𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈
ADVERTENCIA, favor de leer con detenimiento.
╭─Este capítulo contiene escenas +18, no tan descriptivas. Por eso, si a ti te incomodan este tipo de escenas, puedes evitar leer este capítulo, no te perderás de alguna información relevante. Ahora bien, también les pido que, por favor, sean mayores de edad para leer este capítulo (aunque no sea tan explicito), para evitar problemas. Dicho esto, adelante.─╯
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𝐒u único problema era que no sabía qué debía hacer. Aunque fue capaz de sentir con precisión cada movimiento que Kay había marcado en su piel, no creía ser capaz de replicarlo. Se sentía más torpe de lo habitual, y lo último que quería era decepcionar al hombre que esperaba ansiosamente a que diera el primer paso.
Los nervios le hacían sudar mientras se acercaba a aquel bulto. En esa ocasión, no habría vendaje que le diera la bienvenida. Desabotonó el pantalón y lo bajó despacio, con cierta torpeza que hizo reír a Kay. Una risa que pronto fue reemplazada por un estremecimiento al sentir el aliento de Leandros contra su miembro excitado, que ya sostenía en su mano, con una chispa que se encendió en su interior. Era más corto que el suyo, pero más ancho, y ya goteaba por la urgencia de ser atendido.
En el silencio de la espera, escuchó cómo la respiración del viajero se volvía más pesada. Aun así, parecía más paciente que el propio Leandros. Dejó de lado los nervios y, desde la base hasta la punta, lo recorrió con el dedo como si estuviera a punto de quemarse. En su pecho surgió un sentimiento agridulce, como si todo ese tiempo hubiera extrañado una presencia desconocida. Decidió arriesgarse, dejarse llevar y permitir que su interior se aliviara con el acto.
Se acomodó en la cama y su lengua siguió el camino que había delineado su caricia. La misma chispa electrizante recorrió su cuerpo entero. El nudo en su estómago se deshizo y su corazón se aceleró. Alzó la mirada y se encontró con las mejillas de Kay bañadas en un sonrojo deslumbrante. ¿De verdad era feliz? Por fin había obtenido lo que quería de Leandros, y esto mismo hizo que la duda germinara. Después de conseguirlo, ¿se apartaría?, ¿lo dejaría cuando terminaran?
—¿En qué piensas? —preguntó Kay con el tono alterado.
—Creo que necesitaré tu ayuda —dijo Leandros, sin intención de plantear sus dudas en voz alta.
Las comisuras de los labios aún rojizos de Kay se curvaron hacia arriba. Su mano acarició el mentón del príncipe y después abrió su boca, introduciendo uno de sus dedos dentro. La yema acarició su lengua formando círculos, hasta que esta accedió a seguirle el juego. Hizo que lo envolviera, lo absorbiera y dejara de lado el miedo.
Se enderezó y su mano atrapó la muñeca de su compañero, metiendo más dentro su dedo. «Quizá sea solo porque sigue oliendo a dulce», pensó para reconfortarse un poco ante el arrebato tan salvaje.
Kay se alejó, lo que provocó que Leandros emitiera un sonido en protesta.
—Eh, tranquilo. —Con el dedo, volvió a abrir la boca del príncipe para guiarla hacia la punta de su pene—. Haz lo mismo, solo no me muerdas.
Leandros apenas esbozó una sonrisa. Su lengua tocó la ranura del pene y sintió el sabor amargo, pero con un toque dulce que se deslizaba por su garganta. Aunque no fue eso lo que lo instó a profundizar, fue el exhalo cargado de placer que soltó su compañero y sus manos tensas alrededor de su espalda. Paseó su lengua hasta que le encontró el gusto, hasta que se relajó y se dejó llevar.
Comenzaba a confiar en que, aunque inexperto, Kay lo disfrutaba. Los susurros cargados de jadeos y las uñas clavadas en la piel de Leandros lo confirmaban.
