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CAPÍTULO 3: Martes por la tarde

El sol calentaba mi piel aún húmeda de la piscina, mientras que mi rostro se encontraba bajo la sombra de las hojas del árbol más cercano. Suspiré disfrutando de mi momento zen. Incluso los pájaros cantaban perezosos, acompañando mi estado de ánimo.

Mi momento zen no duró mucho. Solté un grito cuando gotas de agua heladas cayeron desperdigadas por varias partes de mi cuerpo. Abrí los ojos a la vez que escuchaba la risotada maligna de Saúl, quien acababa de salir de la piscina y se había puesto encima para mojarme. Por si fuera poco, me ocultó del sol y la brisa de la tarde me recordó que ya estábamos en otoño.

—Idiota —bramé y le propiné una patada sin levantarme. Me apoyé en los antebrazos para verlo reír, mientras se dejaba caer en la toalla extendida junto a la mía.

—Acabas de arruinar mi paz —le recriminé, pero él ni siquiera se molestó en mirarme. Con los ojos cerrados para protegerlos del sol buscó a tientas la bolsa de patatas que descansaba entre nuestras toallas. Sonriente, la cogí y la lancé lejos de su alcance. Se me borró la sonrisa al escuchar una queja a mi espalda.

Me di la vuelta y descubrí a una chica con un bikini negro y una falda vaquera parada con las manos en alto y mirando la bolsa y las patatas desperdigada por el suelo. Los trozos formaban una montañita sobre sus pies.

—Lo siento —solté. Me di cuenta en ese momento de que no estaba sola sino que Alex estaba parado a su lado. Llevaba un bañador masculino azul oscuro que le llegaba a mitad del muslo.

Deja de mirar sus muslos.

—Lena, ¿Qué tal?

Me incorporé para quedarme sentada.

—Alex —lo saludé descolocada. Nunca antes me lo había encontrado en esa piscina. Pertenecía a un bloque de pisos privado y yo solo podía entrar porque conocía a Saúl, que vivía ahí.

Por lo visto él también tenía contactos, me di cuenta, observando con disimulo a la chica que lo acompañaba.

—Perdón, no os había visto —me disculpé, señalando la bolsa.

La chica se agachó para recogerlas y me las acercó.

—No pasa nada, yo a menudo lanzo la comida basura lejos de mi alcance para evitar tentaciones.

Mierda, ¿tienes que ser simpática? Me sería más fácil odiarte si no lo fueras.

—¿Vives aquí? —me preguntó Alex.

—No, Saúl me invitó —respondí, señalándole con el pulgar.

Alex asintió levemente y le echó una mirada curiosa al susodicho. Sin duda, no se había perdido la escena de él mojándome y debía estar pensando que estábamos liados.

—Se os va a calentar la cerveza —dijo Saúl, observando las latas que llevaban ambos en las manos. Se sentó con las piernas cruzadas dejando parte de su toalla disponible—. Sentaos.

Alex no se lo pensó dos veces y se sentó sobre el césped, dejando que la chica tomara el trozo de toalla.

Mi amigo la ojeó con interés.

Mierda, eso significaba que era atractiva. No estaba segura, pues era muy particular en mis gustos en mujeres. Mila Kunis estaba en el número uno de mi hipotética lista de "Famosos de tu mismo sexo con los que te enrollarías".

—Yo soy Sarah —se presentó.

—Lena y Saul—respondí yo a sabiendas de que daba aún más la impresión de unión entre nosotros. Muajajajaja. Una putada para Saul, pero muy conveniente para mí. Tenía la sensación de que Alex me miraba y me veía como la virgen inexperta que era. Y eso no me gustaba.

Alex tenía los pies apoyados en el suelo y las rodillas dobladas, con los antebrazos descansando sobre estas. Su torso estaba curvado hacia delante, marcando los músculos sobre sus costillas. A pesar de jugar al fútbol con él, era la primera vez que lo veía sin camiseta, y me estaba costando mucho despegar mis ojos de tanta magnificencia.

—¿Vives en el bloque 4? —le preguntó Saúl a Sarah.

—Sí, yo también te he visto por aquí —reconoció ella con una sonrisa.

