52. David (Editado)
Kanade no ha mentido, eran ladrones de objetos imposibles. Todo lo que alcanzan mi vista son rarezas que nunca podría imaginar.
Los músculos de mi pecho se contraen, provocándome un intenso dolor cuando veo el nombre del archivo de vídeo que hay en el ordenador. He intentado ahogar mi sufrimiento y los pensamientos negativos, sin embargo, estos siempre vuelven como una maligna sorpresa.
Los remordimientos de conciencia. El sótano. La desesperación. La soledad. El silencio. La sangre. El fuego. El orfanato.
Percibo la mano de alguien posarse en mi hombro. Arthur.
—Creo que esperaré fuera —indica Matthew antes de marcharse sin dar lugar a una réplica.
—Yo también. El príncipe ha de ser protegido por alguien —exclama Lya y me abraza por la espalda. Es reconfortante sentir su calor—. Todo irá bien.
Aprieto con suavidad una de sus manos. Antes de irse también abraza a Art. Lya dando abrazos a alguien que no sea yo, nunca pensé que llegaría a ver algo así. Cierra la puerta al marcharse en un revuelo de trenzas.
Permanecemos estáticos un buen rato. Hay tantas cosas que no sabemos el uno del otro. Una brecha temporal que parece insalvable. Me gustaría explicarle que para mí siempre será importante. Las palabras no salen, se quedan estancadas en el fondo de mi garganta. Soy un cobarde.
—Hay algo que debes saber antes de abrir esto —hablo con un leve temblor que procuro corregir. Arthur me atraviesa con la mirada. Nuestros ojos son del mismo color—. Mamá murió por mi culpa.
Giro la cabeza hacia la pantalla incapaz de afrontar su odio.
—Debía llevarte a un lugar seguro, pero quise volver a por mamá. —Acaricio la pantalla del ordenador, el crujido de la máquina al funcionar se impone sobre la quietud de la sala—. Entonces fue cuando...
Art deja escapar todo su aliento.
—No te culpes. Solo éramos unos niños asustados que necesitábamos a nuestra madre. Yo también deseaba que se quedase a nuestro lado. Así que no te odio ni nada por el estilo. —Agarra el ratón para abrir el vídeo—. No me siento muy preparado para esto. Son sus últimas palabras, ¿no?
—Sí —contesto sin saber qué decir. No soporto llorar delante de alguien. Necesito refugiarme en algún recóndito lugar.
Me fijo en la pantalla. Nuestra madre está sentada en este escritorio. Una ventana hacia el pasado.
Bien, parece que funciona, murmura mientras mira hacia un lado. El cabello castaño le llega por debajo de sus pequeñas orejas, ligeramente ondulado en las puntas. Se gira hacia la cámara regalándonos su mirada. Siento como los ojos se empañan y aprieto las uñas contra mi piel. Ella sonríe.
Lo sé. Os preguntáis por qué vuestra madre ha sido tan retorcida.
Baja la cabeza momentáneamente antes de continuar.
Todo empezó con el colgante de Shigure. Él siempre lo mantenía escondido y nunca dejaba que lo tocasen. Un invierno, tras salir de la cafetería, la cadena que del colgante se rompió. Cuando mis dedos lo rozaron, pude presenciar lo increíble. Mi muerte. Incluso la sensación de que la sangre se escurría fuera de mi cuerpo era real.
Después de verme reflejada en aquel collar, pensé en escapar. Siempre he sido especialista en eso. Hui de la jaula de mis padres cuando tenía apenas catorce años. Pero al volver ese día a casa, estabais allí dormidos en el sofá, envueltos en una manta. Y Calem me recibió con un beso en la frente.
Decidí afrontar la muerte y aprovechar el tiempo que me quedaba. Atesorar los minutos que corrían demasiado deprisa. Preparé todo para que Henry Lavestre no pudiese tocar el tesoro que os pertenece.
Mañana moriré. Estoy segura de ello. Va a llover. Es invierno. Henry está desesperado por conseguir la flor. Sé que me verá morir.
Vuelve a detenerse como si nos ofreciese un momento para asimilar lo que nos está diciendo. Mierda. Me duele tanto. Echo un vistazo a Art; él llora sin reparo y se seca las lágrimas con la esquina de su abrigo.
