13. ALGO PARA RECORDAR
Mis pasos acelerados sobre el suelo de cemento se escuchan con ritmo. Sacudo varias veces mi cabello color bronce y en este momento se me pasan millones de cosas por la cabeza. Aprieto mi bolso entre mis manos, y una carpeta con los apuntes.
¿Qué es lo que acaba de suceder?
Mi corazón late con desesperación y no comprendo cómo es posible tener tantos sentimientos encontrados. Por un lado, estoy atormentada con lo que acaba de pasar: Stephanie ha estado a punto de descubrirnos, y por el otro lado ¡me podría ir a la mierda! Casi pierdo la virginidad... y nada menos que en el sitio que yo misma le decía a él que es sagrado, y que es una institución académica: ¡su despacho!
¡Estoy atontada! No sé porque cojones me cuesta tanto ser fiel a mi palabra. Dije que no me parecía bien lo que hacía el profesor, y que además no me parecía bien que consumiera alcohol en la universidad. ¿Y qué hiciste Aylin? ¡Las dos puñeteras cosas! Parece que estoy ya para un manicomio.
Saco mi móvil del bolso mientras que llego a la residencia y entro por la puerta. Tiro mis llaves sobre la mesa enfurecida, y escucho un sonido sonoro cuando el metal roza la madera.
Oye Bert, ¿sigues viva, loca? ¿O me tengo que preparar para el funeral? —escribo frenética en mi móvil, y así intentar distraerme.
Berta es tan cabrona que ni siquiera me ha contestado al mensaje, y sin embargo, hasta le ha dado tiempo a subir un estado en Instagram. Veo en la pantalla que acaba de subir una foto suya en el sofá, cubierta con una manta, abrazada a su gata y con cara de convaleciente.
¡Todavía no! —recibo un mensaje suyo—. Bicho malo nunca muere jajaja —aparecen varios emoticonos en pantalla.
¿Cómo sigues? —le escribo de vuelta.
Pues me has visto ya la cara en el Insta , ¡me doy asco!
Me rio mientras que me quito los zapatos cómodos que llevo y me empiezo a desvestir.
¿Cuándo vuelves? —tecleo otro mensaje.
¡Ni idea! A ver si te dignas de contarme con quién pasaste la noche el sábado, que no sueltas ni una palabra... Y todavía estoy esperando.
No contesto.
Tuviste suerte con que cuando llegaste a la casa, ya me había ido —continúa esta con los mensajes — ¿Lyn? ¿Hola?
¡Mierda! ¿Qué puñetas le digo? No puedo contarle que dormí con el profesor, no sería normal y ya pensaría que nos hemos acostado, por mas que yo se lo niegue. Para Bert sería impensable que durmiera con él en la cama y no haber hecho nada. Al igual que para la esposa de Woods, añade una voz en mi cabeza no sé con qué fin. Para atormentarme más, seguramente.
Es una larga historia, ya te contaré cuando vuelvas
Intento desviar su atención.
¡Que así sea! ¡Y quiero la verdad! —insiste esta.
Sí, Bert —contesto.
Abrazos de oso, santurrona. ¡Ah! Tienes la habitación para ti —añade ella, y me manda un emoticono con fuego y otro que me guiña el ojo.
Me hacen mucha gracia los mensajes de mi ragazza loca. Pensará que voy a montar alguna fiesta en la habitación estos días. Bueno, algún día podría llamar a Rebe y ver una peli.
De repente, la majestuosa canción de "Juego de Tronos" empieza con su melodía imponente. Y queda de maravilla porque un temblor me entra por todo el cuerpo cuando veo claramente quién me llama. Aquellas palabras en la pantalla —"Profesor Woods"— hacen que se me nuble la vista por los nervios.
¡Madre mía, sí que soy gilipollas! Hasta su nombre escrito en un móvil me intimida, ¡de verdad!
¿Qué me va a decir? En realidad nos hemos quedado a mitad, pienso y rasco mi frente nerviosa con la otra mano. Estoy tan nerviosa que sin querer, a la hora de rascarme, dejo suaves rasguños en mi frente.
