aLEX

Capítulo 2: Martes

Me dejé caer sobre la endeble silla, que crujió bajo el brusco cambio de peso. Suspiré aliviada al darme cuenta de que no se había partido.

No me apetecía ser la chica que se había caído de una silla en medio del comedor atestado de estudiantes a la hora del almuerzo en la primera semana del curso.

—No soporto alemán —se quejó Alisa, removiendo sus espaguetis con cierto desprecio.

La comida de la cafetería era una lotería, podía resultar un manjar delicioso o una abominación contra el paladar humano.

—¿De verdad es necesario complicarse tanto para decir la hora? —continuó Alisa, totalmente ajena al momento de pánico que acababa de vivir por culpa de mi silla.

Ja —contesté en mi mejor acento alemán—. Por eso les va tan bien. Tienen los cerebros musculosos.

—No se puede tener músculo en el cerebro —se burló Alisa.

—Claro que sí —la corregí—. Si lees, meditas, haces ejercicio, duermes bien y comes sano, tienes un cerebro con la pinta de Thor.

—Mierda —se quejó Lauren tras soltar un bufido—. Entonces creo que tengo celulitis en el cerebro.

Alisa puso una expresión divertida. Sus labios gruesos y sus ojos grandes le daban esa clase de cara que no necesita maquillaje para resaltar. Pero lo que me gustaba de ella era justo lo que impedía que fuera la típica modelo de cara perfecta: sus cejas gruesas, un tono más oscuro que el rubio de su pelo y las ligeras bolsas debajo de sus ojos. Le daban un aspecto bohemio.

—¿Sabías que los alemanes tienen una palabra para denominar a un asesino en serie que elige a sus víctimas aleatoriamente? —continuó ella indignada. Alisa quería estudiar traducción del francés al inglés en la universidad, pues amaba el idioma desde que tenía uso de razón, pero la obligaban a estudiar otras lenguas modernas, como el alemán.

¿En serio?

—Así es. Tienen una puta palabra para eso y supongo que tendrán otra si el asesino sigue un orden lógico.

—Entonces ¿lo llaman el innombrable hasta que resuelven el caso? —bromé.

Alisa sonrió.

—No, seguro que tienen otra palabra para un asesino en serie del que aún se desconoce el modus operandi.

Riendo, alargué el brazo para coger una patata, cuando una mano más grande y cálida que la mía se interpuso entre mis dedos y mi objetivo.

Con el ceño fruncido, seguí la trayectoria de la patata secuestrada hasta que se perdió entre los labios de Alex.

Esa semana, parecía estar hasta en la sopa. ¿Así cómo iba a conseguir fijarme en otro espécimen?

Él me miró desafiante, instándome a protestar mientras masticaba mi comida de forma exagerada. Me obligué a poner los ojos en blanco, fingiendo impaciencia, cuando lo único que quería era soltar una risilla estúpida y sonrojarme hasta los dedos de los pies. 

Alex me mantuvo la mirada desde su posición superior. Volvió a coger patatas de mi  plato mientras ocupaba la silla contigua a la mía. Detrás de nosotros, había un buffet gigantesco con kilos y kilos de comida a disposición de cualquiera que deseara tomarlas, pero ¿qué diversión sacaría él de eso?

Esa mañana tenía barba de varios días y su pelo castaño oscuro estaba despeinado, con las puntas a lo loco en la parte de arriba de su cabeza. Quizá se hubiera levantado tarde. Le quedaba bien. Solo alguien como Alex podía hacer que el look "cero esfuerzo" resultara tan sexy.

Intenté coger otra patata, de pronto más hambrienta que antes. Pero él volvió a quitármela con una sonrisa malvada. Le di un codazo en el brazo, quizá demasiado fuerte, pero él se lo había buscado. Siempre me estaba incordiando hasta que me ponía violenta. En ocasiones, me gustaba fantasear con la idea de que su comportamiento respondía al cliché infantil de "Los que se pelean se desean", pero al instante la realidad me golpeaba: Ya no estábamos en preescolar y cada vez que Alex quería a una chica lo manifestaba sin contemplaciones y sellaba el trato sin excusas, ni juegos. Por esa razón, debía resignarme de una vez por todas al hecho de que para él, yo solo era la marimacho con la que jugaba al fútbol e intercambiaba puñetazos amistosos.

