𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐋𝐈𝐈𝐈

ADVERTENCIA, favor de leer con detenimiento.

╭─Este capítulo contiene insinuación hacia un posible abuso sexual, no tan descriptivo. Se le pide discreción y favor de no romantizar ningún acto realizado por ninguno de estos personajes. Si a ti te incomodan este tipo de escenas, puedes evitar leer el capítulo. Dicho esto, adelante.─╯

—¡𝐄stá bien, lo lamento! —gritó Valerianos entre risas, mientras el comandante y algunos de sus hombres trataban de quitarle de encima a Kay.

—¡Pues eso espero! —exclamó Kay, retirándose por fin—. No sabes una mierda de lo que ha tenido que soportar tu primo para llegar hasta aquí.

—Vaya, qué agresividad. —Valerianos se alisó su camisa de caza, que aún mostraba gotas diminutas de sangre—. Solo era una broma. —Se inclinó hacia Leandros y añadió en un susurro—: Y dices que no es tu perro.

Leandros apretó más los puños debajo de la mesa, pero optó por no decir nada al respecto mientras Kay regresaba a su asiento, al lado de él. Los únicos que parecían divertidos por aquella escena era Elaiza y Winlarr. El más joven se reía sin siquiera disimularlo.

—Tranquilízate, por favor, Kay —le pidió Leandros. Agradecía de cierta manera que su compañero lo defendiera, pero no le apetecía acabar en malos términos con el hombre que mantenía bajo su mando al segundo ejército más grande de Thornvale.

—Ojalá no me hubieras quitado el cuchillo.

—Hubiera sido más imperativo con un cuchillo en la garganta —comentó Winlarr mientras intentaba darle un trago al vino de su hermana. Ella le dio un manotazo y colocó la copa en un lugar más apartado.

—¡Lo lamento, mi señor! —El comandante Iluises le mostró una reverencia. Sus hombres también lo imitaron, aunque dos de ellos lo hicieron más para ocultar las risas burlonas que no podían contener.

Antes de que el comandante pudiera excusar a Kay, Valerianos le restó importancia con un gesto de mano.

—Vuelvan a sentarse todos —ordenó con la voz tensa y la mirada algo oscurecida—. No pasa nada. Es cierto que me excedí. —Sus ojos se dirigieron hacia Leandros—. Lamento mi comportamiento, primo. Creo que lo mejor será empezar a comer y olvidar este... accidente. Estoy seguro de que todos aquí estamos algo irritados.

—Irritados es poco —farfulló Kay a la vez que tomaba un sorbo de vino.

—Mejor comamos en paz —terminó Valerianos.

La comida, pese a su delicioso aroma, apenas fue probado por Leandros. La escena anterior había logrado quitarle el apetito por completo, por mucho que la comida transcurriera más pacífica. Su primo de vez en cuando le hacia platica y lo pusieron al tanto del ataque sufrido en el pueblo de Rocaesmeralda. Cuando la cena finalizó, Valerianos habló.

—Tenme paciencia —le pidió a Leandros en voz baja—. Mi esposa espera a mi primer hijo, Marrenia se prepara para una inevitable guerra que podría desencadenar una batalla campal, el rey ha caído y otro se ha posicionado en su trono. Tengo casi un millón de soldados bajo mi mando, y con la llegada del invierno, mi temer es perder a un porcentaje significativo en las duras nevadas. Sin embargo, no podemos permitirnos un descanso, eso dijo Fedor.

Sus palabras lograron cortar un poco la espesa niebla que le impedía respirar con normalidad. Todavía el estómago se le retorcía, con un mal presentimiento, pero cada tanto se recordaba que ese hombre era su primo. Eran familia. Llevar casi seis años sin verse, no debería significar gran cosa en cuanto a su cordialidad. Aunque se sentía justamente lo opuesto.

Valerianos también se disculpó con Kay, y entre su plática, dejó en claro que él también reconocía el acento y los rasgos del norte que ya antes Fedor había señalado. Por un momento, Leandros dudó en si esa era la razón por la que se comportó tan grosero con el viajero, pues años atrás, su primo tuvo varias confrontaciones con gente de aquellos reinos.

—Leandros, ¿podrías acompañarme a la sala de mapas?

