𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈𝐈
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𝐔n desagradable picor le hizo despertar. Se encontraba cerca de una fogata y vislumbró a Kay a su lado, aplicándole varios ungüentos en su herida. Sintió cómo le alzaba el brazo para vendárselo. Una vez terminó, sus miradas conectaron por un breve instante antes de que Kay se pusiera de pie y se adentrara en la oscuridad del bosque.
Leandros permaneció unos pocos segundos despiertos, con la herida palpitante, hasta que de nuevo perdió el conocimiento.
Cuando despertó por segunda vez, se percató de que en esa ocasión Kay estaba apoyado en el tronco de un árbol para vigilarlo. Leandros se incorporó, con el rostro contorsionado por el malestar de la herida ya vendada. Se forzó por realizar cada movimiento despacio y con precaución. Una vez pudo apoyarse también en un tronco, le regresó la mirada al hombre delante.
—¿Qué sucedió? —preguntó. La boca le sabía a sal, no por la sangre sino por el sudor.
—Usaron veneno de drakaelle para intentar matarte —respondió Kay a secas.
El drakaelle no era un tipo de réptil particularmente exótico en esas tierras, aunque su presencia no era común en esa época del año. Solían habitar más al norte, cerca de Vorak...
—¿Dónde están?
—Los maté. Con esto. —Kay se apartó y, desde las penumbras, sacó la espada de Leandros para mostrársela cerca de la luz. No era necesario que se aproximara para ver lo que era visible en la hoja: los emblemas de su Casa y los grabados lujosos—. Tu espada, ¿verdad? —le dijo sin apartar la mirada de él—. Así que, Lanz, a mí me importa un reverendo bledo quién seas de verdad, o si hurtaste esto —dejó el arma a un lado—, yo solo busco saber si hay más sujetos allá fuera buscándote para matarte con veneno o para clavar tu cabeza en una pica. A ti y a quien te acompañe.
Leandros le dirigió una mirada recelosa. No estaba en condiciones de querer hablar sobre ello, no después de esa pesadilla tan espantosa. Además, ¿qué podría decirle que no hubiese sido distorsionado ya para conveniencia de los demás? Lo habían llamado «el príncipe traidor» y lo querían muerto a cualquier costo. El águila lo había abandonado antes de enseñarle a volar. ¿Cómo podría defenderse sin pruebas que lo respaldaran? Solo podía decir que lo sometieron a una sanguinaria carrera entre la vida y la muerte, y él eligió vivir.
—No sabes nada de mí, Kay —murmuró, con la vista perdida en el fuego que crepitaba, como si quisiera alcanzar la luna—. Y, tal parece, tampoco yo sé nada sobre mí mismo.
—Oh, no. No, no, no. —La risa, sin rastro de burla, resonó en los oídos del príncipe como un estruendo forzado—. Déjame adivinar, Lanz. —Lo señaló con el mismo cuchillo que perteneció al hombre que intentó asesinarlo. Sus dedos largos y delgados acariciaban el filo sin temor a derramar sangre—. Eres ese tipo de chico al que le encanta alardear con su vocabulario minucioso. Utilizas palabras refinadas y elegantes para insinuar que estás por encima del promedio, por lo que te terminas metiendo con la gente equivocada. —El filo ahora apuntaba a la propia cabeza de Kay—. Te gusta el peligro, pero no sabes cómo manejarlo.
Los ojos de Leandros se le desorbitaron al escuchar tales palabras. La incredulidad apenas podía describir lo que sentía ante el reproche de un completo desconocido.
—Con tu porte de príncipe —continuó Kay—, con tu caminar de realeza y con esa mirada superficial, das a entender que nadie está o estará a tu altura. —Se enderezó y lanzó el cuchillo; la punta se hundió en la tierra—. Puede que me equivoque, sí. No pretenderé saber quién eres o de dónde vienes. Oh, vaya —su boca mostró los dientes en una sonrisa llena de burla—, puede que te hayas escapado de casita porque tus papitos no quisieron comprarte el caballo más veloz y bonito. No me sorprendería si incluso les hubieras robado y por eso estás aquí...
—¡Mis padres están muertos! —explotó Leandros. La respiración se le alteró a tal punto que se mareó—. ¡Mi familia está muerta! ¡¿Qué diablos sabes de mí, Kay?!
Otro repentino arrebato que lo sumergió en una oleada de dolor. La cabeza le estrujaba el cerebro y sus sienes palpitaban tan rápido como su corazón. ¡Tantas mentiras! Una tras otra, tan repentinas y asquerosas y dolorosas. Mentiras y más mentiras.
—¿Qué? —soltó Kay con las cejas tan juntas que formaban una sola—. Lanz...
