41. Matthew (Editado)
El fuerte olor de la sangre hace que sienta náuseas. De pequeño, cuando me hería, siempre terminaba vaciando mi estómago. Trago el reflujo de acidez que me sobreviene e intento no pensar en nada más que en el cálido cuerpo de Arthur. Él es mi refugio.
David mira a su hermano con una mezcla de tristeza y soledad en sus ojos. No se acerca, deja escapar el momento para confortar a su hermano. Se mueve hacia Lya, que sigue sentada en el suelo. Con facilidad, la sostiene entre sus brazos y la levanta a pesar del gran cuerpo que tiene. Sale del cuarto sin decir nada más.
—Entiendo que esté molesto, lleva demasiados años esperando por una respuesta —medita Kanade encogiéndose de hombros—. De todos modos, pelear entre nosotros no tiene sentido.
Saca del armario una toalla y después la moja en el grifo del baño. Al cabo de unos instantes, Kanade me entrega la toalla empapada.
—Límpiate un poco. Tomad algo de aire. En breves nos marcharemos.
Su asistente cabecea en señal afirmativa mientras recoge los dedos de Ethan con unas pinzas. En qué punto mi vida se desvió tanto que estoy viendo esto como si fuese algo normal.
Creo que voy a desmayarme.
—Id con David y Lya—dice Kanade—. David necesita apoyo en estos momentos y yo no puedo ofrecerle más que palabras vacías.
Arthur es el que obedece, de alguna manera, me saca de esa infernal estancia.
Mi cuerpo se mueve por inercia. El mundo da vueltas. No sé cómo, el suelo llega a mí y de pronto me encuentro de rodillas en mitad del pasillo. El sudor frío me recorre la espalda.
Puedo notar el frescor de la toalla en mi cuello, después en mi cara. Ofrece un leve alivio.
Quiero dormir. Perderme en el mundo de los sueños y que no vuelvan a dañarme. Todavía falta lo peor; eso ha dicho Kanade. ¿Qué más pueden hacer? ¿Torturarnos? ¿Matarnos? Me gustaría volver a aquel día de otoño en el que Arthur derramó su ropa de forma graciosa ante mí. Quiero ir a ese punto y llevarme a Arthur antes de que empiece todo este sufrimiento. Ojalá hubiese un objeto mágico que pudiese movernos en el espacio y el tiempo.
Aferro las manos de Arthur. Estoy temblando de tal manera que no puedo incorporarme.
—David, ayúdame por favor —suplica Art con angustia. Su hermano sale de un cuarto a nuestra derecha, aunque no estoy seguro de cuál.
Me recoge como hizo con Lya y entra en la estancia en la que estaba. Se trata de una habitación impersonal, con una cama grande, un par de mesillas y un sofá justo debajo de un gran ventanal. Hay unas estanterías vacías que cubren una de las paredes. David me deja en el sofá con cierto cuidado. Tras eso, mira a su hermano y luego baja la vista al suelo.
—Estamos todos en la mierda, ¿eh? —Lya se ríe, está recostada en la cama, toqueteando las sábanas con nerviosismo—. Si ese cabrón manda a algún profesional para liquidarnos, estamos jodidos de verdad. No tengo tanta puntería.
—Has volado los dedos de ese mamón sin dañar a nadie más, si es no es tener puntería ya me dirás —concede David vertiendo agua en un vaso, bebe todo el contenido de un trago. Un trueno restalla en el exterior. La tormenta quiere continuar.
Unos golpecitos hacen que nos giremos hacia la ventana con los nervios a flor de piel.
El cuervo golpetea con el pico el cristal. Me arrastro en el sofá, hasta que puedo abrir la ventana. El fuerte viento se cuela, revolviendo mis cabellos y regalándome el frescor de la lluvia. El cuervo se posa en mis piernas. Sé que es el mismo de anoche.
—Es increíble —susurra Arthur—. Ayer incluso estuvo sobre tu brazo, ¿le gustarás?
Tras decir eso, sus orejas se ponen rojas. Ese pequeño gesto hace que un amago de sonrisa emerja en mis labios.
El pájaro gira la cabeza, agita las alas un par de veces y salta para ponerse en mi hombro.
—Creo que más bien se está refugiando de la tormenta —comenta David escéptico—. ¿Tendrá hambre?
—Son omnívoros, no suelen tener problema en encontrar alimento —intento explicar con la mente sobrecargada de información. Mi mano ensangrentada toca su pequeña cabeza ónice.
