16. Matthew (Editado)


Me cuesta respirar. Mi corazón late desbocado como si quisiera salir a través de mis costillas e irse de paseo a cualquier lugar. Entierro la cara en el cabello castaño de Arthur, acercándolo más a mi pecho. Huele a su champú, una mezcla de almendras dulce con algunas flores blancas cuyo nombre no recuerdo.

Tengo que separarme. Debo separarme.

Una de esas tres personas ha hecho daño a Arthur. Me alegro de haberlo seguido. No hemos respondido a la llamada y, sin embargo, han entrado de todos modos. Si Arthur estuviera tumbado a solas, es probable que intentasen terminar el trabajo.

—No puedes separarme del universo solo para que esté a salvo. No soy tan débil como para necesitar protección, así que no vuelvas a decir semejante mierda. —Arthur se revuelve en su molestia, pero no se aleja. Es reconfortante tenerlo entre mis brazos. Nunca pensé que un abrazo podría albergar tanta calidez.

—Lo siento —digo—, me he dejado llevar por el miedo.

Él alza su cabeza, tiene el ceño fruncido hasta un punto ligeramente cómico.

—¿Crees que ellos me han hecho esto?

—No lo sé.

Entierro de nuevo su cara en mi pecho y nos quedamos abrazados durante un buen rato. Mi corazón se va apaciguando poco a poco mientras acaricio la espalda de Arthur.

—¿Sabes? Cuando te vi por primera vez me recordaste a Cherry, mi pequeño hámster —digo.

Arthur suelta un resoplido.

—¿Tu hámster? ¿Te parece normal soltar semejante comparación después de...?

Vuelve a apartarse. Sus mejillas están teñidas del color de las fresas, con el pelo revuelto y algo sudoroso.

Enarco las cejas sin entender.

—Olvídalo. Abre la puerta.

Me apoyo contra ella y cruzo los brazos sobre mi pecho.

—Tienes el pelo del color de la arena y tus mofletitos se hinchan al comer. —Sonrío y su cara pasa al granate más vivaz. Alza la mano para darme un tortazo y la detengo antes de que caiga—. Pero ahora te veo de otra manera.

Diablos, no tengo ni la menor idea de cómo explicarme. Qué mal se me da esto de hablar en general. Ojalá poder transmitir mis pensamientos. Mejor no. Definitivamente no.

Art suelta una risa sarcástica.

—¿Como un ser humano?

Niego con la cabeza y todo el color que había antes en su rostro desaparece de golpe. Su semblante refleja dolor. Acabo de hacerle daño. Pero todavía no ha escuchado lo que tengo que decir.

—Un ser humano sin más me da igual. —Hundo las uñas en mi jersey, esperando a que entienda—. Tú no. Es evidente que no. Me importas, Arthur.

Arthur se mueve por el diminuto baño. Posa sus dedos en el lavamanos, recorre la superficie con sus yemas y observa con verdadero interés la pileta. Es blanca y reluciente, ¿qué tiene de interesante? Hay un rastro de agua. Algunos restos de jabón.

Una risa llega hasta a mí. Parpadeo para encontrar la sonrisa torva de Arthur justo a mi lado.

—No eres capaz de concentrarte ni cuando mantienes una conversación. —Se carcajea, sujetándose el estómago con gesto de dolor—. Todo esto es tan extraño que parece irreal.

Pruebo a pellizcarme para ver si es un sueño. No, seguimos aquí, encerrados en el minúsculo lavabo de nuestra habitación. Un refugio un tanto singular. Al menos no habrá problema a la hora de asearse.

—Me han distraído tus dedos rozando el mármol. —Alcanzo su mano, buscando apreciar si son tan suaves como imagino. Acaricio su palma trazando un camino hasta la yema de su dedo corazón. Pruebo a colocarla contra la mía. Mi mano es mucho más grande, sobre todo mis dedos, son largos y esbeltos. Los suyos son pequeños y regordetes.

—Matt.

Poseer una mano tan pequeñita seguro que tiene sus ventajas. Puede manipular cosas diminutas sin que se pierdan, algo imposible para mí.

—Matt...

Entrelazo mis dedos con los suyos, siento como algo dentro de mí comienza a arder.

—¡Matt! —Me suelta rompiendo el encanto del momento—. ¡Deja de hacer cosas raras mientras estamos metidos en un baño! Sobre todo, después de que...

