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Capítulo 4: Miércoles
Al día siguiente me costó horrores levantarme. Aún no estaba acostumbrada a madrugar y el despertador me sonaba como la banda sonora del infierno.
De alguna forma sobreviví a las tres primeras clases sin quedarme dormida, pero al llegar a la cafetería para el almuerzo, me di cuenta de que no estaba tan despierta como creía pues me había dejado el móvil en clase. Corrí por los pasillos a toda prisa, rezando por llegar antes que algún oportunista con dedos largos. Por suerte el profesor de geografía aún estaba en el aula y lo había confiscado.
—¿Dónde tienes la cabeza? —Me lo devolvió con una sonrisa.
Sabía perfectamente donde tenía la cabeza y empezaba a preocuparme. Mis sentimientos estaban creciendo a la par que mi obsesión. Había visto a mis amigas ponerse así por chicos montones de veces, pero en dieciocho años, a mí nunca me había pasado.
Nada más entrar por la puerta de la cafetería le busqué con la mirada, pero no le divisé en un primer escaneo. No quise mirar de nuevo para que no se notara que buscaba a alguien. Me dirigí a la mesa donde había dejado a las chicas, sin poder evitar echar un último vistazo a la fila del bufete. Mis manos tocaron distraídas el respaldo de mi silla, pero en lugar de madera, me topé con carne. Aparté la mirada del bufete para comprobar que le ocurría a mi silla y descubrí que el brazo apoyado en el respaldo pertenecía a Alex.
Di un pequeño salto sobre mí misma. Lo último que esperaba es que estuviera sentado con ellas, por eso no me había molestado en mirar mi propia mesa. Alex nunca nos honraba con su presencia dos días seguidos.
Aparté mis manos de su brazo como si me hubiera quemado y entonces él liberó mi silla. Tenía que dejar de hacer eso, tenía que dejar de tocarle los brazos.
—No nos has dicho que te encontraste con Alex ayer, Lena —me recriminó Alisa, mientras yo intentaba recordar cómo sentarme. Era algo que llevaba toda la vida haciendo, pero de pronto no me parecía tan fácil.
Alex me observaba al igual que las chicas y deseé que no lo hicieran, y me dieran un momento para reponerme.
—Además se fue sin despedirse —me acusó con tono suave.
Le eché un vistazo, pero me sentía incapaz de bromear con él como de costumbre. Mi corazón aún latía desbocado.
—Estabas ocupado —dije, y me arrepentí de inmediato. ¿Había sonado a reproche? Esperaba que no.
—Menos mal que pillamos al ladrón infraganti —comentó. Por lo visto les había contado la historia antes de que yo llegara—. Ten cuidado con tus cosas cuando quedes con Saúl.
Eso sí que no había sonado a reproche, noté decepcionada. Si Alex iba a dedicarse a darle patadas a mi corazón prefería evitarle, pero siempre era él el que venía a mí. Aunque el curso anterior había ocurrido con cuentagotas, por lo visto Cupido me tenía en su mirilla de gente a la que torturar para su deleite personal.
Alisa y Lauren comenzaron a quejarse de la profesora de filosofía. Tenía fama de intransigente y nos lo iba a poner difícil justo en nuestro último año, cuando necesitábamos una buena media para entrar en la universidad.
—¿Dónde está tu amigo y sus calzoncillos nuevos? —le pregunté en voz baja.
Alex no me contestó inmediatamente. Le eché un vistazo de reojo y lo descubrí mirando la pantalla de su móvil.
Bajé los ojos a mi sándwich, al darme cuenta de que no me estaba prestando atención.
—¿Qué diría tu novio si supiera de tu interés por los calzoncillos de Toni? —Le oí decir, cuando ya creía que no iba a responderme.
Fruncí el ceño hasta entender que se refería a Saúl. No quería recalcar mi imagen de santurrona pero tampoco podía dejar que pensara que Saúl era mi novio cuando no era así.
—No dice mucho...ya sabes, siendo invisible y eso.
Dejó el móvil sobre la mesa y me dedicó una mirada de soslayo que me sacó los colores. Respire profundamente. Cálmate Lena, o se te va a empezar a notar.
Pero no lo podía evitar. Sus ojos eran tan bonitos, su perfume tan seductor... me sentía borracha cerca de él.
—Me alegro de que no salgas con él, ¿sabes? —Confesó con una pequeña sonrisa. Nuestros rostros estaban más cerca de lo que recordaba haber estado jamás—. Le estaba tirando los trastos a Sarah.
No parecía enfado por ello.
—¿Estás celoso?
Apoyó el antebrazo en su propio respaldo en un gesto casual.
—No tendría porque, eres una mujer libre —susurró, moviendo la mano como un gánster en una negociación. Llevaba un anillo de plata en el dedo medio y una pulsera de cuero apretada en su muñeca.
Me quedé paralizada unos segundos.
—Me refería a celoso de Sarah —dije, al fin. ¿Acaso no era obvio?
Alex sonrió incómodo y se pasó la mano por la cara.
—He dormido poco, no me funcionan las neuronas —dijo a modo de disculpa. Si no fuera imposible, juraría que estaba un poco avergonzado. Pero él nunca se avergonzaba.
Un grupo de chicas pasó por nosotros y nos miró con interés y cierta envidia. Solía ocurrir cuando estábamos con él, y me hacía sentir especial por un instante efímero.
