𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐈𝐕
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𝐃espertó lentamente al sentir la luz del día que comenzaba a molestarlo. Al girar la cabeza hacia un lado, se percató de que Kay lo observaba.
—Das miedo —murmuró Leandros con la voz ronca—. ¿Qué haces vigilándome?
El joven se removió sin perder su sonrisa. Parecía complacido.
—¿Sabías que cuando duermes tus mejillas se sonrojan? —Le apartó unos mechones rubios de la frente—. Tus pestañas se mueven de vez en cuando y tus labios se hinchan.
Leandros arrugó el ceño ante el último comentario.
—¿Hinchan? —preguntó, extrañado.
—Creo que te muerdes entre sueños. —Deslizó su dedo por el labio inferior del príncipe.
Leandros se retiró con la excusa de estirarse. Era demasiada cercanía. No es que le molestara, solo se sentía... demasiada.
Segundos después, llamaron a la puerta. Su tía no esperó respuesta e ingresó acompañada por dos sirvientas. Las miradas indiscretas de las muchachas no tardaron en aparecer. Primero inspeccionaron a Kay, aún semidesnudo, con su ropa esparcida por el suelo. Luego, sus ojos recorrieron la camisa mal puesta del príncipe, descendieron hasta notar el pantalón desabrochado. Con manos torpes, Leandros intentó acomodarse la ropa.
Melisande carraspeó para llamar su atención.
—Su Majestad Real, mi hijo Fedor los invita a desayunar, tanto a usted como a su acompañante —anunció con una sonrisa en el rostro—. Estará encantado de recibirlos en el gran comedor. Además, esta tarde se llevará a cabo la reunión con los concejales.
—Muchas gracias por avisarnos, tía —dijo Leandros mientras se colocaba la capa, sintiéndose así menos vulnerable bajo las miradas algo indiscretas de las mujeres.
—Por cierto —agregó su tía extendiendo los brazos—, regalo de Regalbriar. —Señaló a las jóvenes con la barbilla—. Ellas se ofrecieron para recibirlos. ¿Alguna les gusta?
—¿Recibirnos...? —indagó Leandros mientras se giraba para ver a Kay, pero este se encontraba boca abajo sobre las almohadas. Luego se volvió hacía las sirvientas y les sonrió con pena—. Lo siento, hoy no.
—¿Estás seguro? —preguntó Melisande con una curiosa mirada.
Leandros asintió con la cabeza y las tres salieron de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
—¿Estás seguro? —se burló Kay, con el cuerpo temblándole entre risas que resonaron por toda la habitación.
—Todavía puedo llamarlas, si es que te apetece una bienvenida. —Leandros tomó una almohada caída y se la arrojó.
—Bueno —respondió Kay mientras la atrapaba en el aire y sonreía con algo de malicia—, sí quiero una bienvenida, pero no precisamente de ellas. No me gustaría que te den celos. Ya sabemos que no te gusta compartirme. —Se sentó sobre sus rodillas y Leandros se cruzó de brazos—. ¿Habrán creído que sucedió algo anoche? —Sus comisuras se expandieron aún más—. Puede que así sea.
—O no. Andando.
***
A Leandros no le agradaba la idea de tener que asistir con las mismas prendas sucias, pero en cuanto el comandante llegó por ellos, no les dieron tiempo para nada. Los dirigieron hacia el Gran Comedor, con tres guardias flaqueándolos y el comandante Iluises cerrando la marcha. Consideraba que era una especie de ofensa que los trataran como delincuentes; sin embargo, debía recordar que Regalbriar solo salvaguardaba su propia protección.
Cuando entraron al Gran Comedor, Fedor ya los esperaba en la cabecera de la larga mesa, cuya superficie estaba adornada con diferentes grabados de campos y animales. A la izquierda, tres enormes ventanales permitían admirar la vista de la ciudad, las montañas y los campos. Los vitrales dejaban que los colores del arcoíris se dispersaran por la sala entera, creando una atmósfera agradable aunque algo irreal.
