𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐗𝐕𝐈𝐈

𝐌elisande le acarició el rostro a Leandros, con una media sonrisa dibujada en los labios. Su mirada grisácea perdía brillo a cada respiro, y su palidez la hacía lucir enferma. De cerca no se distinguía las similitudes con Galene o Rowena. Melisande guardaba antigüedad. Sin embargo, su espalda erguida y la fuerza en sus brazos dejaban en claro su longevidad. Apenas tenía retazos grisáceos esparcidas por su cabellera.

—Serás rey, Leandros. —Antes de marcharse, su tía le depositó un beso en la frente, y como un fantasma, desapareció en la oscuridad.

Leandros entró a la habitación y se sorprendió al encontrar a Kay despierto, con la espalda recargada contra la pared de la cama.

—Estás despierto —señaló, a la espera de que no hubiera notado tanto su ausencia.

—Que perspicaz —se burló Kay. Después bajó la mirada—. Desperté y no estabas.

—Salí a caminar para despejarme —explicó. Mientras se desvestía, ocultó el libro entre sus ropas. Se acostó al lado de Kay, quien se acomodó para abrazarlo—. Hablé con Fedor de varias cosas que atosigaban mi cabeza. Ha sido liberador, he podido pensar más sobre algunos asuntos. Quizá otros los pueda dejar atrás.

—Espero no ser uno de esos asuntos que dejarás atrás —murmuró Kay, con la cabeza descansando en el pecho de Leandros.

Una sonrisa tiró de los labios del príncipe. Comenzó a acariciar la melena castaña despeinada.

—Yo no te puedo obligar a irte si no quieres. Lo único que temo es que en un futuro nos podamos arrepentir. —Fue honesto, aunque sabía que eso disgustaría al hombre que recibía su tacto. 

—He oído que hablabas con tu tía. —Kay hizo caso omiso a lo último dicho y acomodó la cabeza de lado sobre la almohada para ver a Leandros—. ¿Está todo bien?

—Me la he encontrado. Sí...

—¿Qué ocultas? —La intensidad de su mirada se profundizó.

—Muchas cosas, ¿y tú?

Kay lo observó de forma meticulosa; no como si quisiera averiguar lo que pensaba, sino lo que podría llegar a descubrir.

—Todos tenemos secretos, ¿no?

—¿Compartirás uno conmigo? —Le sonrío, a la espera de que dijera que sí, pero se negó.

—Tarde o temprano se revelarán, suAlteza Real. —Lo empujó de forma que hizo que Leandros soltara un bufido—. ¿Quieres dormir? —La verdadera pregunta estaba implícita en la mirada ardiente de Kay.

El príncipe asintió, no quería más que descansar. Su compañero se acercó y lo abrazó como si pudiera protegerlo de los monstruos que acechaban la oscuridad. Era lo único que podía hacer, pues los monstruos habitaban en las pesadillas de Leandros. Esa era la oscuridad donde se ocultaban. Y nadie podía alzar la espada para defenderlo.

***

Escuchó voces que viajaban por las rendijas de las puertas. Los últimos invitados se estarían marchando ya. A Leandros le inquietaba lo que fueran a trasmitir a sus cortes cuando llegaran. Qué llegaría a oídos de Brennard. El tiempo corría con desesperación.

Salió de la cama, pese a las protestas de Kay, se vistió y, en cuanto abrió una puerta, se encontró con unos guardias a punto de tocar.

—El señor Fedor desea su presencia en la sala del consejo, alteza.

Leandros los acompañó —Kay se fue a ver a Cordelia, como de costumbre—. Le informaron que varios nobles se habían quedado, deseaban discutir sobre la alianza. Entre los nobles estaba Sir Carlinson de la Casa Vargulf, lord Delroy de la Honorable Casa de las Tribunas Azules de Myrtathorn, lady Tara del este y la duquesa Rimona de los Montes de la Sangre Divina y, por supuesto, lord Thorald de la casaStormcrest. Por lo visto, el duque Phyllis se había marchado a Rocaesmeralda, tras de sí solo dejó un comunicado que decía que el príncipe debía ir a verlos antes de marchar a Myrtathorn. En caso de no hacerlo, comenzarían a ver otras opciones acerca de Delythena y su futuro prometido.