El también vio el collar y está más asustado que yo. Dice que su muerte será lenta. No quiere entenderlo. La flor no puede curarlo y tampoco debe ser sacada de la botella. Es un fragmento de alma de un dios olvidado, una vez salga de ahí, se desvanecerá para siempre.
Es un recuerdo de algo que una vez vivió en nuestro mundo y que podía hacer maravillas. Demasiado importante como para que se destruya sin más. La esperanza de Henry es una ilusión.
Agarro la botella. La planta flota como si estuviera sumergida en alguna especie de líquido y emite un leve brillo.
Hay tantas cosas que quiero deciros. Quizás debí empezar a grabar esto mucho antes y no en el último momento. Soy algo estúpida.
¿Os sorprendió que vuestra madre fuese una ladrona? A vuestro padre también cuando entré en su casa para robar un espejo. Enseña el lugar más tranquilo para el que lo mira. Lo tenéis por ahí.
Hay oro que podéis vender. Económicamente nunca os faltará nada. Cuidado con tocar la esfera de virtudes, esa que parece contener un cielo. Poco a poco iréis conociendo los objetos que conservé y su utilidad. Tenéis una lista y explicación de cada uno en las hojas que hay sobre esta mesa.
Se queda callada un rato. Su voz está algo rota cuando continúa.
Estoy tan orgullosa de vosotros. Me encantaría poder estar ahí a vuestro lado, pero es hora de que vuelva.
David. Siempre has estado apartado de los demás y nunca has querido amigos, así que déjame pedirte que no te alejes. Deja que alguien se quede a tu lado y abre tu corazón.
Arthur. Eres inteligente y tan pequeñito que no sé qué consejo darte. Vive la vida a tu manera. No importa lo que opinen los demás, intenta ser feliz.
Yo he sido feliz. Hice muchas locuras, me vi envuelta en un sinfín de líos, encontré a una persona que me ama de verdad y os he podido conocer.
Sé que mañana estaréis asustados. Enfadados. Mi único deseo es que no os sintáis solos, el dolor es algo que terminará sanando con el tiempo.
Os quiero.
La pantalla se queda en negro. Siento como me tiemblan los hombros antes de percatarme de que las lágrimas hace rato que caen por mis mejillas. Me seco la cara con el dorso de la mano. Arthur sigue contemplando el ordenador.
—Era muy guapa. —Sorbe los mocos que se empeñan en gotear de su redonda nariz. Sus mejillas se han coloreado al llorar—. Me hubiera gustado que nos explicase algo más. Que nos hablase de papá. Apenas lo recuerdo.
Papá. Cierro los párpados para intentar visualizarlo.
—Era tranquilo. Con el pelo y los ojos negros, algo que siempre sorprendía a la gente. Le gustaba leer cualquier cosa y escribía cuentos para nosotros. Yo sí lo recuerdo, así que te hablaré de él.
—Los echo de menos.
—Yo también.
Nos quedamos inmóviles. La botella con la última reminiscencia de un dios sigue entre mis manos.
—Entonces lo que quiere Henry Lavestre es vivir —dice Arthur.
—Cuando llega la hora, no importa el dinero que tengas en el bolsillo —cavilo—. Burlar la muerte es lo único que podría buscar con tanta desesperación.
¿Se le estará acabando el tiempo?
—¿Qué haremos con la flor? —inquiere Arthur rozando con las yemas de sus dedos la botella.
—Nuestra madre murió por protegerla.
Dio su vida a cambio de guardar una flor. Sin poder evitarlo, el enfado y la decepción se filtran en mi interior. Nos abandonó a nuestra suerte. Sabía que iba a suceder. Podía haberlo evitado.
Los dedos de Art rozan los míos hasta que aprieta mi mano con delicadeza.
—Está bien si quieres romper la botella delante de Henry Lavestre. Está bien si quieres gritar y enfadarte con mamá —susurra.
—¿No estás enfadado?
—No lo sé. Puede que en cuanto me levante también quiera destruir la flor. O puede que la conserve con el mismo mimo. ¿Tú qué quieres hacer?
—Romper la esperanza deLavestre.
https://youtu.be/nBkODreGLMA
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