Y de repente mi corazón se para. ¡Oh no! ¿Y si me va a decir de que quiere vernos para terminar lo que hemos empezado antes?
¡Mejor no le contesto! Tiro rápidamente el móvil en la cama y lo tapo con el cojín "volador". Bueno, en estos momentos más bien "no volador", porque Bert no está y no tengo a nadie a quién apuntar. A pocos segundos, el sonido de mi móvil para.
¡El tono de llamada de nuevo! Estoy a dos metros de la cama, el sitio donde se encuentra el teléfono tapado, y me quedo bloqueada, sin inmutarme. Yo creo que mi reacción es hasta peor que si viera un tsunami acercándose a mí, o si tuviera un suspenso en mi examen. Entonces, cojo deprisa la almohada de la cama de Berta y también la echo por encima del móvil.
Y este sigue sonando. ¿Es que soy idiota? Puedo ponerlo en modo silencioso y me ahorro todo este espectáculo barato que acabo de dar. Visto lo visto, se me ha ido completa e irrecuperablemente la cabeza. Rápidamente "desentierro" el móvil y me acabo de dar cuenta de que ha parado de sonar. Menos mal.
Bueno, mañana después de las clases le escribiré un mensaje y le diré que tengo cosas que hacer, y que si fuera posible, que me mande el trabajo que tenga que hacer como asistente a la casa. Y de esa manera, me liberaré del profesor. Sí, buen plan, pienso contenta después de poner el móvil en silencio y dirigirme a la cocina. En unos momentos me pondré con la tarea de Contabilidad, que hay un montón que hacer.
***
Al cabo de aproximadamente cuarenta minutos de números, me digno en ducharme, puesto que estoy oliendo como perro muerto. Cojo mis braguitas color rojo y ¡upsss!, casi se me olvida. Antes de meterme en la ducha, cojo rápidamente el móvil, que había dejado apartado para así no distraerme mientras hacía la tarea. Lo que veo en pantalla no es para nada normal. Ni terrenal. Ni humano. ¡Tengo veinte llamadas perdidas del señor Woods! Parece ser que lo he dejado bastante caliente y entonces no puedo evitar sonrojarme. Mis mejillas empiezan a quemarme y ¡joder! ¿Qué debería hacer? Se me pasa por la cabeza que mejor lo pienso en la ducha tranquilamente.
Le doy al agua, espero a que salga el chorro de agua caliente —no aguanto el agua si no está muy caliente, vamos todo lo contrario de lo que me ocurre con el café. Me meto debajo del chorro, y... ayyy que sensación, me está relajando muchísimo. Me enjabono con mi gel de ducha de vainilla y coco y pienso que hasta a mí me resulta curioso lo peculiar que soy a veces. A ver si me estoy obsesionando con el coco. Al igual que el profe conmigo —o yo con él— y no sé por qué, pero vuelvo a pensar en Woods. El problema no es que piense en él, sino que cada vez que lo hago mi abdomen responde y siento latigazos.
Cuando cierro el grifo de la ducha, tras aclararme, enseguida escucho a alguien tocar en la puerta. ¿Quién podría ser? Posiblemente sea Rebe, teniendo en cuenta que esta mañana me ha dicho que necesita que le preste un libro interesante que me he estado leyendo. Aparte del de Wall Street. Los golpes son insistentes. Empiezo a darme prisa, y finalmente alcanzo la bata blanca de baño que tengo colgando al lado, y envuelvo mi cuerpo en ella.
—¡Un momento! —grito.
Me arreglo un poco el pelo y abro despreocupada. Y... ¡sorpresa! Ahí está el profesor Woods.
Al instante, le cierro la puerta en toda su cara, como un ver y no ver.
¡Dios mío, estoy en bata, casi no tengo nada por debajo!, pienso y mi cabeza va a mil por hora.
Pero... ¿cerrarle la puerta? Pensará que estoy loca, aunque bueno a él nadie le gana en locura.