Como si pudiera leer mis pensamientos y quisiera corroborarlos, me lanzó una patata justo antes de tirarle otra a Toni.  

—Ya han dejado salir a los orangutanes del zoo —comenté con Alisa.

Alex sonrió pero pareció abatirse, dejándose caer sobre el respaldo de la silla, como si su madre lo hubiera regañado.

Llevaba una camisa vaquera abierta por encima de una camiseta gris dada de sí, pues dejaba a la vista parte de su pecho. El tono vaquero de las mangas dobladas hasta el codo, contrastaba con su piel dorada.

Alex hizo un amago de coger la chocolatina de mi bandeja, pero le agarré el brazo. Por un momento me quedé ensimismada por el tacto caliente de su piel, el vello suave que la cubría y el músculo tenso.

No me di cuenta de que estaba tardando más de la cuenta en soltarle, hasta que noté sus ojos sobre mí. Fijos en mis pupilas, con un brillo divertido, como si pudiera leerme la mente y supiera de las sensaciones pecaminosas que me estaba despertando su contacto.

Carraspeé y bajé la vista a mi teléfono para disimular.

—¿Vamos fuera? —pidió Alisa—. Necesito vitamina D.

Era extraño no querer alejarte de alguien y a la vez querer salir corriendo.

—Si quieres yo te puedo dar una inyección de vitamina D —dijo Darren en alto desde la mesa de al lado, moviendo un dedo de forma obscena.

Alisa puso una mueca de asco acompañada de una arcada.

—¿Cuál es su problema? —inquirió Alex, fulminándolo con la mirada.

—Déjalo, no merece la pena —intercedió esta—. Vámonos, aquí huele a cerdo sexista.

Una vez en el jardín nos detuvimos cerca de nuestro banco favorito, por encontrarse a la sombra de un árbol. Nos ofreció resguardo del abrasante sol de enero. Menos a Alisa, quien extendió los brazos para recibir la ansiada vitamina a través de su piel. Siempre estaba intentando maximizar la absorción de nutrientes, como si para ella comer fuera una ciencia.

Alex lanzó al aire la barrita energética que había traído del comedor y la volvió a recoger con la misma mano. Me gustaban sus gestos y su forma de moverse, siempre tan seguros y atractivos. La camisa vaquera no era ajustada y aun así se ceñía en sus bíceps. Si los chicos de mi clase fueran más como él, y si los chicos como él me hicieran más caso... probablemente no me hubiera resultado tan fácil y cómodo permanecer virgen todos esos años.

Le vi lanzar de nuevo la barrita en el aire y sin pensarlo dos veces la intercepté, quitándosela de un manotazo.

¿Qué me ocurría hoy?

Malditas hormonas.

Sabía lo que iba a ocurrir entonces. Sabía que él se abalanzaría sobre mí para recuperarla. También sabía que Alex lo vería como un juego mientras que yo me derretiría con su contacto.  

Bueno ¿y qué? Me merecía un premio para compensar el trauma de empezar un nuevo curso. Adaptarme de nuevo a madrugar y a pasar tantas horas sentada y quieta en una silla, se me estaba haciendo cuesta arriba. Me merecía un homenaje.

—Creo que me debes comida —negocié.

Alex movió dos dedos una y otra vez, indicándome que se la devolviera. Lo hizo relajado con el trasero apoyado sobre el respaldo del banco. Como un felino observando su presa con fingida tranquilidad, dejándola confiarse.

Negué con la cabeza. Ya que había empezado aquello, bien podía terminarlo. Mi juego aún era seguro y no me delataba, puesto que había empezado él. De hecho, lo de nuestras riñas y forcejeos lo había iniciado él el curso anterior también, sino recordaba mal.

¿A quién quería engañar? Recordaba cada ocasión en la que me había tocado. Le conocí durante los entrenamientos de fútbol. En ocasiones, mezclaban el equipo femenino con el masculino, y todo empezó cuando nos picamos con el balón. Yo le hice unos cuantos regates que él no logró evitar y cuando terminó el entrenamiento se acercó a mí y me advirtió en broma que aquello no podría repetirse más veces. Se presentó a pesar de que yo ya le había visto por el instituto.

