¿tE vAlGo yO?

—¿Alex? —pregunté anonada a pesar de que lo veía en calidad 4k full HD. ¿Era posible que tuviera alucinaciones? ¿Qué me habían echado en el vino?

Alex tenía el culo apoyado en la cama inferior de la litera, las piernas estaban cruzadas a la altura de los tobillos y la parte superior de su espalda descansaba contra la cama superior, que era más estrecha. Estaba torturantemente guapo con una camiseta blanca de nirvana, una bomber negra por encima y unos vaqueros oscuros. Tenía una perilla de pocos días que me encantaba en él. Siempre que no estaba recién afeitado, me daban ganas de pasar mis dedos por su barbilla para notar su tacto.

Sus manos estaban ocupadas con algo y, al bajar la vista, descubrí que se trataba de tabaco y papel de fumar. Estaba liando un porro, tranquilamente, como si el mundo entero no acabara de explotar en millones de colores.

—Lena —saludó, mientras cogía el tabaco mezclado con marihuana y lo echaba en el centro del papel. Me encantaba como pronunciaba mi nombre con un ligero acento brasileño. Sus gestos siempre eran tan lentos, tan confiados, tan atractivos. Y esa bomber negra con un cuello alto que rodeaba su cabeza le daba un aspecto tan de chico. ¿Cómo pude pensar que no me gustaban los hombres? Cuando miraba a Alex no me quedaban dudas de lo mucho que me atraía su masculinidad.

—¿Cómo va la noche? —me preguntó casualmente, alzando la vista de su porro al ver que continuaba parada y enmudecida.

Él no sabía porque estaba allí, ¿verdad? No podía saberlo.

¡Por Dios que no lo sepa!

—¿Qué haces aquí? —le pregunté con cautela. ¿Vería el miedo en mi expresión, como hacen los perros?

—Tus amigas me han invitado —contestó sereno mientras deslizaba su lengua por el papel de fumar.

Oh, su lengua.

Mareada, apoyé mi mano en una cómoda alta y estrecha con cajones que había a mi derecha.

—No sabía que conocías a David —dije, y tuve que sonar tan estúpida como me sentía.

—¿Quién es David? —preguntó él, enrollando un extremo de su cigarro.

Exhalé la bocanada de aire más larga de la historia.

—El primo de Lauren, que organiza la... la fiesta —tenía que dejar de expresarme como si acabara de aprender a hablar.

Alex negó con la cabeza, indicándome que no tenía ni idea de quién se trataba. ¿Entonces qué hacía allí? El no podía ser... por dios, no seas el profesor al que se referían.

—¿Entonces, qué haces aquí?

Alex se humedeció los labios, mientras se colocaba el porro preparado detrás de una oreja.

—Ya te lo he dicho, tus amigas me han invitado —repitió. Parecía molesto—. ¿Estás borracha, Lena?

¿Borracha? Oh, gracias a Dios, sí lo estoy. Si no lo estuviera me hubiese dado tal ataque de nervios, que ni una inyección para caballos hubiera parado.

—No habrán... —musité—¿Qué te han dicho, Alex?

Alex tragó y vi como su nuez bajaba y subía por su morena garganta. Parecía estar de mal humor, pero aun así alzó la cabeza con orgullo y se cogió una muñeca, dejando que sus manos descansaran sobre su regazo.

Oh, su regazo.

—Me lo han dicho todo... tu plan, quiero decir.

—Oh Dios, no —solté y me llevé la mano a la cara. Me tapé los ojos con las manos. Tenía que tratarse de una pesadilla.

Alex se rascó el labio con el pulgar, mirándome entre sus pestañas. Su barbilla aun alzada y su cabeza inclinada hacia un lado.

—¿Quieres que me vaya, Lena?

Le estaba ofendiendo. ¡Estúpida de mí!

—No, Alex —le aseguré, moviendo una mano en su dirección—. No eres tú, es que no quería que nadie en el instituto se enterara. Prefería a alguien de fuera.