La vuelvo a abrir y esbozo un intento de sonrisa. Dejo entrever un poco mis dientes pero luego pienso que soy idiota con esa sonrisa falsa, y vuelvo a mi cara normal mode.
Mientras, él me mira con una ceja levantada —sin sonreír, por supuesto— y observo que tiene un brazo apoyado en el marco de la puerta.
—¡Hola! —consigo decir inquieta, al mismo tiempo que pienso que ni siquiera tengo las zapatillas de casa en mis píes. Estoy descalza.
—Hola —contesta él también. Noto que tiene un paquete en las manos. Uffff y un paquete entre las piernas también... seguro que bien duro.
¿Y por qué mierda pienso esto ahora?, me reprocho en silencio.
—¡Profesor! ¿Qué.. qué hace aquí? —y cruzo las piernas desnudas.
—Venía a traerle su ropa —y señala la bolsa de color blanco que lleva entre sus manos.
—¿Mi ropa?
—Sí. La que mande a la lavandería el sábado —comenta un poco descolocado por mi reacción.
Unos estudiantes de la residencia están pasando por el pasillo, delante de nosotros en este mismo momento, y nos empiezan a mirar con curiosidad.
—¿Puedo entrar? —al parecer, él también se ha dado cuenta y probablemente quiere evitar los posibles cotilleos que saldrán a nuestra costa.
—Yo es que... Mi compañera de piso... —digo titubeando.
—Señorita Vega, su compañera no está —contesta decidido y empieza a abrirse camino a la habitación y de alguna manera hace que me quite de la puerta.
La cierro suavemente, con el corazón a mil.
—¿Y cómo lo sabe? —le pregunto, una vez que está en mi cuarto.
—Tengo mis contactos —contesta y examina la habitación durante unos minutos, mientras que posiciona la bolsa blanca en el sofá y se sienta lascivamente, sin haberle invitado a hacerlo.
Me quedo de pie delante de él y vuelvo a cruzar mis piernas, rezando de que no se me viera nada por debajo de la apretada bata que llevo. Él me mira los pies descalzos y después carraspea.
—¿Por qué no me ha contestado al teléfono?
No sé por qué me extraña tanto su pregunta. Era de esperar que iba a querer saber porque de las veinte llamadas no le he cogido ni una.
—Porque estaba haciendo tarea. Y no he escuchado el móvil —hablo incómoda y me apoyo en el filo de la mesa, que está solo a unos pasos de él.
—¿Me invita a un café? —dice enseguida.
—Vale. ¿Qué café toma? —pregunto mientras que intento averiguar en mi cabeza qué tipo de café tomará el Dios del Olimpo.
—Negro —dice, mientras que se lame los labios.
¡Cómo no! Me tenía que haber dado cuenta.
Nada más que le sonrío y me doy la vuelta, yendo hacía el mueble de cocina. El café negro es muy rápido de hacer, así que no tendré problemas, a la vez espero que no me estén temblando las manos, porque en este preciso momento, él me está analizando detenidamente.
—Y dígame... —empieza a hablar y se levanta, metiendo sus manos en los bolsillos—¿cómo está?
—¿A qué se refiere? —pregunto mientras que vierto el agua hirviendo en la taza.
—A que estábamos a punto de deshacernos de esa virginidad suya... Y que nos han interrumpido —me dice tranquilo, mirándome con aquellos ojos negros y pestañas infinitas.
Mi corazón casi se para y sin querer vierto demasiada agua hirviendo en la taza y algunas que otras gotas salpican en la mano que tengo puesta al lado.
—¡Auchhhhhh! —exclamo con dolor y el café se sale fuera de la taza. Solo se escucha el sonido estridente del cazo, al colocarlo en la encimera.
—¿Se ha quemado? —pregunta deprisa y se lanza hacía mi, posicionando su mano robusta en mi cintura. Y con la otra mano coge mis dedos un poco quemados. Noto como aprieta mi mano y se la lleva a la boca.