Después de aquello, los entrenamientos mixtos se repitieron una vez a la semana y él siempre se acercaba a hablar conmigo. Pero no fue hasta un mes más tarde cuando después de otro regate fallido por su parte me agarró por la cintura para alejarme del balón y fingir que lo había logrado de manera legítima. Para mí, aquel contacto rápido entre nosotros había cambiado mi mundo. Con ningún chico antes mi cuerpo había reaccionado de esa forma. Bendita química. No tenía ni idea de que podía ser tan potente. Desde aquel momento me pillé un poco por él.

Pero Alex parecía tener química de sobra en su vida. Conocía a demasiadas mujeres como para dedicarme más atención y se movía en otros círculos. Me acostumbré a verlo con distintas chicas por temporadas. Todas despampanantes.

No fue hasta finales de curso cuando se nos acercó un día con Toni en la cafetería. Era la primera vez que hablaba con él fuera de los entrenamientos.

Aquel día hablamos de fútbol y les presenté a mis amigas. Se sentaron con nosotras y me sentí como una cría la noche antes de Navidad. Poco a poco fueron acercándose a nosotras más y más a menudo. Para ellos era todo muy casual porque se relacionaban con casi todo el mundo. Pero para mí, que la frecuencia de sus visitas creciera eran mis pequeñas victorias.

La segunda vez que me tocó no estábamos en el campo. Las chicas y yo acabábamos de salir de literatura, donde nos habían hecho escribir un poema. Nos encontramos con ellos en el pasillo y Alex me quitó el cuaderno para leer la mía, que era completamente ridícula, pues la literatura se me daba fatal. Yo intenté recuperarlo, él me agarró del brazo para evitar que lo alcanzara y luego me empujó contra la pared, su mano en mi estómago, mientras intentaba leer el poema. La palma de su mano en mi abdomen había dejado una estela caliente aun después de un buen rato.

A partir de aquel día esas "peleas" se repitieron aleatoriamente. Nunca sabía cuando iban a ocurrir pero siempre me dejaban fascinada ante la reacción de mi propio cuerpo.

—Lena —me llamó Alex desde el banco. Intenté no sonrojarme, era imposible que adivinara mis pensamientos, o recuerdos, mejor dicho.

—Una chica tiene que alimentarse —le aseguré, insinuando que me iba a morir de hambre por su culpa. Me la guardé en el bolsillo del pantalón, allí donde sabía que él no se atrevería a aventurarse.

Alex me observó, sus ojos descendiendo lentamente por mi cuerpo como si quisiera comprobar la veracidad de mi dramático comentario. Se irguió, separándose del respaldo del banco. Me bastó verlo dar un paso hacia mí para que se me acelerara el pulso, o quizá era la sonrisa maliciosa en su rostro.

Aunque me lo hubiera buscado, cuando lo tuve frente a mí, en toda su altura y anchura, mi respiración se agitó protestando contra mis decisiones.

Un segundo después, se abalanzó sobre mí y comenzó a hacerme cosquillas como si fuera su hermana pequeña. Definitivamente tenía que olvidarme de él. Mentalizarme de que nunca me vería de ese modo para poder fijarme en algún simple mortal.

Ya estaba decidida a hacerlo cuando lo sentí, un rayo de esperanza en la desoladora oscuridad. Esperanza con forma de dedos masculinos. La mano derecha de él fue a parar a mi cadera por debajo de la tela de mi camiseta de algodón; piel nunca antes tocada, territorio nuevo jamás visitado. Y su otra mano, directa y sin rodeos, se coló en el bolsillo de mis joggers.

Las pupilas de Alex se clavaron en las mías, pesadas, cargadas; justo cuando las yemas de sus dedos comenzaron a rozar la piel de mi cadera. Me miró con una mezcla de culpa y osadía, como si supiera que se estaba sobrepasando pero al mismo tiempo creyera que hoy me lo merecía. Quizá por la forma en la que había tocado su brazo en la cafetería.

Aquella era una idea interesante, pensar que si yo cruzaba una raya, él iba a cruzar otra conmigo.

No logré mostrar reacción alguna. Estaba tan emocionada y colmada de esperanza, escuchando música celestial en mis oídos y pensando que ni con mi escasa experiencia podría estar malinterpretando esa mirada tan cargada de testosterona. Pero al mismo tiempo estaba muy acostumbrada a ocultar mis sentimientos. Ni siquiera mis amigas sabían quién me gustaba.

Sin poder retrasarlo más, Alex recuperó la comida robada y me dio toquecitos suaves con el dedo índice en la punta de la nariz.

Mi corazón se encogió un poco con el gesto tan cariñoso.

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