La voz de Valerianos voz le hizo dar un respingo en su silla. Cuando su mirada se elevó, se encontró con el joven Winlarr observándolo con total curiosidad. No era la vigilancia de un cazador, sino la cautela de una presa difícil de cazar, gracias a su astucia. Su hermana cargaba con la misma mirada. Se encontraban en constante observación.

—Por supuesto —asintió el príncipe.

—¿Estás seguro? —preguntó Kay—. ¿Quieres que vaya contigo?

Leandros quería decir que sí. No quería quedarse a solas con nadie. Por unos instantes, se vio deseando tener a su padre a su lado, alguien para que lo protegiera. Alguien para que asumiera sus responsabilidades y lo dejaran en paz a él. Sin embargo, negó con la cabeza.

—Estaré bien. No te preocupes.

Se levantaron de la mesa. Elaiza ofreció a su hermano para llevar al comandante y a sus hombres a sus habitaciones para poder descansar, mientras que ella le enseñaría las alcobas a Kay, pero el joven viajero insistió en que debía revisar a la mula y a su nuevo caballo.

—Por favor, ten cuidado —le pidió al príncipe antes de retirarse.

Leandros inhaló y exhaló, y siguió a Valerianos. Caminaron por unos largos pasillos cuya piedra negra era incapaz de absorber algo del calor de las antorchas. El frío le hacia titiritear. Agradecía llevar encima aquella capa prestada —robada—. Se dijo que algún día la regresaría, aunque ese día se alejaba cada vez más.

Pasaron a una habitación más estrecha, pero acogedora, con un fuego que crepitaba en una pared cercana. Una diminuta ventana dejaba entrar unos cuantos rayos de sol, los últimos del día. Se podían observar mapas desperdigados por las mesas y papeles. Leandros leyó uno por encima. No decía gran cosa. Nada que no supiera ya.

—Te extrañé tanto, Leandros.

Esa voz le erizó la piel y, de forma inconsciente, su cuerpo se quedó paralizado. Como si evitar el movimiento le otorgara una ventaja en concreto. Como si así, nadie pudiera verlo. Pero así no funcionaban las cosas. Él continuaba en esa habitación, con la puerta cerrada.

—No sabes cómo odié a tu familia por no permitirme volver a verte.

El lugar le comenzó a dar vueltas. ¿Era él o era el mundo que se movía a sus pies?

—¿Tú no? —Valerianos se le acercó, despacio.

Con cada paso que daba, el corazón de Leandros latía tan fuerte que le hizo marearse.

—¿Por qué parece que no? ¿Acaso no estás feliz de volverme a ver? Uno pensaría que, después de lo que vivimos, al menos me tendrías un poco de cariño.

No sabía qué hacer. Por su cabeza aparecía la imagen donde se encontraba bajo las mantas y detrás de su puerta se escuchaban gritos. Luego otra más, él estaba en un barco y solo deseaba volver a tierra.

—En la misiva que Fedor envió, adjuntó como secreto que hay cosas que no recuerdas. ¿Es cierto? —La voz estaba a centímetros de su rostro. Leandros se obligó a asentir con la cabeza sin poder emitir sonido—. No te preocupes, ya recordarás. Cada aspecto, cada detalle, volverá a ti.

No era necesario voltear para encontrarse con una aterradora sonrisa. Leandros se giró hacia la pared cuando sintió una mano deslizarse por su capa, hasta llegar a su abdomen. El pecho de Valerianos se pegó a su espalda con un fuerte apretón. Los pies del príncipe se despegaron y la luz comenzó a fallar. No había suficiente luz. Ni espacio. No había nada de espacio.

—Te haré recordar todo, primorus.

Inocente. Era un término que solía referirse a los jóvenes vírgenes. Era una palabra que más bien salía cuando el otro estaba a punto de perder su virtud, según la gente de Marrenia.

—Oh, tú ya no lo eres... —se rio. El sonido de su risa sonó como un fuerte torrente—. Sé cómo te miraba, cómo te protegía. ¿De verdad pensaste que algo se le escaparía al imbécil de Fedor? Si no mandé a matar a tu perra no es porque tú seas el futuro rey, sino porque pienso que será un gran juguete también. ¿Cuántas veces ha jugado contigo, primito? ¿Cuántas veces se divirtió con lo que es mío? Espero no hayan sido muchas, admito que soy algo celoso. —Soltó un leve bufido que llegó al oído de Leandros para hacerlo temblar—. Mírate, sin familia y todavía teniendo el tiempo de revolcarte. Supongo que ese hermoso rostro es de mucha utilidad.