—Cuando quieras probamos lo de la hipnosis —me soltó de pronto, mirándome directamente a los ojos. La sangre se me agolpó en la cara y pude sentir físicamente como me ardían las mejillas. Mis piernas se movieron inquietas bajo la mesa. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Por qué mi cuerpo de pronto reaccionaba así?
—Sí...cuando quieras...o cuando tengas un partido...o...—Dios, de verdad, estaba tartamudeando así delante de él. ¡Qué cojones te pasa Lena!
Alguien al otro lado de la cafetería gritó su nombre. Bendije el alma caritativa que me había sacado de aquel momento tan incómodo.
Ante la insistencia del chico que lo llamaba, Alex se levantó y fue hacia él, no sin antes dedicarnos una corta despedida.
Cerré los ojos aliviada y respiré profundamente. La imagen de sus ojos fijos en mí mientras me invitaba a hipnotizarlo evolucionó en una fantasía donde los dos estábamos en la cama de mi habitación haciendo justo eso. Solo que en mi fantasía pronto pasábamos a otra cosa. Noté cosquillas intensas en el estómago.
—Te quemaste ayer, estás rojísima —me dijo Lauren, contemplando mi rostro—. Ten cuidado con el sol o te saldrán manchas y arrugas prematuras.
Me incliné sobre la mesa para poder bajar el tono de voz.
—¿Recordáis lo que os comenté el lunes en Pan+cake?
Ambas asintieron y me miraron con toda su atención.
—El caso es que... me gusta alguien.
—Alex —dijo Alisa con naturalidad.
Abrí los ojos de par en par. Imaginarlas comportándose de forma sospechosa cada vez que se me acercara Alex me llenó de pánico.
—No, no es él —contradije.
—¿Estás segura? Noto mucha tensión sexual entre vosotros.
Negué con la cabeza.
—No es nadie de Aberdeen School —mentí y por suerte actuaba bien.
—¿Entonces quién?
—Realmente eso no importa.
—Oh vamos, Lena —protestó Lauren—. Nos sueles tener crushes, ¿Quién es el superhombre?
Alcé ambas manos en el aire para sosegarlas.
—No voy a deciros su nombre.
Lauren me miró indignada.
—¿Cómo vamos a conseguírtelo si no sabemos de quién se trata?
Sonreí con la cabeza ladeada. Sabía perfectamente cómo iban a reaccionar.
—De eso se trata: no quiero que intervengáis. No sois la personificación de la discreción precisamente. No puedo deciros su nombre hasta que no haya realizado mis movimientos.
—¿Movimientos? Lena, esto no es ajedrez. Además, así no es divertido. Me muero de curiosidad —se quejó Lauren como una niña enfurruñada.
—Tranquila, ahora viene la parte que te gusta —le aseguré con una sonrisa alentadora—. Ese chico me gusta mucho y lo último que quiero es que sepa que soy... —me detuve preocupada con ser escuchada—, nueva en la "inversión financiera". Por esa razón necesito que vosotras dos me consigáis a un buen profesor con el que practicar un poco antes de lanzarme a por mí mi cartera de valores soñada.
La reacción de las chicas fue la esperada. Ambas se quedaron paralizadas y boquiabiertas. Segundos más tarde transformaron sus expresiones, Lauren a un ceño fruncido y Alisa en una mueca de duda.
—Lena, deberías perder tu virgini...—comenzó Lauren, pero se detuvo y soltó un quejido cuando le di una patada por debajo de la mesa para recordarle que hablara en clave. Se apresuró en corregirse—. Tu virginidad en los mercados bursátiles con un... bróker por el que sientas afecto y al que puedas confiar tus... dividendos. Hacerlo con otro para que te prepare el camino no es...
—Lo correcto —terminó Alisa, pareciendo sentirse casi culpable por estar de acuerdo con Lauren—. Si el hombre misterioso es un hombre de verdad no le importará tu falta de experiencia.
Suspiré y sacudí la cabeza.
—Quizá a él no le importe, pero a mí sí. Quiero sentirme segura, quiero sentir que tengo una mínima idea de lo que estoy haciendo. Necesito lecciones antes de lanzarme a... a Wall Street.
Eso pareció convencer a Alisa al menos.
—De acuerdo, ¿cuál es el Dow Jones? —preguntó, ganándose una mirada perpleja por parte de ambas. Puso los ojos en blanco antes de proseguir—. No tenéis ni idea de inversión. ¿Quería decir qué cuál es el plan?
—Bueno, había pensado en que me encontréis a alguien de confianza para asegurarnos de que no va a revelar mi secreto por nada del mundo. Por supuesto, él debe saberlo todo, así me sentiré más a gusto con las lecciones y libre de presiones. Además evitará complicaciones de sentimientos y celos. Y si puede ser que sea atractivo.
—Supongo que será más rápido encontrar a alguien si está al corriente de todo —razonó Lauren—. Déjame pensar en el candidato perfecto.
Asentí, sintiéndome mucho más tranquila ahora que lo había soltado y que tenía un plan en mente.
—Confío en ti —le aseguré. Conocía a Lauren y sabía que acabaría eligiendo a su primo David, ya que cumplía todos los requisitos: estaba bueno, era de confianza y además ni siquiera iba al mismo instituto que nosotras. Era perfecto, pero no quería sugerirlo yo misma para que David no se pensara que me gustaba, ni nada por el estilo. La cabecita de Lauren solo necesitaba un poco de reflexión para llegar a esa conclusión.
El plan hacia una nueva y mejorada versión de mi misma estaba en marcha.
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