𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐗𝐈𝐈


𝐒e acercaban como abejas bajo la amenaza de que les tocaran su miel y a su reina. La única diferencia era que los nobles no le picarían y morirían al instante. El príncipe tenía que soportar los pinchazos de los ridículos tocados en las cabezas de las mujeres y las vestimentas burlescas de los hombres.

No podía ver a Kay por ninguna parte. En cuanto Leandros fue sumergido por la ola de personas, Fedor había llevado a Kay a la tarima. Lo presentó como el viajero que hizo posible el regreso del heredero. Lo llamó el mensajero del dios de los Caminantes. Lo felicitaron y alabaron como si se tratara de un Santo. Algunas de las damas preguntaron si el joven estaba soltero, Leandros se obligó a asentir y vio cómo se aproximaban hacia su compañero, quien desapareció en la atención que recibía.

Los nervios afloraban en su interior. No consideraba que el nudo en su estómago fuera celos o inseguridad, pero sabía que las mujeres que se le habían acercado eran muy hermosas y podían darle la familia que tanto anhelaba. Sopesó la idea de presentarle a alguna que fuera buena candidata, pero no sería justo para ninguno de los tres.

Se sentía a la deriva en el mar, sin un capitán que pudiera navegar su embarcación.

A lo lejos divisó al duque. Con una inclinación y unas disculpas, se escabulló del gentío que lo rodeaba para acercarse a aquel hombre. Su capa de terciopelo exhibía el animal que portaba en sus banderas y en su anillo: un dragón rojo sobrevolando un volcán que lanzaba su lava ardiente. Montañas Crecientes se jactaba de ser el lugar predilecto donde los dragones dormían en sus largos descansos. Descansaban por siglos, hasta ser llamados al calor de la guerra.

El duque Phyllis de la Casa Alatormenta, con el rostro insondable, respondió a su saludo cuando Leandros estuvo frente a él. 

—Su Alteza Real, un gusto volverlo a ver —dijo, sin mostrar ni un solo asomo de emoción en su voz—. De todo corazón, en nombre de mi fiel Casa y del reino de Myrtathorn, lamentamos sus pérdidas. Su padre fue un gran hombre, se le echará de menos.

Sus palabras eran demasiado secas como para ocultar que solo seguía el protocolo de cortesía.

—Que Eldric, el Grande, en paz descanse. Avaloria victoriosa hasta la tierra —repitieron ambos con el mismo entusiasmo rancio.

—Asimismo, lamento todo lo que ha pasado, duque —dijo Leandros, obligándose—. Estas no son las circunstancias en las que deberíamos encontrarnos después de tres años. Lamento ser indiscreto, pero ¿cómo está su hija?

—Bien, en lo que cabe decir. —En un tono más bajo, sin percatarse de que Leandros estaba muy cerca como para oírlo, añadió—: Igual de loca que siempre.

—¿Puedo hacerle una pregunta personal, su Excelencia? —indagó, haciendo caso omiso de lo murmurado.

El duque Phyllis asintió de mala manera.

—¿Delythena, su hija, sigue siendo mi prometida? Sé que han pasado muchas desdichas, pero un rayo esperanzador siempre será bienvenido.

Fue inútil intentar disimular su quijada tensa o las venas de su cuello sobresaltadas; el duque no podía ocultar su cólera. Se llevó la copa de vino a los labios. Sus arrugas, producto de la edad, hacían ondular las llamas de fuego en su maquillaje. Unos dragones parecían sobrevolar sus cejas. Los Vhertha's trataban de alzar el vuelo para alcanzar a sus ancestros desde los bigotes del duque.

Los Vhertha's eran muy peculiares. Eran la última generación nacida de la combinación entre dragones y un fallo de Thornvale. Tenían un cuerpo musculoso y robusto similar al de un caballo, pero con escamas grisáceas o azuladas resistentes que cubrían su piel. Tenía alas pequeñas y membranosas que le ayudaban a cruzar ciertas distancias con rapidez. Su cola terminaba en una punta afilada, y sus ojos brillaban con un resplandor sobrenatural. Los Vhertha's eran conocidos por su ferocidad en el campo de batalla y su capacidad para embestir a sus enemigos con fuerza y determinación. 

—No lo sé —respondió, con los labios manchados del color del vino. Se rumoreaba que vino solía estar envenenado en Montañas Crecientes. Allí se consideraba valiente beberlo, pero en Thornvale se consideraba una brutez solo plantearse la idea en primer lugar—. Con todo lo que está sucediendo, Delythena ha estado muy... intranquila. —Una tos lo golpeó de pronto—. Me disculpará, príncipe...