Leandros tragó saliva sin saber muy bien lo que sucedía. Se armó de valor y, con un leve empujón, se soltó del agarre de su primo. Por poco trastabilló con sus propios, pero logró estabilizarse. Frente a él, Valerianos tenía las comisuras de su boca formando una media luna siniestra. Era como la luna de los Santos Rojos, donde los males renacían. Se aproximaba la fecha donde la luna se pintaría de rojo.

—¿Qué te sucede? —preguntó el príncipe, sin aliento.

Un dejo de diversión cruzó por el rostro de su primo.

—Te has vuelto un hombre, Leandros. Eso es lo que sucede. —Como si no comprendería o no le importara la actitud defensiva del príncipe, se acercó de nuevo a él—. Quiero saber lo que se siente tenerte sometido ahora como un hombre. Será más divertido, de eso no me cabe duda.

Si detallaba con detenimiento su rostro, podía encontrar una pizca de lujuria y algo que se podría considerar crimen. Debía ser una equivocación. Eran familia. Por mucho que el incesto no se considerara un delito en Thornvale, él no sentía lo mismo.

No.

Debían ser ideas suyas. ¿Por qué pensaba de esa manera tan repulsiva? ¿Qué era lo que llevaba a llegar a esa conclusión?

—Será muy divertido hacerte gritar con esa nueva voz que adquiriste ya. —La luz de las velas hizo brillar una hoja plateada que se deslizó de la manga de su ropa hacia su mano—. ¡Volviste hacia mí y no tuve que hacer nada! —Sus carcajadas rebotaban por esas paredes inútiles que no harían nada más que presenciar lo que fuera a suceder.

—No entiendo. —La respiración de Leandros se le entrecortó. A pesar de que su mente no parecía querer juntar las piezas, su cuerpo lo sabía muy bien. Quería correr y esconderse—. ¿No piensas ayudarme? ¿Piensas matarme?

—¿Matarte? —Valerianos frunció el ceño—. ¿Por qué querría matar a mi mascota favorita? Te daré el ejército, Leandros. Aunque no quisiera, no está bajo mi jurisdicción. No es eso a lo que me refiero, tenlo por seguro. Tendrás tu corona, tu trono. —Alzó la hoja afilada hacia la garganta del príncipe, quien ya se encontraba arrinconado en una esquina. Fue un movimiento tan rápido que ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar—. No. Claro que no, velmora. No pienso matarte.

La tormenta se desató en su interior. No importaba que fuera más alto que Valerianos, sus extremidades parecían no querer cooperar en una contienda. Quizá él no pudiera recordar, pero al parecer, su cuerpo sí. La punta de la daga recorrió su pecho, como si trazara los puntos que quisiera abrir.

—Sigo evocando el momento de cuando te tenía cerca de mí —dijo Valerianos, con los labios pegados a la oreja de Leandros. Sus ojos dorados se posaron en el fuego, a la espera de que alguien lo protegiera—. Vas a ser mío otra vez. Nada me satisface después de ti. Y los dioses saben que lo he intentado.

—No entiendo... —Eran las únicas palabras que salían de su boca. Su mente estaba en blanco.

—Te haré entender a la fuerza, entonces, primo mío. —Su mano libre descendió, pero antes de poder hacer cualquier otra cosa, alguien llamó a la puerta con insistencia—. ¡Maldita sea! —musitó. Guardó la daga y se acercó a la puerta—. ¿Quién es?

Al abrirla, Leandros de inmediato reconoció a Kay.

—Me han dicho que el príncipe está aquí. Vine porque el comandante quiere hablar con él.

—Estamos ocupados —respondió Valerianos, con la barbilla en alto.

Esos ojos astutos de gato se dirigieron hacia el príncipe, luego regresaron a Valerianos.

—Entonces me quedaré. El comandante ha insistido. Lo más posible es que venga por Leandros él mismo. No quiero que piense que no acaté sus órdenes.

Valerianos emitió un vibrante sonido al tronarse el cuello. Fue en ese lapso de tiempo en el que Leandros pudo admirar casi con claridad cómo su primo cambiaba de compostura. Su semblante se suavizó y sus ojos brillaron de forma risueña.