Las discusiones se alargaron en cuanto Leandros hizo acto de presencia y le informaron lo que sucedía. Brennard se avecinaba con soldados preparados para cualquier batalla. Myrtathorn se alistaba para futuros contrataques. Todavía no se sabía sobre la decisión final de Vorak, quienes parecían permanecer como neutrales. El rumor acerca del robo de uno de sus tantos experimentos se propagaba tan rápido como una plaga.

—Son cobardes. Los cobardes se esconden y encogen hasta verse limitados. Pero sabemos que están allí, esperando cualquier arbitraje de los dioses —dijo Sir Carlinson con esa voz tronante que rebotaba por las paredes de la sala de Honores, más amplia que la sala de Reuniones, con ventanas que dejaban entrar la luz natural que bajaba por las montañas.

—Sir Carlinson, ¿usted hablando de cobardía? ¿De verdad? —musitó lady Tara, dándole un sorbo a su vino.

—¿Qué insinúa, mi señora? —El hombre le digirió una mirada despectiva a lady Tara, desde el otro extremo de la mesa.

Ella, en cambio, le mostró una sonrisa mientras sus ojos se desviaban al candelabro de cristal que reflejaba un arcoíris pálido.

—Nada, mi señor —respondió—. Recuerdo bien cuando Brennard instaló a medio batallón cerca de sus puertas. Solo eso. Rememoro...

—Pues no rememore nada, mi señora.

Fedor los observaba en silencio, con las cejas elevadas. Llevaba rato en el mismo estado.

—Bueno —dijo por fin su primo—, que interesante nuestra... alianza.

—¿Cuál alianza? —le espetó Sir Carlinson, escupiendo saliva. Su cabellera pelirroja y rizada se movía con cada gesto brusco que daba—. Mi gente no morirá por un niño sin corona.

—Aun así, aquí está usted —señaló lady Tara—. Dígame, si no piensa ayudar, ¿qué hace de impertinente aquí?

—A usted eso no le interesa.

—Qué formas de hablar —intervino lord Thorald, enfadado—. Si estamos aquí es por el mismo objetivo. Un enemigo en común.

—Enemigo... —Sir Carlinson repitió la palabra con una mueca que arrugó por completo su rostro—. Otro hombre que cree que puede venir a conquistar. No muy diferente al desgraciado de Eldri...

—¡Basta! —dijo lord Delroy de la Honorable Casa de las Tribunas Azules—. Esto es vergonzoso. Pelearse como si fueran muchachos con mucha vida por delante. Que mi amada diosa y señora Lynora no los escuche. —Se llevó una mano al pecho y cerró los ojos.

—¡Qué va! —terció la duquesa Rimona—. Todos sabemos que la señora Lynora solo era una asesina. Estará encantada de ver a estos energúmenos matarse entre sí. No sé en qué momento decidieron hacerla una Santa.

—¿Cómo que energúmenos? —soltaron al unísono Sir Carlinson, lady Tara y lord Thorald.

—¡No se atreva a mancillar mi religión, duquesa! —gritó lord Delroy con las orejas coloradas—. A quien decidamos nosotros honrar nuestras plegarias es cosa nuestra. A diferencia de ustedes, nosotros...

—¡Mis nobles! —los llamó Fedor. Levantó las palmas de sus manos y el silencio se hizo—. Llevamos aquí una hora y no han hecho más que discutir. Espero sepan que hay una guerra en curso. Brennard está atacando con poca resistencia a los Escarpados, una región que no durará. Nuestros informantes, que están dentro de Thornhaven, me han advertido esta madrugada que el Conquistador tiene en mente atacar los reinos más pequeños del sur. No dudo que pronto vaya a Myrtathorn, donde varios de estos reinos viven sin protección suficiente.

