𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐋𝐕

ADVERTENCIA, favor de leer con detenimiento.

╭─Este capítulo contiene una escena de abuso sexual, no descriptivo. Se le pide discreción y favor de no romantizar ningún acto realizado por ninguno de estos personajes. Si a ti te incomodan este tipo de escenas, puedes evitar leer el capítulo. Dicho esto, adelante.─╯

𝐂ada paso se sentía tan pesado como si cargara una tonelada de metal en cada pierna.

Había buscado a Kay con la mirada, no quería estar a solas con Valerianos, pero no lo encontró. Por mucho que se obligaba a olvidar, no podía evitar divagar en lo sucedido la noche anterior.

En esta ocasión, el príncipe no caminó hacia una estrecha habitación al final de un pasillo, sino que subieron a la mitad de la torre, donde se encontraba el despacho de Valerianos. Era una habitación espaciosa, donde cada cosa tenía un lugar designado. La luz entrada a raudales desde una ventana que mostraba una bella vista del mar. Las paredes estaban tapizadas con pieles y pinturas.

Valerianos le hizo un ademán para que entrara, mientras él se sentaba detrás de su escritorio. Leandros respiró profundo, por si el aire le comenzara a faltar ahí dentro. Tembloroso, dio unos cuantos pasos hacia la silla que tenía delante. Se sentó y esperó en silencio.

—Iremos primera a Cumbreventosa —le comentó Valerianos mientras revisaba unos papeles—. Dejaremos una parte del ejército, por si no resulta el asalto hacia el castillo de los Corvo. También podría ayudar para una emboscada. ¿Estás de acuerdo?

Leandros asintió con la cabeza. Era una buena idea dejarlos en un punto entre Marrenia y Regalbriar. Las montañas podrían ayudarlos en caso de que fuera necesario tender una trampa.

—Myrtathorn no parece feliz con lo que sucede —explicó su primo con el semblante arrugado—. Es más, creo que están furiosos. Aunque eso no me preocupa. Lo que me preocupa, y, ¡maldito sea de Fedor que no te contó! —soltó entre dientes—, que su rey fue derrocado. Ahora es su hija quien gobierna. Ella no está tan dispuesta a seguir con el tratado con Thornvale. Sugiere, y cito: «¿Por qué querríamos hundirnos con un reino hecho de miserias? Dennos una buena razón y rehagamos el tratado con buenos tratos». —Lanzó la hoja después de terminar de leerla—. Esta mierda se está saliendo de control. Si no ganamos, muchos de nuestros pactos se irán a la basura. Marrenia no puede seguir con los puertos cerrados, nuestra gente vive del turismo. Igual que todo el maldito reino.

—Ganaremos —prometió Leandros en voz baja, apenas audible—. Sé lo que implica nuestra perdida...

—No parece —le espetó Valerianos—. No dudo que seas inteligente, pero ¿sabes a lo que realmente te atienes?

Despacio, el rostro del príncipe subió, solo para toparse con un ceño fruncido y una cara iluminada por el rojo de la rabia.

—Sé cómo ejecutar las órdenes...

—Eso lo sé —terció Valerianos a la vez que se levantaba. Fue un movimiento brusco que por poco tiró la silla hacia atrás—. Sin embargo, una cosa es la teoría y otra la acción. ¡Eso no lo entiendes! Va más allá de unas cuantas lecciones. ¿Qué mierda te enseñó Eldric? ¿Acción o verbo? Leandros Valorian, esto va más allá de un puto libro. —Señaló hacia la ventana. Los soldados estaban ajustando sus armaduras para entrenar con ellas—. Eres un niño, eso no le cabe duda a nadie. No te veo comportándote como si estuvieras preparado para esto.

—Logré venir y... —trató de defenderse antes de que su cuerpo comenzara a temblar como lo haría un cobarde.

—¿Qué? ¿Atraer problemas? —Las cejas castañas de Valerianos se dispararon hacia arriba—. Tú ni siquiera conoces a tu propio reino. Eldric te tenía como un puto prisionero en lo que llamas «hogar». Buena postura, poca experiencia. Eso no nos va servir si piensas reinar y hacer que otros se interesen en tu causa.