—¡Buenos días! —los saludó su primo mientras se levantaba—. Espero hayan dormido bien anoche. —A pesar de que su tono era amigable, sus cautelosos ojos grises permanecían fijos en Kay, llenos de desconfianza.
—De hecho, tuvimos una muy buena noche —respondió Kay con una expresión burlona que hizo que Fedor elevara una ceja.
Fue al sacudir la cabeza cuando Leandros notó a la nueva joven quemando hierbas en la esquina. Ya no era la anciana veledra, sino una chica de cabellos claros que lo miraba.
—¿Quién es ella?
Tanto Fedor como Kay se volvieron hacia la joven.
—Velenias no ha aparecido hoy —respondió su primo—. Ella es su hija —hizo un gesto con la mano hacia la aludida—, Eris. La sustituirá por hoy. —Regresó la mirada a Kay, quien ya lo observaba.
Las miradas se cruzaban como si fueran dos depredadores cautelosos evaluándose el uno al otro, a la espera de cualquier movimiento hostil para poder atacar. Era incomodo presenciarlo, al igual que el silencio que se abatió sobre la habitación. La iluminación, antes acogedora, adquirió un matiz sombrío, arrojando sombras que parecían danzar con la tensión en el ambiente, algo que ni los guardias se atrevían a romper.
El pensamiento de que Fedor se lanzara contra Kay ponía a Leandros en una peligrosa encrucijada. Sus ojos estaban puestos en su primo, mientras que su mano descansaba en el pomo de su espada. No lo dudaba: defendería a Kay si algo salía mal.
Entonces, su primo subió y bajó los hombros, soltando una gran bocanada de aire.
—Tienes rasgos distintivos, Kay Mickelson. —Sus ojos se desviaron por un segundo hacia el comandante Iluises antes de volver a su objetivo.
—Y yo que creía ser un hombre tan común y corriente —se burló el mencionado.
—Veo que tienes acento del norte. ¿De qué parte eres?
—Nací más allá de Aetherium, si eso es lo que le preocupa, Señor.
—¿Del estado independiente? —El mentón de Fedor se elevó.
—Sí.
—Tenemos familia allá, no sé si lo sepas —El vasallo volvió a tomar asiento, sin darles permiso para imitarlo—. Años atrás, los Gadour gobernaban todo el norte. Una nación dirigida solo por la familia.
—De hecho, lo sé.
Una vez más, sostuvieron las miradas durante unos eternos segundos, en los cuales, Leandros intentaba comprender su conversación. Dio un paso hacia delante.
—¿Eres del estado independiente? —Su expresión debió resultar tan inocente que hizo que Kay sonriera, a pesar de la incómoda escena.
—¿No recuerdas cuando te lo dije? ¿O pensaste que era de algún pueblo del norte de este reino? —Al ver a Leandros asentir, pues fue exactamente lo que creyó, rio por lo bajo y un rubor inundó sus mejillas. Su rostro había cambiado por completo, ya no le pertenecía a un depredador. En ese momento, casi parecía hipnotizado por el príncipe.
—Leandros nunca ha escuchado o visto a alguien del , por lo que sé —interrumpió Fedor, con los ojos entrecerrados sobre ambos—. Dudo siquiera que haya escuchado el acento de Aetherium, más allá de unos cuantos embajadores.
—Siempre hay una primera vez —dijo Kay, sin apartar su atención de Leandros—. Tus ojos... —Su sonrisa se ensanchó— son tan hermosos bajo el sol. Oro puro.
Leandros pestañeó, apartó la vista y se concentró en su primo. Abrió la boca para decir algo, pero la cerró al ver a su tía entrar por otra puerta. En vez, iba acompañada por dos niñas y un niño entre sus brazos.
—Disculparán a Aurelia, está algo ocupada —dijo Melisande, situándose frente a ellos—. Leandros, espero no hayas olvidado a los hijos de tu primo.