—Lena, no voy a decírselo a nadie —me aseguró muy serio—. Puedes confiar en mí.

Asentí.

Sabía que podía confiar en él, pero lo que él no entendía es que era justamente la persona que no quería que descubriera eso sobre mí. Ahora sí que iba a verme como una virgen atrasada que tiene que suplicarles a sus amigas que le encuentren un alma caritativa que la desvirgue.

¡Oh Dios, qué humillación! gemí interiormente.

—¿Lena? —me llamó él con paciencia.

—¿Qué? —Parecía una niña asustada, pero ya daba igual, pues mis amigas se habían encargado de que Alex me viera exactamente así.

—¿Te valgo yo entonces? —inquirió él despacio y con tono suave. Su mano derecha se alzó para agarrarse a la pata de la litera. La chaqueta abriéndose y mostrando un poco más de su camiseta. Qué guapo estaba en cualquier postura. Una pena que después de aquello ya nunca sería mi novio—. Tus amigas creen que cumplo todos los requisitos.

¡Todos los requisitos para ser el padre de mis hijos! No el maldito testigo de mi mayor humillación.

Alex me observaba y yo tenía que dejar de llorar en mi cabeza y responderle algo. ¿Y qué iba a contestar? ¿Qué no? ¿Qué iba a sacar con decirle eso? Ya nunca le gustaría, así que bien podía por lo menos enrollarme con él con la excusa de las lecciones y sacar algo de la experiencia.

¡Oh Dios, enrollarme con él!

Mis piernas temblaron ante la idea.

Pero si le decía que sí, ¿qué iba a ocurrir a continuación? ¿Me besaría? ¿Sabía él que tendría que tocarme y besarme para ello?

Claro que lo sabe, idiota, me dije. Ya empezaba a hablar conmigo misma.

Pero esa idea me afectó cómo ninguna otra. Alex sabía para qué había acudido allí, sabía que era para enrollarse conmigo. Por mucho que hubiera accedido para hacerme un favor el pensamiento de acostarse conmigo había cruzado por su mente y lo había aceptado como algo posible.

Incluso se lo habría imaginado en su mente.

Oh, Dios, voy a desmayarme.

—¿Te encuentras bien? ¿Cuánto has bebido?

Asentí de nuevo.

—Unos tres vasos de vino.

—Eso no es nada —apreció él divertido, y volvió a preguntar—. Entonces, ¿te valgo yo?

Asentí de nuevo. Pasaron unos segundos sin que ninguno de los dos dijera nada.

—¿Lena?

—¿Qué?

—Ven aquí.

Mi corazón era joven y deportista, pero dudé que fuera a soportar más momentos como ese. Caminé lentamente hacia la litera y, de verdad, no sé qué fue lo que movió mis piernas una delante de la otra, porque apenas recordaba como respirar.

Me paré justo delante de él. Así, de cerca, su imagen era mucho más impactante. Olía su maldito perfume mezclado por el diablo y casi notaba el calor de su piel.

—Me gusta tu chaqueta —dije, tontamente y me atreví a levantar la mano para coger la solapa de un lado.

Alex sonrió de forma apenas perceptible.

—Y yo que pensaba quitármela.

—Quítatela, también me gusta tu camiseta—le aseguré seria.

Esta vez se rio y puso una mano en el hueco de mi espalda, casi en mi trasero. La magia que se obraba en mi cuerpo cada vez que me tocaba comenzó a ocurrir en esa zona.

Tiró de mí para estrecharme contra su pecho y su boca salió a mi encuentro.

Nada de lo que jamás me había ocurrido con chicos antes tenía nada que ver con aquello. Era una experiencia completamente nueva.

Los labios de Alex eran calientes y carnosos, se movieron despacio sobre los míos abriéndose y cerrándose con una maestría enloquecedora. Su barba raspaba mi piel como había imaginado, y una oleada de calor descendió desde mis labios por la barbilla y la garganta hasta mi pecho.

