𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗
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𝐔n grito lo despertó.
La luz matutina se posaba con suavidad sobre las mantas, sin calentarlas en exceso. Si tan solo aquel sonido no lo hubiera alertado, habría preferido dormir un par de horas más. Sin embargo, los gritos se intensificaron. Escuchaba palabras ininteligibles que se entremezclaban con la angustia.
Salió de la cama y agarró su espada. Bajó las escaleras y se tropezó con los abuelos tratando de mantener a los más pequeños alejados de la puerta principal. Leandros no esperó a recibir respuestas sobre lo que sucedía, solo salió. No atendió a las palabras del viejo hombre que clamaba que regresara. Kay no había vuelto. ¿Quién sabe dónde habría dormido? ¿Qué sucedería si algo le hubiese ocurrido en el transcurso de la noche?
Se guiaba por la discusión y el murmullo de las personas que se aglomeraban. Al igual que él, algunos hombres iban armados y algunas mujeres llevaban piedras en las manos. Todos estaban dispuestos a defender al causante de esos gritos. Por fin, entre Leandros y otros pueblerinos, encontraron la respuesta.
Dentro de una montaña de hemo, estaba la señora Thania, cuyos gritos desgarradores resonaban en el interior. A su lado, Kay estaba visiblemente tenso. Alguien se acercó para preguntar qué estaba ocurriendo, momento en el cual, Ebert se apartó para revelar a quién abrazaba su esposa.
De su garganta aún manaba sangre con una viscosidad verdosa. Sus cabellos rubios habían perdido brillo, oscureciéndose. Sus ojos, abiertos y llenos de horror, carecían de esa luz que tanto los caracterizaron horas atrás. Su vestido, raído y marcado por los signos de una lucha que perduró hasta el último aliento. Elara estaba muerta.
Luchó con ferocidad por su sobrevivencia... Al final perdió.
Nadie pronunció palabra. El único sonido perceptible provenía de una madre herida, con el corazón destrozado. Abrazaba a su hija como si ese gesto pudiera devolverle la vida.
Tardaron un poco en recobrarse. Thania se negaba a soltar a Elara, pero le insistieron en que debía permitir que su espíritu descansara en paz. Aferrarse a ella la condenaría a deambular por el por el mismo lugar donde perdió la vida. Leandros, junto a Kay y los hermanos de Elara, permanecieron en el laberinto de heno mientras que unos hombres se encargaban del cadáver. Debían hacer los rituales funerarios cuanto antes.
—¿Creen que la hayan...? —preguntó Theron sin terminar la frase. No era necesario.
—No se puede saber —respondió Kay—. Aunque su ropa...
—Lo más probable es que lo hayan intentado —rugió Kastor. En un arrebato de ira, comenzó a tirar todo el heno, a gritar y amenazar al bastardo que le había arrebatado la vida a su hermana menor.
Leandros podía sentir cómo la misma adrenalina lo envolvía. Conocía la creciente sensación de odio. También había perdido a una hermana y a un futuro sobrino al mismo tiempo. Sin embargo, ese no era su pesar, no era su familia ni conocidos. Por lo tanto, decidió retirarse para guardar respetos, y Kay lo siguió. A medida que dejaron atrás a los hermanos y a las demás personas, él se le acercó.
—¿Estás bien?
—¿Dónde estabas? —Se detuvo tan abruptamente que Kay chocó contra su pecho, apenas moviéndolo un centímetro—. ¡Responde! ¿Dónde estabas?
—Me quedé abajo con el abuelo —dijo, y su ceño se frunció—. Espera. ¿No creerás que yo tuve algo que ver...? —Sacudió las manos en señal de molestia—. Leandros, por los Santos Venideros, ella era mi amiga. En mi vida le habría hecho daño. Esta familia me acogió en un momento muy caótico de mi vida. Ellos han sido de gran ayuda para mí.
—Kay —lo interrumpió, algo pasmado por el malentendido—, disculpa, no quise hacer parecer que te culpaba. Solo estaba preocupado. Lo que le hicieron a ella, te lo pudieron haber hecho a ti. ¿Entiendes? Pensé que algo... Pensé que algo te habría ocurrido a ti. —De pronto, los ojos le escocieron de tan solo imaginar. Tuvo que apartar esos pensamientos y concentrarse—. Dime, ¿cómo está Cordelia?
—Fue ella quien nos despertó —murmuró. Entonces, dejó caer su frente en el hombro del príncipe y lo abrazó—. Era mi amiga, Leandros. Todos aquí... ¿Quién sería capaz de lastimarla? Todos aquí la amaban. Yo... ¡Maldita sea! Maldita sea...