Lo había hecho, ya que hacía tiempo que no los veía. Las niñas llevaban vestidos de lino de un color verde suave, con bordados florales en la falda. Además, lucían una diadema trenzada con flores silvestres.
—¡Tío, Leandros! —gritó emocionada.
Leandros no tuvo más opción que cargarla en brazos.
—Asteria... —pronunció el nombre con cierto tanteo, por si se equivocaba—. ¡Qué grande y bella estás! —Después hizo una mueca—. Aunque no creo ser tu tío...
—¡Y ella es Averilla! —interrumpió Melisande, dándole una palmada en la espalda a la otra niña para que avanzara, pero esta se mostró reticencia a moverse de su lugar.
—Y este guapo niño se llama Aldarion —dijo Fedor, tomando en brazos al niño más pequeño.
—Los niños, sí... —Leandros bajó a Asteria, quien ya miraba a su compañero con curiosidad.
—Todos empiezan con «A» —observó Kay, con el ceño fruncido.
En cuanto pronunció palabra, Averilla corrió detrás de las faldas de su abuela. En cambio, Asteria se veía fascinada.
—¿Quién es el lindo vagabundo sucio? —Señaló a Kay.
Detrás de ella estallaron un par de carcajadas, provenientes de Fedor y Melisande.
—Me veo como uno, pero no lo soy... O al menos eso creo, señorita —respondió Kay. Se puso de cuclillas para estar a la altura de Asteria, luego hizo un movimiento de mano y sacó una pequeña flor de la oreja de la niña. El rostro de Asteria se iluminó al tomarla. En cuanto lo vio, Averilla se acercó para que le hicieran el mismo truco—. Y así es como te ganas a la familia —dijo mientras se enderezaba, guiñándole el ojo a Leandros.
El príncipe sacudió la cabeza, con las comisuras de sus labios curvándose hacia arriba.
Aldarion también se unió al poco rato, aunque, al tener tan solo dos años de edad, después de aplaudir, trató de comerse la flor. Al menos Fedor no mencionó nada sobre el descaro de Kay al haber cortado las flores de su jardín.
Durante la comida, las niñas estaban absortas en las historias que les contaba el viajero. Eran historias que ni el propio Leandros conocía, por lo que prestaba especial atención. Kay irradiaba encanto y carisma hacia los niños. Su tono era suave. Casi se sentía un delito no escucharlo.
No fue su intención hundirse en su asiento al recordar a aquella familia en la granja. ¿Qué habría pasado con aquel niño llamado Lorian? ¿La madre de Elara seguiría velándola? Rezaba para que nada malo les hubiera sucedido tras su partida.
Un destello lo sacó de esos pensamientos. Un soldado, envuelto en armadura, entró a la habitación y se dirigió de inmediato hacia Fedor, quien se levantó de la mesa.
—Me disculparán. — Se inclinó con respeto antes de retirarse, junto con el soldado.
—Bueno —musitó Melisande a su derecha—, las niñas deben ir a sus lecciones.
—¡No! —exclamaron ellas, pero muy a su pesar, Melisande se las llevó.
Asteria se acercó a Leandros y le dio otro abrazo.
—Extraño a mi tío Lysander —dijo tras separarse—. Mamá dice que él ya no podrá volver. ¿Puedes pedirle que vuelva? Porque lo extraño. —Tiró de su manga en una súplica—. Por favor.
—Por favor —repitió Averilla, mientras Aldarion hizo un ruido como si estuviera de acuerdo.
—Vamos, niñas. —Su tía hizo una seña y una criada se llevó a Asteria.
Leandros bajó la cabeza. El hambre desapareció en tan solo unos bocados. También deseaba que su hermano volviera. Ansiaba disculparse y recuperar el tiempo perdido.
—Qué bonita familia... —murmuró Kay, con la boca llena de comida.
Le dio la razón en un intento de despejarse.