¡Dios mío! Estoy notando su aliento caliente sobre mis dedos y noto maravillada como después, aquellos labios carnosos, bien perfilados empiezan a rozarlos.
—Estoy bien —musito despacio, todavía encandilada por el tacto de aquellos labios suaves sobre mi piel. Como es obvio, enseguida se me eriza todo el vello en mi cuerpo y mis pezones (¡los traidores!) responden al instante.
—¿Le sigue doliendo? —susurra y empieza a soplar sobre mis dedos.
¡Madre mía! ¡Qué subidón!
—No.. no —tartamudeo y retiro mi mano con rapidez —Aquí tiene su café. Espero que le guste —continúo y me despego de él, mientras le entrego la taza.
—Gracias —dice, coge la taza y se aleja un poco de mí —. Por cierto, mañana voy a volar a Washington, tengo un viaje de negocios. Estaré fuera hasta el jueves. Y el viernes tengo que ir a Miami, una conferencia en la Universidad, además de una reunión con unos clientes importantes. ¿Le gustaría acompañarme?
Me quedo unos minutos de piedra. ¿A Miami?
—¿Miami? El viernes tengo clases.
—Sí. Debemos irnos por la mañana, por lo tanto pediré permiso a los demás profesores de que falte usted. No habrá problemas. Es por el trabajo.
Sí, por supuesto... y yo soy Ariana Grande, dice mi mente, ya no tan inocente.
—Pero... yo todavía no he aceptado —consigo decir, todavía bloqueada.
¿Y qué narices voy a hacer yo en Miami, con él asolas?
—¿Por qué no va con su esposa? —me escucho preguntar, tan sincera como siempre.
Se vuelve y me fija con la vista, al mismo tiempo que posiciona su taza sobre la mesa.
—¿Quién es mi asistente?
—Yo
Claramente. ¿A dónde quiere llegar?
—Ahí tiene la respuesta —dice seguro—. A no ser que no quiera seguir siéndolo.
—Pues... hablando de eso, no me está enviando muchas tareas. Creo que la editora le dijo que teníamos de plazo hasta enero. No nos va a dar tiempo.
—Sí, señorita Vega. Nos dará tiempo, lo tengo todo calculado. Estamos esperando que nos envíen las encuestas rellenas, y después pondremos en marcha el análisis, como acordamos. Ahora bien, esta semana mientras que no esté, quiero que se vaya leyendo unos estudios y un libro para ir recabando información. Se lo mandaré todo a su correo ahora después. ¿Podrá hacerlo?
—Sí, por supuesto. Y una cosa. Si acepto... ¿iremos a Miami solos? —le pregunto con interés. Mientras pienso que si en Miami volverá a intentar seducirme de nuevo, me será imposible resistirme. Y él lo sabe.
Hace como que sonríe porque veo sus comisuras moviéndose con suavidad, y vuelve a meter sus manos en los bolsillos.
—A no ser que usted se quiera traer a su mascota Don, pues sí señorita... iremos solos. ¿Algún inconveniente?
Me entra la risa.
—Se ha acordado de mi perro.
—Sí, me acuerdo de todo. Por cierto, ¿dónde duerme usted? —mira las dos camas que hay en la habitación con curiosidad. Se acerca a las camas, rodeando el sofá.
Yo le sigo.
—Esta, la que hay al lado de la ventana —digo amable—. Pero... ¿Por qué quiere saberlo? —le interrogo y mi voz sale un poco rota, porque empiezo a sentir de nuevo convulsiones por el cuerpo. Por un momento, se me había olvidado que estoy con el profesor en mi habitación donde hay camas (¡encima dos! y un sofá), es más, también llevo una bata minúscula.
El profesor Woods levanta una ceja, mira la cama, me mira a mí y se me acerca. Acerca su rostro a mi oído y lo escucho inhalar profundamente, mientras que siento su respiración cálida en la parte alta de mi cuello y mi oreja.
—Porque quiero probar algo con usted en su cama. Algo que recordará para siempre, cada noche que irá a dormir.
