45. Kanade (Inédito)
El sol todavía no ha despuntado entre los árboles de la montaña cuando salgo al exterior. El aire es frío, húmedo y mucho más limpio que en la ciudad. Cierro con sigilo la puerta de entrada a pesar de que sé que David está atento a cualquier movimiento y echo a caminar por la carretera.
Todas las casas están pegadas como si buscasen algo de calor, muy diferente a los pueblos de montaña que he visitado en Japón. El verde rebosa por todos lados; las plantas se enredan en los muros de piedra y anidan en los tejados.
Camino hasta que llego a la pequeña panadería cuya fachada está semicubierta por una enredadera. La luz irradia a través de la cristalera en donde exponen los diversos panes y pasteles.
Entro con tranquilidad, tal y como hice la tarde anterior. Esta vez el panadero, y dependiente, no se sorprende tanto por mi aspecto. Con un acento norteño muy marcado me pregunta qué deseo llevarme hoy.
¿Qué deseo hoy? Muchas cosas. Ninguna. Todo. Nada.
Observo con curiosidad lo que tiene por nombre fairy cupcakes, parecen magdalenas con heces de unicornio por encima. Hay una que posee incluso dos trozos de masa sobre la nata a modo de alas de mariposa.
Decido llevarme todos los que tiene disponibles, pasteles de carne y bebidas. El hombre sonríe de oreja a oreja en cuanto recibe el dinero.
Salgo y el sol ya invade todo el pueblo.
Me pregunto si ese hombre conoció a Eire. Ella dejó este lugar a la temprana edad de dieciséis años y su hermana siguió sus pasos pocas primaveras después. Tal vez se encontraron en alguna ocasión o sus familias eran amigos. En poblaciones tan pequeñas es normal saber las caras de todos los que te rodean.
Mi móvil vibra en el bolsillo, lo extraigo y pongo los ojos en blanco al ver el número. Deslizo el dedo para aceptar la llamada.
—No me interesa nada de lo que vendes —digo con sorna y cuelgo. Al cabo de unos instantes vuelve a llamar—. Tampoco me interesa unirme a tu religión. O tu secta. O lo que sea.
—Basta, Shigure. ¿Los niños están bien?
La casa está frente a mí, pero decido girar en el último momento e ir hasta el paseo del río.
—¿Ahora te importan? —reprendo. Separo ligeramente el teléfono de la oreja para poder disfrutar del rumor del agua que corre. Las hojas ya han caído del todo y muchas de ellas se pudren en el suelo.
—Siempre me han importado. Son los hijos de mi hermana.
—Vaya, ¿sí? Si la memoria no me falla, preferiste seguir follándote a Henry Lavestre mientras uno de tus sobrinos era enviado al orfanato y el otro a casa de unos familiares bastante repelentes. Tu excusa en ese momento fue que no lo sabías, que habías estado cegada por el amor.
El silencio sigue a mis palabras, por lo que aprovecho para proseguir con mi ataque. Recriminar siempre es gratis.
—Y, aun así, continuaste follando con él incluso sabiendo que David estaba encerrado en el sótano.
—¡Estoy intentando vengarme! No podía cargar con la responsabilidad de dos niños pequeños —grita Seraphine. Gracias a los infiernos, tengo el móvil alejado de mi oído.
—Qué manera más extraña la tuya de vengarte, compartiendo cama con la persona que incendió el hogar de tu hermana. —Mi risa sale ligera. Encuentro un banco en el que sentarme y compruebo que no está empapado antes de descansar—. ¿Lo vas a liquidar a base de polvos o cómo?
—No voy a asesinarlo.
—Por supuesto que no. Nadie necesita matarlo, él mismo va a caer. —Cruzo las piernas y apoyo las bolsas con los comestibles a un lado.
—Realmente lo odias.
—Realmente lo amas —rebato—. Desde el primer momento en que empezamos a robar los cuatro juntos. Lo deseaste en silencio cuando nos traicionó, lograste compartir las mismas sábanas que él a pesar de que estaba casado. Tú fuiste la que reveló el tesoro de Eire a ese cerdo. Así que no vuelvas a llamarme. No vuelvas a fingir que te interesan tus sobrinos. Y, desde luego, no te presentes ante mí. Que tengas una buena mañana.
Apago el teléfono y me quedo contemplando el río demasiado rato. Saco el collar de mi cuello, la esfera está caliente después de haber estado en contacto con mi pálida piel. Las galaxias en su interior siguen girando con calma.
Sé que si lo miro con atención podré ver mi muerte de nuevo. Por muchos senderos que tome siempre se muestra la misma imagen.
Al principio tenía miedo. Estaba aterrorizado con la idea de que llegase el día en que dejaría de existir. Me arrepentí de robar tal objeto a un viejo coleccionista que vivía en Yamagata, sin embargo, todos los días echaba una ojeada a la esfera.
Fue lo primero que robé.
El pavor a dejar este mundo sin experimentar nada más que la rígida sociedad de mi país fue tan grande que solté la mano de mi madre en aquel viaje a Inglaterra. Escapé para no volver atrás.
Guardo el collar y pongo de nuevo rumbo a la casa. En cuanto todo esto acabe, se la entregaré a David y Arthur. Merecen un lugar al que regresar siempre que quieran.
En el portal me está esperando David, con los brazos cruzados y su habitual expresión con el ceño fruncido.
—¿Por qué discutes siempre con Seraphine? —pregunta sin saludar siquiera.
Saco una de las mierdas de hada de la bolsa y se la meto en la boca.
—Aprende de una vez que las personas mienten.
Él mastica el pastel, al principio con disgusto. Su expresión se torna menos ceñuda al disfrutar del dulce.
—Ella quiere vengarse.
—Me da igual lo que cuente. —Abrimos la puerta y el calor del interior de la casa me reconforta—. Es más, no quiero que me la menciones más.
Un tímido Matthew sale a recibirnos. Por suerte, de su padre solo ha heredado el color de ojos. Le ofrezco los pastelillos y deja escapar una suave sonrisa repleta de nerviosismo.
—¿Y Arthur?
—Durmiendo en el salón —indica Matthew—. Está agotado.
Asiento con la cabeza y me dirijo a la cocina. Los muebles están raídos y la nevera no funciona ni pateándola, por lo que tendré que renovar la casa si los hermanos quieren vivir aquí.
Increíble, estoy pensando cómo alguien con empatía. Mejor preparo un café negro al igual que mi alma.
https://youtu.be/SG1HV7uIeXg
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top