Se habían quedado solos en aquel lugar tan grande. No era la primera vez que experimentaba la sensación de un espacio inmenso que lo asfixiaba. Sin embargo, esta vez era diferente; se dio cuenta de que nunca más disfrutaría viendo cómo los asientos eran ocupados, con las voces viajando de un lugar a otro.
—¿Habrá carne? —preguntó Kay.
—Quizá más tarde.
—Tengo ganas de carne. —Recargó la barbilla en la palma de su mano.
—Deberías estar agradecido de comer esta deliciosa comida. —Comida que él tampoco consumía.
—Lo único delicioso que quisiera comer, no me deja comérmelo —replicó, con un gesto semejante al que haría un niño que hace berrinches.
—Compórtate, Kay.
Él solo entrecerró los ojos y clavó el tenedor en sus fresas.
—¿Te gusta la crema, Leandros? —Agarró un poco con el dedo y se la llevó a la boca.
Leandros tuvo que apartar la vista para evitar que el estómago se le revolviera.
—Kay, te juro que, si no dejas de ser tan descortés, te mando al corral y me traigo a Cordelia en tu lugar.
Su advertencia solo logró incitarlo aún más. En ese punto, Leandros tenía los codos sobre la mesa, con las palmas ocultando su rostro enrojecido. No sabía distinguir cuál era el animal encerrado en un establo y cuál estaba sentado a la mesa.
—Anoche parecías muy entusiasmado...
—No empieces con esa conversación aquí —lo detuvo Leandros entre dientes. Lo último que quería era que los rumores comenzaran a esparcirse.
—Entonces, ¿hablaremos del supuesto «demonio» del que habló la bruja y del que tú no quieres que sepa nada?
El príncipe se giró hacia la esquina, pero la joven tampoco estaba allí. Por un momento, la había olvidado. Durante ese tiempo, había procurado no mencionar nada al respecto. No estaba preparado para hablar sobre ello, mucho menos al no conocer la naturaleza del supuesto ente.
—¿Qué quieres saber? —preguntó en voz baja, sin mirarle.
—¿Tiene más posibilidades que yo? —Su risa inundó el espacio, pero cesó al darse cuenta del enfado del príncipe—. Vamos, Leandros, ¿por qué no querías decirme?
Notó el sudor descender por su cuello. No sabía si era a causa del temor o por la presencia invisible del ser mencionado. Estaba consciente de que algunas culturas preferían no mencionar ni siquiera la palabra «demonio» para evitar algún tipo de invocación.
—No quería... causar más problemas —respondió, y sus hombros se encorvaron.
—Ni que fueras tú el demonio. ¿Sabes algo más sobre él? ¿Sabes lo que es?
Negó con la cabeza. Ojalá supiera al menos si era real.
—Déjame adivinar —dijo Kay—. ¿Te enteraste cuando hablaste con ese dios Caminante y por eso no querías contarme de lo que conversaron? —Llenó la cuchara del sabayón que acompañaba las frutas, y la limpió de un gran bocado. Estaba maravillado por el exótico postre. Luego tomó una pieza de pan de centeno, y acarició su corteza crujiente. Cerró los ojos, complacido por el sonido—. Me recuerda al pan de mamá. —Calló con la mirada perdida—. ¿Podemos hablar sobre lo de anoche?
—¿Puedes dejar de comportarte como un niño maleducado?
Kay asintió con la cabeza.
—Bien, adelante —lo animó Leandros—. ¿De qué quieres que hablemos?
—¿Te gustó? —Tragó un pedazo de pan que emitió un sonido ahogado mientras bajaba por la garganta.
Leandros se mantenía alejado, con sus manos quietas y la espalda rígida. Sus pensamientos aún se desviaban hacia las pesadillas que había tenido, las cuales no pensaba contarle a su compañero. Mucho menos porque Elara fue la principal protagonista de estas.
Sin embargo, se dio cuenta de que ya no miraba esa boca por la voz tan melosa que desprendía. Esos labios rosados adquirieron un nuevo significado. El anhelo de conocer la vida de ese viajero, las historias que aguardaban sus cicatrices, solo era mitigado por la curiosidad de saber cuánto más resistiría Kay sin tener contacto físico con Leandros.
