ESCENA 16
OS HE DEJADO UN VIDEO EL ÚLTIMO CHICO QUE SALE ES DAMIEN PANNIER, nuestro Capi.
ESCENA 16
Estaba borracha. Se dio cuenta en el momento que intentó pasar la muñeca por la puerta de su estudio para desbloquearla. Pero su muñeca no se dirigió al lugar al que su cerebro creía haberla enviado sino que lo hizo a unos diez centímetros de distancia, provocando que Ash tirara el jarrón con flores que había en el poyete de la ventana. El maldito jarrón se estrelló contra el suelo causando un enorme estruendo en el apaciguado silencio de la noche.
—Mierda —exclamó, acuclillándose para recoger la maceta que se había partido en el centro.
Antes de que pudiera volver a erguirse, la puerta de su estudio se abrió y un molesto Capi se asomó por el resquicio.
—Lo siento —le dijo, creyendo que lo había despertado. Al oír su voz Capi miró hacia el suelo localizándola por primer vez. Ash se irguió aun con la maceta medio rota entre sus manos.
La expresión de Capi cambió por completo de irritada a estupefacta. Con labios entreabiertos la recorrió de arriba abajo con lentitud antes de exclamar con evidente confusión:
—¿Ash?
Se dio cuenta en ese momento que era la primera vez que Capi la veía arreglada para una fiesta. La primera vez que la veía con el pelo elegantemente liso, con un sensual maquillaje de noche y un traje hecho para resaltar sus curvas con elegancia.
Ash le entregó la maceta al boquiabierto hombre frente a ella, y sin romper contacto visual frotó despacio las palmas de sus manos sobre los pectorales de Capi para limpiarse los restos de tierra en la tela de su camiseta. Quizá fuera atrevido, quizá fuera el alcohol en su sistema, pero se sintió con derecho a hacerlo. Capi se lo merecía por recibirla con una camiseta de tirantes negra, claramente inventada para torturar mujeres. La prenda era tan sensual e indecente que bien la podía haber recibido desnudo.
Después de eso caminó hacia el baño, quitándose los zapatos dificultosamente por el camino. Era consciente de la mirada de Capi sobre ella; pero él no había vuelto a decir una sola palabra.
Se lavó las manos, sonriendo al ver su aspecto en el espejo, imaginándose lo que Capi estaría pensando. Estaba muy guapa esa noche, sensual y sofisticada. Ojalá se sintiera siempre así.
Cuando emergió del baño, Capi había colocado la planta sobre la encimera de la cocina y se lavaba las manos en la pila. Su espalda estaba deliciosamente marcada por la camiseta interior. Aun llevaba los vaqueros puestos y las botas. No lo había despertado como había creído en un principio.
Él giró un poco el rostro sin llegar a mirarla como si estuviera atento a los ruidos que ella hacía por la habitación.
Ash tuvo que ocultar una sonrisa. ¿Acaso la temía?
—¿Es que no tienes preguntas? —comenzó divertida, caminando hacia la cocina. Hacia él. Capi debía de estar muriéndose de curiosidad por saber que habían descubierto durante la cena.
—¿Te ha tocado?
La pregunta la tomó por sorpresa, pero esta fue inmediatamente sustituida por indignación.
—¿Esa es tu primera pregunta? ¿Qué si me ha tocado? ¿Qué eres? ¿mi padre? —Se rio para mostrar lo ridícula que le parecía la actitud de Capi.
Su carcajada pareció molestarlo lo suficiente como para que se diera la vuelta y la mirara. Sus ojos volvieron a escanearla de arriba abajo, pero en lugar de sorpresa ahora parecían resignados.
—Claro que lo ha hecho...mírate.
Apretó los labios molesta y dio otro paso hacia él.
—No, mírame tu—le sugirió—, mírame y dime porque no puedo salir con él y hacer lo que me venga en gana. Tengo diecisiete años, no doce.
Las bonitas pestañas azabache de Capi que tanto amaba se cernieron sobre sus ojos cuando él tuvo la osadía de mirar su escote antes de fijarse en sus labios.
—No aparentas diecisiete esta noche —susurró. Sus hermosos ojos verdes encontraron los suyos y por una vez no estaban llenos de prejuicio, ni de enfado, ni siquiera de la familiar tristeza con la que solía mirarla; estaban cargados de puro deseo. Un deseo que la golpeó con fuerza, arrancándole todo la indignación y dejando solo un revuelo que brotaba en su pecho hasta cosquillearle la piel.
Ash dio otro paso hacia él, y a pesar de que estaba contra la encimera de la cocina, no parecía un hombre acorralado. Parecía un hombre cansado de luchar, cansado de hacer lo correcto; y con muchas ganas de rendirse ante la tentación.
La maldita orgía de perfección estética, con piel dorada, suave pelo negro, barbaba de unos días, facciones que parecían talladas por el mismo Michelangelo y labios abiertos e inclinados hacia los suyos casi la convenció.
Casi.