Le tomó un momento darse cuenta de que Kay lloraba, con el rostro escondido en su pecho, como si quisiera evitar ser visto en un estado tan vulnerable. Leandros lo rodeó con sus brazos y permitió que se desahogara.
—Lo lamento, Kay.
Lo abrazó con fuerza y un pensamiento cruzó por su cabeza, solo para hacerlo sentir culpable a él. Fue Leandros quien la dejó sola y ni siquiera se aseguró de que ella entrara también a la casa. La ignoró cuando lo llamó para continuar con su conversación. La dejó sola, sabiendo bien que él atraía a la muerte.
¿Y si el demonio del que tanto le hablaron los Caminantes fue quien la asesinó? La idea, a medio formar, le hizo temblar.
—Perdonen, chicos, es mejor que entremos —les dijo una mujer mientras colocaba sus manos en los hombros de ambos y los guiaba dentro de la casa.
Los gritos y reclamos los invadieron tan pronto como entraron. El pueblo estaba conmocionado y juraba que aquello era obra de Brennard el Conquistador o, peor aún, un mal presagio de los dioses. La mujer los condujo hacia la cocina, donde Thania y sus hijos pequeños reposaban. La madre no se movía, mantenía sus ojos fijos en el suelo. Parecía estar rememorando el cuerpo inerte de su hija.
Leandros abrió la boca para decir algunas palabras, pero estas desaparecieron al ver a Kay alejarse. No quería estar con aquella culpa que poco a poco rodeaba su estómago en olas crecientes de fuego, así que lo siguió.
Los ladridos enloquecidos provenían de la sala contigua.
—¡Pues algo debemos de hacer! —exclamó el hombre que estuvo al lado de Leandros en la búsqueda—. Hoy fue tu hija, por desgracia de los dioses, pero mañana serán más.
—Deben ser ellos —murmuró la abuela Monsel, con sus manos temblorosas intentando limpiar las lágrimas que rodaban por sus arrugadas mejillas—. ¡Los malditos soldados de Brennard! Los hombres siempre se aprovechan de las mujeres, sin importar nada. Son unos monstruos. Aún recuerdo lo que trajeron Uther y Eldric. Todos los soldados son iguales, no importa en qué bando luchen ni si traerán prosperidad. Todo lo que dan, te lo quitan.
—No podemos... —empezó a decir Ebert, pero se calló ante un nudo de dolor visible—. No podemos conjeturar nada.
—Pero sí podemos pelear por nuestros hijos y hermanos —añadió Kastor, dando un paso al frente. Ante la multitud, se veía más grande e imponente—. Si los rumores son ciertos, de que Leandros, el príncipe heredero de Thornvale, está vivo, entonces no podemos permitir que nos aplasten. Brennard no es nuestro rey. Nunca lo ha sido. Nuestros reyes, aunque no los mejores, tienen la sangre Valorian. ¡Debemos imponernos a esta monarquía! No vendrán aquí a arrebatarnos lo que nos pertenece.
La gente murmuraba en aprobación, muy pocos se negaban. Entre esos descontentos estaba el propio hermano de Kastor.
—¿Por qué siempre los mismos? ¿Por qué no alguien distinto? Alguien que no provenga de tantos errores. Los Valorian tomaron a muchas mujeres por la fuerza y las obligaron a prostituirse para poder saldar sus propios gastos. —Observó a los presentes, quienes comenzaban a darle la razón—. El rey Eldric no fue mejor cuando conquistó Thornvale. Lo único que lo diferenciaba de los demás era su esposa, la reina Galene Gadour. Yo digo que los Gadour nunca nos han traicionado ni nos han tratado como perros. No se llevan a los soldados caídos y a las mujeres a los prostíbulos. No nos arrancan a nuestros hijos para que luchen por una patria que solo a ellos les importa. ¡Yo digo que los Gadour deberían volver a reinar!
Para su sorpresa, todos aplaudieron, hasta que otra voz, igual de fuerte, los hizo callar.
—Leandros tiene sangre Valorian y Gadour. Tiene la mezcla de las mejores razas —dijo Kay—. Si vive, deberían apoyarlo. Es lo que habría hecho Elara. —Dicho esto, se marchó.
Una sensación cálida lo invadió al escuchar a Kay decir aquellas palabras tan seguras. Una sonrisa escapó de sus labios y desapareció con la misma rapidez.
—Lo lamento —dijo Leandros. Le resultaba un tanto morboso el hecho de que hablasen de él sin saber que se encontraba entre ellos. Aunque estuvo a punto de alzar la cabeza y mostrarse, en ese momento, no serviría de nada decir quién era —. Lamento todo lo sucedido.
