10. Matthew (Editado)
La multitud me rodea y de pronto me veo acosado por un montón de preguntas que no pienso contestar.
Me aparto con aparente tranquilidad y busco la manera de que mi respiración vuelva a su ritmo normal. Pocas veces me he enfadado de verdad, por lo general, empujo la ira lejos antes de que me consuma.
Lo cierto es que sé que no sirve de nada enfurecerse, solo envenenas tu corazón dejando que la maldad de los demás te atraviese.
Aprieto los puños con tensión. ¿Surtirá efecto mi amenaza? Sean siempre ha sido alguien que rezuma falsedad. Sus miradas, su forma de hablar... Exuda hipocresía por todos los poros de su piel. Solo se acerca cuando hay algo que le interesa y complace a la persona hasta que logra sus objetivos. En el momento en el que alguien no le sirve, se dedica a hacer este tipo de cosas.
La culpa también es mía por haber dejado que se pasease como un gallito por el corral sin pararle los pies.
—¡Matthew! —exclama alguien irrumpiendo mis pensamientos. Es entonces cuando me percato de que he terminado en medio de la cafetería escolar con un panecillo en la mano. ¿Y este pan? ¿Por qué he cogido un pan? Una muchacha pequeña se acerca correteando hacia mí y agitando su cabellera castaña. Me entrega una libreta roja—. No he conseguido ver a Arthur, ¿puedes dársela tú? Estaba en el suelo.
Asiento con la cabeza, contemplando el misterioso panecillo que ha aparecido en mi mano.
—¿Estás bien?
—He cogido pan, pero no la mantequilla. Y no me gusta sin mantequilla. —La chica ladea la cabeza para observar a su vez el panecillo. Cualquiera diría que se trata de un pan sagrado—. Se lo daré, gracias Claire.
—Alondra.
—Sí, eso. —Agarro la libreta y la abro con curiosidad. La letra de Arthur es pequeña, muy pequeña; se apretuja como si quisiera desvanecerse. A pesar de ello, deja los márgenes pulcros y ordenados. Lo contrario a mi forma de escribir.
Mastico el pan mientras camino con el cuaderno en la mano. Noto la presencia de Andrea a mi lado, haciéndome sentir incómodo a cada paso que da. Suelo ignorar a la gente que pulula a mi alrededor como si de motas de polvo se tratasen, pero esta chica tiene algo que no me gusta, por lo que me detengo de golpe.
—¿Quieres algo? —cuestiono tratando de encontrar mi habitual amabilidad, pero esta se ha desvanecido. Ella se encoge de hombros.
—Dejas a todo el mundo caminar a tu lado, ¿te molesta mi presencia? —Cruza sus brazos, visiblemente enfadada. Su expresión me dice que la he ofendido de alguna forma.
—Voy a mi cuarto. —Señalo con el pan—. Solo gente con pene, esas son las ridículas normas.
—No has contestado a mi pregunta —rebate apretando más los brazos cruzados. ¿Por qué todo el mundo hace el mismo gesto cuando se siente incómodo? Es como si los brazos pudieran protegerte de las palabras, un escudo que todo lo rebota.
—Tú tampoco.
Sigo mi camino sin darle oportunidad a continuar una conversación que no me interesa. He perdido la noción del tiempo y ya no sé qué hora es. Subo a trompicones las empinadas escaleras y saludo con un cabeceo a un par de chicos de mi clase. O creo que son de mi clase, no estoy del todo seguro. Me termino el pan justo cuando abro la puerta y me encuentro con una estancia vacía.
Un pesado suspiro sale de mi interior, deslizándose entre mis labios como si parte de mi alma se escapara. Estuve la mitad del día buscando a Art y la decepción de no verlo sentado en el cuarto me hace sentir molesto e inútil.
No ha pasado ni un mes desde que lo conoces, Matt, no puedes dejar que entre en tu corazón tan rápido, me digo, consciente de que jamás he hecho caso de mi conciencia. La gran mayoría de las discusiones que tengo con ella no llevan a buen puerto. Es como una desconocida que viene a molestar de vez en cuando. Seamos sinceros, ¿cuántos obedecen a esa vocecilla interior?
Me tumbo boca abajo en mi cama y hundo la nariz en la almohada. Tengo demasiadas cosas en la cabeza. La escuela, la situación en casa, Arthur, mi madre, mi hermana pequeña, Cherry, Sean. Todas ellas se revuelven formando una nube espesa y difícil de dispersar que embota mi cerebro.
El colchón se siente cálido y confortable. Me invita a dormir, a olvidarme un poco de la vida real, donde no todo va como a uno le gustaría.
¿Qué estará haciendo ahora mi madre? ¿Se acordará de que existo siquiera? Todavía guardo sus perlas y vestidos como si fuese a volver de un momento a otro.
Me giro para poder ponerme en una postura cómoda y unos ojos marrón verdoso me sobresaltan.
—¡Cherry! —grito echándome hacia atrás y me golpeo la cabeza contra la pared—. Qué silencioso eres, maldito.
Arthur menea la cabeza como si estuviese contemplando a un loco y se sienta en su cama. Entrelaza sus manos y las posa sobre su regazo.
—Hice ruido, solo que estabas medio ahogándote, o lo que fuera, y no me escuchaste. —Me froto el golpe varias veces a la par que asiento como un idiota. Arthur me mira en silencio durante unos interminables minutos, en los cuales sus orejas se van poniendo cada vez más rojas, así como la punta de la nariz, lo cual resalta más sus pecas—. Por lo de esta tarde... —Vuelvo a cabecear afirmativamente dándole pie a que continúe—. Bueno, ya sabes, gracias.
La palabra "gracias" sale casi como un gruñido molesto mientras infla las mejillas con aire. Una risa se me escapa.
—Qué te pasa —impera ofuscado.
—Lo siento, es que me has parecido muy adorable.
—¿Cómo? —El rubor se extiende ya por todo su rostro—. Los hombres no somos adorables, somos... bueno, eso, hombres.
¿No puede ser un chico adorable? Yo creo que soy adorable, no veo nada malo en ello.
Apoyo la cabeza en la almohada observando como Art se encoge en su sitio.
—Volvería a defenderte —declaro; el corazón dando forma a mis palabras—. Porque quiero que seamos amigos, ¿y tú?
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