensar que te pasaría algo. 

—¡Cuéntame! —le digo un poco más tranquila y vuelvo a coger la copa entre mis manos. 

—¿Qué quieres que te cuente? —pregunta perplejo.

—Algo que tú quieras. Algo que no has podido echar de tu mente y que sigue ahí anclado. Algo que te duele...

Carraspea y me mira pensativo. Coge la botella de champán, que de hecho está por acabar, y llena de nuevo las copas. Después lleva su vaso a su boca. Miro su rostro y sus rasgos se han vueltos inexpresivos. La misma mirada gélida y facciones duras de siempre. Ha vuelto a ser de nuevo otra persona. 

—¿Sabes? En realidad son muchos. Tengo más malos recuerdos que buenos —su mirada sigue perdida en un punto en el horizonte—. En realidad... no tuve una infancia feliz Aylin, ni siquiera normal —vuelve la vista hacia mí y sonríe amargamente. 

Me estremezo. Toco su brazo con mis dedos. Quiero estar a su lado. 

—De pequeño vivía a unos pasos del mar —empieza a hablar—, de hecho en Cabo de Vela, en Colombia. Un paraíso. Ahí fue donde mis padres se conocieron. Fue un flechazo, mi madre no se lo pensó ni un momento, y se quedo en Colombia. Bueno, recuerdo que nos pasábamos el día entero en la playa. Era un niño, tenía menos de ocho años. Y un día... —hace una breve pausa y resopla. Noto que Alex está muy emocionado y le cuesta mucho hablar de ello— estaba con mi primo bañándonos en el mar, pero de repente empezó la tormenta. Al ser pequeños, no nos dimos cuenta. Seguimos dando brincos y jugando en el agua. La cosa se puso muy fea, y las olas estaban peor que hoy. 

—¿Qué ocurrió? —pregunto con atención.

—Que mi primo consiguió salir, pero yo no. Empecé a luchar para salvar mi vida, sin embargo estaba debajo del agua, sin poder respirar. Finalmente, el socorrista logró llegar a mí y gracias a él estoy vivo. 

—Me gustaría darle las gracias a ese socorrista —le digo rápido y le sonrío para intentar atenuar aquellos sentimientos a flor de piel que nos están invadiendo—. Gracias a él, he tenido la posibilidad de conocerte. 

Alex me sonríe de vuelta y me vuelve a acariciar la mejilla. 

—Denunciaron a mis padres por negligencia y estuvieron de juicio más de un año. Al final les quitaron mi custodia provisionalmente. 

—¿Tus padres? ¿Y por qué?

—Porque ellos también estaban en la playa en ese momento. 

—Lo mismo no se dieron cuenta... 

—No se dieron cuenta porque estaban los dos tendidos en el suelo, después de meterse un chute de heroína. La policía los investigó. 

Me quedo estupefacta. Aprieto más mis manos a su cuerpo y le empiezo a acariciar el pelo. Siento mucha pena por él en estos momentos. 

—¿Consumían?

—Sí. Desde que tengo uso de razón. Lo peor de todo es que... —tose y regula su voz que ahora mismo suena muy rota—... cuando llegamos a la casa, mi padre estaba furioso por la denuncia. No podía creer que no había sido capaz de nadar y enfrentarme a aquellas olas. Para él, tenía que ser fuerte. Invencible. 

—¿Y qué pasó? —pregunto y me pego más a él.

—Me arrastró hacia un barril de plástico lleno de agua que había en el patio de la casa, y metió mi cabeza en él. Sumergió mi cabeza un buen rato y me obligó a estar quieto, sin poder respirar. Mientras, mi padre me gritaba que era un idiota al haber dejado que las olas me ganaran. Y que gracias a no haber sido los suficientemente fuerte, ahora él iba a tener problemas con la ley. Por mi culpa. 

—¡Dios mío! —exclamo sumamente perturbada. Estoy tan trastornada que enseguida lo rodeo con mis brazos y apoyo mi cabeza en su hombro. Levanto mi vista hacia él—. Lo que me estás contando es... muy cruel—termino diciendo. 

—Así es. Aunque era pequeño, recuerdo como luchaba con los brazos de mi padre. 

