38. David (Editado)

Lya permanece recostada; su respiración se escucha tenue en el silencio roto por el goteo de la lluvia. Estoy sentado en el suelo con los brazos apoyados en la cama para poder sostener su mano.

Un lejano recuerdo llega a mí. Era una situación parecida. Ambos vivíamos en el orfanato y era habitual que los niños enfermasen. En aquella ocasión, Lya se hizo un corte en el brazo mientras buscaba defenderme. Por aquel entonces, estaba desorientado tras la repentina pérdida de mis padres; era débil y estúpido.

El corte se infectó. Como había sido a raíz de un mal comportamiento, a los cuidadores no les importó demasiado. De todos modos, ¿quién iba a adoptar a una niña negra en un lugar como aquel? Sobre todo, siento tan indisciplinada y malhablada.

Me senté a su lado durante las semanas que tardó en recuperarse. Intentando aliviar su sufrimiento con toallas húmedas y fugaces sonrisas.

Por mi culpa, ahora está de nuevo luchando por su vida. Tendría que haberla dejado ir. Permitir que fuera feliz con los padres que decidieron adoptarla a pesar de ser una niña demasiado mayor y rota. Tenía derecho a olvidarse del sufrimiento. De las marcas en su cuerpo han sido causadas por mi negligencia.

Y, sin embargo, no soy capaz de soltar su mano. Nos entendemos sin necesidad de utilizar palabras; una mirada suya basta para encontrarme a mí mismo. Arthur es mi familia, Lya es mucho más. Ni siquiera puedo poner en palabras el sentimiento que se esparce por mi interior cada vez que pienso en ella.

Escucho la puerta abrirse y luego cerrarse. Kanade camina con ligereza hacia el sofá que hay en este cuarto.

—Tu hermano parece que se está divirtiendo con el heredero Lavestre —dice sin el menor tacto. Mi estómago se revuelve con un rencor que intento empujar lejos de mí. Mi hermano no debería estar follando mientras Lya lucha por su vida.

Suspiro, dejando que la rabia se esconda en algún punto de mi corazón.

—Tienen derecho a despejar la cabeza después de todo lo que han sufrido —miento. Agarro una toalla para limpiar la frente perlada de sudor de Lya.

—Mentiroso. Apuesto a que te gustaría que estuvieran aquí acompañándote —rebate buscando abrir la caja donde guardo mis pensamientos oscuros y observar lo repulsivos que son con divertimiento. Kanade me evalúa en la penumbra; tiene el ceño fruncido, un gesto extraño en él—. Lya vivirá. Y si aquí no mejora, la llevaré a un hospital privado lejos de todo peligro. Recuerda que soy rico.

Pasa los dedos por el apoyabrazos del sofá antes de sentarse. Cruza las piernas y zarandea sus ridículas zapatillas.

—David, juré ayudarte y protegerte incluso antes de conocerte.

—No sé a quién se lo prometiste, pero has fallado unas cuantas veces. —Me encojo de hombros y voy a su lado para sentarme en el otro extremo del sofá. Las paredes de la cripta todavía están presentes en mi mente.

—Era bastante difícil sacarte de aquel sótano sin linchar a nadie. También hice otra ridícula promesa que concierne no matar gente. —Se lleva la mano al cabello azul eléctrico—. Y ten por seguro que en lo que resta de mi vida, no volveré a prometer nada. A nadie.

—¿Se lo prometiste a mi madre?

Él sonríe de forma enigmática.

—¿Estás seguro de que es buena idea dejar que tu hermano se involucre tanto con el heredero de la prole Lavestre? —Esquiva la pregunta volviendo a intentar enfadarme—. Es una familia que ha llegado de la nada a convertirse en una de las poderosas de Inglaterra. Dudo mucho que el padre de ese muchacho deje que su hijo monte escándalos. Querrá que continúe con lo que sea que tengan por negocio familiar y que viva su vida bajo cadenas.

Lo puedo imaginar. Seguramente Henry Lavestre tenía un sótano similar para meter a su hijo cuando no se portaba como debía.

—Me he informado. —Saca su móvil y me enseña una fotografía. Agarro el teléfono para observar a una hermosa mujer. Tiene el mismo cabello rojo que Matthew y una afilada cara repleta de pecas—. Al parecer, envió a su exmujer a un psiquiátrico, alegando que padecía esquizofrenia. Ni siquiera se ha divorciado legalmente de ella.

Trago saliva con fuerza. ¿La hermana de mi madre sabía todo esto cuando empezó a planear su venganza? Ni siquiera sé qué es lo que quiere hacer con Lavestre. Ha llegado a compartir la cama con el hombre que mató a su hermana. Yo hubiera rebanado su cuello y dejado que la sangre empapase sus putas sábanas de satén.

—A la madre de su hijo biológico la metió en un psiquiátrico porque sabía algo que no quería que saliese al mundo —continúa Kanade, ajeno a mis pensamientos.

—A veces hablas como si lo conocieras.

Kanade me responde con otra enigmática sonrisa. Una más y le reventaré la cara a puñetazos.

—Puede que ahora vivas una tregua, pero sigues en peligro. —Dirige su mirada hacia la ventana. Allí podemos observar con claridad la tormenta desatando su furia. La naturaleza busca de alguna forma limpiar todo el horror que el ser humano provoca.

—Hablas como si no estuvieras jodido tú también.

Esta vez se ríe abiertamente.

—Lavestre no puede enfrentarse a mí.

Pongo los ojos en blanco y recuerdo el momento en el que me sacó del sótano. De alguna manera se infiltró en la mansión principal de los Lavestre, bajó con tranquilidad hasta el subsuelo y abrió la puerta como si de su propia casa se tratase.

—Estoy convencido de que antes de ser abogado eras un sicario.

—¿De qué hablas? —Alza las cejas con expresión burlona—. Te puedo asegurar que los yakuza no se parecen en nada a mí.

Un quejido corta la respuesta que tenía preparada. Me apresuro a volver al lado de Lya. No para de revolverse, presa de una terrible pesadilla. Me quedo paralizado, sin saber qué hacer. Opto por acariciar su cabello trenzado y le susurro al oído que todo saldrá bien.

Otra mentira más. No tengo ni la menor idea de qué va a suceder de aquí en adelante. Mañana podría estar muerto. Mis decisiones podrían llevar a la muerte a todos los que están en esta casa.

Estoy asustado. Yo decidí buscar el tesoro de mamá. Decidí enfrentarme a Henry Lavestre. Y, aun así, estoy aterrorizado. Intento fingir que soy fuerte, sin éxito.

Lya se va calmando y en medio de su sueño me llama con una tenue voz. Aferra mi mano. Mi pecho duele e intento relajar mi respiración para reducir la presión.

Kanade permanece silencioso. No ha parado de mirarme en ningún momento.

—David. —El tono serio me desconcierta. Él descruza las piernas y se inclina hacia delante—. Es cierto que conocí a tu madre.

—Gracias, eso ya lo había deducido. No soy tan gilipollas.

Él extrae algo del bolsillo de su pijama. Se trata de un extraño colgante con forma esférica, dentro parece haber una pequeña galaxia en movimiento.

—Ella era una ladrona y su especialidad eran los objetos denominados como imposibles.

La sorpresa me paraliza por completo.

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