2. EL PROFESOR WOODS, UN DIOS GRIEGO
Los rayos de la luz cegadora de la mañana penetran a través de la fina tela de las cortinas de un color semioscuro. El murmullo del flujo de estudiantes del campus se oye con nitidez y sería imposible para cualquier mortal seguir en la cama. Esto de despertarse el primer día del curso no es precisamente mi fuerte después de un largo verano, por lo tanto me estiro con pereza y a continuación me pregunto cuánto quedará hasta que el despertador haga acto de presencia.
Extiendo la mano hacia la mesita de noche y veo que quedan solamente cinco minutos hasta la hora fijada. Siempre me pasa lo mismo, despierto antes de que el despertador lo haga, aunque luego no me lleve muy bien con la puntualidad.
Tras aquellas típicas cosas rutinarias de por la mañana, tipo cepillarte los dientes y manchar el lavabo entero, entrar en el servicio al menos dos veces e ir con prisas porque se te están quemando las tostadas, consigo alistarme y saltar encima de Bert, que todavía sigue en la cama. No muy inusual por su parte.
—Berta —La llamo y la fijo con mi vista— ¡Se te van a enfriar las tostadas!
Mi amiga está lascivamente tendida sobre la cama, con la fresca sábana tapándole hasta las orejas e incluso me da la impresión de que está inmersa en un sueño placentero.
—¡Berta! —insisto y me inclino sobre ella—. Es la hora.
Me froto los ojos y tiro de la sábana, odiándola con amor de que a veces me parezca más a su madre que a su amiga y compañera de habitación.
—Uffff... —Se queja— ¡Voy ya!—articula con voz borracha y casi derrumba el despertador que yace en la mesita que se encuentra en medio de nuestras camas.
No me sorprende cuando veo que vuelve a taparse con la dichosa sábana hasta la coronilla.
—Es temprano, unos minutos más... —Suspira.
Pongo los ojos en blanco. Ya empezamos.
—¿Cómo que temprano?¡Te estoy llamando por enésima vez! —regaño a mi amiga enseguida—No creo que quieras empezar el primer día tardando.
Tras soltarle mi discurso de chica responsable y puntual —lo soy más que ella—, me alejo hacia la diminuta cocina, a solo dos pasos. Nuestro apartamento del campus es básicamente una habitación con un rincón que es lo más parecido a una cocina, amplios armarios y un cuarto de baño. Nada espectacular, de hecho, lo más asequible que pudimos reservar.
—Vale, ¡tú ganas! —dice dormida y, tras dignarse en levantarse, se me acerca bostezando.
Roberta se sienta en la silla con cara adormecida y cabello revuelto, mueve su silla para colocarse a mi lado y me mira extrañada desde la cabeza a los pies.
—Dios mío Lyn, ¡estás hasta vestida y todo! —Mueve la cucharilla en su taza de café.
—¿Qué quieres, que espere el fin del mundo para vestirme? —contesto con brusquedad, mientras que le doy un sorbo a mi café con leche fría —. Queda nada más que media hora para que empiecen las clases.
—Pero si tardamos menos de cinco minutos, Lyn... ¡La universidad está enfrente! —Frunce el ceño mientras le da un mordisco a su tostada, previamente preparada por mi.
—¡Dáte prisa, porfis! Todavía te queda vestirte —le recuerdo.
¡Dios mío, dame paciencia!, pienso angustiada.
Me podría dar las gracias, al menos. El carácter de Berta por la mañana hace que me entren unas terribles ganas de patearle ese trasero tan bonito que tiene. Aún así, me muerdo la lengua y permanezco callada por tal de no fastidiarla a primera hora de la mañana. No cabe duda de que necesito conservar mis energías para lo que me venga encima con las nuevas clases, que no es poco.
—¡Vaya! Pues sí que te ves guapa —resalta con amabilidad al cabo de unos minutos—.Me recuerdas a mi sueño de anoche.
Bert ha vuelto ya. Menos mal. Sigue tomando su desayuno, a la vez que analiza mi ajustado vestido negro de manga corta. Hoy visto una prenda cómoda, de cuello redondo y que en realidad, parece más bien una camiseta más larga de lo normal, que un vestido.