¿Qué tiene de raro? Me gusta su mano. Y su cara. También su pelo. Da igual el momento y el lugar, seguirán gustándome.

—Después de qué.

—Después de lo que hemos hecho.

—El qué.

Art enrojece de nuevo y me empuja para salir. Lo sujeto por los hombros.

—¿Besarnos? —Lo miro a los ojos. Se queda paralizado durante un par de segundos, al parecer incapaz de reaccionar. Asiente—. No entiendo qué tiene de raro que te tome de la mano después de besarte, la verdad.

—¡Las circunstancias, Matthew! ¿No te has parado a pensar en todo lo que ha pasado?

—Pero si has sido tú el que me ha besado primero ignorando las circunstancias.

Baja la vista hasta el suelo, parece que está buscando la manera de fundirse con las baldosas. Sus orejas se van poniendo cada vez más coloradas. Paso mi mano por una de ellas y él se estremece.

—Tienes que descansar. Iré a por bebida y algo bueno para que comas —sentencio medio arrastrándolo al cuarto. Una vez allí nos quedamos helados.

El lado de la habitación que pertenece a Arthur está desordenado. Toda la ropa que había en el armario se encuentra desperdigada por el suelo. El contenido de su mochila desparramado por la cama.

—Han sido ellos —gruño. El enfado está bailando en mi cuerpo. Quizás su intención era robar lo poco que tiene para hacer que sienta peor. Las personas de la biblioteca hablaban sobre provocar su suicidio.

—Pero —comienza a decir él—, igual entró alguien después mientras estábamos hablando. Si fueran ellos, habríamos escuchado algo.

Abarco la estancia con la mano.

—Han sido los únicos que han estado aquí.

—Siempre me han tratado bien. Lya sonaba preocupada, no quiero desconfiar de ella. —Niega como si estuviera intentando convencerse con sus propias palabras—. Seguramente ha venido Sean después.

—Como bien dices, habríamos escuchado algo. —Empiezo a recoger cosas. Las pongo un poco en cualquier lugar que no sea el suelo—. Para empezar, ni siquiera tendrían que haber entrado a nuestra habitación. No hemos respondido.

Arthur se sienta en mi cama con aspecto exhausto. Agarra una almohada y la coloca de manera que pueda apoyar su mentón.

—Sabía que no tenía que fiarme de la amabilidad ajena. Pensé que podría hacer amigos. —Al ver su gesto, mi pecho duele como si hubiera recibido un fuerte golpe. Me sonríe con amargura—. De todas formas, no tengo nada de valor, salvo la caja de música que heredé de mis padres y la cruz que llevo puesta. Ambas son de plata

Dejo uno de los libros que acabo de recoger sobre el escritorio con suavidad.

—Lo siento.

—Tú eres el que menos debe disculparse —habla poniendo la almohada en la cara, acto seguido se recuesta en la cama—. Lo mejor sería que me vaya a casa. Desde un principio, esta mierda no era para mí. Yo no pertenezco a esto.

Avanzo hasta él y aparto la almohada para tirarla a un lado. ¿Qué pasará si Arthur se va? Yo seguiré encerrado en este sitio. Probablemente seguiré encerrado, aunque termine los estudios.

—Me iré contigo si te vas.

—¿Cómo? —pregunta abriendo mucho los ojos. Posa sus manos en mis hombros para empujarme un poco hacia atrás, es entonces cuando me percato de que estoy casi sobre él. En algún momento, he puesto una rodilla entre sus piernas y mis manos están apoyadas a ambos lados de su cara—. ¿Y qué pasa con tu vida? No puedes irte así sin más.

—Yo no tengo una vida real aquí.

—Eso tampoco es excusa para irte con el primero que te interesa. Ten amor propio.

—Ya tengo amor propio, más del que crees.

Abre la boca para replicar. No llega a hacerlo. Mis labios se posan en los suyos de nuevo. Saboreo la superficie suave y con mi dedo pulgar entreabro su boca.

Él suspira.

Pruebo a introducir mi lengua y tocar la suya con cuidado. Arthur trata de seguirme, ambos torpes. Sus brazos rodean mi cuello y acabo recostado sobre su mullido cuerpo.

El sonido de una puerta abriéndose nos detiene.

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