—Tú no vas a Aberdeen, ¿verdad? —inquirió Alex. Me pregunté si estaba celoso porque Saúl y su noviecita fueran vecinos. Si lo estaba no daba señales de ello—. No te he visto por allí.

—No, voy a una escuela concertada, que está a media hora de aquí.

Alex asintió.

—¿Y de qué os conocéis? —fue su siguiente pregunta.

Me mordí el labio. Prefería que mi relación con Saúl continuara siendo un misterio. Los misterios son atractivos.

—Un amigo mío sale con una amiga suya —se limitó a decir este con tono casual.

Gracias, querido Saúl ¿Por qué no me apartas con un palo?

Pero no podía enfadarme con él, pues no sabía que me gustaba Alex y su forma impersonal de referirse a mí era entendible, teniendo en cuenta que ya parecía haberle echado el ojo a Sarah en otras ocasiones.

—Alisa —concreté, mirándolo de soslayo. Me sentía tímida al verlo fuera de la escuela—. Su novio, Roger, es amigo de Saúl.

Alex asintió y le dio un sorbo a su cerveza. Quise preguntarle de qué conocía a Sarah, pero no quería mostrar demasiado interés.

Sarah tampoco iba a Aberdeen Public School y al parecer conocía a Alex de una fiesta. Sin duda estaban liados, pero no parecían extremadamente cariñosos.

Alex me pilló mirándole los pectorales, pero en lugar de dedicarme una sonrisa maliciosa, como hubiera hecho cualquiera, me ofreció un trago de su cerveza y yo la acepté.

—Ciencias del bosque —exclamó Saúl con diversión—. ¿Qué clase de estudios son esos?

Al parecer me había perdido parte de la conversación. Algún dato sobre la maravillosa Sarah. Oh, vamos, no era justo que hubiera pensado eso con sarcasmo, la chica era un encanto y su único pecado era provocar la envidia con su buen gusto en hombres y su capacidad de conseguirlos.

—Eres más rara que Lena —se burló Saúl—. Ella quiere ser hipnotizadora.

Alex, que había levantado la lata para dar otro sorbo, la detuvo y me miró con el ceño fruncido y una sonrisa confusa.

—No es como suena —me defendí, fulminando a Saúl con la mirada.

Alex dejó la lata sobre el césped y me dedicó toda su atención.

—¿Vas a hipnotizar a la gente en shows de televisión para que piensen que son patos?

Negué con la cabeza.

—Quiero estudiar psicología deportiva y especializarme en hipnosis clínica para deportistas. Jugadores de fútbol concretamente.

Los tres me contemplaron en silencio.

—¿Cómo sacudir un péndulo delante de los futbolistas para que marquen gol? —preguntó Sarah tras un momento.

Traté de no poner los ojos en blanco. La hipnosis clínica era aún algo muy desconocido, así que estaba acostumbrada a las bromas. La mayoría de la gente no tenía un concepto real de la hipnosis y pensaban que se trataba de un juego. Culpa de la televisión.

—Eso no es hipnosis, es charlatanería. La hipnosis es una técnica psicológica muy poderosa para modificar el inconsciente. Steve Jobs lo usaba, Mike Tyson lo usaba, y estoy segura de que Cristiano Ronaldo también. Alguna vez ha dicho que cuida de su cerebro, como cuida de su cuerpo.

Alex me contemplaba entre incrédulo y curioso.

—Ahh, todo esto es una excusa para cobrar por susurrarle al oído a Cristiano Ronaldo. — Sarah me guiñó un ojo, creyéndose perspicaz.

Tuve que hacer gala de una inmensa paciencia. La gente siempre era así de cerrada con los conceptos nuevos. Si tan solo supieran todo lo que podía lograrse a través de esa técnica.

—Mi tío estuvo acudiendo a sesiones de hipnosis para dejar de fumar —comentó Alex, dejando un poco de lado su escepticismo.

—¿Y le funcionó? —preguntó Saúl.

Alex serpenteó la cabeza.

—Más o menos.

—Los vicios son más difíciles de tratar —expliqué—. Mi área será el éxito deportivo.

Alex asintió dándome el beneficio de la duda.

—Tienes que probar esa técnica conmigo —me dijo, y por alguna razón, se me disparó el pulso.