—No es tu culpa, mi niño —lo consoló la mama Monsel, dándole palmaditas en la espalda—. La culpa la tiene aquel que da la orden, aquel que blande la espada y derrama la sangre, aquel que se equivoca y hace pagar a otros sus pecados.
Aquel que se equivoca... ¿Cuántas veces se habían equivocado?
—Aun así, lo lamento. Siento que la diosa Vorazethra camina a mi lado, solo para traer calamidad tras calamidad.
Esa misma diosa, considerada de mala suerte, atrayente de desastres, golpes y dolores repentinos, la torpeza y la arrogancia.
La mujer sonrió y recargó la cabeza en su antebrazo, hasta donde le alcanzaba.
—La muerte no tiene suerte. No es buena ni mala. No es maldita ni bendita. La muerte solo es muerte. Es la reina y es la dama. Atiende, pero no desarma. Ella no busca, solo encuentra. No te atribuyas un asesinato en el que no fuiste quien hizo derramar la sangre.
***
Se quedaron hasta el mediodía. Thania continuaba en un estado casi paralitico. Leandros y Kay decidieron marcharse antes del anochecer, verla así de destrozada los estaba afectando demasiado. Su energía se agotaba, los huesos les pesaban... No tenían tiempo para experimentar más dolor. Ni ganas tampoco.
—No quiero que me lo tomes a mal —le dijo Kay a Ebert—. Hace tiempo que no experimento esto... —Se le quebró la voz mientras sacudía la cabeza—. Elara era como mi hermana. La quería con mi corazón, Ebert. Y yo... Debemos irnos. Tengo que llevarlo a la ciudad. —Señaló a Leandros—. Lo lamento.
Se abrazaron durante un largo rato. El calor que desprendían se asemejaba al de una familia que no quería despedirse. Se separaron cuando Lorian fue a despedirse. Leandros notó, tanto en el rostro de Kay como en el niño, un brillo distinto, como si algo hubiese cambiado entre ellos de la noche a la mañana. El niño no abrazó al joven viajero, parecía estar perdido, al igual que su madre.
—Un día, Elara dijo que el tiempo nunca sería suficiente —comentó Lorian, con la mirada algo endurecida—. Ya veo que también tenía razón cuando dijo que los muertos nos visitan por las noches para robarnos el rostro y arrojar nuestro corazón.
Kay se mantuvo callado, sin apartar su atención.
—Me pregunto si todos ven lo que yo veo. —Sus ojos se dirigieron a Leandros. Como si de un golpe se tratara, el príncipe retrocedió.
—¿Qué ves? —preguntó Kay con una voz demasiado lenta, demasiado insegura.
Entonces, el niño también retrocedió.
—A la muerte.
—El tiempo nunca será suficiente —le aseguró Kay—. La vida nunca será justa. Compréndelo hoy para que mañana no tengas que decepcionarte. —Le dio un último beso en la frente.
Les tomaría dos días cruzar el bosque que separaba los pueblos de Regalbriar. Kay apenas pronunciaba palabras vagas. Su decaimiento era tal que se negaba a comer, no dormía y ni siquiera le prestaba atención a Cordelia. Leandros intentó entablar conversación con él, al menos para distraerlo, pero la carga que se instalaba en los hombros de su compañero era demasiado pesada.
Esa ya era su segunda noche acampando, a la mañana siguiente llegarían a la ciudad natal de su madre. A Leandros no le gustaba la idea de llegar con un Kay tan decaído, así que, sigiloso, se acercó a él, quien solo contemplaba el fuego de una fogata.
—¿Te gustaría que cantara para ti? —preguntó, dudoso—. No soy muy bueno, pero podría intentarlo si eso quieres. No sé si lo sabes, Elara...
—Canta, por favor.
Le cantó la misma canción de aquella noche. Se tragó su propio pesar, pues solo le importaba recomponer el ánimo de su compañero. En algún momento de la canción, Kay se acomodó en su hombro y se quedó dormido. Leandros miró al cielo y vio cómo la estrella del norte resplandecía, como si lo hubiera oído.
—Ahí estás. Ahora nos vas a guiar, Elara.
***
Por la mañana, Leandros observó los movimientos torpes de Kay. Decía no necesitar ayuda, quería alistar la carreta él solo, así que el príncipe se apartó. Sin embargo, todavía sentía la necesidad de intentar animarlo.
—¿Hace cuánto los conoces? —preguntó con el tono más relajado que pudo reunir.
Kay tardó en responder. Desde que despertó, tenía el ceño fruncido y la mirada decaída.
—Desde que tenía quince años. A Cassara le gusté y me invitó a su casa a comer, aunque sus padres... Es una historia larga. —Se masajeó la parte trasera de su cuello—. Ellos me acogieron, me dieron un hogar. No me quedé porque... ¡Demonios! No sentía que me lo mereciera. —Sus ojos se volvieron a humedecer—. Elara siempre me trató de convencer de lo contrario. Me decía que pertenecía, pero... ahora no lo sé. Rezó para que el dios Mörk mande a sus hijos, Hyrk y Vyrx para vengarla —escupió entre dientes.