Cuando miró hacia arriba, deseó grabarse la imagen de ese hombre con el cabello castaño alborotado. Sin embargo, por un segundo, creyó verle la piel más pálida, con la punta de la nariz un poco más puntiaguda. Raspó con suavidad sus dientes en el lateral del pene, todo el desconcierto se esfumó. Su compañero abrió los ojos, con un curioso destello rojizo, mientras enderezaba la cabeza para devolverle la exhaustiva mirada.
—Sin morder —le advirtió.
—Tú me mordiste —respondió antes de que Kay lo volviera sumergir.
No sabía con exactitud cuánto tiempo estuvo entretenido, cuánto exploraba con su lengua, o cuánto tiempo llevaba él mismo excitado de nuevo.
A pesar de la objeción del dueño del cuerpo que complacía, Leandros se apartó para bajar en busca de aquellas dos cosas que tanto habían divertido a Kay. Al encontrarlas, tomó una con la boca. No fue cortés, la jaló hacia arriba en un acto de venganza por sus pezones adoloridos. La risa emergió junto con gemidos, lo que incitó a que el príncipe repitiera la acción con el otro testículo.
Regresó a ese miembro que se negaba a descargarse. Llevaban un buen rato y Kay continuaba igual de duro que al principio. ¿Acaso Leandros lo estaba haciendo mal? Echó ese pensamiento fuera y mejor metió el pene más dentro de su boca. Al acomodar las piernas de Kay alrededor de su cuello, sin quererlo, lo había levantado unos centímetros arriba de la cama.
Si creyó que escuchar a aquel viajero cantar era lo más extraordinario, digno de los dioses, era porque el príncipe heredero aún no lo había escuchado romper las barreras que se impuso este para no ser descubiertos. Incluso gemir le salía armonioso. ¿Cómo no iba a ser así? Su boca sabía hacer tantas maravillas. Y aunque sabía que, para lograr aquella destreza se necesitaba de práctica, no podía sentirse celoso. De hecho, la agradecía.
Las caderas de Kay comenzaron a moverse para profundizar. A diferencia de Leandros, los movimientos eran suaves y circulares. El preseminal goteaba sobre su lengua, mientras deslizaba sus manos por el pecho de su compañero, quien atrapó uno de sus dedos y lo metió en su boca. En ese momento, el lujurioso pensamiento de estar dentro de él le hizo perder un poco el control a Leandros.
No lo podía resistir más. Se sentó sobre el regazo de Kay, algo mareado por el repentino cambio.
—¿Qué haces? —preguntó este, confundido.
—Lo siento, Kay, pero yo tampoco lo soporto. Y tú, maldita sea, no dejas de estar tan duro. No entiendo.
Los ojos oscuros se encendieron al contemplar la tensión insoportable del príncipe. Se limitó a observar cómo Leandros se acomodaba para que ambos penes se linearan, lo que lo hizo estremecerse y dejar escapar varios suspiros ahogados. No sabía qué estaba a punto de hacer, pero al menos debía intentarlo. Con urgencia, envolvió los dos miembros y comenzó a masturbarlos al mismo tiempo.
Echó la cabeza hacia atrás cuando las ondas cargadas de tormentas eléctricas los capturaron al rozarse uno contra el otro. El placer tomaba forma de fuego y se deslizaba por su cuerpo. No fue intencional, su cuerpo solo se contrajo en un temblor, haciendo que brincara sobre el regazo. Fue entonces cuando Kay se enderezó para sujetarlo por la nuca y besarlo. Saboreaba el ardiente deseo que se transmitía entre ambos. Pese a que la cercanía lo asfixiaba, no se apartó. Esta vez era relajante.
En un cosquilleo que le arrancó una pequeña risa, Leandros sintió cómo una mano se deslizaba para hacerse cargo de su erección.
—Has brincado —se burló Kay entre besos desquiciados que le brindaba al príncipe.
—No pienses que significa algo más. —El sudor impregnaba sus cuerpos. Sus respiraciones se entremezclaban con cada choque.