—¿Qué sueño? —le sonrio más tranquila.
—Ragazza...
Bert me mira con fijeza mientras reflexiona sobre algo y después me grita entusiasmada.
—Creo que... ¡ya lo tengo!
—¿El qué? —pregunto embobada y le doy otro sorbo a mi taza de café.
—¡El concurso de moda de Vogue! —Posa su mirada en el techo, inmersa en la ensoñación—¡Creo que ya tengo la temática de la ropa!
—¡Ohhh! —aplaudo con suavidad— ¡Qué bien, cariño! Y hablando de ropa... —me mira suspicaz—. ¿Tienes ya la ropa preparada?
—¡Cazzo! — suelta y abre los ojos como platos —No... ¡Y no sé que me voy a poner!
Por mi parte, frunzo la nariz y pongo una mueca cuando oigo su típica expresión italiana, muy familiar, ya que usa esta palabra más que cualquier otra. Y sí, la usa mucho porque la vida de Berta es un desastre.
—¿Mierda?¡No culpes al universo, Bert!—Le advierto entre divertida y enojada, mientras me levanto y coloco mi plato y taza en el fregadero—. ¡Sabías que teníamos clases!
¡Cazzo!, me susurro a mí misma, siendo consciente de que se me están pegando sus cosas. Ahora por su culpa llegaremos tarde el primer día.
—Tranqui mi doña Perfecta. ¡Improviso! —dice con una sonrisa y antes de salir de la cocina, se levanta y me da un beso apretado en la mejilla.
Y sí, Berta aparte de desastre también es adorable de vez en cuando. Solo de vez en cuando.
—¡No tardes! —le indico.
Recojo sus platos también y me dedico a lavarlos, mientras la loca de mi amiga corre a la habitación disparada, procurando estar lista a tiempo. Recojo mi bolso y chaqueta, tras unos minutos cuando la veo salir apresurada del dormitorio. Después, reviso mi sútil maquillaje, pasando mis dedos por mi pelo color bronce, el cual se me resiste esta mañana y cuyos rizos se tornan rebeldes.
—¡Pareces una leona! Me encantaría tener tu melena —puntualiza Bert y, acto seguido, golpea mi trasero juguetona.
Suelto una risita alegre y después salimos de la habitación, pero no antes de mirar el reloj intranquila. Constato con alivio que todavía nos quedan diez minutos y saludo con la mano a unos compañeros a lo lejos, a la vez que saltamos con energía en las escaleras y nos disponemos a cruzar la calle.
Calle Stanford.
—Por cierto, ¡ya me contarás qué te parece el profe Woods! —habla Bert y arrima más su hombro a mí, lanzándome una mirada pícara, muy propia de su locura.
—¡Ohhh, Bert, cuando se te mete algo en la cabeza, no hay quién te frene!
—¿Qué?
Pone cara de inocente.
—¡No seas aburrida! —me molesta y noto que finge una cara encrespada—¡No me digas que no tienes curiosidad, Santa Lyn!
—¡Bert! —intento aparentar seria al mismo tiempo que la arrastro detrás de mí. Sin embargo, mi sutil sonrisa y la manera en la que le aparto a mirada me delata.
—¡Lo sabía! —aplaude desenfrenada, pero al mismo tiempo queda distraida con la imagen de un chico a lo lejos, el cual está aguardando precisamente en la entrada de la Facultad. El chico es alto y resulta atractivo, más que nada porque lleva gafas y parece de los que hincan los codos. Y a mí la inteligencia me resulta atractiva. Noto entretenida que el chico está apretando su carpeta de cuero a su pecho y, cuando alcanza vernos, se baja las gafas sobre la nariz y no le quita la mirada a Bert.
—¡Menudo idiota! —murmua cerca de mi oído y lo señala—. Estuvo detrás de mí todo el verano, y no sé por qué, pero sabía que me esperaría en la puerta.
—¿Aquel chico que te gustaba?
—Ese mismo, pero ya no me gusta.
—¿Y por qué?
—Es un pedante.
—¿Y por qué te liaste con él entonces?—pregunto entretenida.