¡Joder! Madre del amor hermoso, ¿por qué su voz suena siempre tan jodida y puñeteramente sensual?
Doy un paso para atrás enseguida. Me ha atraído a su trampa, ¡de nuevo! Y yo sin ni siquiera darme cuenta.
—¡Profesor Woods! Yo... —exclamo, pero no me da tiempo a alejarme mucho, porque sin dudarlo, este me rodea la cintura con sus brazos fuertes y me levanta, mientras que la bata blanca deja a descubierto mis piernas bien tonificadas por los kilómetros que recorro todas las noches haciendo footing.
Conforme me va levantando, acerca de nuevo su nariz a mi cuello y pelo mojado.
—Su aroma... me vuelve loco. Y es muy hermosa cuando sale de la ducha —me halaga y recorre mi cuerpo con su mirada insinuante.
—¿Qué va a hacer? —pregunto ansiosa, a la vez que él posiciona mi cuerpo sobre la cama de una plaza.
Veo como se quita la chaqueta y no puedo evitar mirarlo con atención. Está excitado, su miembro que está que se sale del pantalón de traje, es la prueba de ello.
—¿Quiere que le diga?
—Sí —contesto, extremadamente excitada.
Coloca una rodilla encima de la cama y se inclina sobre mí en un abrir y cerrar de ojos. Me abre la bata con movimientos delicados, sin quitarme la vista en ningún momento, de hecho, se mueve tan lento que se parece a un felino. Al instante, deja a descubierto mis senos grandes y pezones ya excitados, al igual que todo mi cuerpo. Me pone la mano en el pecho y me invita a tumbarme sobre la cama, al mismo tiempo que acomoda la almohada debajo de mi cabeza y después desliza la yema de sus dedos sobre mis pechos.
Yo solo le miro. Lo único que me queda decente es la parte baja, pero por supuesto, no por mucho tiempo.
—Como quiere saberlo, se lo diré. Primero voy a deshacerme de estas bragas. De hecho, hay que ir a comprar lencería, señorita. Esto estropea su figura. Necesita algo más sexy y estilizado.
¡Qué dice este hombre! ¿Ahora me quiere comprar lencería?. No digo ni "mu", solamente lo escucho y absorbo cada palabra.
Con sus dedos hábiles, me quita las bragas con suavidad y sin pedirme permiso. Observo que me mira fascinado y me estremezco ¿Cómo es posible que la simple imagen de unas bragas rojas deslizándose por unas piernas le provoque tanto placer?
—Después... le besaré todo el cuerpo. Empezaré con sus senos —dice y se agacha un poco para pasar sus manos por mis pechos y noto el tacto cálido de su piel.
Con el solo tacto me estremezco.
—... y seguiré bajando hasta su vagina. Y aunque me muera de ganas de follarla, tendré un poco de paciencia y primero la penetraré con mi lengua —añade, mientras que deja caer su dedo hasta mi pubis.
Me empieza a acariciar con el dedo corazón y empieza a ejercer presión sobre los pliegues de mi vulva. Miro para abajo y me ruborizo enseguida. Tras ejercitarme con aquel dedo tan atrevido, lo introduce bruscamente dentro de mí con tanta fuerza, que gimo de placer y aprieto los muslos. Ha sido inesperado.
—Está usted muy estrecha, y hay que ensancharla —termina hablando, mientras que empieza a retorcer su dedo delicadamente—. ¿Quiere que siga contándole qué más le voy a hacer?
Mi corazón está latiendo desbocado, y estoy básicamente sudando por la excitación y el deseo.
—No... no quiero —afirmo e intento controlar mis sentidos.
Definitivamente, este hombre me tiene cautivada y sé que no hay marcha atrás.
—Me lo imaginaba —contesta con voz grave y acerca su lengua ansiosa a mis pechos mientras que desliza su cuerpo sobre el mío y acelera el movimiento de su dedo corazón en mi interior, con frenesí.
Suelto otro gemido más por la locura que está invadiendo mi cuerpo y la tensión aumenta. Lo necesito desesperadamente.
