35. Arthur (Editado)


(NA: Últimamente siento que lo que escribo no está bien y que no tiene la suficiente fuerza. Espero remontar. Gracias por llegar hasta aquí.)

Matthew se apresura a salir de la habitación. Lo sigo con la mirada apretando el tenedor entre mis manos. He hablado de más sin tener en cuenta lo que podría estar sintiendo.

—Estáis con los nervios crispados, por lo que veo —dice Kanade tras aclararse la garganta.

David posa el plato en la mesa para luego cruzarse de brazos.

—Después de todo lo que han pasado, necesitan un poco de tiempo —declara mirando directamente hacia mí. Lo cierto es que estoy llevando esto mucho mejor de lo que nadie podría esperarse. Cualquier otro en mi lugar ya se habría vuelto loco. El problema es Matt. No hemos tenido tiempo para respirar. Ni siquiera para conocernos un poco más. Es como si las circunstancias nos hubiesen unido y obligado a estar juntos—. ¿Art? ¿Estás bien tú?

¿Estoy bien?

Miro el plato; los restos de la comida que se enfría lentamente sin que pueda terminarlos. No creo que sea alguien fuerte, asumo lo que viene sin darle demasiadas vueltas. Desde que era joven, las crueles palabras dirigidas a mi físico y a todo lo que me gustaba eran tan habituales que terminé por acostumbrarme.

Mi interior está revuelto, de un momento a otro parece que lo que he contenido durante años va a emerger.

—Art —pronuncia David. Parpadeo y es cuando me doy cuenta de que estoy llorando. Kanade posa la mano en el hombro de mi hermano un segundo antes de salir de la cocina con su compañera.

—No sé si estoy bien —sollozo sintiéndome un completo estúpido. He de parar esto de alguna manera. David se sitúa a mi lado en silencio, permitiendo que todo lo que tengo acumulado salga al exterior—. ¿Por qué hemos terminado así? ¿Por qué mamá tenía que hacernos cargar con esto? Ya no sé si lo que encontraremos allí será algo bueno o algo malo. Por nada del mundo quiero hacer daño a alguien y constantemente estamos hiriendo a Matthew. Él no tiene la culpa de ser el hijo de ese hombre.

Con el dorso de la mano me seco los ojos y aprieto con fuerza mis palmas contra los párpados para que nada más salga. David acaricia mi espalda con torpeza.

—No sé qué es lo que nuestra madre guardó para nosotros. Pero sí sé que nunca pretendió que sufriéramos. Estuvo años preparando este momento, para el instante en el que decidiéramos encontrar su tesoro. —Observo su expresión seria y el color de su mirada, tan parecido al mío—. Yo confío en ella, en los buenos recuerdos que nos ha dado.

—¿No tienes miedo?

—Claro, es normal tenerlo. —Una sonrisa ladeada aparece en su cara—. Pero somos unos tipos duros de roer. Eres fuerte, Arthur. Mucho más de lo que piensas.

Me revuelve el cabello con cariño.

—Y ahora vete a buscar a Matthew, sé que te mueres de ganas.

Me levanto y agarro el plato de Matt. No ha comido nada desde ayer, tiene que alimentarse o se pondrá mal. Físicamente hablando, claro.

—¿A Kanade le importará si rebusco por la cocina? —cuestiono. Los mocos se empeñan en escaparse de mi nariz y siento que me arden los ojos. Malditas lágrimas.

—Qué más dará. Coge lo que sea. —Abre las alacenas buscando algo. Al final encuentra lo que parece ser pan dulce. Abre el envoltorio y se mete el bollo entero en la boca. Con eso es evidente que somos familia. Me lanza un par y se guarda unos cuantos en los bolsillos. Acto seguido, se dirige a la puerta—. Voy a ver cómo está Lya.

Asiento a pesar de que ya se ha marchado.

