15.DIFERENTE
Estoy vomitando en el retrete de nuestra habitación, de vuelta a la residencia. Esto es asqueroso, me entran ganas de morirme, tal resaca estoy teniendo. Conseguí dormir unas pocas horas a la vuelta de la casa de Bram, pero no los suficientes, ya que de repente me encontraba cada vez peor. Lo cierto es que anoche me podía haber ido perfectamente de aquella fiesta, si no hubiese recibido aquella llamada en la que el mandón del profesor Woods me ordenaba que me fuera a la casa. Y como soy así de testaruda, no quise que se saliera con la suya.
Además, no somos nada. Me dice que soy suya, pero no sé con qué derecho. No soy la propiedad de nadie, y honestamente, por más que intento entenderlo, no lo entiendo. Realmente no sé en que puesto estoy dentro de sus conquistas y dentro de las mujeres que tiene en su vida. Que, a decir verdad, ni siquiera sé a qué número asciende esa cantidad de hembras. La primera seguro que no lo soy, no cabe duda. Y pienso en aquella rubia que se dejaba encadenada en un dormitorio de la mansión Sanders anoche. Su mujer.
Necesito esclarecer esto y dejarle claro a él más temprano que tarde lo que pienso. Y que él también me diga claramente en qué mierda de puesto estoy. Y no voy a decir en su corazón, porque me engañaría sola. No soy tan idiota. Me refiero en la cama.
¿Volvió a intentar llamarme anoche? Pues sí. Varias veces. Pero no se lo cogí. Y si hubiese estado en Boston no dudo de que antes de que colgara aquella llamada, ya hubiese estado esperándome en la puerta de la casa de Bram.
¡Joder! Hablando de puertas. Ahora mismo están tocando con fuerza en la puerta de la habitación. Me limpio deprisa la boca con un pañuelo cuidadosamente y me echo un poco de agua en la cara. Salgo corriendo hacia la puerta y le echo un vistazo a Berta que se está revolviendo en su cama. Ha escuchado ella también el ruido. Quiero abrirla enseguida pero... ¿y si es él?
No creo que se atrevería.
Otra vez los golpes. Maldigo y agarro el pomo de la puerta. Al abrir, me encuentro con un hombre elegante, que me pregunta por mi nombre. Le digo que soy yo, con cara de muerto por supuesto, y veo que va cargado con un ramo gigantesco de flores, de hecho son unas rosas de todos los colores. Predominan las rosas azules, y eso es lo que más me llama la atención. Nunca había visto rosas de ese color, y eso porque mi mundo se limita a rosas rojas y blancas.
Aparte del ramo gigantesco que observo que tiene una nota, también me entrega otra caja que parece muy sofisticada. Y también es bastante grande. Abro los ojos y de alguna manera me quedo abstraída, aunque ya sé quien me está enviando todo aquello. Le agradezco al hombre susurrando, a la vez que miro a Berta de nuevo y cierro la puerta con mucho cuidado. Eso me faltaría, que se despertara y descubrirme en la escena del crimen.
—Nena... ¿quién es? —pregunta esta balbuceante, sin levantar su cabeza de la almohada.
—Nadie, se han equivocado ¡Duerme!
—Ayyyyy que malestar tengo... —contesta mientras que bosteza y se estira.
¡No! ¡No! No te levantes , digo en mi mente.
Me meto en el baño con el ramo de flores y el paquete y cierro la puerta rápido.
Vuelvo a mirar las rosas y en realidad son preciosas. No tanto lo que pone en la nota. Cojo la pequeña nota roja que hay entre los pétalos, y abro el diminuto sobre. Leo un "PERDÓN" con letras mayúsculas.
El profesor sí que es de pocas palabras. Enseguida abro también la caja que no parece muy pesada y encuentro lencería. Al final parece que este no bromeaba cuando decía que me iba a comprar ropa interior. En la caja aparecen unas letras doradas que pone Dream Angels . No conozco la marca y seguramente lo que estoy viendo es lencería muy fina y cara, tiene toda la pinta.
Empiezo a sujetar entre mis manos aquella lencería y noto que hay conjuntos de tangas y sujetadores, de seda y encaje, y además son muy insinuante. Deslizo mis dedos sobre un conjunto cuya bragas tienen una abertura precisamente en la parte de la vagina, y que van unidas a unas ligas. Muy sexys, sí... . Y lo raro es que aparte de ese conjunto, la mayoría de la lencería es de color blanco o distintos colores. Y no de color negro, como me lo esperaría. Hay al menos cinco conjuntos, ¿qué le habrá costado? Busco una nota, sin embargo no la encuentro.
Me doy una ducha rápidamente y me pongo mi ropa para ir a correr, a la vez que pienso que tenemos suerte de no tener que ir hoy a clases. Al faltar dos profesores, no tenemos más cursos, ya que entre Contabilidad y Marketing teníamos ocupada toda la mañana. Agradezco al cielo de que me encuentro un poco mejor. Termino de abrocharme los tenis, cojo mis auriculares y guardo la caja de la lencería en mi armario, con mucho cautela. El ramo lo dejo en la mesa de la cocina. Berta lo verá, pero igualmente, decido contarle lo del profesor. Al fin y al cabo, es mi amiga.