El mágico momento fue interrumpido por Sarah, quién soltando varios tacos, se levantó repentinamente y corrió hacia su toalla. Le chilló al ladrón que se había atrevido a rebuscar en su bolso. Probablemente, llevaba un rato merodeando por la zona, y al ver que nadie acudía, pensó que la dueña del bolso no estaba a la vista.

Alex se levantó y fue tras ella, pero por suerte el ladrón había desistido de sus intenciones al escuchar los gritos y ya estaba de camino al portón más cercano para abandonar la urbanización.

—Pensaba que no había peligro de robos aquí —se lamentó Saúl, buscando su Iphone en el bolsillo pequeño de la mochila azul que descansaba junto a su toalla. Suspiró aliviado al encontrarlo, acunándolo contra su pecho como si fuera su hijo.

Yo estaba tranquila, pues había venido solo con el vestido playero y la toalla. Hice una mueca observando el bonito bolso de Sarah. Era femenino y del estilo que había estado de moda ese verano. A parte de eso llevaba un llamativo pañuelo como diadema, un toque veraniego muy atractivo con unos pendientes largos del mismo color. ¿Quién se pone pendientes en la piscina? Se le podían enganchar en el sumidero del fondo y morir ahogada. Yo no, desde luego. No pensaba morir ahogada por ir sexy, virgen seguramente, pero no ahogada.

Alex puso la mano en la zona lumbar de Sarah para consolarla por el susto. Sabía que estaban liados pero ver una demostración de su intimidad en directo era otra cosa. Volví el rostro hacia Saúl, quien también los observaba.

—¿Están juntos? —me preguntó con una curiosidad incriminatoria.

—Obviamente —respondí, y esperaba no haber sonado tan agria como me sentía—. Y tú tirándole la caña a ella...

Saúl se mostró confuso.

—Pensaba que a él le gustabas tú —se excusó con simpleza.

Tengo que reconocer que me encendí como un árbol en Navidad y se me tuvo que poner la cara más estúpida de la historia.

—¿Qué? —solté con voz de gallina. Carraspeé para recuperar el tono normal antes de proseguir—. No le gusto, somos compañeros de equipo y nunca ha insinuado nada.

Saúl se encogió de hombros.

—Mi error —se limitó a decir, cuando yo quería que dijera mucho más, que defendiera su teoría con pruebas.

—¿Por qué lo piensas? —insistí, a pesar de que él ya se había tumbado sobre la toalla y cerrado los ojos.

Volvió a encogerse de hombros.

—No sé, Lena. Me dio la impresión y por eso creí que Sarah estaba disponible. Me gusta esa chica, y me he querido auto convencer de que no estaba con él. Pero si nunca ha intentado nada contigo...esa clase de tipos no se andan con rodeos.

Y así es como se rompe un corazón en diez segundos.

Me dejé caer sobre mis antebrazos, demasiado desilusionada como para mantenerme sentada. Me puse las gafas de sol y giré el rostro ligeramente hacia la toalla de Alex. Estaba tumbado sobre su costado, de espaldas a mí, con la cabeza apoyada en la mano cuyo codo lo sostenía. Sarah estaba junto a él. Los dedos de Alex se deslizaban perezosos por su muslo, mientras contemplaba la piscina con una expresión distraída. Sarah le cubrió la mejilla con una mano y le giró el rostro hacia ella. Se besaron lentamente.

—Saúl, me voy a casa. Me duele la cabeza. —Me levanté para ponerme el estúpido vestido deportivo con el que había venido. Mi madre me lo había comprado hacía diez años y aún me lo ponía. ¿Por qué nunca tiraba nada? ¿Por qué no me preocupaba un poco más por ir a la moda?

Saúl me miró ceñudo, pero no me molesté en darle más explicaciones. Me encontraba de un humor de perros.

—Gracias por invitarme, nos vemos.

—¿Te encuentras mal? —Parecía extrañado por mi cambio repentino—.Avísame cuando llegues a casa.

Asentí y abracé mi estúpida toalla de Piolín, como si pudiera ocultarme del mundo. Intenté dar un rodeo para llegar a la salida sin pasar por la acaramelada pareja. Tampoco es que me fueran a ver, ocupados como estaban, pero no quería correr riesgos. Alcancé la puerta sin mirar atrás y me fui a casa con pasos largos, cuando en realidad quería arrastrar los pies. 

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