—Por diversión, ragazza—empieza a masticar su chicle y gira la cabeza, en dirección a los aparcamientos—Tim ya no es mi objetivo, de hecho...
—¿Qué?
Veo que se queda mirando un deportivo de color oscuro, que ha aparcado a unos pasos.
—...mi objetivo es otro—termina la frase embobada.
Su nueva presa... , me susurro por dentro y esbozo una sonrisa al notarla tan absorta. Pero, de repente, siento su punzante codo en mi costilla.
—¡Míralo! —musita en mi oído como si estuviera en un trance—. Está en cuarto en Derecho y le ha puesto los cuernos a su novia un montón de veces—habla en voz bajita—. ¿A qué está para comérselo? No me gustan tanto los morenos, más bien los rubios, pero... —pongo una mueca y voltea la cabeza, persiguiendo su mano, la cual me señala a un atractivo chico, que en este momento rodea el cuello de una tipa—podría servirme para que le vuelva a ponerle los cuernos.
—¡Qué dices Bert! —la miro como loca, el chico parece tener novia.
—¿Qué? —eleva los hombros y habla con pasotismo—. La tipa seguro que me daría las gracias y lo mandaría a tomar viento.
—¡Joder! —le riño y me sale una risita nerviosa cuando veo las agujas del reloj—.Bert.. vamos a llegar tarde.
—¡Ahhh! —tira de mí por el camino pavimentado del campus—. ¡El profesor! Ragazza, te quedan cinco minutos como mucho para preguntarme sobre él, es más, ¡sé que lo estás deseando!
Me ruborizo al instante y no sé por qué. Berta es tan exagerada, que de una cosa normal y corriente como lo es el tener un nuevo profesor, hace una bomba. Y no es la primera vez. Aún así, elijo seguirle el juego porque verdaderamente me está despertando el interés.
—¿Es su primer año aquí? —indago curiosa en un suspiro cuando empezamos a subir las interminables escaleras de la entrada principal de la facultad de negocios de Harvard.
—¿Qué? —pregunta sonriente—. No, lleva aquí cuatro o cinco años, tiene diez libros publicados y terminó su Doctorado en Finanzas y Administración de Empresa como alumno Summa Cum Laude aquí mismo —Señala el suelo con el dedo—¡en Harvard!
Quedo impresionada.
—¡Vaya! —exclamo—.Es el máximo título que un alumno puede conseguir y la verdad es que este hombre tiene pinta de profesional y estricto.
—¡Y mucho! —añade Berta frenética, mientras me agarra el brazo y mueve su largo cabello—. Es más, dicen que es muy serio, todos están acojonados en su clase. Muy serio, muy severo y muy soso.
—Berta, ¿el profesor es mayor? Es que tiene todo el perfil.... —respondo pensativa.
—¡Nooo! —casi pega un chillido y saluda coqueta a un grupo de chicos que hay a lo lejos—. ¿Mayor? Si creo que tiene sobre treinta o treinta y uno. Aunque sí, es mayor que nosotras.
—Bastante —agrego con cara de tonta y vuelvo a mirar el reloj, jadeando. —Ayyyyy Lyn, ojalá los mayores se parecieran a él —cometa Bert suspirando.
Después, se lame los labios, poniendo ojitos, y eso es una clara señal de que irá a por el nuevo profe —aunque no tan nuevo—.No hay individuo del sexo opuesto que se le resista a esta rubia loca.
—¡No empieces el curso ligando! — Le pego suavemente con mi bolso.
—¡Como si pudiera! ¿Sabes lo que significa "inaccesible"? Es decir, ¿"fuera del alcance de los seres humanos"? —Abre los brazos y hace una mueca— ¡Encima casado!
—No me sorprende entonces.
—A mí sí. Sabes igual de bien que yo que aquí hay más de un profe casado hasta las cejas y que luego se la monta con las alumnas.
—¡Entremos ya!
Acabamos de entrar por las puertas amplias de nuestra facultad, con lo cual la interrumpo. A continuación, caminamos deprisa en los pasillos de la planta baja, solo que repentinamente empiezo a sentir molestias en mi estómago, de modo que maldigo en silencio haber cambiado mi desayuno. Sospecho de momento que el café me ha sentado mal, o el paté, ya que hoy me ha dado por sustituir mis tostadas de mantequilla con unas de paté.