Salgo de la habitación y llevo mi móvil en el bolsillo. Lo saco y enseguida veo un mensaje "¿Está bien? Me estoy preocupando". Salgo un poco irritada y un poco resacosa por la puerta principal del edificio de nuestra residencia, y cojo el camino hacia el parque más cercano. Tras unos metros me armo de valor, saco el móvil de mi bolsillo y pulso el botón de llamada. Escucho el tono del teléfono, mientras que camino y a la vez intento controlar mi respiración.
—Señorita Vega.. —contesta en menos de veinte segundos, de hecho—. Estaba preocupado.
Noto que su tono de voz es muy diferente a cómo me habló anoche. Mejor, porque sino, le volvería a colgar el teléfono en su cara. Y hasta le tiraría con algo si lo tuviera delante mía.
—¿Piensa que con un ramo de flores y con ropa interior de lujo va a solucionar algo? ¡No soy su puta! —contesto, sin darle tiempo a decir nada más.
—Por favor no diga eso —contesta él al instante, visiblemente conmovido por mis palabras.
—¿Qué otra cosa podría decir?
—Le quería pedir perdón de alguna manera.
—Lo podía haber hecho ahora mismo, por teléfono, hablando conmigo.
—Perdón entonces. No la quería ofender.
—Lo ha hecho. Quiero que tenga algo muy claro, y eso es que no soy como ninguna otra mujer que ha conocido antes.
—Lo sé. Sé que es diferente.
—Pues que lo sepa. ¡Piense antes de enviarme este tipo de regalos!
De alguna manera, observo que está bastante sorprendido por mi actitud y además está demasiado callado y no me está rebatiendo ninguna de mis afirmaciones.
—Dígame que se encuentra bien.
—Sí, me encuentro bien.
—Me alegro —dice y de fondo escucho tráfico, muchos coches y pitidos en la llamada—. Disculpe por el ruido, es que nuestro coche se ha quedado atascado en el tráfico. Hay como una especie de huelga aquí en Washington.
—Podemos hablar en otro momento.
—No, tranquila. Además, debemos concretar ciertos detalles para mañana. Vendrán a recogerla para llevarla al aeropuerto sobre las 9:00.
—No lo tengo tan claro —digo convencida.
—¿Sigue enfadada?
—Profesor... —continúo—. Por supuesto que estoy enfadada. Su actitud de anoche me echa para atrás.
—Comprendo —afirma y puedo notar que su voz está tocada. No sé por la furia o el arrepentimiento.
—No quiero que me trate como a un objeto.
—No era mi intención—corta mis palabras rápido. —Yo solo... no soporté escuchar que aquel chico tocara su cuerpo —comenta con recelo.
—Yo soy dueña de mi cuerpo —le digo tajante mientras que estoy caminando sobre el asfalto, e incluso agito una mano en el aire. Quiero que mi voz suene determinante.
—Señorita Vega, así es. Tiene usted razón, me equivoqué.
—¿Y cómo sé que no volverá a pasar?
—Le prometo —dice con voz ronca.
—Tengo muchas dudas y necesito que me las aclare. Iré a Miami con usted solamente si está dispuesto a tener una charla honesta. En otras circunstancias, no pisaré ese avión.
—De acuerdo. Tendremos esa charla.
—Muy bien. Le tengo que dejar —me despido y él nada más que me suelta un "hasta mañana".
Guardo el móvil pensativa y apresuro la marcha. He venido para correr no para andar. Y lo que era footing se convierte en una carrera porque mis pasos son cada vez más veloces y necesito soltar de alguna manera el estrés que me está provocando todo este rollo en el que me metí. Las canciones motivacionales de deporte que me descargué de YouTube suenan en mis auriculares y eso me invita a que siga corriendo. Incluso con resaca.
Cuando ya empiezo a frenar y a moverme de manera más lenta, me acuerdo de que tengo que llamar a mi familia. Llevo bastantes días que no he hablado con mis padres.
—Papá, ¿Cómo va todo?
—¡Mi niña! Muy bien, aquí todo bien. Estaba lavando el coche en el jardín. ¿Y tú?
—Bien papá.
—Entonces este fin de semana te vemos, ¿no?
—Me parece que no al final... . Es que tengo muchos proyectos que entregar, y encima en una asignatura debemos presentar un trabajo la próxima semana. Y el compañero con el que me ha tocado no ha podido quedar. Así que tendremos que terminarlo en el finde.
—Bueno, si es así, ¡mucha suerte con el trabajo! Se lo diré a tu madre, que está en la cocina haciendo galletas.
—¿De las que me gustan a mi? ¿De vainilla?
—Sí —dice mi padre con alegría en la voz.
—No te preocupes, a ti te hará también el próximo fin de semana, cuando vengas a la casa.