—Es cierto —asintió—. Quería enseñarle a mi primo las cartas que solíamos escribirnos. —Abrió más la puerta y señaló al montón de papeles esparcidos en una mesa. Ninguna de ellas recogía recuerdos pasados—. Vamos, Leandros, el comandante te necesita.

Suspiró de alivio cuando aquella función paralizante, lo dejó libre. Hizo una reverencia formal y se marchó junto a Kay. En cuanto escuchó la puerta cerrarse, un peso lo hizo hundirse de hombros. Dejaron atrás los largos pasillos, pero Kay no lo llevó con el comandante, sino al corral, con Cordelia. Cuando se aseguró de que estuvieran a solas, Kay se volvió hacia él y ahuecó las manos entornó a sus mejillas.

—¿Qué te hizo?

—Nada —la respuesta de forma defensiva.

—Leandros, no me mientas. —La expresión de su compañero se endureció. No sería fácil mentirle.

—Solo dijo un montón de tonterías.

¿Eso era mentira?

Kay lo observó a la par que Cordelia. Ninguno le creía. El animal se acercó a olerlo y soltó un estornudo como si el olor de Valerianos le diera alergia. Pero era su primo, siempre se llevaron bien. Tampoco era una relación como la que tenía con Draven. Draven odiaba a Valerianos. También Lysander lo odiaba. Y toda la familia también lo odiaba, al parecer. Desconocía el motivo. O al menos ya no lo recordaba.

Se alejó del tacto de Kay. Quería respirar. Quería aclarar su mente. Todo debía ser una confusión. Quizá bromeaba. Kay también solía bromear y coquetear. Decía cosas sobre que lo haría recordar. ¿No podría ser lo mismo?

Sacudió la cabeza mientras retrocedía. ¿Por qué unía esas dos experiencias como una justificación? Valerianos no intentó propasarse en una índole sexual. ¿Por qué haría algo así? ¿Por qué Gambo lo haría? ¿Por qué Kay lo haría? ¿Por qué la gente lo haría?

Dio un traspiés y, al girarse, terminó por vomitar todo lo ingerido. Mientras regurgitaba, escuchaba a Kay hablar a la vez que le daba palmadas en la espalda, pero su voz poco a poco comenzó a distorsionarse. Levantó la mirada. A lo lejos, en el jardín, vio a su madre caminar hacia su dirección. Detrás de ella, Lysander levantaba las manos ensangrentadas. Una llovizna produjo estruendos en el cielo.

Leandros no podía gritar. Nunca pudo hacerlo. Había vuelto a su vida y él seguiría sin poder gritar por ayuda. Lo dejaba sin respiración, le nublaba la vista..., pero él no podía gritar. Ni siquiera sollozar.

Debía guardar silencio, su padre se podría enterar. Galene se sentó al lado de su cama, tomó su mano. La tormenta se reflejaba en el plateado de sus ojos. En la oscuridad de la habitación, le pidió a su hijo que guardara silencio. Todos le pidieron lo mismo. A excepción de uno. Draven.

Sin embargo, entre todas aquellas miradas, Leandros sabía que una esperaría el momento adecuado. En una silenciosa promesa, Galene Gadour juró asesinar al monstruo de sus pesadillas.

La llovía cesó. El viento se llevó consigo las figuras del pasado y dejó tras de sí un cielo despejado.

Tuvo que apartar a Kay para poder controlarse. Era demasiada cercanía. Demasiada. Demasiada cercanía como para dejarlo llenar los pulmones. Lo asfixiaba. No dejaba que pensara con sensatez. El peso se instalaba sobre él. No podía sostenerse, temblaba con tanta fuerza que los dientes le castañeaban. Demasiada cercanía como para poder sentirse seguro.

Demasiado peso sobre él como para poder respirar.

Se derrumbó sobre su propio vómito y se llevó las manos a la cabeza. Temblaba de arriba abajo. No quería que nadie se le acercara y lo asfixiara con su contacto, con su peso, con su intenso calor, con su aroma. Enterró la cara entre sus rodillas. No quería a nadie cerca de él. 


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Nota de autora:

¿Odiamos a Valerianos? Sí, odiamos a Valerianos. Creo que ahora entendemos mejor porqué a Leandros no le gustaba que se le acercara tanto Kay u otra persona. 

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