—Mi familia está muerta —repitió sin energía. Escondía el dolor mirando al fuego—. No tengo nada. No soy como tú dices. —Quiso tragar saliva, pero su garganta estaba seca—, Sí, en muchas cosas me equivoqué y me arrepiento. No los amé tanto como debí, pero los quería de verdad. Y me los arrebataron sin piedad en una sola noche. —Lágrimas recorrieron sus mejillas, tan ardientes como las brasas que devoraban los leños de madera—. Tú no sabes nada sobre mí, Kay. Así como yo tampoco sé nada sobre ti. La única diferencia es que yo de verdad no pretendo saber quién eres.
La inquisidora mirada de Kay se cernió sobre él, como una puñalada en el pecho, tan afilada como su propia espada. Se movía entre el fuego, proyectando su sombra por el lindero. Era un cazador que observaba cómo su presa estaba lista para ser devorada, sin siquiera luchar por su vida.
—El hombre con el que peleabas —dijo Kay sin dejar de moverse—. Él te llamó príncipe traidor. No me tienes que decir nada, solo la verdad que necesito saber.
El pecho de Leandros subía y bajaba con un ligero temblor. La verdad, una sola verdad, llevaba a todas las demás. Un hilo que conectaba a un estambre. Se hallaba en una posición vulnerable, en la que tanto seguir con la mentira como decir la verdad parecían estar al mismo nivel. Podría mentir, después de todo, ¿qué más daba? Kay era un nombre sin importancia que se olvidaría con el tiempo. En cambio, decir la verdad, revelar su verdadero linaje, podría acarrear consecuencias mucho más graves que la simple decepción en un desconocido.
No obstante, ¿qué beneficios podría tener Kay a largo plazo? Sí, podría venderlo a Brennard y recibir una recompensa, aunque todos sabían cómo terminaban los tratos con El Conquistador. No se ganaba solo dando, sino tomando una y otra vez. Solo así el rey de Aetherium logró conseguir tanto terreno.
Sin más tiempo para pensar, decidió solo soltarlo.
—Soy Leandros Valorian Gadour, el príncipe heredero de Thornvale.
Para su sorpresa, Kay se acercó y le tendió la mano. El príncipe se la estrechó sin comprender bien el gesto tan repentino.
—Un gusto, Leandros. Mi nombre es Kay Mickelson, y yo te llevaré a un reino que es regido por el infierno.
***
Se sentaron y contemplaron el fuego. Kay, a su lado, mantenía una distancia prudencial. El silencio los envolvía con una incomodidad palpable. Momentos atrás, Leandros ansiaba saber más sobre la persona que lo salvó; sin embargo, ya no pensaba que eso fuera a suceder, ya que Kay quería que fuese él quien tomara la iniciativa y abriera la boca primero para decir algo.
—Yo no sabía que me buscaban —explicó—. Menos creí que me fuesen a encontrar. ¿Todavía me llevarás?
—Las brujas trabajan para el mejor postor —dijo Kay, quien sostenía una rama con la punta ardiendo—. Pero sí, te llevaré.
—¿Por qué?
—Dime tú por qué quieres ir hacía Regalbriar. —Se volvió para mirarlo.
—El Vasallo Real es mi primo. Tengo fe en que me ayudará al menos como guía.
Kay arrugó el ceño, luego relajó su expresión y sacudió la cabeza
¿Fedor Gadour? Es un amargado. Además, no deberías confiar en alguien con un nombre que rima. Bueno, eso decía mi madre.
No negó su afirmación ante lo primero. Conocía muy bien la irritabilidad y la poca paciencia de su primo mayor.
—¿Irás a otro lado después? —quiso saber el joven, si bien su tono demostraba muy poco interés. Se hizo a un lado y sacó de la carreta una botella de licor, de la cual tomó un gran trago antes de ofrecérsela a Leandros. Al principio dudó, pero al reconsiderar lo seca que estaba su boca, decidió al menos darle un sorbo. Tenía un ligero sabor agrio, aunque conservaba un toque dulce que le agradó, así que tomó otro par de tragos más.
—Marrenia —respondió Leandros con más calma, aún sin devolverle la botella a Kay—. En los peores de los casos, iré a Vorak.
—¿Vorak? ¿Por qué?
—El tratado que aún tiene con Thornvale podría ser de ayuda. El regente tendrá que...
—El regente fue asesinado hace un año —lo interrumpió Kay—. ¿No lo sabías? No han dicho quién fue, pero se cree que fue un botín. Como sea. —Regresó la vista al fuego—. Ahora está el idiota del hijo mayor.
Fue un golpe duro. No porque le importase, sino porque era un hombre que se obligaba a sí mismo a cumplir con la ley. Iba a ser regente hasta que el príncipe Hadrian Ashbourne estuviera listo para gobernar, o, en su defecto, su hermano menor, Darian. El regente arruinó un reino prestado, pero seguía conservando sus inmensos ejércitos.