El príncipe se quedó callado. No comprendía por qué de pronto le gritaban. Pensaba que estaba haciendo las cosas bien. ¿Acaso, no era así? ¿No hacía suficiente? ¿Era por eso que le recriminó aquella noche sobre haberse revolcado con Kay durante su viaje? Hasta ese momento, el heredero no había dudado de sus habilidades. Creyó que podría reinar, pero lo cierta era que, durante toda su vida, lo único que había hecho era acatar órdenes... no darlas.

—Puedo ayudarte —propuso su primo. Cada palabra que salía de su boca, era un paso que se acercaba a Leandros—. Fedor te ha ocultado muchas cosas, primo mío. Incluso te ocultó que muchos de aquí no creen que serías buena opción para reinar. Desde que se supo que estás vivo, varios se han levantado en tu contra. Si no fuera poco, los suministros escasean. —Inhaló una gran bocada de aire y luego la soltó—. ¿Estás seguro de que quieres ser rey?

La pregunta rondaba otra vez sobre él. Tenía la oportunidad de negarse, de darse la vuelta y huir, pero ¿qué conllevaría hacer eso? ¿Qué haría después? ¿Huiría siempre de sus responsabilidades? ¿Se iría lejos de su reino para poder vivir en paz, sin suponer ningún peligro para quien tenga la corona? ¿Eso era lo que quería...? ¿Huir?

Las dudas se disolvieron en cuanto Valerianos colocó las manos en los hombros de Leandros.

—Puedo ayudarte. No serías un buen rey, Leandros. Eres solo un niño.

No hacía tanto, Kay le había dicho algo similar. No actuaba como un niño, era un niño. ¿Lo era?

—Quiero intentarlo —murmuró, aunque la garganta le raspaba.

Las manos de Valerianos descendieron hacia su cuello. Leandros no se atrevió a apartar la vista de una esquina del fondo. Sintió una presión contra su cabeza. El manto de hielo volvía a colocarse sobre su cuerpo. Si se movía, pensaba, podría pasarle cualquier cosa. Debía mantener la calma. Pero entonces, esas manos le desabrocharon la camisa y dejaron expuesto su pecho.

—Mírate, eres tan hermoso. —Sus manos frías tocaron la piel tibia como si quisieran robarse su calor.

Leandros se mantuvo quieto. No era nada. No pasaba nada. Era su imaginación. Le daba hastío y miedo, pero su imaginación lo atormentaba cada momento de su vida. Era su castigo por huir... Huir siempre.

«Es mi primo, no me haría daño», pensó para tranquilizarse.

Despacio, los besos ajenos se deslizaron hasta tocar las comisuras de los labios del príncipe. La respiración le falló.

—Acuéstate en el escritorio boca abajo —le ordeno Valerianos en su oído—. Es hora que me des lo que es mío. Tienes que agradecerme de alguna manera. —Alzó la cabeza de Leandros y recorrió su mandíbula con la lengua.

Las manos de Leandros no dejaban de temblar. Eso ya no se sentía como si fuera parte de su imaginación. El estómago se le revolvió, quería vomitar. Pero no se podía mover de su sitio.

Por las noches, recordaba, en ciertas estaciones del año, solía ponerle pestillo a su puerta y esconderse debajo de su cama. Quería huir, escapar de un monstruo que azotaba la puerta para que lo dejara entrar. Cuando lograba ingresar, terminaba por encontrarlo. El príncipe debía guardar silencio o el dolor sería insoportable. La cama rechinaba bajo un peso que también aplastaba al pequeño niño, hasta hacerlo asfixiar.

—Dámelo, te lo suplico.

Los niños crecían, se convertían en hombres. Eso era Leandros: Un hombre. No podía permitir que lo doblegaran. Lo rompieran. Así que se obligó a levantarse, pero sus piernas flanquearon y cayó de rodillas al suelo. Alzó la mirada. Nunca se había odiado tanto como en ese momento en el que mostraba tanta vulnerabilidad. Dejaba a la simple y débil vista lo mal que estaba. Valerianos le sonrió mientras se sentaba encima de su escritorio.