—Es mi prometida desde que teníamos trece años, su Excelencia —interrumpió Leandros.

El duque asintió con la cabeza mientras se limpiaba.

—Lo sé. Sin embargo, en estas circunstancias...

—Es mi prometida —repitió. Dio unos cuantos pasos hacia el hombre que se negaba a verlo a la cara. Era un hombrecillo muy cobarde, incluso Lysander lo había advertido en la presencia de este mismo—. Hicimos un acuerdo. Les pido que no me abandonen cuando más los necesito.

—Lo sé.

—Dígame algo más que no sepa.

Lo vio tragar saliva mientras desabrochaba un poco su capa para asegurarse más aire.

—No quisiera que mi hija reinase entre cenizas. O, por el contrario, que fuese asesinada.

—No seré un rey de estragos —aseguró entre dientes.

—Lo... —se detuvo al ver la expresión del príncipe—. Mi Alteza —por fin lo miró—, Montañas Crecientes necesita más que nunca acuerdos de comercio, pero no pueden ser posibles si el prometido de mi hija aún no es rey y sus tierras están sometidas ante un hombre que sí lo es. Lo quiera o no, Brennard el Conquistador, es un gran rey. Y tan pronto avance, Myrtathorn tendrá que interponerse. Necesito al menos una alianza matrimonial para asegurar nuestros bienes futuros. ¿Usted qué me puede brindar?

—Que no vaya con su esposa a contarle lo que planea. —Leandros sonrió con inocencia—. Tengo a un viajero que estaría dispuesto a ir a contárselo solo para ver la expresión de la duquesa al enterarse de lo que quiere hacer..., su Excelencia. ¿O qué diría el rey de su nación si se enterara de que... —sus ojos se posaron en la tarima, donde Fedor brindaba con sus invitados— planea casar a su hija con un rey usurpador que ni siquiera se plantea la idea de invadir sus tierras?

La sorpresa y el desagrado duraron solo dos segundos en el rostro de Phyllis antes de soltar una estridente carcajada.

—Eres igual que tu padre. —La incomodidad y las ganas de arrancarse la cabeza desaparecieron. El duque le dio una palmada en el hombro. Pero Leandros continuaba en guardia, aunque lo disimulaba mejor—. No me malentiendas, no me gusta que me amenacen. Solo reconozco el valor cuando lo veo forjado en los iris coloridos. Myrtathorn respeta a las personas capaces y con alto valor, pero también a los ratones tramposos que no hacen caso del queso que se les deja en la trampa. Si su Alteza Real todavía quiere formar alianzas con Alatormenta, estaremos en Rocaesmeralda hasta pasado mañana. Lo esperamos antes de que vaya a Marrenia.

—Me dejará sin horas para dormir, su Excelencia —se quejó Leandros en un tono burlón, aunque lo decía en serio.

El duque se encogió de hombros.

—Esa es la condición.

Sabía que era de mala educación e inapropiado, pero Leandros no podía dejar escapar esa oportunidad. La curiosidad y el sentimiento agridulce lo impulsaron a hablar.

—Dígame usted —dijo en voz baja—, ¿cómo está Orelena y... Aveline?

Los pequeños ojos negros lo miraron con una ceja arqueada.

—Seamos honestos, príncipe. Ambos sabemos que, de esos dos nombres, solo le importa uno.

Apenas pudo ocultar su vergüenza.

El duque soltó una exhalación.

—Orelena ya ha tenido cinco hijos y ahora mismo está involucrada en cosas de herbolaría. Y Aveline ha vuelto a quedar encita. En estos últimos años, no hemos podido verla tanto como nos gustaría. Su nuevo esposo es un tanto... estricto.

«Estricto». La palabra era insuficiente. Aquel despiadado rey, que gobernaba una sucia isla cerca de Cumbreventosa y al sur de Vorak, era un verdadero tirano. Su gente actuaba como piratas, saqueando todo lo que sus narices olieran. Secuestraban a personas libres para esclavizarlas o venderlas. A las mujeres solían llamarlas «Aleria». Comerciaban con órganos humanos, se los vendían a las brujas que hacían de alquimistas o nigromantes, dependiendo de la región del continente en la que se encontraran. También capturaban fallos y los vendían o desmembraban.