Leandros había esperado alguna clase de historia divertía que hiciera sonreír a Kay. No obstante, empeoró. Nunca era buena señal rezarle al dios de la venganza.
Colocó una mano en su hombro y apretó con delicadeza.
—Kay Mickelson, mereces ser feliz y tener una familia. Estoy seguro de que Elara tendrá justicia.
Kay se volvió a mirarlo y permanecieron así durante unos pocos segundos. Luego, desvió la mirada, se aclaró la garganta y le señaló que debían comer algo antes de continuar con el camino.
***
Ya había caído la tarde cuando los sonidos de la ciudad invadieron sus oídos y los árboles se despejaron a su alrededor. Cordelia caminaba por un sendero que conducía a unas imponentes puertas de hierro, flaqueadas por dos torres, donde unos arqueros ya los estaban esperando. Un hombre de estatura baja y una prominente cicatriz que surcaba su rostro, se detuvo frente a los arqueros.
—La tierra los guarde y los dioses los protejan desde los cielos. ¿Qué buscan aquí? —dijo el guardia.
—Porque siervos somos de las estrellas y a ellos les debemos la esperanza —respondió Kay—. Somos mercaderes.
El plan que habían ideado durante el trayecto era sencillo, a decir verdad. Cruzarían Regalbriar como comerciantes, afirmando que tenían un cargamento importante para la familia Gadour. No sería fácil, pero harían lo posible para poder contactar con su primo.
En realidad, no era un buen plan, ambos lo sabían.
—En este momento, las puertas no se están abriendo—explicó el hombre—. A menos que traigan algún pedido realizado hace más de tres meses, espero que comprendan la situación en la que nos encontramos.
Kay y Leandros intercambiaron miradas. Mientras el príncipe le rogaba que aún no dijese nada, el viajero aprovechó aquello para iniciar el plan.
—Es por eso que estamos aquí.
Leandros apretó los dientes, a la vez que le propinaba un fuerte codazo a Kay, quien ni se inmutó.
Los arqueros tensaron las cuerdas de sus arcos, sin saber si debían atacar o esperar. Miraban más allá, hacia el camino, esperando que un ejército apareciera de repente.
—Explícate —le exigió el soldado.
—No —le murmuró Leandros—. No puedes gritarlo...
—Tenemos un mensaje para Fedor Gadour. Noticias que, digamos, le alegrarán.
—Maldita sea. —Se dio con la palma de su mano en la frente.
El hombre rio.
—Oh, ¿de verdad? ¿Y cuál es el mensaje que quieren darle al vasallo? Ya sabrán que, si no los dejamos entrar en la ciudad, mucho menos con nuestro señor. Adelante.
—No podemos decirlo a gritos.
El soldado enarcó una ceja y con la mano hizo una seña. Otro guardia se posicionó en su lugar mientras él se desplazada hacia la torre de la parte derecha. Pasaron unos largos minutos hasta que salieron de la construcción. Sin embargo, ya no era aquel soldado, sino otro hombre quien iba acompañado de otros seis guardias. Ese hombre, alto y fornido, Leandros lo conocía muy bien. No se acercaron demasiado, solo lo suficiente para escuchar.
—Soy el Capitán Iluises —anunció—. Adelante con lo que tengan que decir, de lo contrario, márchense lejos de aquí. —Sus ojos se fijaron en la extraña forma en la que Leandros intentaba taparse la cara. El sol reflejaría de inmediato el dorado.
Kay, a su lado, suspiró. Cordelia rebuznó.
—No se lo podemos decir a alguien que no sea Gadour.
Los guardias avanzaron.
—Eso no funcionará —le advirtió Leandros.
—Oh, disculpe, realeza —replicó Kay, ofendido—, ¿cómo lo haría usted?
No quedaba más opción. Debía confiar en que ellos no lo creerían un traidor.
—Solicito una audiencia con el vasallo Fedor Gadour —gritó— en nombre de Leandros Valorian Gadour, su primo y heredero al trono.
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Nota de autor:
Si, bueno, las preguntas anteriores que les hice sobre Elara... xD Lo siento, jsjsjsjs. Ante esto, me di cuenta que, quizá, me pude extender más para conocer a esta familia. Sin embargo, no me di cuenta hasta ya haber publicado los anteriores capítulos. Espero, más adelante, cuando la historia esté completa, poder corregir estos detalles. ¿O qué opinan?
Ahora bien, ¿más teorías...?
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