3. Arthur (Editado)


La chica me lleva hasta lo que parece ser un pequeño cuarto de entretenimiento que tiene sillones bastante rancios con mesas bajas de madera y cristal. Hay algunas estanterías colocadas a lo largo de una pared que contienen libros y juegos de mesa de todo tipo.

Me siento en uno de los sillones, sintiéndome muy incómodo. La chica me dice que me quite la parte de arriba de mi ropa. Enrojezco por la vergüenza que eso me produce y desabrocho la camisa con manos algo temblorosas.

—Si quieres no miro —dice ella mientras camina hacia un pequeño armario blanco con una cruz roja en el centro. Pilla el tubo de una pomada—. Soy Alondra. —Saca una botella de agua de la máquina expendedora que hay a mi derecha y moja su pañuelo—. Desde que entré a Lavestre mi intención es derivar a la rama de medicina, así que no te preocupes.

—Para ser médico hay que tener mucho valor. —Termino de desabrochar la camisa y compruebo que mi piel está enrojecida después de que aquel chico me tirase la salsa. Poso mis dedos, duele al contacto. ¿Qué problema tiene conmigo? No he hecho nada para merecer esto—. Puedo hacerlo yo, no es necesario que te quedes.

Alondra menea su castaña melena y me pone el paño sobre el pecho. Escuece a la vez que me alivia el frescor.

—¿Tu nombre? —pregunta desenroscando el tapón de la crema.

—Arthur.

Comienza a aplicar la crema en las zonas más enrojecidas. A cada segundo que pasa la incomodidad aumenta. Nunca me ha tocado nadie que no sea la doctora de la familia, aunque en esta situación viene a ser lo mismo.

—Es un buen nombre. Como el rey mítico. —Termina y sonríe de manera amistosa—. Ten cuidado con esos chicos. La pandilla de Sean es muy pesada a veces. Mientras te mantengas al margen, puede que pasen de ti.

Cabeceo de forma afirmativa y vuelto a vestir la sucia camisa. Supongo que tendré que darme otra ducha, algo que no me hace ninguna gracia, ya que es un gasto de agua considerable.

—Gracias. —Miro hacia la puerta, seguramente está hecha con algún tipo de madera muy cara e increíble. Incluso si me ducho, no tengo ganas de regresar a la presentación. Mi estómago gruñe con el hambre, puesto que ya hace unas cuantas horas que he desayunado.

—Oye, Alondra. —Observo su diminuto cuerpo moviéndose por la estancia, mientras recoge las cosas que ha utilizado con mucha calma—. ¿Vas a volver a la presentación?

—Sí, mi amigo está allí esperando por mí. —Me lanza una mirada interrogativa—. ¿Tú no? —Acto seguido chasquea la lengua—. Claro, con ese aspecto es mejor que te cambies. No te preocupes, no van a decir nada del otro mundo. Además, en los escritorios siempre dejan las reglas a seguir, así como los horarios. Muchos alumnos se saltan la presentación por diversas razones.

Le doy las gracias de nuevo y me despido de ella cerca de la puerta principal. Todo está vacío, por lo que decido aprovechar para dar una pequeña vuelta y acostumbrarme al lugar. En el edificio principal están los dormitorios, el gran salón, el comedor, intuyo que la cocina, la enfermería y la sala de recreo en la que he estado. Detrás del edificio principal, hay una enorme estructura del mismo estilo, repleta de aulas. La biblioteca es otro edificio aparte, con forma circular y techo acristalado. También hay una construcción más moderna que alberga el laboratorio.

Mis pies tropiezan con algo blando mientras me encuentro caminando por el patio trasero.

—¿Eh? —Bajo la vista al suelo para encontrarme con la imagen de Matthew Lavestre tirado boca abajo. ¿Está vivo siquiera? Le doy con la punta del pie. Se mueve un poco. Es posible que esté con vida.

Paso por encima como quien no quiere la cosa, en un burdo intento de ignorar lo que sea que esté haciendo, pero una mano se aferra a mi tobillo y me sobresalta hasta límites insospechados.

—Art —pronuncia con voz ronca—. No te vi llegar.

Es obvio que no me has visto llegar, estabas saboreando literalmente el suelo. Pienso a la vez que sacudo el pie para soltarme de su agarre.

—¿Tienes por costumbre admirar el suelo? ¿Es algún tipo de ritual? —pregunto con sarcasmo poniéndome de cuclillas a su lado. Él se sienta con las mejillas llenas de tierra y el pelo rojo despeinado. Su sonrisa borra de pronto todas las preguntas irónicas que le iba a ofrecer. Mi mente se queda en silencio unos segundos.

—Vi un Turdus merula y traté de cogerlo. —Se rasca la cabeza de forma despistada—. Cuando caí al suelo comenzó a cantar con su pareja y me he quedado escuchando el sonido.

Mis cejas se alzan con incredulidad ante la extrañeza de Matthew.

— ¿Un Tuduqué?

—Un mirlo. Esos que son completamente negros y tienen el pico naranja —explica con la paciencia de un profesor de primaria. ¿Cómo demonios pretende que la gente normal sepa los nombres científicos de los pájaros?

—Ya sé como son los mirlos. —Me incorporo buscándolos con la mirada, sin encontrarlos. Solo su cantar llega hasta mis oídos—. Pensé que estabas comiendo.

Cierro la boca hasta convertirla en una fina línea. Todavía estoy sucio con la salsa y de seguro, mi aspecto es deplorable.

Matthew se levanta también. La diferencia de alturas entre nosotros es tan evidente que comienzo a desear no ser una bola tan pequeña. Sus ojos tormenta se oscurecen antes de hablar.

—Me estaba sintiendo asqueado y más cuando han tocado la comida con las manos desnudas... —Echa un vistazo hacia el edificio principal para luego menear su cabeza, presupongo que intenta borrar un mal pensamiento—. Déjalo. Tú no has comido, ¿verdad? ¿Quieres fresas? —Señala hacia el bosque—. Seguro que hay algunas en el invernadero. No creo que las hayan recolectado todavía.

Ignoro los quejidos de mi estómago hambriento y declino la oferta. Prefiero quitarme la ropa sucia y aguardar hasta la cena. Me gustaría que en este lugar nos ofrecieran un té con galletas de mantequilla a las cinco de la tarde. Soñar es gratis.

Con pensamientos sobre deliciosos postres mascullo un "adiós" seco y me voy hacia el cuarto.

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