—Lo siento mucho. Muchísimo—le digo con mucha pena y se me caen unas lagrimas cuando monto en mi cabeza aquella escena tenebrosa. Un pobre niño pequeño. 

Alex solo mantiene la mirada al frente y no se le cae ni media lágrima. Concluyo que él desde siempre ha tenido que ser fuerte. No tenía otra opción. Vuelvo a apretar mis manos sobre su cuerpo, en un abrazo intenso y permanecemos callados. Estamos demasiado emocionados. 

Súbitamente, nuestras confesiones quedan interrumpidos por unos truenos muy fuertes, tanto que nos asustan. Y una lluvia torrencial. Hasta dirías que el mismo cielo ha roto en llanto al escuchar nuestras historias. La lluvia está cayendo desbocada. 

—¡Mierda! —exclama el profesor.

—¿Qué hacemos? —le pregunto preocupada mientras que barro todo con la mirada. No hay nadie ya en la playa, serán las diez u once de la noche. Hay solo una luz suave emitida por las farolas y  la luz de la luna. 

Alex me ofrece la mano y nos miramos un poco desorientados, sin saber que hacer. Estamos en plena playa, y tampoco hay casas cerca. Miramos en dirección al hotel y este se encuentra demasiado lejos.

—¡Ven! —me dice de repente y empezamos los dos a correr sobre la arena, bajo la fuerza de la naturaleza. 

—Alex... —le digo intranquila. 

—¿Qué? 

—Me dan mucho miedo los truenos... —le grito para que me pueda escuchar. 

Veo que mueve sus labios, sin embargo el sonido de la lluvia es tan fuerte que no consigo oír nada. Y los truenos siguen sonando. Alex me lleva a una especie de cobertizo que hay al lado de unos árboles, básicamente a orillas de la playa. Es el único sitio que hemos encontrado medio en condiciones para aguardarnos de la lluvia. Y bastante es. 

—Creo que esto nos servirá —grita el profesor de vuelta, y al mismo tiempo miramos los dos  nuestro alrededor bastante embobados.  

Podemos distinguir que es un pequeño espacio al aire libre, hay una mesa amplia de madera y un banco. El cobertizo es básicamente un techo de  paja y unas columnas de madera. Menos mal que la parte de atrás está cubierta de una chapa, y alrededor hay palmeras y plantas. Queda a la vista nada más que la parte de delante, que da a la playa. La luz tenue de una farola que hay cerca nos permite visualizarlo todo parcialmente. 

—Espero que la tormenta no dure mucho —comento.

Me agacho un poco y aprieto mi cabello con las mano. Enseguida sale un chorro de agua de mi pelo. El profesor también está chorreando. 

Repentinamente, un relámpago parte el cielo en dos; este va seguido por un trueno muy agudo. Grito desquiciada, muerta de miedo y prácticamente en el momento en el que escucho ese horripilante sonido, salto en sus brazos. 

—¡Alex! Tengo miedo —le digo preocupada mientras rodeo su torso con mis delgados brazos. 

—Me estás ofendiendo —contesta este y sus labios se tuercen en una bonita sonrisa—. No puedes tener miedo conmigo —dice de repente muy altanero. 

Él también me rodea con uno de sus brazos, pero con el otro me empieza a levantar la falda suavemente. 

—Mmmm... —carraspeo al darme cuenta de sus intenciones—en realidad, tú tienes más peligro que la tormenta. 

—Como lo sabes... —dice con aquella jodidamente cachonda y seductora voz que le sale cuando se pone caliente. 

Entonces me aprieta más fuerte contra él y posiciona también la otra mano sobre mi trasero, a la vez que me levanta la falda completamente. 

—Aylin... —me susurra. 

—Dime—le contesto siguiéndole el juego, como siempre lo hago. Claramente, me estoy olvidando de la tormenta y hasta de los putos truenos. Solamente me pierdo en sus ojos. 

—¿Lo has hecho alguna vez bajo la lluvia?

—Como comprenderás...no —y me río con suavidad. 

¿Cómo me puedo poner jodidamente mojada en menos de un minuto? Y aseguro que no es la el agua de la lluvia. 

—Pues ha llegado el momento.