A esos barbaros les cedieron la mano de Aveline. La dulce, inteligente y enigmática Aveline.

Leandros decidió no comentarlo. Se limitó a asentir mientras otros señores menores se acercaban con conversaciones superficiales. Agradecía que lo distrajeran de la rabia que bullía dentro de él por la decisión del duque. Se sentía como ese volcán bordado en la capa, haciendo estragos con su fuego.

La noche transcurrió igual de imprevista. Se había desanimado tanto por quien pudo ser su amada que olvidó a Kay. Fue cuando este lo jaló lejos de la multitud que sintió que volvía a respirar. Se escaparon hacia un balcón apartado. Ya bajo la luz de la media luna, Leandros notó la cara demacrada de su compañero. 

Alzó la mano para acariciar su nuca.

—¿Qué sucede? —le preguntó. ¿Sus ojos siempre habían sido de ese hermoso color obsidiana? Se podía ver reflejado perfectamente. Aunque lo único que podía hacer era admirar ese rostro con tan hermoso maquillaje...

—Te extraño —admitió Kay en voz baja, como si le avergonzara.

—Yo también —dijo Leandros, acercándose a él casi por instinto.

—Muy bien. —Se le dibujó una sonrisa socarrona—. Empezaba a temer que te estuviera gustando la atención que las señoritas te daban.

—No es así. —No era del todo una mentira. Bajó la cabeza y se acercó hasta que las puntas de sus narices se tocaron—. ¿Podrías cantar esta noche para mí?

Kay retrocedió hasta que su espalda chocó contra la baranda.

—¿Quieres que cante frente de esas alimañas revestidas en oro?

—Haré lo que sea —prometió el príncipe. Sus palabras sonaron como una súplica, más que las anteriores veces en las que había pedido lo mismo.

Pero pronto todo se ensombreció. Kay ya no lo miraba y el viento trajo una ráfaga de aire frío que los hizo tiritar.

—Es mucho —dijo Kay antes de apartarse—. No quiero cantar en medio de todo ese gentío engreído. —Recargó las manos en la otra parte de la baranda. Bajo ellos, los árboles comenzaban a brillar en un tono blanco por el polvo de hada.

Leandros lo rodeó por la espalda, y el joven dejó caer la cabeza sobre su pecho, acurrucándose.

—Lo que sea —repitió el príncipe—. Por favor, quiero oírte.

—Te he cumplido todas las veces que me lo has pedido. —Cerró los ojos—. Lo he hecho.

—Lo que me pidas —continuó con su suplica.

Kay abrió los ojos y lo observó desde abajo.

—¿Lo que yo pida?

Asintió con la cabeza, con la sensación de un calor que se deslizaba por su estómago. Kay se enderezó y giró para enfrentarlo.

—Quiero la noche de bodas —dijo, con una media sonrisa que le confería un aspecto sombrío.

Ahora quien retrocedió fue Leandros.

—¿Disculpa?

El viajero lo siguió.

—Cuando te cases... quiero la noche de bodas para mí. —Hubo un breve silencio. Luego, alzó las palmas de las manos y añadió—: Me refiero a que quiero que estés conmigo y no con tu recién esposa.

Leandros dejó escapar un suspiro que se transformó en vaho frente al rostro del viajero.

—Lo que estás pidiendo no solo es una ridiculez, sino también una falta de respeto hacia Montañas Crecientes y Myrtathorn. ¿Realmente buscas ofender a otro reino, Kay?

Su joven compañero se encogió de hombros tal como lo había hecho el duque de Alatormenta.

—Esa es la propuesta.

¿Los estaba escuchando? No le sorprendería si así fuera. Recordaba muy bien cómo Kay se movía entre las sombras.

—Chantaje es como se llama —replicó Leandros mientras intentaba calmarse—. ¿Quieres arrebatarle la noche de bodas a mi prometida solo por celos?

—Sí. —Se volvió a encoger de hombros—. Así me demostrarías que en serio te importo...

De pronto, Leandros se movió tan rápido que Kay quedó perplejo, apoyado contra la pared del balcón. El príncipe había aprisionado sus manos arriba de su cabeza, impidiéndole moverse.

—Bueno... Debo decir que me sorprendes, principito —dijo, con los nervios se reflejados en su voz—. No pensé que fueras tan salvaje.

—No me gusta que jueguen conmigo, Kay —le advirtió cerca de su oreja—. Canta o no lo hagas, está bien para mí, pero no me pidas hacer algo que podría costarme todo.