¡Mi... ércoles!
—Berta, ahora te alcanzo —comento y presiono la mano en mi vientre— ¡Voy al servicio!
—¿Voy contigo?
Corro y miro para atrás, negando con la cabeza.
—No hace falta, me da tiempo —. Miro el reloj—. Quedan cinco minutos todavía.
Esta asiente con la cabeza.
¡Penoso momento!
Después de terminar con el servicio, me lavo las manos rápidamente y rezo que el señor Woods no haya llegado antes que yo a nuestra sala de clase. ¡Oh dios! Salgo escopeteada del servicio de la planta baja y abro los ojos cuando agarro el horario de mi bolso y me doy cuenta de que la clase donde tendremos Finanzas es la B23. Y la B23 está ni más ni menos que... ¡en la segunda jodida planta!
Pienso que no me va a dar tiempo, a la vez que aprieto el bolso en mi mano y empiezo a subir las escaleras vertiginosamente, tras barrer mi alrededor con la mirada y notar que el ascensor no está disponible.
Empiezo a correr desquiciada hacia la clase como si me estuviera persiguiendo una corrida de toros o como cuando pierdes el autobús y lo intentas alcanzar, aún sabiendo que no servirá de nada. Los tacones de mis sandalias retumban en el suelo del largo pasillo e incluso choco con una o dos personas en mi ajetreada carrera hasta la jodida segunda planta.
¡No podría estar más lejos!
Respiro cadenciosamente y miro a todas partes cuando alcanzo la planta, en un desesperado intento de identificar la dichosa B23 lo antes posible. Curiosamente veo que la puerta está abierta, tras identificarla, y entonces irrumpo en el aula con el corazón en la garganta, esperando que el profesor no haya llegado aún. No obstante, mis esperanzas se disipan en un instante, cuando conforme irrumpo en la sala con la velocidad de la luz, tropiezo fuertemente con alguien que está en la entrada y el cual no había visto.
—¡Ahhh! —me sale un afilado grito por el susto que me acabo de llevar.
Junto mis manos en mi regazo y quedo petrificada.
Un hombre alto, de tez morena, cabello muy oscuro—demasiado oscuro— y el cual muestra facciones duras —demasiado duras—, se da la vuelta más sorprendido que yo. Sus ojos de un negro intenso, tan negro como el carbono, me fijan sin pestañear y observo que enseguida aprieta los labios cuando su mirada se cruza con la mía.
¿Está enojado?
Sí, lo está. Y con razón. Comprendo su enojo cuando observo que sujeta en la mano derecha un vaso de plástico con café, casi vacío. También alcanzo con la vista una mancha apenas perceptible en su pantalón de traje oscuro, e incluso una mancha marrón del mencionado café en el suelo.
¿Acaso le he derramado el café?
Quedo atónita y mis mejillas se encienden.
—¿Se puede saber qué hace? —pregunta verdaderamente furioso cuando nota mi bloqueo y el hecho de que no sea capaz ni siquiera de pestañear.
—Ehhhhh... ¡perdón! —aclaro mi voz y tartamudeo—. Yo... no le he visto. ¡Pero déjeme que lo limpie! —exclamo demasiado avergonzada y, acto seguido, saco un pañuelo blanco de papel de mi bolso y me lanzo literalmente en dirección a su pantalón.
Las rodillas me tiemblan por la conmoción y empiezo a limpiar la mancha de café, en el gran intento de arreglarlo todo y disculparme con el señor Woods.
—Señorita... —oigo su voz.
Es como si no oyera nada a mi alrededor, solamente me inclino vertiginosa y empiezo a frotar la mancha con el pañuelo, mientras hablo sin cesar, como un disco rayado.
—Perdón, de verdad no le he visto —puntualizo y muevo mi mano con rapidez—. Venía con prisa y...
—¡Pare ya! —ordena con rudeza.
¡Ohhhh!
Enderezo mi espalda y lo fijo con mi mirada llena de incertidumbre cuando veo que se aleja de mí con cara desencajada. A continuación, sus labios dibujan una fina línea y sus dedos rozan con sutileza la parte húmeda de su pantalón.