—Quiero saborear cada parte de usted, señorita Vega —continúa este y no deja de besar, lamer y chupar con ansia mis grandes senos—¿Le gusta?
Dirige su mirada para arriba, hacia mi cara atormentada. Yo le miro también y no sé por qué, me sale fruncir los labios, llena de deseo. Entonces él lleva su mano a mi boca y me los toca suavemente.
—Le aconsejo que no siga frunciendo esos labios. Me estoy controlando y no me gustaría que experimentara hoy lo que significa "no ser un caballero".
¡Dios! Mi sangre recorre mi cuerpo velozmente.
No digo nada, solamente miro el techo y disfruto de su boca. Noto como sus labios bajan de mis senos a mis costillas y abdomen con caricias suaves. El movimiento de su lengua sobre mi abdomen hace que me mueva inquieta, es como una mezcla de cosquillas y placer puro y duro.
—Se está moviendo demasiado... —dice cuando su boca alcanza mi pubis y me empieza a besar las ingles.
Comienza a lamer mi entrepierna y el juego de su lengua sobre mi piel me provoca muchas cosquillas, así que sigo inquieta.
—Me parece que tendré que castigarla —continúa hablando y súbitamente me abre las piernas con mucha fuerza y me las inmoviliza.
Suspiro muy avergonzada, y aunque esté muy excitada y deseosa, también estoy muy sonrojada. Miro para abajo porque no me lo puedo creer todavía.
El profesor básicamente está ahora mismo entre mis piernas, dispuesto a todo....
¡Jo-der!
Suspiro fuerte cuando noto la punta de su lengua lamiendo mi clítoris primero con suavidad, y después con mucho anhelo e impaciencia.
—Me encanta saborearla —dice con voz excitada y empieza a ejercer el doble de fuerza con su lengua, al mismo tiempo que noto la yema de su dedo rozándome—. ¿Quiere que pare?
Está jugando con mi mente. Sabe perfectamente que no quiero que pare, pero le gusta jugar. Es el mejor jugador que he conocido en mi vida. Miro el techo desconcertada, con el corazón latiendo tumultuosamente. De momento, miro para abajo de nuevo, en su dirección, con cara desencajada y mejillas encendidas.
—No me ha contestado...
—No quiero que pare —murmuro atormentada.
—Tampoco pensaba hacerlo —contesta este pícaro.
Sigue deslizando su lengua sobre mi sexo, y hasta noto cómo la introduce en mi interior, tal y como me ha dicho. El movimiento de su lengua en mi vagina me tiene sencillamente fascinada y estoy a punto de desplomarme. Su lengua descarada de adentra más dentro de mí, y a la vez, el profesor masajea mis senos con movimientos bruscos y precisos.
Ahogo unos gritos y mi cuerpo empieza a convulsionar vigorosamente cuando este me invade de nuevo con su dedo corazón y empieza a moverlo vehemente, dibujando círculos dentro de mí. Al mismo tiempo, su lengua juega con mi clítoris, lamiendo y chupando sin cesar. Se está esmerando bastante y escucho también unos escupitajos (en general me parecería asqueroso, pero no en este momento). Y sigue frotando con ímpetu. Mis sentido estallan y no puedo ahogar más mis gemidos. Noto la descarga brutal y alcanzo el clímax.
Ha sido maravillosamente maravilloso. Insuperable.
Miro al profesor Woods satisfecha y su cara es adorable. Tiene las mejillas encendidas y sus ojos centellantes. Aun así, aunque sé que está satisfecho con su triunfo sobre mí, no me está sonriendo. Solo me acaricia el pubis lleno de flujo y después se acerca a mi cara.
—Se lo debía, señorita Vega —comenta y mete el dedo que había introducido dentro de mi vagina, en su boca ¡A cámara lenta! —. En la cena con mis socios la deje con todas las ganas.
Es terrible este hombre. Suspiro emocionada.
—¡Aylin! —escucho una voz desde fuera.