Al decir esto, levanta mi culo y hace que lo rodee con mis piernas. Nuestra piel mojada roza y nos provoca una sensación más fuerte todavía. Estamos los dos hechos un trapo. Camina conmigo hasta la mesa de madera y me coloca encima. Acto seguido, acerca sus labios a los míos y  me da un beso suave y placentero. Nuestras lenguas se encuentran y nuestras bocas empiezan a seducirse mutuamente: se retuercen, muerden e invaden. 

—Me encanta besarte. 

—¡Y a mí! —le suelto emocionada y, como no me puedo contener más, desabrocho deprisa los botones de su camisa. 

Enseguida consigo quitársela y él la tira sobre el banco que hay al lado. Le acaricio el pecho fuerte y frunzo los labios con mucho afán. Dios mío, lo deseo tanto. Quiero tenerlo dentro de mí ya. 

—Señorita Vega... se acuerda de que le dije que no siempre seré un caballero?

Los latidos de mi corazón se aceleran. 

—¿Qué quieres decir? 

—Nada —me dice suave, al mismo tiempo que lleva su mano hacia mi cabello y la enreda en él. Noto como sus dedos se deslizan alrededor de mi pelo—Mejor te lo demuestro. 

De repente me pone una mano en el pecho y ejerce presión sobre mi cuerpo, de modo que me tumba sobre la madera. El hombre salvaje y apasionado que conozco ha vuelto y ha dejado atrás al hombre suave y dulce. Se abalanza sobre mí al momento. Con sus dos manos agarra mis camisa y tira de ella con mucha precisión. Los botones de mi camisa se rompen bajo sus manos salvajes y saltan por el aire. Queda nada más que mi sujetador. 

—¡Oh, Alex! —suspiro sorprendida. No me lo esperaba. 

Me aparta el sujetador enseguida y hunde sus labios en mis pechos agarrándolos con sus manos, al mismo tiempo que me tiene atrapada encima de la mesa. Deja que su abultado músculo toque mi entrepierna a través del pantalón. En un abrir y cerrar de ojos, le rodeo la cintura con mis piernas y me aprieto contra él.

Alex está devorando mis senos como un animal hambriento, y siento que en este preciso momento me estoy olvidando de absolutamente todo. De mi pasado y de mi presente. Únicamente estamos él y yo. Y los relámpagos y lluvia de fondo. Hasta se me están cayendo una gotas en la cara, ya que la lluvia entra alegremente a través del techo de paja inestable. 

—Aylin, ¡necesito deshacerme de esto ya! —dice en tono grave, al mismo tiempo que agarra mis bragas con sus dedos y me levanta las piernas. Las va deslizando por mis muslos, hasta las pantorrillas y las desecha al banco que hay al lado. 

Su mano alcanza mi sexo mojado y me empieza a acariciar, mientras sigue apretando su lengua húmeda contra mis pezones. Desliza un dedo en mi interior y me empieza a besar el cuello y después su boca sube hasta mis labios, de modo que nos fundimos en otro beso. Su dedo sigue moviéndose en mi interior con violencia y, sin previo aviso, introduce otro de sus gruesos dedos en mi vagina. Noto mucha presión dentro de mí y pego un grito atormentado. No lo puedo evitar ¡Mierda! Estoy que me va a dar algo. 

—¡Así, nena! Grita para mí.

Suspiro por el placer enloquecedor que producen sus dos dedos dentro de mi vulva y entonces aprieto mis uñas en su piel. Los roces continuos de sus dedos contra las paredes de mi vagina hacen que gima de una manera incontrolable. 

—¡Joder! ¡Quiero poseerte ya! —me suelta y noto como se desabrocha rápidamente su correa y, acto seguido, los pantalones de traje. Está ya más que preparado y al instante, aprieta mi hombro con su mano izquierda y hace que mis caderas se peguen más a él. Con su mano derecha, sostiene su miembro y lo desliza dentro de mí de golpe. Su pene me invade de una manera desquiciante, y, a diferencia de lo suave que se ha portad conmigo estos días, hoy está desatado. Entra y sale de mí con violencia y me estoy dando cuenta de que me gusta hacerlo con él de todas las maneras. 