—Me gusta cuando te haces el difícil —dijo—. Ya sabes que no me gustan las cosas fáciles. Dóciles. Me gusta lo complicado. Me gustan los gritos de dolor envueltos en locura. Me gusta la sangre y el excremento. Me gustan las lágrimas y los impulsos. —Se enderezó y echó a andar hacia el príncipe, quien intentaba alejarse aun cuando el mundo le daba vueltas—. Este día será el mejor de todos. —Se agachó y atrapó las piernas de Leandros para atraerlo hacia él—. Dámelo, te lo suplico.

Leandros comenzó a forcejear tanto con el tacto como con esa molesta voz en su cabeza que le decía que era parte de un escenario distorsionado. Debía cerrar los ojos. No pasaría nada.

Llevó las manos hacia su cadera para que no le arrebataran su espada, pero en el proceso, fueron los botones de su camisa los que fueron arrancados. No podía creer lo que sucedía. No era Valerianos. No podía ser Valerianos. Terminó por dejar de forcejear cuando la rodilla de su primo impactó contra sus costillas, arrancándole el aire.

«Tranquilo —se dijo en su cabeza. Las lágrimas se acumularon, pero se negaron a bajar—. No pasa nada. Papá vendrá y el monstruo se irá. No pasa nada. Cierra los ojos, todo pasará rápido».

El mismo peso del pasado se instaló sobre él, asfixiándolo. Demasiada cercanía. Demasiado contacto para ser agradable.

«No seas cobarde, Leandros. Tan débil como siempre», se regañó para sus adentros. Cerró los ojos en cuanto una mano ajena apretó su muslo interno. «Rowena vendrá, siempre viene». Como una serpiente escurridiza, la mano se deslizó hacia arriba. Algo se apretó a su pecho, pero no sabía qué era. «Mamá vendrá. ¡Llámala! Ella vendrá. Llama a mamá. ¡Grita! ¡Ella vendrá! ¡Siempre viene! Mamá siempre viene cuando gritas. ¡Llama a mamá! ¡Mamá!».

Pero su mamá estaba muerta. Su padre estaba muerto. Su tía estaba muerta. Nadie iría a rescatarlo esta vez. Así como no pudieron rescatarlo las anteriores veces.

«Por favor...», suplicó como siempre lo había hecho, solo que, en esa ocasión, no fue en voz alta.

—Estoy tan feliz de tenerte de nuevo.

«Rowena siempre viene, necesita saber que estás bien. Leandros... Leandros, no seas un cobarde. Papá nunca te querrá por cobarde. Papá no me va a querer».

El peso lo ahogaba. Aun así, permaneció con los ojos cerrados.

«Él es mi primo. Me prometió que todo estaría bien. Es un juego. Duele, pero es un juego. Si soy valiente y me comporto, tendré una recompensa que no duela».

Siempre dolía, por mucho que después hubiera recompensas. Por mucho que se comportara, dolía.

«Draven jamás te haría eso. ¡Draven jamás te lastimaría! ¿Por qué él sí? ¡Llama a Draven! ¡Grita su nombre! ¡Haz que pague el monstruo! Llama a Draven y haz que el monstruo desaparezca para siempre. Porque Draven jamás me haría eso. Draven mataría a Valerianos si lo supiera. Draven quiso matarlo cuando se enteró».

Era cierto. Draven jamás le había hecho daño. Nunca lo había hecho. Tampoco Fedor.

Abrió los ojos; la vista la tenía borrosa por todas las lágrimas acumuladas. Comenzó a patalear, a retorcerse para zafarse de aquel agarre. Debía salvarse. Debía defenderse del monstruo que lo acechaba por las noches. Solo así podría liberarse del miedo incrustado en su cabeza.

—No aprendes, ¿cierto?

—¡Bastardo! —gritó Leandros—. ¿Por qué me haces esto?

—¿Qué hago? —Su sonrisa se entremezcló con un perverso pensamiento que cruzó por su rostro—. Estamos jugando, Leandros. Solían gustarte nuestros juegos, ¿lo olvidaste?

—¡Suéltame!