¡Qué vergüenza!, pienso.
Y como si ya fuera poco lo que me está sucediendo, el rubor en mis mejillas se intensifica cuando me doy cuenta de que la mancha está en una zona "peligrosa".
¡Virgen Santa!
Solamente falta hacerme una cruz, en cambio, me llevo una mano a la boca. Respiro acelerada, sin saber dónde meterme y entonces miro en dirección a la clase. Mala idea, ya que todos mis compañeros me están analizando, realmente divertidos, por ende, veo que algunos incluso se están aguantando la risa.
¿Qué he hecho?
—¿Quién es usted? —oigo su voz de nuevo y, cuando redirijo mi vista, observo que aprieta la mandíbula, todavía sin moverse del sitio.
—Soy....soy alumna. Me toca ahora aquí —balbuceo mientras volteo la cabeza e identifico a Bert en la gran sala, sentada más o menos en la mitad del aula.
—¿Y por qué llega usted tarde? —cuestiona y, de un movimiento brusco, tira el vaso a la papelera.
Se gira.
—No ha sido por gusto. Tenía una urgencia y...
Me vuelve a fijar con esa dura mirada, como si de un taladro se tratase.
—¿Puede haber una urgencia mayor que su clase? —replica en tono grave.
—Pues la verdad es que sí...
Froto mis manos inconscientemente y esbozo una sonrisa falsa cuando Berta me hace una señal con la mano cortándose el cuello, e inclusive me la figuro diciendo: "estás acabada", "c'est fini", é finita". ¡Carajo! Estoy tan desquiciada que hasta parece que todos los idiomas se han dado una cita en mi cabeza.
—Entonces espero que la próxima vez sepa usted elegir bien y estar segura de cuales son sus prioridades —responde punzante con ese tono lineal y raudo, a la vez que se toca la perilla, un tanto crecida. Es más, suena descabellado, pero por un momento me imagino el tacto de su corta barba.
¿Será áspera?¿Cómo se sentirá en la piel?
Pestañeo y reflexiono sobre cómo diantres le podría decir que necesitaba ir al servicio. ¿Acaso hay mayor prioridad que eso?
—Por supuesto —asiento con la cabeza dócilmente y agacho la mirada. Ahora mismo estoy rezando de que no me eche de la clase, siendo consciente de que eso supondría un muy mal comienzo de curso.
—Pase —dictamina tras unos tensos momentos—. Y que no vuelva a ocurrir.
Lleva su mano al cuello y me da la impresión de que se arregla la corbata.
—Gracias.
Me muevo deprisa entre las mesas de la amplia sala y me acerco a mi amiga que, menos mal, me ha guardado un sitio a su lado. Esta me mira estupefacta y me señala que me tranquilice.
Queda un solemne silencio en la clase.
—Bueno, ya que estamos todos... —carraspea— Mi nombre es Brian Alexander Woods y seré vuestro mentor en Finanzas este curso... —hace una breve pausa—o vuestra mayor pesadilla.
Analizo con más detenimiento al nuevo —y un tanto cascarrabias—profesor de Finanzas, y reconozco que Berta tenía razón, aunque sea por una vez en su vida. Brian Alexander Woods es una persona con una alta dosis de atractivo, de hecho, como muy pocos hombres que he visto en mi vida. Y aunque aparente tener menos de 30 años, en realidad unas escasas canas se asoman entremezcladas con su cabello del color del alquitrán.
¡Vaya, este hombre lo tiene todo oscuro! Salvo la camisa, la cual es blanca. Y los dientes imagino, aunque no los he visto todavía porque no ha sonreído ni en una sola ocasión.
Barro con la mirada mi alrededor y me percato de que, aparentemente, todo el mundo le tiene una especie de "miedo", juzgando por el silencio y la tensión que se ha adueñado de la clase. Más bien de las féminas, que lo miran todas embobadas y maravilladas, como si el profesor Woods fuera un verdadero dios griego. Es más, apuesto que mientras que escuchamos su rudo y amenazante discurso de cómo hará de nuestra vida un infierno este curso, hay más de unas bragas mojadas.