Con parsimonia, rebusco un recipiente en el que poder meter la comida y mantenerla caliente hasta que encuentre a Matt. Vuelvo a calentar el guiso mientras mordisqueo uno de los bollos. Me percato de que la preocupación ha llenado mi boca en cuanto termino el cuarto bollo. Por suerte, la comida termina de recalentarse de nuevo y consigo evitar más tentaciones.

Con el guiso a buen recaudo en el recipiente, agarro unas servilletas, un cuchillo y tenedor. Abro la nevera y encuentro una lata de refresco sabor limón.

Salgo de la cocina; las luces que se apagan de forma automática me sobresaltan haciendo que suelte un grito ahogado.

No tengo muy claro donde puede estar Matt. La planta de abajo es enorme, con numerosas puertas que voy abriendo con terrible vergüenza. Al fondo se ve una cristalera, desde la que se puede apreciar la negrura de la noche y mi reflejo. Un chico me devuelve una mirada de ojos hinchados. Tengo la nariz como un tomate tras el llanto y mi pelo ha crecido un poco en este último mes.

Me percato de que hay una puerta que da a la parte trasera de la casa. Me dirijo hacia allí como si algo me dijese que Matthew está disfrutando de la lluvia. Solo él es capaz de quedarse bajo la lluvia sin más, con tal de respirar aire puro. Todavía recuerdo cuando lo encontré tirado en el sendero observando un simple pájaro.

Salgo al exterior, el aguacero impacta sobre el suelo de terracota de la terraza. Las luces se apagan tras mi paso, por lo que de pronto me hallo en la oscuridad. Me siento un tanto idiota con el recipiente en la mano y la lata en la otra. Al cabo de unos pocos minutos, mis ojos se van habituando a la negrura que me rodea.

Los árboles se agitan con el viento emitiendo susurros a través de la incesante lluvia. A lo lejos, de vez en cuando, un rayo ilumina el cielo y el posterior trueno resuena en todo el lugar. El jardín se extiende unos metros para fundirse con el bosque. Por un momento temo que se haya metido en la arboleda, hasta que giro la cabeza y lo veo apoyado contra la pared de la casa. Está bastante alejado del punto en el que me encuentro.

Me quedo paralizado observándolo. En su antebrazo está posado el cuervo negro. ¿Cómo ha logrado algo así? Si me acerco, el pájaro echará a volar. En silencio, me siento en el escalón que lleva hacia la casa y apoyo la comida a un lado.

Matthew acaricia la lustrosa cabeza del cuervo. Desde mi posición no puedo percibir la expresión que tiene, aunque me muero de ganas.

Pasan los minutos y empiezo a titiritar del frío. Todavía está descalzo. ¿No le duelen los pies?

Decido ir hacia él. El cuervo se asusta y efectivamente echa a volar. Matt se percata por fin de mi presencia.

—Lo siento —susurra él con un fuerte acento, apenas distingo sus palabras con el sonido de la tormenta.

—¿Por qué? —La lluvia empapa un lado de mi camiseta cuando lo alcanzo.

—Por todo.

No entiendo por qué se está disculpando. Sujeto su mano, bastante más grande que la mía, y lo arrastro hasta que consigo abrazarle.

Soy un desastre en esto. No tengo ni la menor idea de cómo consolarle.

Entierro la cabeza en su pecho, aferrándome y a la vez buscando algo de calor. Puedo percibir su respiración, los latidos apresurados de su corazón. Percibo la humedad de sus labios sobre mi frente en un suave roce. Sus manos se posan en mi espalda, la recorren de arriba abajo y atrae mi cuerpo todavía más hacia el suyo.

Quiero preguntarle cómo se siente. Quiero saber qué es lo que quiere hacer. Qué es lo que le gusta. Qué es lo que odia. Montones de interrogantes se acumulan y permanecen enterradas en lo más profundo de mi pecho. Mientras la lluvia cae y el mundo estalla.

https://youtu.be/vT-IK2H2StI

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