Se recostó en la silla y observó con más detenimiento al hombre delante, quien parecía nervioso. El interior de Leandros se agitó al comprender que le gustaba desarmar a Kay, hacerlo alterar hasta el punto de desviar la mirada. No podía engañarse a sí mismo: sí deseaba besarlo. Lo que no quería era enredarse en las sábanas con él.
El romance no era fácil de digerir. De algo estaba muy seguro Leandros: ellos no vivirían una historia romántica.
—Kay, ¿qué sientes? —optó por preguntar.
El nombrado se detuvo ante el desesperado intento de comerse de un bocado todas las uvas de un racimo. Tuvo que apartar algunas para poder responder.
—Siento... —balbuceó, con los ojos puestos en la tela de la mesa—. Siento que no estaría tan mal, ya sabes, solo intentarlo. Tú y yo necesitamos... ¿desestresarnos? —Observó de reojo a Leandros, quien le regaló una sonrisa.
—De todas las cosas que pudiste decir, elegiste eso.
Kay soltó un resoplido.
—Mira —comenzó a decir con el cuerpo tenso. Dejó de lado la comida y se centró solo en el príncipe—, sé que tú quieres un amigo, yo también. —Colocó una mano cerca de su corazón—. Quieres a alguien que te apoye, y yo también. La diferencia es clara. No quiero esto, no más que tú. Es solo que... ¿Ya te dije que tienes unos ojos preciosos?
Leandros estuvo a punto de retirarse hasta que se dio cuenta de que esa charla le ayudaba a retrasar lo inevitable.
—Sí —contestó de mala gana—. Kay, esto es ridículo. No puedes enamorarte, o lo que sea, de alguien en menos de tres meses. No sabes todo de mí. Sabes mi parte trágica, algunos cuantos datos, pero no sabes más en absoluto. Creo que solo te atraigo físicamente y tú lo confundes con amor.
—Oh. —Tomó una fresa con un cuchillo y la mordió con un desprecio exagerado—. Tú muy sabio. Entonces, ¿cómo me deshago de esta calentura?
—Anoche sabías cómo hacerlo. —Se cruzó de brazos.
—Y me frenaste. —Enarcó una ceja.
—Antes de eso.
—Qué barbaridad —murmuró Kay—. Supongo que tendré que buscar a esas sirvientas para que me den esa buena bienvenida. ¿Por qué no? Bien, me voy. Tienes cosas que hacer. —Se levantó de la mesa.
—Kay, siéntate —le ordenó Leandros, pero él no escuchó—. Sería más fácil ir por la burra. —Se masajeó las sienes, con las venas palpitándole—. Haz lo que quieras ya. —También se levantó de la mesa y se acercó al joven—. No me gusta esto, sino lo que teníamos antes. Nuestra amistad formándose. ¿Por qué te alejas y me dices estas cosas? ¿De nuevo te encontraré ebrio junto a Cordelia? Kay, entiende, quiero un amigo. Te rechazo con amabilidad, pero no me hagas tomar otras alternativas. Quiero un alivio, no más malestares. Que no corresponda tu afecto, no significa que tienes el derecho a tratarme mal. A chantajearme. A irte.
Kay se detuvo mientras el pecho de Leandros saltaba por la falta de respiración. Le pesaba la cabeza y las manos le sudaban. ¿Por qué las personas eran así, tan insistentes y testarudas? Siempre con la cabeza metida en su propio egoísmo.
—Esperaba que... —Cerró la boca. Lo que añadió después lo dijo tan bajo, que Leandros apenas lo vio mover los labios—. Lo lamento —dijo después.
No le agradaba sentirse así, como cuando su padre lo instaba a acostarse con alguna cortesana joven o dispuesta a guardar el secreto. Siempre lo habían perseguido. Lo miraban como si fuera un objeto con el que pudieran divertirse, y no un ser humano que necesitaba que todos se apartaran de su camino.