¡Y no sería para menos!
Suspiro encandilada y pienso que el profesor es realmente imponente. Para mi sorpresa, vuelvo a escanearlo. La chaqueta del traje negro resalta sus brazos robustos y la postura que está teniendo ahora mismo mientras que nos habla con seriedad —se encuentra de brazos cruzados—, podría ser el detonante del orgasmo de cualquier mujer. O chica. O adolescente.
Casi ni respiro y me estoy dando cuenta de que, efectivamente, el profesor Woods tiene ese efecto. Un efecto tan intenso y descabellado que hasta yo me he quedado bloqueada y con la boca abierta, aunque por suerte no tan atontada como las demás.
—¡Ragazza, has sido muy cómica! —musita Bert en mi oído, casi llevándome un susto—. Pero esto te pasará factura, te lo advierto. Woods no deja pasar ni una.
—¿Ah no?
—No, tenlo claro. Todos lo conocen aquí.
Menos yo.
—Pues que me castigue —susurro de vuelta , intentando hacer un chiste y así relajarme.
—¡Chica mala! A mi también me gustaría que me castigue —Bert ahoga una impetuosa risa.
En cambio, yo es como si no la escuchara, ya que mi atención está totalmente centrada en las explicaciones del profesor de Finanzas. Estoy tan descolocada por lo que acaba de ocurrir, que incluso me da cierto morbo imaginarme al profesor con un cinturón en la mano, preparado para castigarme por haber estropeado su impecable traje. O también lo podría hacer con una regla de madera, no me importaría mucho.
¡Pero qué estoy diciendo!, me mortifico.
Me llevo las manos a la frente y me sonrojo enseguida, a la vez que me impongo que estos pensamientos impuros deben desaparecer de mi mente.
—Después de una breve síntesis de lo que trata nuestra asignatura y cómo voy a enfocar los criterios de evaluación este curso, damos paso a una prueba que les tengo preparada para hoy, y en la que tendrán la oportunidad de sorprenderme —explica.
—Profesor, ¿contará nota?
—Sí.
—Pues en general el primer examen no cuenta —continúa hablando un chico de cabello rizado, con porte de rapero y el cual queda parcialmente oculto por una gorra.
—En general —replica y da unos pasos hacia la primera fila—. Aquí estamos en Finanzas y tengo grandes expectativas de ustedes. ¡Y quítese esa gorra o salga usted de la sala! —le advierte amenazante y le señala la puerta.
Doy un involuntario brinco en la silla y arrugo la frente.
¡Pobre chico! Sí, es severo el nuevo profesor,pienso atolondrada, tras ser testigo de la manera tan borde en la que le está hablando a mi compañero.
A continuación, el chico lo mira incrédulo y se quita la gorra con resignación. Claramente se ha quedado atónito, totalmente normal, ya que nadie se esperaba a semejante reacción.
Y todo por una gorra... , pongo los ojos en blanco.
En los siguientes minutos, el señor Woods nos empieza a repartir los exámenes y la tensión en la clase se hace cada vez más palpable.
—Tienen cuarenta minutos para realizar esta prueba.
Todos nos miramos ansiosos, una media de cincuenta alumnos.
—¿Podemos escribir con lápiz, profe? —pregunta una chica que lleva botox hasta en las pestañas.
La típica pregunta tonta, y seguro que la ha hecho solo para llamarle la atención.
—Un no categórico.
—Vale, gracias.
De momento Woods empieza a fruncir el ceño mientras que termina de repartir los exámenes. Tras unos minutos de completo silencio, toma asiento en la mesa del profesor y nos empieza a vigilar, sumergido en sus propios pensamientos. Cuando transcurre media hora de trabajo muy intenso, levanto mi vista y noto que el hombre sigue en su escritorio, sin dejar de mirar la clase fijamente. Lo curioso es que nuestras miradas se cruzan por un breve e incómodo instante, pero él no tiene ningún reparo en sostenerla unos minutos. Me sonrojo una vez más y, de alguna manera, sus ojos sumamente intimidantes me obligan a bajar la vista a mi examen.
