8. Mathew (Editado)
La mirada de Art se hunde en la pared conformada por azulejos verdes.
—¿Quién ha sido? —Vuelvo a repetir. Su estado es lamentable y, desde luego, no creo que haya decidido empaparse para quedar sentado al lado del inodoro por simple satisfacción. Por primera vez, siento algo que calienta mi sangre, provocando que esta se mueva más deprisa.
¿Estoy enfadado?
Respiro en un vano intento de calmarme.
—Yo me veo bien —responde pillándome por sorpresa. Masculla con demasiada rapidez—. No pienso todo el día en adelgazar. Ni me siento enfermo, ni me veo mal al espejo.
—¿Te han hecho esto por cómo te ves? —Suelto su mano y contemplo a Arthur de arriba abajo. Está empapado, con el pelo castaño claro revuelto. La camisa se pega a su cuerpo y puedo entrever su piel—. A veces me pregunto si la gente tiene cerebro. Escúchame, lo que de verdad importa es que eres Art. Da igual tu aspecto, el cuerpo no es más que un medio para movernos por este mundo. Además, a mí me encanta estar contigo.
Se gira con gesto de sorpresa y aprovecho para componer una sonrisa reconfortante.
—Ya lo sé. Pero sigo sin entender por qué me atacan de esta manera. Ya hemos pasado la edad del pavo, este comportamiento escapa a mi comprensión —contesta dándome la espalda para tomar su mochila y dirigirse a la entrada.
—¿No vas a decirme quién ha sido? —indago de nuevo.
—No importa. —Salimos al pasillo y el sol impacta de lleno en mis retinas cegándome durante unos momentos.
Me detengo.
—A mí sí me importa —susurro abriendo los ojos y acostumbrándome a la nueva iluminación. Parado en medio del desierto pasillo, Arthur está observándome con una expresión de desconcierto pintada en su suave rostro. Veo sus las numerosas pecas que cubren su nariz redonda—. ¿Acaso no me puede afectar?
Arthur resopla con fuerza y se sacude el cabello con ambas manos, sin responder a mi pregunta. Echa a caminar y yo lo sigo metiendo las manos en los bolsillos con gesto distraído. Veo desde mi posición la campiña seca gracias a los rayos del astro rey, sin el brillo perlado que ofrecía por la mañana.
¿Cómo puedo hacer para ayudarle? Si no me dice quién ha sido, sería como buscar una aguja en un pajar.
Tropiezo con el cuerpo de Arthur al llegar a la puerta principal. Los estudiantes están regresando después de que la hora del almuerzo haya terminado. Siento el estómago rugir, recordándome que todavía no he comido nada desde la mañana. ¿Sentirá Arthur lo mismo? Agacha ligeramente la cabeza con gesto malhumorado y se sitúa a un lado para caminar a contracorriente, con pasos cortos y apresurados. Trato de seguirle, pero un corrillo de gente cuyos nombres no recuerdo ni creo que llegue a hacerlo jamás me rodean, preguntándome dónde me he metido.
La silueta de Arthur se pierde entre la multitud. Hay demasiadas personas en este dichoso lugar. Suspiro un tanto frustrado antes de sonreír, y respondo vagamente a sus preguntas. Ellos no tienen la culpa de que no quiera estar en esta posición ahora mismo, aunque bien podrían dejarme tranquilo.
Al cabo de lo que parece una eternidad, consigo librarme y echo a correr. Por descontado, no tengo ni idea de la dirección que debo tomar. ¿Habrá ido a la habitación? ¿A la cocina? ¿A la máquina expendedora absurda al lado de los retretes? Me siento en uno de los bancos de la zona interior, cerca de las estancias del alumnado masculino, tratando de pensar.
La directora taconea en mi dirección. No puedo verle el rostro dado que está a contraluz. Da igual, estoy seguro de que semeja el de un perro feo con la nariz aplastada hacia dentro. No debería decir eso de un perro, pobrecillo. Lo siento, perros del mundo.
—Lavestre —dice ella como si no portara el mismo apellido que yo.
—Directora Lavestre —replico con sorna sin apartar la mirada de la pared de enfrente.
Ella se aclara la garganta con un carraspeo. No le gusta que la gente se entere de que estamos emparentados, por supuesto, es un secreto a voces.
—¿No tendría que estar usted en clase? Ya es repetidor, no debería saltarse las clases tan a menudo.
Meneo la cabeza mientras me levanto, incapaz de soportar más la presencia de esa mujer. Suficiente tengo con tolerar sus clases y tenerla rondando por casa de vez en cuando. Ella me detiene.
—Matthew, haz el favor de comportarte —impera con una voz apenas audible.
—¿No tiene más cosas de qué preocuparse, directora? —Finalmente echo un vistazo a su rostro, fino y amargado. Tiene los ojos de un color similar al de Arthur, entre el verde y el castaño—. Por ejemplo, el acoso escolar.
Sin esperar respuesta, me dirijo a la habitación que comparto con Arthur, deseando encontrarlo en ella.
Cuando hablo con mi madrastra, acabo por sentirme mal. Ella ha ocupado el lugar de mi madre. No, es algo que va mucho más allá. Es evidente que ninguna persona va a ser feliz cerca de mi padre, ¿por qué se empeñan en quedarse a su lado?
Abro la puerta para tropezarme con el silencio de una estancia vacía. ¿Dónde puede haberse metido? Comienzo a estar preocupado, sin entender siquiera por qué. Nunca me había encontrado en una situación así. A decir verdad, nadie me había llamado la atención de esta manera.
Me tumbo en la cama que me corresponde, tratando de volver a hilar los pensamientos que tenía antes de que la directora irrumpiera con su inmunda presencia.
Quizás fue a la lavandería.
O a las cocinas.
No, dudo mucho que fuera a la cocina. Arthur no parece ser el tipo de chico que sea capaz de entrar en una cocina a pedir comida.
¿Quién ha podido ser el que lo ha mojado? Espero que no haya sido con lo que pienso. Solo con imaginarlo se me encoge el estómago.
Me incorporo de golpe, decidido a buscarlo, cueste lo que cueste. Necesito que me diga quién ha sido para poder detener esto en caso de que vaya a más.
Recorro la zona de descanso de los estudiantes en su totalidad, la cocina, el patio e incluso el bosque que lleva al invernadero, sin éxito.
La campana resuena, dando por finalizada la jornada lectiva y un montón de jóvenes salen como si los liberaran de una cárcel para quedar atrapados en una jaula. Muchos me saludan sin reprocharme en ningún momento el no haber asistido.
Todavía falta para la hora de cenar. Me siento agotado después de deambular por casi toda la escuela en busca del clon de Cherry. Igual posee el poder de transformarse en un hámster de tamaño diminuto. Eso explicaría el porqué no lo encuentro.
La chica alta me sobresalta cuando aparece delante de mí.
—Y Arthur —suelta con brutalidad.
—Hola, Lara —respondo—. Buena pregunta, estaba a punto de consultarlo con los astros porque no lo encuentro por ningún lado.
Ella me tira de la mejilla.
—Lya, joder, me llamo Lya —habla escupiéndome, por lo que me remuevo—. Desapareció justo después de salir de clase y ya se va a hacer de noche. Seguro que ese cabrón le ha hecho algo de nuevo.
Frotándome allí donde me ha estirado la piel atiendo a sus palabras.
—¿Quién?
Lina pone los ojos en blanco.
—Me pregunto si vives en este planeta —observa un momento en derredor y acto seguido señala con la cabeza a Sean, el cual camina con tres de sus amigos o lo que sean para él—. Tu colega.
https://youtu.be/mGv0ze0lHKA
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