Nos despedimos y aflojo mis pasos, después de una larga hora de footing. Mi camiseta está empapada, y hoy he quemado muchísimas calorías. Le empiezo a dar tragos profundos al agua de una botella que me acabo de comprar en un quiosco y mientras, analizo en mi mente qué le voy a contar a Berta. Al mismo tiempo, pienso apenada que acabo de mentir a mi padre sobre el fin de semana, jamás me permitirían ver al señor Woods.
Prefiero no pensar más y entro exhausta a la habitación. Encuentro a Berta tumbada, viendo la televisión y con una bolsa inmensa de hielo en la cabeza.
—¡Me voy a morir! —exclama conforme entro por la puerta. Esta intentando llamarme la atención. Conozco sus dramas.
Aun así, me rio con ganas, y hasta se me sale una lagrima por la risa que me está entrando. Es muy graciosa ahí tumbada en la cama, con el pelo revuelto, el rímel manchando sus mejillas y el flequillo mojado por aquella bolsa de cubitos.
—Bert, ¿de verdad te crees lo que estás diciendo?
—Tía, ¿ has ido a correr? —pregunta y sus ojos parecen dos platos... o más bien el culo de dos botellas.
—Sí —contesto mientras que me quito la camiseta empapada.
—¿Acaso eres de Marvel y no lo sabía? ¿Tienes superpoderes?
Sí... , pienso para mi. Tengo superpoderes para aguantar a una mosca cojonera que me ha estado enviando regalos a primera hora de la mañana. De lo contrario, hubiese seguido durmiendo.
—Bert, ¿te hago un té? ¿O te doy una pastilla?
—Creo que no hay nada ahora mismo que me quite el dolor de cabeza. Ni siquiera un buen polvo, que eso ya sabes, te quita todas las penas y dolencias —se queja y hace una mueca.
—Bueno, igualmente no estás a falta. Anoche desapareciste con Bram en al menos dos ocasiones.
—Y tú no te moviste de la pista. Habiendo habitaciones en esa mansión y pudiendo haberte ido con Adam. Pero mira, tienes suerte de que ahora mismo no tengo ganas de discutir y de mandarte a la mierda.
—Y yo no te mando a la mierda porque me das mucha pena, que lo sepas —le contesto, intentando aparentar seria.
Se queja otra vez y vuelve a mover aquella bolsa en su cabeza.
—Creo que se me está helando el cerebro. Encima que tenía pocas neuronas... me estoy quedando sin nada.
—Ja ja ja ja ¡Que cosas dices! —me rio con ímpetu—. Voy a ducharme.
—¡Espera! ¡Espera! —exclama esta de repente y se levanta de la cama en un segundo, apuntando el ramo de rosas de la mesa como si eso fuera un millón de dólares en una bandeja.
—¿No decías que estabas mala, Bert? —pregunto con sospecha y me cruzo de brazos.
—¡Ese ramo no es mío! —grita impactada, mientras que yo pongo una cara divertida. Sabía que reaccionaría así—. ¿Es tuyo? Es tuyo, ¿verdad? —repite.
—Sí, es mío —y miro para abajo avergonzada.
—¡Lyn! ¿Lo has hecho ya? ¡Dime que ya no eres virgen y nos vamos de fiesta ahora mismo! —grita más fuerte que antes y al parecer, se le ha pasado todo el "malestar".
—Berta... —y me rio— soy igual de virgen que hace dos semanas.
—¿Y esoooo? —replica, señalando de nuevo las las rosa multicolores. Estoy muy poco acostumbrada a recibir flores, y a la vista está que la reacción de Berta es prueba de ello.
—Flores —contesto despreocupada y me dirijo hacia la mesa. Me agacho y empiezo a olerlas. Antes estaba demasiado cabreada para hacerlo. Tienen un perfume dulzón que me agrada.
—¡Sé que son flores, ragazza! —y se acerca ella también corriendo detrás —¿Pero de quién coño son?
—Del profesor Woods.
—¿Te está tirando verdad? —me sonríe con sospecha.
—Berta... —empiezo a respirar fuerte. Me cuesta mucho decirle la verdad y empiezo a tartamudear un poco—. No me está tirando, es una señal de agradecimiento por la implicación que tengo en la investigación del libro.
—¡Sí, claro! ¡Y yo soy virgen! —exclama esta con una actitud un poco idiota, pero se lo perdono porque en el fondo tiene razón. Mi amiga es más lista que el hambre.
—Es muy caballeroso. Además te quería decir que lo voy a acompañar a Miami este fin de semana. Volvemos el domingo.
—¿Y sigues diciendo que no te tira Lyn? ¡Vais a dormir juntos dos puñeteras noches!
—Bueno Bert... juntos no. En el mismo hotel, pero habitaciones separadas.
Pienso que primero necesito ver cómo evoluciona mi relación con el profesor, antes de contárselo.
—No seas tonta —contesta.
—Voy a ducharme —le recalco para así evitarla y que no me haga más preguntas incómodas.
—¡Nena! —me llama antes de que se vuelva a tumbar en la cama.
—¿Qué? —pregunto con un pie en el baño y el otro en la habitación, asomada por la puerta.
—¡Fóllatelo bien!
No le contesto nada, solo pongo los ojos en blanco.
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