«¡Vuelve a la Tierra, Aylin!» me doy aquel toque de atención necesario.
No me suelo dejar impresionar tan rápidamente por un hombre.
Transcurren unos minutos y ni me doy cuenta de cuándo ha pasado el tiempo previsto para la prueba, es más, a la vez estoy contenta de que conozca todas las respuestas del examen. No me sorprende, teniendo en cuenta de que el tema que el profesor ha elegido para su determinante examen, tiene mucho que ver con lo que me apasiona: la inversión en bolsas y los mercados.
Pasa el tiempo sin percatarme de ello, la concentración es mi punto fuerte y es como si todo desapareciera de mi alrededor y quedara solamente yo y aquellas preguntas y números de la hoja. Minutos más tarde apenas queda gente en la sala y, cuando mi amiga Berta me señala que me espera fuera, asiento con la cabeza y miro el reloj. Mientras pienso que quedan menos de cinco minutos y que debo darme prisa, escucho unos pasos en el suelo, y eso me desconcentra.
—La clase ha finalizado —La voz ronca del profesor hace que dé un suave brinco en mi silla.
—Ajammm...
Esbozo una sonrisa, casi sin mirarlo y falta solamente que mi bolígrafo prenda fuego sobre la hoja de papel, debido a la rapidez con la que resuelvo la prueba. Otros dos compañeros le entregan el examen y salen del aula, al mismo tiempo que yo sigo luchando con la última frase de la respuesta.
—¿Usted está acostumbrada a apurarlo todo hasta el último momento?
—Disculpe, ya he terminado —contesto jadeante y suelto el bolígrafo finalmente, aunque a duras penas.
Alzo mi mirada mientras le tiendo el examen, sin dejar de penar que no me ha dado tiempo a revisar la última respuesta.
—Muy bien —ronronea.
Vuelvo a la realidad y se me ocurre de momento que el profesor Woods parece verdaderamente caído del cielo. Desde su postura —yo sentada y él de pie, mirándome con arrogancia —, se ve realmente atractivo, como si fuera un dios. Arqueo una ceja cuando me doy cuenta de que el profe gruñón me analiza con aquellos ojos negros de pestañas infinitas. Acto seguido, se lleva la mano al mentón por un instante, como si estuviera inmerso en una reflexión profunda. Y esos labios...
—¡Señorita!
—¡Sí! —respondo sobresaltada desde mi silla.
—La clase ha terminado, se puede ir —Indica con un gesto—¿O se va a quedar aquí?
—No, para nada.
Aclaro mi garganta y me levanto de la silla avergonzada, a la vez que recojo mi bolso, pensando por dentro que soy una imbécil. ¿Imbecil? No. Imbécil nivel dios. Seguro que el señor Woods se ha dado cuenta de la manera tan insolente en la que le miraba, y claramente, eso no me lo puedo permitir. Soy una chica educada y decente.
—Lo mismo pensaba, que no se quedaría aquí sola —ratifica.
—No, claro que no —añado con una alegría fingida y no sé por qué—. Hoy hace un día genial, no podría quedarme aquí, ¡por supuesto!
Muerto una amplia sonrisa y miro la ventana de reojo. Él no dice nada, y solamente me persigue con aquella mirada penetrante.
Camino acelerada en dirección a la puerta, pero —tan jodidamente espontánea como siempre— enseguida aprieto los párpados y levanto el índice.
—Por cierto... —me giro bruscamente— usted también debería salir fuera para dar un paseo, y así se le seca el pantalón.
Su mirada se oscurece y vuelve a apretar la mandíbula cuando yo hago un intento de guiñarle el ojo.
—Hasta luego, señorita.
—Hasta luego... —Me siento estúpida—. Y perdón de nuevo... por lo del café, ya sabe —Finalizo con mirada suplicante.
¡Joder! Mil veces joder. Lo he empeorado todo, y mi discurso salido de la nada me ha dejado en un peor lugar que el comienzo de la clase. En otras palabras, si hace una hora estaba al borde de un precipicio, al final de la clase de este señor, he conseguido caerme empicada; de hecho yo solita me he tirado.