—Tú me dijiste que pidiera lo que quisiera, así lo hice —declaró el viajero. Alzó la cabeza como si fuera a enfrentarse a él, pero en ese momento, Leandros parecía aún más imponente. Sin importar lo que hiciera para liberarse, era inútil ante el mal humor del príncipe.

—¿Y quieres que me escabulla entre la gente que nos mirara en nuestro encamamiento? —preguntó—. ¿Quieres que finja estar enfermo y vaya a tu habitación? Sabes bien que esa misma noche tendré que regresar con ella para consumar el matrimonio y hacerlo irreversible. Mi madre pasó todo este tiempo jurando que soy virgen y que Delythena y yo íbamos a estar por primera vez en una posición íntima. ¿Te imaginas si alguien se entera que no es así? —escupió entre dientes.

—Pero es que es así —comentó Kay, con una risita burlona.

Leandros lo empujó más contra la pared, apretando su agarre, y la molestia se reflejó en la mirada endurecida de su compañero.

—¿A qué juegas, Kay?

—A lo que quieras. Pero si quieres que cante, solo lo haré bajo estas condiciones. De lo contrario, olvídate.

Debían ser realistas consigo mismos. Tenían que considerar el futuro que les aguardaba, sopesar las consecuencias y los daños irreversibles. Quizá Kay no sabía a lo que se estaba comprometiendo; sin embargo, Leandros conocía bien los posibles resultados.

Aun así, con las piernas temblándole y las manos sudadas, se preguntó qué era lo peor que podría suceder.

—Algo más —dijo Leandros—. Te daré algo más.

Kay esperó, expectante.

—Te daré la cabaña que querías, además de un puesto en mi guardia. También te propongo la promesa.

Los ojos de su compañero se agrandaron más de lo posible.

—Solo una vez —susurró—. Solo se da una vez. ¿Estás seguro de que no la has dado antes? ¿No se la habrás dado a Aveline o a alguien más?

—Siempre te pertenecerá a ti. —Se acercó y rozó sus labios con los de Kay, borrando las imprudentes palabras que aún quedaban.

Pero aún más imprudente estaba siendo Leandros al hacer tal cosa. Otorgarle la promesa a una persona no debía tomarse a la ligera ante los ojos de la diosa Vesanya. Sin embargo, todavía había tiempo para recapacitar. Si no resultaba, no habría consecuencias. Pero, en caso contrario, esperaba que la diosa fuera clemente y comprendiera las circunstancias en las que se encontraba.

—Estás loco —dijo Kay cuando se separaron—. Quédate con la promesa, yo me quedo con la cabaña. No es momento, tú lo has dicho. —Logró librarse y tomar las manos de Leandros, entrelazando sus dedos—. Dámela cuando de verdad lo sientas y no porque quieres que cante.

—Sé que quieres que ya la pronuncie en voz alta, Kay. No me engañas. —El príncipe le depositó otro beso en los labios.

—No así.

Se miraron por unos instantes, luego Leandros asintió con la cabeza. Había sido demasiado presuntuoso al haberlo dicho solo para hacerlo cantar.

—Pero acepto —añadió Kay—. Cantaré para ti.


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Nota de autora: 

Solo quería dar un poco de contexto hacer de la «promesa», que se menciona en este capítulo, ya que después será importante. De igual forma, ya después de explicará mejor. c: 

La «promesa» consiste en prometer algo terrenal y algo más personal que trascienda lo sentimental. Un ejemplo sería: «Te prometo ganar esta batalla y nunca hacerte llorar de tristeza». Y, aunque pueda parecer algo romántico, si no cumples con tus palabras, el castigo puede ser catastrófico.

La «promesa» se hace bajo la atenta mirada de la diosa Vesanya, quien es diosa del matrimonio, el amor, la fertilidad femenina, las promesas de amor, la fidelidad, etc. Aunque esto no quiere decir que no puedes llegar a ser infiel, si le haces una promesa semejante a otra persona (en especial un amante), la diosa te puede maldecir, contagiando de alguna enfermedad a tus hijos hasta hacerlos perecer, asesinando a tu cónyuge y amante, entre otros castigos. Por eso es importante jamás hacer la «promesa» a la ligera, ni dos veces a diferentes personas, y tampoco obligar a alguien a pronunciarla.

Aunque es una práctica conocida por las regiones del continente (con diferentes dioses, dependiendo del lugar), no es usual que la pongan en práctica. 


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