—No me molestaría. En absoluto. No me molestaría en absoluto no salir de esta habitación dentro de dos días. Un día para ti y otro para mí, piénsalo.
—Vete a la mierda, Kay.
Se abrazó a él para poder saciar esa hambre incontrolable. En cada sube y baja, la calidez se escurría por la punta y empapaba sus dedos. Solo para molestarlo, Kay los hizo brincar sobre la cama, lo que provocó que sus manos se moviesen de forma descontrolada. El príncipe se obligó a ocultar la cabeza en el cuello de su compañero para apaciguar el escándalo que surgía desde su garganta. Sin pensarlo, abrió la boca y besó la piel debajo. Olía a madreselva y a dulce.
Estaban al límite. Kay se volvió a recostar mientras sus caderas chocaban. El simple cambio de posición y el roce que provocó, hizo que Leandros se viniera enseguida, por segunda vez. Sin embargo, el viajero apenas desprendía flujo.
—¿Cuándo piensas terminar? —le preguntó Leandros cerca del oído—. ¿Acaso no te estoy complaciendo?
—¿Quieres que te dé el truco? —Sintió cómo una sonrisa se estiraba y acariciaba el lóbulo de su oreja. Leandros asintió, con la cabeza aún oculta en el cuello—. Solo pídemelo, principito. Pídemelo y lo haré. Haré lo que quieras.
—Hazlo, vente para mí —le ordenó con firmeza.
—Ya sabes que me gusta que me órdenes.
Leandros se enderezó, entre bamboleos de caderas y manos, la fricción era intensa y agotadora. Con la última envestida furiosa, finalmente la piel se cubrió del líquido brillante, mezclado con el del príncipe. El pecho de Kay quedó salpicado de hebras blancas, cerca de sus cicatrices que se veían más opacas.
Era un desastre que no estaba dispuesto a dejar.
Leandros lamió cada parte sucia. Pasó su lengua en especial por aquellos pezones oscuros, los retorció solo para hacerlo reír. Recorrió las suaves cicatrices y, cuando estuvo seguro de que ya no tenía fuerza para continuar, depositó un beso en la boca de Kay y se desplomó a su lado. Tenía las piernas temblorosas, el estómago contraído y ardiéndole por dentro, la respiración le quemaba y en su piel se había impregnado el aroma del otro hombre. Se encontró a sí mismo sonriendo como nunca antes había sonreído. No le importaba estar tan sensible, no le importaba el ayer o el mañana, en ese momento, estaba feliz.
Además, ¿cómo podría sentirse mal cuando Kay Mickelson lo miraba como si fuera la persona más maravillosa del mundo? Lo acariciaba como si se tratara de una hermosa flor a la que no quisiera hacerle daño. Tarareaba una canción que hablaba sobre la belleza sublime de la mañana, cuando los dorados rayos del sol tocaban las montañas y los campos.
Nunca se había sentido tan desprotegido y, a la misma vez, tan despreocupado por lo que pudiera suceder. Si alguien los llegó a escuchar o no, le daba igual. Si al día siguiente se encontraba cansado y su cuerpo incapaz de soportar una jornada completa, tampoco le importaba. Quería disfrutar ese pequeño espacio de felicidad. Así lo hizo hasta que los párpados comenzaron a pesarle y se quedó dormido. Lo último que escuchó fue la suplica de una voz:
—No quiero que me vuelvas a dejar, Leandros. Así como yo nunca te he dejado. Siempre estaré a tu lado.
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Nota de autora:
Bien, aquí tienen la segunda parte del frutifantastico, jajajaja. Solo porque estaba corto.
Y nada, ahora que lo leo otra vez, diosmío, qué pena, jajajajaja. No puede ser que ande escribiendo estas cochinadas no tan cochinas. ¡No me miren, no me miren!
Por cierto, ¿se dieron cuenta de que Leandros por fin dijo una palabrota? :OOOOO
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