Nuestras caderas chocan y nuestros sexos rozan continuamente. Aprieta más su mano izquierda en mi hombro y aprieta su mano derecha contra mi seno. Agarro el filo de la mesa con las palmas de mi mano e intento sujetarme, ya que sus embestidas son muy continuas y enérgicas. Después de unos minutos, lleva su mano derecha a mi clítoris y empieza a frotarlo con sus dedos, al mismo tiempo que me penetra con fuerza. Mi cuerpo entra en un estado de euforia y empiezo a vibrar. Ya estoy notando las sacudidas en mi interior. 

—Me voy a correr, Alex —le digo ahogada. 

—Todavía no, pequeña —me contesta y se agacha sobre mí. Mientras dice esto, vuelve a penetrar mi boca con su lengua. 

Detiene sus caricias, saca su pene y pasa su mano por detrás de mi cintura. Me levanta de la mesa y atrae mi cuerpo hacia él, sin detener nuestro beso continúo. Cuando logro ponerme de pie me da la vuelta con brusquedad y me tumba bocabajo, en un ángulo de 90º. Noto como aprieta su mano en mi espalda, obligándome a tumbarme. Cundo mis pezones y mi abdomen tocan la madera fría, una corriente eléctrica recorre mi cuerpo.   

—Ahora te voy a follar desde atrás, nena —dice y me da un suave golpe en el trasero con su mano. 

 ¡Dios mío! ¡Qué locura! Noto su piel y abdomen calientes sobre mi trasero.  Giro mi cabeza hacia él y soy capaz de terminar con la tormenta que se libra en mi interior; y eso nada por contemplar su imagen ahora mismo: está pegado a mi trasero y me está mirando con esos ojos turbios, llenos de deseo. 

Miro con atención como sus  facciones se alteran e inclina un poco la cabeza hacia atrás cuando introduce primero la punta de su pene y después el tronco completo dentro de mí. Alex empieza a gemir extasiado y yo aprieto de nuevo mis manos sobre el filo de la mesa. Siento cómo me llena por dentro y estoy disfrutando mucho de sus hondas estocadas. 

Conforme se va moviendo, me empieza a besar la espalda. Después, noto otro golpe suave en mis nalgas. 

—¿Quieres otro? —pregunta con voz atormentada. Seguramente está al final, no podrá aguantar mucho más, al igual que yo. 

—Sí —se escucha mi voz trastornada. 

Y me da otro suave golpe, como si fuera un pellizco. 

—Te voy a poner el culo rojo, nena —lo escucho hablar y acelera sus embestidas, de manera que empotra más mi abdomen en aquella mesa. 

Nuestro tan ansioso y deseado orgasmo no tarde en llegar y gemimos los dos casi al unísono. Ha sido extraordinario, espectacular y maravilloso. Nuestros cuerpos están llenos de sudor. Alex sacude su miembro fuera de mí, pero después de tumba y se queda unos momentos sobre mí, encima de la mesa.

—Me encantaría llenarte de mi leche por dentro. Quiero correrme dentro de tí la próxima vez, Aylin.

Noto su aliento caliente y entrecortado en mi nuca. Finalmente me da un beso y me ayuda a levantarme. Vuelvo mi cara hacia él y nos damos un abrazo, mientras tranquilizo mi respiración.

Sigo pensando en lo que acaba de decir. Quiere terminar dentro la próxima vez.

—¿Y si nos refrescamos un poco? —le propongo sonriente y le señalo la lluvia. 

—¿En pelotas? 

—Sí. ¿Algún problema? 

—No. Todo lo contrario —y hace una mueca—. Lo necesitamos, además te aconsejo que recuperes fuerzas para esta noche —tras decir esto, me guiña el ojo. 

—Me parece a mí que tú también las necesitarás —digo provocadora.  

Enseguida nos ayudamos el uno al otro a quitarnos las prendas restantes y damos un paso fuera del cobertizo, en plena lluvia. 

—Gracias por escucharme —le digo muy feliz, pensando en que por fin le he podido contar mi secreto a alguien. 

—Gracias a ti por ser tan especial. 

Sonreímos y nos quedamos disfrutando de la lluvia y de nuestra última noche en Miami. 














Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top