¡Oh no, es Rebe! Iba a venir a por el libro. ¡Mierda!
—¿Rebe?
—Sí, soy yo —dice y toca impaciente en la puerta.
Tanto yo, como el profesor nos miramos mutuamente muy alarmados. Acto seguido, nos levantamos rápidamente y no sé qué hacer. Joder. Le señalo acelerada al profe el armario empotrado que hay en la pared a nuestra izquierda, mientras que él me señala el baño. Pero yo le hago una seña con el dedo de que no, porque Rebe tiene la mala costumbre de usar mi servicio y el de Berta, ya que el suyo casi siempre está atascado. Él no lo comprende muy bien, y aunque esté renegando un poco, al final se mete entre la ropa del armario deprisa. Le empujo dentro, y luego cierro las puertas nerviosa.
Mientras, Rebe está gritando desde fuera desesperada.
—¡Aylin! ¿Qué coño haces?
—¡Estoy en la ducha, espera!
Echo un vistazo para atrás, en dirección al armario y rezo a los Dioses Griegos de que el profesor no se asfixie en nuestro armario, mientras que me sale una risa. El gran, imponente, respetable, guapo e inteligente profesor Woods encerrado en un armario. Nadie se lo creería. Bueno, pienso maliciosa de que él lo ha querido, ha sido su idea visitarme.
—Dime Rebe —abro la puerta y me aguanto la risa.
—Tía, qué hacías? Que me hago pis. Y ¿por qué tienes el pelo tan revuelto?—dice esta enseguida y me mira con cara rara.
¡Oh Dios! Me arreglo el pelo disimuladamente.
—Oye Lyn, hoy me voy a duchar también si no te importa. Que el instalador que vino para arreglar el váter, no sé lo que hizo, pero no sale agua caliente desde entonces. Muy torpe el muchacho, la verdad.
—Entra Rebe, no me importa —le contesto amable y estoy rezando de que se vaya al baño, y no nos descubra. Echo una mirada rápida y disimulada al armario—. Mientras, voy a buscarte el libro —añado.
Rebecca cierra la puerta del cuarto de baño y enseguida escucho el sonido de la ducha. Salgo corriendo hacia el armario, y abro la puerta, conteniendo el aliento. El profesor está ahí, despeinado y con cara divertida, mientras que sobre su cabeza reposa el sujetador de encaje rosa de Berta.
Me rio sonoramente y me tapo la boca enseguida.
—¿Esto es suyo? —pregunta burlón, al mismo tiempo que aparta el sujetador de su cabeza. Empiezo a tirar del profesor hacia fuera.
—No —digo mientras que ahogo la risa— Pues que sepa que acaba de perder credibilidad, señor Woods —comento divertida.
—Imagino, bueno ¿esto podría quedar aquí, por favor? —dice susurrando, en un tono suplicante fingido.
—Según como se comporte —le susurro yo también de vuelta, y me llevo la mano a la boca sonriendo.
Menos mal que Rebe se sigue duchando. Se escucha el agua y lo extraño es que empieza a cantar en la ducha como si estuviera en la opera. No sabía que Rebe tenía voz de soprano.
Suelto una carcajada sin querer, y miro al profesor. Este nada más que sonríe y mira para abajo, un poco descolocado. A él también le ha hecho gracia, aunque se quiera mantener serio. No sé por qué su cabezonería de no reírse nunca.
Nos dirigimos los dos a la puerta deprisa y antes de salir, este me rodea la cintura y me planta un beso apretado en la boca. Un beso que no esperaba.
—Estaré desando que llegue el viernes, señorita Vega —dice medio susurrando, muy serio—. Prepárese. No va a poder sentarse en un tiempo.
Se da la vuelta y se va. Así, tan normal.
Yo me quedo petrificada, y casi me da otro orgasmo. A puntito estoy. Estoy conmocionada y me asomo en mi bata al pasillo. Quiero mirar cómo este se aleja hacia la salida.
Después cierro y me apoyo contra la puerta emocionada. Me estoy derritiendo.
Sonrío feliz.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top