Procuro controlar mi respiración cuando salgo fuera de la facultad, todavía irritada por la metedura de pata, y me acerco a Berta, que me está esperando sentada en un banco.
—Toma cari, te he comprado un café —Suelta una ruidosa carcajada mientras mis rodillas siguen temblando.
—¡No me hables, Bert! —le sermoneo—. ¿He hecho el ridículo, verdad?
—Un poquito...
Esta me hace una señal con la mano, un tanto crispada. Chasqueo la boca y me desplomo sobre el banco, soltando un profundo suspiro.
—¡Mierda! —maldigo y acepto el vaso de plástico que me entrega—. Además, ¿te puedes creer que le he dicho al profesor que salga fuera para que seque su pantalón?
¡Vaya sinsentido!
—¿Le has dicho eso, de verdad? —La capulla de mi aqmiga empieza a reírse a carcajadas y se lleva las manos a la boca.
—¡No, de mentira! Yo solo...
¡Puñetas!
No puedo continuar con mi innecesaria explicación, ya que al instante vemos salir al señor Woods por la puerta principal de la Facultad de Negocios. Intento girar mi cabeza, evadiendo sus pasos veloces, pero me es imposible no observar las gafas de sol oscuras, seguramente de una gran marca, y aquel maletín profesional que está cargando.
—¡Ohhh, ahí va! —susurra Bert, igual de alcoholizada que yo— ¡Qué hombre!
Seguro que si en este momento se nos ocurriera tocar un cubito de hielo, este se fundiría enseguida al rozar nuestra piel, así estamos de absortas y excitadas.
—¿Será que te va a hacer caso y ha salido a tomar el sol?
—¡Shhh!—digo desquiciada intentando detener la risa muy sonora de Berta.
Permanecemos quietas y ambas lo miramos por el rabillo del ojo cuando pasa por al lado, sin decir nada, mostrando la misma actitud altiva que ha destilado dentro. A continuación, este se dirige a los aparcamientos y se monta en un Land Rover de color negro, de últim gama y completamente nuevo y reluciente. Sin lugar a duda, el negro es el color favorito del nuevo profe. Moreno, ojos negros, gafas de sol oscuras, traje negro, coche oscuro...
—¡Vaya coche!—subraya mi rubia y esta vez hinca ella el codo en mi estómago.
—Seguro que gana bien como catedrático —completo.
—No es solo eso —charlamos en voz baja, sin poder quitarle la vista—. También es miembro de la directiva de aquella agencia financiera, llamada... mmm... —titubea—"American...
—¿¡"American Express Co"?!
Entreabro los labios.
—¡Eso! Es socio mayoritario —afirma—.Dicen que su padre es colombiano y su madre americana. Su padre lo abandonó de pequeño y su madre se casó con un estadounidense, de ahí su apellido. Al parecer, Woods no tenía nada, trabajó y estudió duro para llegar a ser uno de los socios.
—¡No me digas! —exclamo estupefacta y tiro de su camiseta —Dios mio, Berta... soy fan de esa empresa y de "McGringuer". Son unas de las mejores en transacciones financieras, inversión de capital y bolsas.
—Pues entonces ojalá puedas hacer las prácticas ahí, cari.
—Pero con lo difícil que es, ya sabes. Todos querrán esas plazas.
—Y el señor Woods es muy estricto—añade, recalcando lo evidente.
Tiene razón. Me quedo pensando en "American Express Co" y no me puedo creer que él sea uno de los socios. Ojalá algún día pueda trabajar en una gran empresa, además admiro mucho a la gente emprendedora y que ha levantado un imperio de la nada. Y parece que ese es el caso del profesor. Confieso que, aunque me haya hablado de aquella manera tan severa y descortés minutos atrás, en realidad lo estoy empezando a admirar, juzgando por la poca información que tengo de él.
Respiro todavía trastornada por semejante presencia y me limpio las babas de manera imaginaria mientras que me planteo que tendremos muchas cosas que aprender del Profesor Brian Alexander Woods.
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¡Holis! ¿Cómo os imagináis al Profesor Woods? ¿Qué os parece la foto? ❤️🔥🔥🔥 Yo por lo menos me lo imagino así...
Espero que estéis disfrutando 😜
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