—Quédate aquí —dijo Leandros tras considerar las posibilidades de que aquella discusión no cesaría pronto.
—¿Aquí? —Kay frunció el ceño.
—Puedes ser feliz en Regalbriar.
—¿Contigo...?
El príncipe sacudió la cabeza.
—Tú y Cordelia pueden detenerse hoy mismo. Sé que mi tía te podría conseguir una buena esposa, alguien a quien puedas amar y que te amará. Te he observado. —Se acercó para tomar el rostro de Kay entre sus manos. Estaba demasiado cerca como para que el aliento de ambos chocara—. Serás un gran padre, Kay, si te quedas aquí.
—¿Y qué pasará contigo? —La voz le salió casi rota—. ¿Qué pasa si mueres y el Conquistador viene?
—De todas formas, estarás protegido. Estarás más seguro aquí, Kay. Por favor.
Su compañero se alejó tan solo unos centímetros.
—No te quiero dejar. ¡Está bien! —Alzó las palmas—. ¡No te volveré a coquetear! No intentaré besarte ni nada. Amigos, solo amigos. Te lo prometo. No volveré a insinuar nada. Solo... no me dejes.
—No me entiendes. —Leandros se aferró más a su rostro, que ardía bajo su tacto—. No te quiero arriesgar más. Quiero que vivas, y eso sucederá si me haces caso y te quedas aquí. Fedor puede recibirte en el Palacio, darte un trabajo y luego podrías tener tu propia casa. Podrías trabajar en el campo.
—Tú eres el que no entiende. —Kay se alejó, y Leandros dejó caer sus manos—. No quiero irme de tu lado. Me da igual lo que creas. Te he hecho una promesa, y tú me has hecho una a mí. No me detendré hasta que no tengas la corona.
—¿Y Cordelia?
Su nombre pareció golpear a Kay. Incluso se notó cómo sus ojos se humedecían.
—Estoy en esto contigo, Leandros. Y a menos que ya no quieras que forme parte de tu vida, no me separaré de tu lado.
—¿Por qué? —Debía reconocer que sabía la respuesta, pero necesitaba que Kay la dijera en voz alta para estar seguro de que no eran ideas distorsionadas suyas.
—Porque me importas lo suficiente como para arriesgar mi propia vida solo para proteger la tuya. —Dicho esto, se dio media vuelta y salió.
Tras unos momentos, Leandros también se retiró del Gran Comedor.
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Nota de autora:
¡Hola! Bueno, antes que nada, por si alguien se lo preguntaba😅, me quedé sin internet porque, pues, pobreza, jajaja, así que es por eso que no pude actualizar. Una disculpa enorme. PERO la buena noticia es que, gracias a esto, oficialmente puedo decir que El Príncipe Traidor ya está finalizado en los borradores de Word🎉. Solo me faltan arreglar ciertos detalles y corregir los capítulos, pero espero seguir actualizando cada semana, al menos dos veces.
También quería comentar que, todavía no sé cómo manejaré ciertas escenas que incluyen +18, por esto de la nueva política de Wattpad. Pero, por si acaso, quiero aclarar y repetir que Leandros tiene 19 años, a puntos de cumplir 20, y Kay ya tiene sus 21 años. Asimismo, trato de no romantizar nada acerca de maltratos u otros actos de violencia. Y si bien en Thornvale el incesto entre primos y tíos es normal, tampoco se romantiza y, como vemos, no se profundiza en esto.
Ya como último, si quieren seguirme en Instagram, por allá pueden encontrar algunos pequeños fragmentos/adelantos de escenas y aviso cuando no puedo actualizar. Y también ando en Facebook, que, cuando me quedo sin internet, es donde estoy mayormente, jajaja. Aunque tendría cuidado con este último, porque a veces revelo spoilers sin querer.
En fin, me alegro de volver a actualizar. Espero todos estén bien, y perdón por los capítulos largos que se están por avecinar. ✨💖💖💖✨
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