No gritaría por ayuda a su familia, ellos no estaban. Debía hacerse cargo de su propio monstruo. Pero ¿cómo hacerlo cuando se sentía tan débil?

—No hasta satisfacerme. —Restregó su cuerpo más al del príncipe.

Le dio tanta aversión a Leandros que, finalmente, al abrir la boca, expulsó un grito. Consiguió atraer su voz desde las profundidades y, por primera vez, rompió el silencio que lo atormentaba. Descendió desde el interior de la oscuridad, y cuando brotó, rompió todo a su paso. Rasgó su camino de huida.

Por un momento, permanecieron quietos. Valerianos seguía encima de Leandros, quien miraba el techo. Después estallaron unos relinchidos que parecían provenir por parte de Cordelia. Las voces de los soldados, que no entendían lo que pasaba, se esparcieron por el jardín. Sin embargo, Leandros no creía que alguno de ellos fuera a su rescate. Cordelia sería la única que lo habría escuchado gritar.

Al menos ella lo había escuchado.

Valerianos apretó su agarre y la daga apareció de entre sus vestiduras.

—Con que te gusta así de rudo. Bueno, a mí también.

Leandros siguió la trayectoria de la hoja plateada, brillante y letal. Le parecía una íntima amiga que conocía de años. Cuando el frío del metal recorrió su carne, supo que debía permanecer lo más quieto posible. Incluso su respiración se ralentizó. No tenía fuerza para pelear contra el débil recuerdo que lo dejaba desarmado. Una diminuta lágrima, ardiente como el mismo fuego, cayó al suelo.

Dejó que su mente se alejara, al menos podría no vivir con el recuerdo cuando todo hubiera pasado. Quería pensar en esas noches en Adviento, cuando Lysander los llevaba a él y a Elysande por los canales de la Bahía Azul para admirar a los delfines rosados que visitaban la ciudad. O aquella vez cuando Elysande lo ayudó a colorear un mapa, porque a él no se le daba muy bien. Pasaron horas mezclando colores.

Cerró los ojos. Nunca le había parecido tan más patético. Harían de su cuerpo lo que quisieran. Lo dejarían expuesto a la intemperie y no podría hacer nada al respecto. Quizá, después de todo, seguía siendo un indefenso niño.

Justo cuando un movimiento estuvo a punto de arrebatarle la cordura y obligarlo a vivir entre el infierno y la putrefacción, un sonido hizo que ambos dieran un respingo. La puerta fue azotada hasta que cedió contra el peso y se abrió. En el umbral apareció Kay.

—Espero que hayas rezado esta noche, porque ni los dioses te salvarán de mí.

Entre el miedo y la sorpresa, el príncipe terminó creyendo que la amenaza iba dirigida a él, pero la oscura mirada estaba puesta en Valerianos, quien, a su vez, entrecerraba los ojos mientras se ponía de pie. Se alisó la ropa con tanta despreocupación que Leandros se preguntó si algo de lo pasado le podría afectar en lo más mínimo.

—No soy tan devoto, admito con algo de vergüenza —se burló. Leandros todavía permanecía en el suelo, anonadado—. Prefiero dejarlo todo a la bendita suerte. Dime, ¿tú eres devoto, Kay Mickelson?

Como única contestación, Kay se acercó, alzó el brazo y le propinó un puñetazo a Valerianos en el pómulo. La sonrisa se tiñó de sangre.

—Fedor me habló de lo temperamental que eres, Kay Mickelson —dijo, con la misma despreocupación de antes—. ¿Cómo está tu madre? Además de muerta, por supuesto. ¿Y tu padre? —Ladeó la cabeza. Sus dedos acariciaron el diminuto corte en su piel. Observó sus dedos pintados de carmesí y sonrío todavía más—. ¿Aún esperas que alguien crea en tus mentiras? ¿Aún gritas por las noches por todo lo que has tenido que hacer para sobrevivir?

Una pequeña gota en un vaso lleno era suficiente para hacerlo derramar. Kay sacó el cuchillo envenenado. Estuvo a punto de apuñalarlo en el costado, cuando Leandros intervino. Kay lo miró con los ojos abiertos y los labios fruncidos. Se tuvo que obligar a hablar.