Apenas me había besado unos segundos cuando separó su rostro y me miró con el entrecejo fruncido.

—¿Qué... —pero no terminé mi pregunta porque Alex volvió a besarme, y esta vez su lengua cálida y suave tocó mis labios. Yo los abrí aun más de forma inconsciente y entonces nuestras lenguas se encontraron. Algo en el fondo de mi vientre despertó con la intimidad del beso. Incliné la cabeza hacia la derecha para poder acercarme más a él y Alex la inclinó hacia la izquierda, casi como si lo hubiéramos planeado. El calor que desprendía y el sabor tan agradable de él, me estaban volviendo loca. Me deshice. Todo mi cuerpo se calentó afectado por lo agradable de los roces de nuestras bocas. Alex se movía con una sincronización perfecta y a la vez parecía improvisar según se le cantaba la sangre.

Me acordé de lo que había dicho de la chaqueta y tiré de la solapa para quitársela, nos separamos durante un instante mientas se la quitaba, nuestros ojos se encontraron y los suyos brillaban con un tono avellana. Estaban entrecerrados como si estuviera adormilado. Yo también me sentía así.

Quitarle la chaqueta fue la mejor idea de mi vida. La manga corta se apretada a los músculos de su bíceps, así que pasé mi mano por ellos. Estaban más duros de lo que había imaginado y eso me encandiló. Seguí subiendo mis manos torpemente por sus hombros, pues él había vuelto a besarme y no me concentraba bien cuando me besaba así. Alex no había movido la suya del hueco de mi espalda y la otra se había enganchado a mi pelo para acercarme más a su rostro. Me dio igual que él no las moviera, yo necesitaba pasar mi mano por sus hombros, notar los huesos de su clavícula y los músculos bajo su camiseta. Estaba ardiendo, podía notarlo incluso a través de la tela. No podía parar de explorar y deslicé las manos por sus pectorales, dejando que la yema de mi dedo rodara por la protuberancia del músculo.

La mano que tenía enroscada en mi pelo se desplazó para sujetarme la barbilla y mover mi rostro hacia un lado. Alex entonces rozó mi cuello con sus labios. Mis ojos se entrecerraron por las cosquillas que noté por mi piel y me cabeza se inclinó más contra él. Notando mi sumisión, su mano abandonó mi barbilla y me agarró el hombro con fuerza. No me hacía daño, me gustaba la intensidad con la que me sostenía. Mi cuerpo se notaba delicado y pequeño bajo su fuerza y a él parecía gustarle que así fuera.

Sus dientes en mi cuello terminaron por enloquecerme, las mariposas se habían revolucionado por todo mi cuerpo, y ahora notaba un cosquilleo por todas partes, pero que se hacía más intenso en mis pechos y en el centro de mis piernas.

Pareciendo adivinar mi estado, Alex me bajó el hombro de la bomber y después deslizó el tirante de mi camiseta. A falta de soporte la tela de mi top se deslizó un poco para sostenerse solo en mi pezón. Alex recorrió mi clavícula con la punta de sus dedos, deslizándolos hacia abajo por el esternón. Las cosquillas se hicieron más intensas conforme sus dedos llegaron a la costura del escote de mi camiseta y cuando la yema del primer dedo se aventuró por debajo de la tela, un suspiro suave escapó de mis labios.

Alex se detuvo, se separó de mi cuello y me miró a la cara confuso. Su mano separándose de mi piel.

Pohha—volvió a susurrar en su lengua nativa.

Tenía que aprender portugués.

¿Qué había ocurrido? ¿Por qué había parado?

Quitó su otra mano de mi espalda y se la pasó por el pelo inhalando una bocanada de aire.

—Vamos fuera y me fumo esto —dijo, su voz sonó distinta, mientras se cogía el porro de detrás de la oreja. Sujetándome de la muñeca, me movió para apartarme de su camino y levantarse de la cama. Sin más, se dirigió a la puerta y tuve que reaccionar para seguirle.

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