28. Matthew (Editado)

Arthur desabrocha los botones de mi camisa hasta que queda abierta. Acaricia con calma mi pecho y baja para sujetar el botón de mi pantalón. Lo suelta y ayuda a deslizar la prenda, que alcanza el suelo de horribles baldosas amarillas. Nadie en su sano juicio pone baldosas amarillas en el suelo del cuarto de su baño.

—¿Y tú? —susurro conteniendo una sonrisa. Él da un respingo y se apresura a ir al lavamanos. Coge el enjuague bucal y hace gárgaras con él. Me acerco a su espalda y tomo el bote—. Buena idea.

Se aparta de mí con brusquedad, escupe en la pileta y abre el grifo con tensión. Porque se puede abrir un grifo con tensión, o al menos Art así lo hace. Termino de enjuagarme la boca también y tras limpiar los restos con agua me vuelvo hacia Arthur, que me observa con atención, sin moverse.

—Quítate el pantalón si quieres bañarte —digo.

—¿Ya?

—¿Cuándo quieres quitarlo?

Está avergonzado, el color granate de sus orejas lo delata, así como la respiración rápida.

Retiro mi ropa interior para quedar desnudo frente a él.

—No hay nada de lo que avergonzarse. —Procuro tranquilizarlo dejando que me observe.

—Pero eres hermoso.

Ahora es mi torno de sentir las mejillas calientes por la vergüenza.

—Pues igual que tú.

Aproximo mi cuerpo al suyo. Él retrocede un pasito. Lo rodeo en un fuerte abrazo. Tiene el pelo asqueroso, es pequeño y suave.

Desabrocho el botón del pantalón que lleva puesto, bajo la cremallera, distraído con las perlas de agua que se forman cuando el vapor se posa sobre la piel de Art.

—Te estaba apretando —musito rozando las líneas rojas con las yemas de mis dedos.

Lo ayudo a desvestirse y atrapo su mano para conducirlo hacia la bañera. Es pequeña, de cerámica antigua, en algunas partes está algo descascarillada. Art se mete en el agua y se estremece. Yo me siento en el borde, con las piernas dentro para sentir el calor. El agua reconforta mis pies.

En silencio, Arthur se moja la cara y el cabello. Cuando está húmedo, tiene unos cuantos reflejos cobrizos que asoman entre el color arena. Es precioso.

—Me estás poniendo más nervioso de lo que ya estoy —balbucea—. Y medio metido no puedes lavarte bien.

Se levanta ofreciéndome su puesto.

—Todavía no has terminado —expongo atrapando la pastilla de jabón. Huele a hierbabuena y, por un instante, me pregunto de dónde la habrán sacado. Evidentemente de la planta, claro. Las plantas del tipo menta tienen un olor que me encanta. Me gustaría tener varios jabones de este estilo. Sumerjo la pastilla para que forme un poco de espuma y la llevo a su hombro derecho.

—Uf —acierta a decir Arthur en un tono que demanda auxilio.

Muevo la pastilla hasta el otro hombro, luego bajo a su vientre. Su respiración se vuelve todavía más agitada cuando mi mano roza su ingle. Siento como mi pecho se calienta y el calor se expande a todos los rincones de mi cuerpo.

Retorno hacia arriba y me centro en su espalda durante un rato antes de volver a su pecho.

—Puedo hacerlo yo solo —replica en un jadeo.

—Puedes —le digo al oído.

Él agarra mi mano para arrebatarme la pastilla de jabón, sin embargo, no se mueve. Mantiene su mirada fija en mí durante unos segundos.

—Bésame —pide con voz ronca, algo graciosa.

Paso la lengua por la parte inferior de sus labios antes de morder con cuidado, buscando probar algo nuevo.

Suelta una especie de gemido ahogado y deja caer la pastilla de jabón en la bañera.

Quiero que disfrute, que olvide todo el daño que ha recibido hasta ahora.

Me sobresalto en el momento en que los pequeños dedos de Art tocan mi vientre. Se resbalan por mi piel húmeda medio enjabonada. Suspiro entrecortadamente, por lo que me retiro para tomar aire.

—Ven —murmura arrastrando mi cuerpo hacia el agua. Está templada y sobresale cuando me coloco sobre él en una posición algo incómoda.

El calor se reúne en mi entrepierna y me cuesta concentrarme en los besos que estoy recibiendo. Estos pasan de la boca al cuello, del cuello al pecho. Allí me da un pequeño mordisco. Suelto un suave gemido mientras apoyo las manos en el borde de la bañera para no caer sobre él.

Nunca imaginé que esto pudiera sentirse así. Vi las películas porno que Sean tanto se empeñaba en poner en cuanto tenía oportunidad, pero nunca me llamaron la atención e incluso podría decir que me daban grima.

—Arthur —logro murmurar, enredado en la excitación. Art me mira alejando sus labios de los míos.

—¿Estás incómodo? —pregunta un tanto distraído.

—Estoy caliente.

Se ríe ante la estupidez que acabo de soltar.

Deposito otro beso en sus ardientes labios.

—Y sí, estoy incómodo —admito y me incorporo muy a mi pesar.

El agua se está quedando fría, así que quito el tapón y acciono la ducha. Espero que su hermano no venga a matarme por estar aquí encerrados durante tanto tiempo.

Mi mirada se desvía constantemente a la erección de Arthur. Dios, necesito agua fría.

Me entra la risa sin saber muy bien por qué. Lo insto a levantarse y quitar todo el resto de jabón.

Él comienza a lavarse. Parece que ha perdido por completo la vergüenza. O esta se ha trasladado a mi cuerpo.

Vuelvo a mirar de reojo.

Es de tamaño medio, supongo. Más grande el mío. ¿Por qué estoy pensando en estas cosas? Es la primera vez que puedo observarlo sin una capa de ropa de por medio, debe ser por eso.

Golpeo la frente contra los azulejos buscando centrar mis pensamientos.

—¿Qué haces?

—Purificar mi cerebro.

Enarca una de sus cejas, tiene aspecto de estar agotado. Necesita descansar.

—Estás cansado —digo mientras aprieto la pastilla de jabón que de alguna manera ha terminado en mi mano. Misterios de la vida—. Sal primero. Es mejor que cenes algo y descanses.

Él se envuelve en una enorme toalla azul. Me doy cuenta de que apenas se distingue nada con todo el vapor que se ha formado. Una suerte de mareo hace que pierda el equilibrio.

—¿Algún día tú querrás...? —Comienza a decir Arthur. Tras un segundo, se calla—. No importa.

Alguien llama con fuerza a la puerta del baño.

—¡Ya está bien, me cago en la puta! A salir ya. Os vais a volver uvas pasas. —La voz de Lina se escucha a través. Creo que era Lina. O Lira.

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