—No... Por favor, no —dijo muy a su pesar—. Necesitamos el ejército y su confianza. Necesitamos ganar esta guerra.

Su madre solía decir que debía hacer lo posible por ganar. No importaba lo que debía dar a cambio. Su integridad. Su dignidad...

—Leandros —su nombre salió como una súplica, una petición para que le diera permiso de atacar—, este desgraciado se aprovechó de ti.

—Casi. —Valerianos enarcó una ceja.

Kay lo estampó contra la pared al lado de la ventana, colocó su mano alrededor del cuello y apretó.

Casi —musitó con hastío—. Te enviaré con los kyvern para ver si ellos casi te dejan descansar. ¿Te gusta lo rudo? —Aproximó su rostro al suyo—. Ellos te darán una buena noche.

Las carcajadas de Valerianos sonaban enloquecidas, por mucho que su rostro adquiriera un tono azulado con cada suspiro.

—Ellos te harán cosas mucho peores —le advirtió Kay mientras apretaba más su agarre—. Te despedazarán por dentro poco a poco. Les suplicarás acabar de una buena vez, pero eso solo les complacerá y te dejarán una década más para su diversión.

—Pareces muy excitado —escupió Valerianos. Su voz sonaba ahogada y sus ojos se habían dilatado—. ¿Te gusta la idea? ¿Es lo que tú hacías...? —Con trabajo terminó de hablar para cuando Kay lo volvió a estampar contra la pared.

—El Crepitum no siente piedad por gente como tú. —Dicho esto, le propinó otro puñetazo en el estómago. Alzó el cuchillo otra vez, pero Leandros se lo arrebató y Valerianos cayó al suelo, seminconsciente.

—No entiendo —le reclamó Kay al girarse hacia donde estaba él—. ¿Por qué no?

Leandros buscó a tientas acomodarse la camisa. Solo un botón le sobraba para evitar seguir expuesto.

—A veces hay que dejar ir tus emociones y el pasado —recitó lo mismo que Fedor dijo en aquella reunión con los concejales—. No importa lo que sintamos, importa lo que es mejor para nuestra gente.

—¿Estás loco? —repuso el viajero después de darle otra patada a Valerianos. La risa se había vuelto un gemido de dolor.

—No. —Temblaba como si estuviera en Humtehell, el poblado de la nieve, que se situaba más allá de lo imaginado, asediado por mares devastadores. Se decía que el mundo terminaba en Humtehell, por ello tanto frío. Un paso más y terminarías navegando por el espacio, entre bestias, sin aire, con la luz de las estrellas quemándote—. No. Yo solo... Por favor, me quiero ir.

La expresión de Kay se suavizó, aunque su mirada delataba a la bestia salvaje que estaba por atacar. 

—Vamos. —No hizo amago de querer tocarlo, lo que a Leandros le dolió, debía verlo como una basura—. Vamos antes de que termine por arrojarlo por la ventaja. —Le dirigió una última mirada a Valerianos, que hacia un esfuerzo por respirar con normalidad—. Y si le vuelves a hacer algo —bajó la voz—, no habrá vuelta atrás. Esta vez no.

—Siempre termina siendo mío, Kay. Lo saben bien. Siempre lo han sabido bien. —Fue lo último que se le escuchó decir antes de salir del despacho. 


»»————- ☠ ————-««


—————————————————————————————————

Nota de autora:

Sí, cuando escribí por primera vez esta escena, lloré. Y sí, volví a llorar al reescribirla. Al principio, no tenía planeado que Leandros pasara por un momento tan traumático como este, pero a medida que escribía, todo esto salió a la luz.   

Solo diré que aquí nadie sale impugne. Todos terminan por recibir su merecido. 


Un poco sobre el inframundo de EPT:

Arden: Nivel de Castigo, un lugar donde las almas sufren y expían sus pecados.

· Crepitum: subnivel mayor de castigo para violadores, pederastas, pedófilos, asesinos. 

Kyvern: Un tipo de demonio despiadado que se encarga de impartir los mismos castigos que usaron las almas malditas que terminaron en su reino.  

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top