Nos quedamos en silencio observando al curioso invitado. Cada uno de nosotros está sumido en sus propios miedos y cavilaciones.
Hay tanto que pensar. Tanto que esclarecer. El mundo se ha cubierto por una capa de sombras, un muro que se antoja inquebrantable. ¿Siempre ha sido así de oscuro? La respuesta a esa pregunta es clara: por supuesto. Simplemente decidí mantener mi mente en otro lugar para protegerme.
Arthur está de pie cerca de su hermano y a la vez lejos. Retuerce la esquina de su camiseta, es un gesto que hace cuando se halla indeciso.
El deseo de ampararlo me llena. Por supuesto, también quiero ser protegido y mimado por él.
Es hora de bajar de las nubes. Sé que va a costar asimilar todo lo que he vivido, lo más seguro es que tenga pesadillas durante años. Pero no estoy solo. Ya no.
Una sonrisa atraviesa mis labios y los demás se sorprenden.
—Creo que estás empezando a volverte loco, Matthew. —David carraspea y se rasca la cabeza—. Aunque no te culpo, todo esto se está complicando.
—El tesoro de mamá no es dinero, ¿verdad? —interviene Art. Se sienta a mi lado, su mano se posa sobre la mía. El cuervo decide cambiar su lugar de nuevo a la ventana.
David suelta un largo suspiro.
—Nunca consideré que fuera dinero. Ahora ya no puedo ni imaginar qué demonios es.
—El puto One Piece —tercia Lya.
No he visto los últimos cien episodios de esa serie, estaba esperando a que terminaran el arco y al final me he olvidado de continuar. Dios, podría morir sin llegar a ver la conclusión de eso. Céntrate, Matt. Acabo de resolver dejar de vivir entre las nubes y aquí estoy divagando.
Presiono la toalla contra la herida de mi cuello a pesar de que ya está caliente. La ligera risa de Art me relaja un poco.
—Lo siento. —Se pasa las manos por la cara, su preciosa risa se detiene—. Reír en un momento así es terrible. Hace un rato he estallado. Y ayer no vine a comprobar cómo estaba Lya. Ni siquiera he intentado hablar con David de nada. Me quejo, pero he sido un egoísta.
David se queda desconcertado. Por mi parte, creo que Arthur ha tenido más que suficiente. Él no tiene por qué disculparse.
Su hermano le acaricia la cabeza con torpeza.
—Cuando estemos a salvo, podremos hablar. Y ayer por la noche Lya no estaba con ganas de ver a nadie. —Intenta sonreír, sin éxito—. Mamá no era alguien ordinario, por lo que su tesoro será algo impresionante.
—¿No era alguien común? —cuestiona Art con aturdimiento.
—Ayer Kanade me confesó que ella era una ladrona de guante blanco que robaba objetos imposibles.
—¿Guante blanco?
—Ladrones que por lo general roban a ricos —aclara Lya.
A partir de ese punto, no atiendo a la conversación. Veo los árboles moverse fuera, la lluvia arrastrada por el viento muere contra el cristal.
Procuro empujar la sensación de la sangre volando hacia mi mejilla. Los gritos. Los golpes.
La imagen de mi padre es un borrón oscuro que se clava en mi memoria.
—Matt.
Voy a tener que enfrentarme a él de nuevo, sin dejar que la rabia me domine. Convertirme en él es lo que más me aterra.
—Matthew, ¿estás bien?
Alzo la cabeza y mi mirada vuelve a enfocar la blanca habitación. El mundo real. David, Lya y Arthur me observan preocupados. Incluso Lya se ha levantado de la cama. ¿Cuánto tiempo he estado sumido en mis pensamientos?
—No tienes aspecto de estar bien. ¿Necesitas hablar? —dice Art.
—Quizás precisa beber algo caliente para tranquilizarse, sus manos están temblando demasiado. —David toma una de mis manos con un toque ligero.
—Puedo dejarle la cama —ofrece Lya.
Mis lágrimas se acumulan sin llegar a salir. El cuervo grazna antes de alzar el vuelo.
La tempestad vuelve a caer sobre nosotros, con tanta violencia que David tiene que apresurarse para cerrar la ventana.
—Estamos contigo —musita Art, luego baja más la voz hasta que se convierte en un fino hilo—. Yo estoy contigo.
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