—Bueno, por ley, nos tienen que ayudar —masculló entre dientes—. Sea quien sea, me debe apoyo.
—Como quieras —repuso Kay—. Te llevaré a donde sea, príncipe.
—¿Por qué? —preguntó con el mismo desconcierto que al principio.
—Porque comprendo tu situación. Algo, la verdad. —Se encogió de hombros y se levantó—. Ya pensaremos en eso después. Solo... ¿quieres que te siga llamando Lanz?
—Como desees. —Hizo un gesto con la mano, lo último que quería era hablar sobre eso.
—Para guardar apariencias, te llamaré así. Aunque, ¿estás seguro de que no te reconocerán?
En el agua de la tina, él mismo no se reconoció. No llegó a pensar en si alguien podría identificarlo. Dudaba de que siquiera supieran cómo lucía, más allá de los rumores. Desde pequeño, rara vez se le presentaban personas importantes. Las únicas ocasiones en las que se codeó con figuras destacadas fue cuando lo comprometieron con la hija de un duque y cuando su hermana se comprometió con su primo. Más allá de reuniones o fiestas insignificantes, pasaba la mayor parte del tiempo con la nariz pegada en alguna enciclopedia, en los libros que le mandaba a leer su institutriz y en los inmensos informes que debía redactar para que su padre los corrigiera.
—Lo cierto es que no lo sé —reconoció con pesar—. No creo que mi rostro sea muy llamativo. Creo poder mezclarme con los demás pueblerinos. —Sonrió con inocencia.
Kay se inclinó tan cerca de Leandros, que por poco sus narices se rozaron. El comerciante lo examinó de arriba abajo. Sin luz, sus ojos daban la sensación de estar hechos de pura oscuridad, como cuencas vacías. Lo más parecido que Leandros había visto era el perro de su hermana, un cruce de lobo aldrakor cuya mirada nunca brillaba, ni siquiera con luz directa. El pobre animal ya debía estar muerto para entonces.
—Los tienes muy bonitos, pero aquí no hay gente con ojos dorados, ni en Vorak —le dijo Kay—. Estoy seguro que eres el único y lo notarán de inmediato. Por una buena suma de dinero, te reportarán sin pensarlo. —Le arrebató la botella y se alejó—. Por cierto, ¿por qué tienes los ojos dorados?
—Los heredé de mi abuela —respondió con cierta incomodidad.
—De acuerdo, solecito —Kay dio un aplauso de manos que le hizo dar un pequeño brinco por la sorpresa—, tendrás que mantener la cabeza gacha y la capucha puesta en todo momento. A ver si así evitamos otra emboscada.
—Está bien —aceptó Leandros, sin prestarle atención al apodo. No le importaba llevar puesta la capucha.
—Nunca he parado a descansar en Thornvale, ¿sabes? —le comentó tras unos segundos en silencio—. Todo lo que sé es que es un reino que sigue sumido en la fantasía, donde los reyes sacrifican águilas.
Leandros enarcó las cejas.
—No hacemos eso —le espetó. Se cruzó se brazos, ofendido—. Las águilas son sagradas para nosotros, sin mencionar que hay muy pocas como para usarlas en sacrificios.
El joven se rio por lo bajo.
—Por eso lo dicen, bobo.
—No hacemos eso —insistió el príncipe entre dientes—. Salvamos criaturas, es lo que hacemos. No creemos en más. La brujería incluso está prohibida.
—No tanto si te han encontrado con tanta facilidad.
—No tengo explicación para eso, admito.
Se decían muchas cosas acerca de las brujas y su forma retorcida de jugar con la naturaleza. Desde crear «fallos» hasta llevar a cabo experimentos que atentaban contra los mismos Dioses y creadores, e incluso traer personas de vuelta de la muerte. No temían ni a la Diosa de la Muerte ni al Dios de la vida. Las brujas ansiaban convertirse en los nuevos titiriteros que manejaban los hilos del universo.
Dejó escapar un suspiro. Si era verdad lo de la brujería, solo quedaba esperar para ver cuáles reinos se unirían para combatir a ese enemigo.
—Gracias, Kay —murmuró tras un largo silencio.
El susodicho solo asintió con la cabeza.
—Buenas noches..., Lanz.
Lo dejó solo, en medio de un coro de aves que abrazaban el amanecer que estaba a punto de elevarse.
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¡Hola!✨Espero que les esté gustando lo que llevo de esta historia. ¿Alguna teoría? ¿Alguna idea de lo que se está por venir? ¿Qué les parece Kay hasta ahora? ✨
Muy bien, solo escribo esta nota para mostrarle el dibujito de Leandros que me hizo @Jesy8_ ¡Muchas gracias!💞Esta es la primera vez que una persona ha estado tan comprometida con mi historia como para hacerle un dibujo, así que tenía que compartirlo por aquí. ❣️
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