—¿Y tú de dónde vienes a estas horas? ¿Ya te has buscado una camarera progresista para que te entretenga en Los Álamos?—musitó, fingiendo que se había acercado tanto a él para continuar con la conversación.
Con esas palabras rompió cualquiera que fuera el hechizo que había llevado a Capi estar dispuesto a besarla. Lo notó al ver como el erguía la cabeza disimuladamente, como si nunca la hubiera inclinado para dejar que Ash lo alcanzara.
La respiración de Ash se había agitado, y para disimularlo no esperó a que le respondiera. Caminó hacia la cama y se sacó el vestido por la cabeza, tirándolo sobre la silla que descansaba bajo la ventana. Le daba igual tener público durante su striptease; Capi iba a tener que acostumbrarse a verla en ropa interior ahora que vivían juntos.
Se puso una camiseta holgada y larga antes de sacarse el sujetador por la manga.
Los progresistas tenían millones de objetos con millones de utilidades, y Ash había encontrado un limpiador facial automático en el baño. Funcionaba con una rápida luz que de alguna forma lograba eliminar en dos segundos maquillaje, impurezas, gérmenes y células muertas. Intentó no pensar en cuanta energía gastaría mientras se sentaba en la cama para apuntarse a la cara con el objeto. Al terminar, sintió una frescura en la piel digna de ser alabada. La pereza progresista era algo a lo que uno podía acostumbrarse con rapidez.
—Venía de seguiros, por supuesto —le respondió Capi aun apoyado contra la encimera de la cocina—. No iba a permitir que os internarais en el bosque con el enemigo sin refuerzos. Para eso estoy aquí.
Ash intentó ocultar su sorpresa, pues no tenía ni idea de que Capi los había seguido.
—¿De veras? Y yo que pensaba que era para evitar que practiquemos sexo.
Intentó no reírse de su propia broma, pues eso le hubiera quitado el efecto de indiferencia con el que estaba actuando.
Capi no respondió a su burla, pero como recompensa lo oyó desabrocharse y sacarse los pantalones y a por juzgar por el sonido de la tela vaquera, lo hizo con una brusquedad enfadada.
Sin poder refrenar la curiosidad por más tiempo, Ash le echó un rápido vistazo, a tiempo para verlo colocar los cojines del pequeño sofá en forma de cama. Se había quitado también la camiseta.
Respiró hondo intentando ignorar el impacto visual que eso suponía. Ella también tendría que acostumbrarse a las vistas.
—Oh vamos —exclamó apoyada en sus codos —. Odio cuando en las películas una pseudopareja tiene una enorme cama que compartir y uno de ellos se acuesta en el suelo. Es totalmente ridículo. Seamos adultos, ¿quieres?
Capi oteó la cama por encima de su hombro y volvió a mirar el diminuto sofá que era más estrecho que su propia espalda.
Ash se recostó sobre su costado, dándole la espalda, para demostrarle que no le importaba que decisión fuera a tomar; pero sonrió al notar que el colchón se hundía bajo el inequivocable peso del soldado.
Para ser sinceros, la cama tenía poco de enorme, por lo que Capi tuvo que ser muy concienzudo para no rozarla. El muy idiota había estado dispuesto a besarla hacía dos minutos pero ahora no se atrevía ni a respirar fuerte para que su hombro no rozara la espalda de ella.
—¿Le has visto?—le preguntó, una vez él se había acomodado a su espalda. No quería que se creyera que estaba pensando en él, en su cuerpo semidesnudo tendido junto a ella.
—¿A quién?
—Al hijo del presidente, ¿quién sino? —lo azuzó Ash—. Es guapo ¿no crees?
—No lo sé, no he podido ver más allá de la camisa que llevaba. Podría pagar el sustento de una familia durante cuatro meses con lo que le habrá costado el traje.
Ash ahogó una carcajada.
—A tu hermana le gusta —lo informó. Ahora que había visto el encanto de Etién, entendía mejor porque Driamma lo había convertido en el hombre de sus sueños. Sino estuviera tan envenenada con Capi, a ella también le interesaría Etién. La idea de gustarle un chico que por fin estaba dispuesto a llevarla en una cita y mostrar su interés abiertamente la llenó de paz. Pero ese chico no podía ser Etién, primero porque su forma de mirar a Driamma le había cortado la respiración, y segundo porque...porque no era Capi, ¡maldito fuera!
Capi soltó un bufido burlón.
—A mi hermana no le gustan los esnobs estirados como ese.
Ash abrió la boca para decirle que se equivocaba, y que además el sentimiento era mutuo, pero aun quería usar a Etién para darle celos. Aun estaba dolida por lo de la camarera guapa. De no ser por ella, quizá ahora estarían en una postura muy distinta.
"No pienses en eso", se dijo cerrando los ojos. Por suerte, en cuanto lo hizo el vino la transportó al sueño que tanto se merecía. Por eso cuando escuchó que Capi comenzaba a hacer las preguntas correctas para su misión en Los Álamos, le fue fácil ignorarlo y dejarse llevar por somnolencia.
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