—Sus informantes... —dijo Sir Carlinson mientras le daba un buen trago a su cerveza—. Los míos, en cambio, me han dicho que es muy difícil penetrar el muro y las puertas. ¿Cómo le hicieron los suyos? —Se limpió el líquido derramado con el dorso de la mano. lady Tara sacudió la cabeza al verlo—. ¿La molesto?

—Con su simple presencia, Sir.

—Mis informantes —se apresuró a responder Fedor antes de que comenzara una nueva disputa—, en realidad, son los guardias que dejé en Thornhaven porque mi difunto tío, el rey, me lo pidió. Asimismo, hay regalbrienses que, fieles a sus principios y patria, me informan lo que sucede, pese a los peligros a los que se exponen. No son experimentados, claro está.

—Entiendo —dijo lord Delroy. Alargó las manos sobre la superficie de la mesa y entrelazó sus dedos arrugados—. La Honorable Casa de las Tribunas Azules responde a un único señor, como ya sabrán. Actualmente está lord Ariston, quien es descendiente directo de nuestra Santa Patrona Lynora...

—Una pregunta. —La duquesa alzó la mano y Leandros se masajeó las cuencas de los ojos. Nunca acabaría esa reunión.
—Dígame —dijo entre dientes.

—¿Cómo su Santa Patrona Lynora —pronunció con burla— fue capaz de tener descendientes? Según he leído, era la amante de la reina en ese entonces. En ese entones donde los dragones quisieron volver a gobernar el mundo... ¿O me equivoco? —Enderezó la espalda y esperó atenta la respuesta del lord, quien parecía tratar de contenerse.

Sir Carlinson soltó una carcajada. Lord Thorald se acomodó en su asiento para observar mejor la escena, interesado. Lady Tara ocultaba su interés bajo la atención de la comida.

—Mi señora —comenzó a decir Lord Delroy; en su rostro se reflejó un atisbo de paciencia que llegaba a su límite—, sé que mis dioses y los suyos no congenian muy bien...

—Decir eso es poco —interrumpió lady Tara.

—Sin embargo —continuó el lord—, así como yo respeto a sus divinidades, espero el mismo respeto. Yo en ningún momento me he mostrado irrespetuoso con la religión que otros escogen profesar. Después de todo, estamos aquí, en un reino con dioses que difieren de los nuestros. Cada uno de nosotros —señaló a los presentes— es portavoz de una diferente creencia. Con mayor razón no debemos agredirnos. Más bien unirnos por el bien de nuestra gente. Hace tiempo que Myrtathorn se deslingó del dogma que antepone a la ley que, cualquier religión fuera del reino, es una herejía. Ya no estamos en esos tiempos, mi señora. Espero respete mi religión.

—No respondió mi pregunta —puntualizó ella. Una ceja fina y grisácea se enarcó.

Lady Tara y Sir Carlinson rieron por lo bajo. Fedor se masajeó las sienes mientras que Leandros esperaba no tener que explicar por qué tenían cuatro cadáveres en la sala de los Honores. Agradecía que lord Thorald se mantuviera alejado de las discusiones, aunque se divertía verlas de lejos.

—Mi señora Lynora fue alguien muy especial para con la reina. —Su voz sonó melancólica, a pesar de no ser más que un mito—. No puedo confirmar o desestimar que tuvo algo con Su Majestad. Lo que haya pasado a puertas cerradas, era cosa de ellas. Ahora bien, Lynora tenía hermanos. Dos de ellos se unieron a su causa contra los Dragones Feroces, que eran los malos en ese entonces. Por lo que se cree, tiempo después, Lynora concibió un niño cuyo padre es desconocido. El niño se crio en la Corte, junto a la reina.

—Probabilidades —murmuró la duquesa—. Puede ser descendiente o no. ¿Qué dice al respecto?

Lord Delroy se encogió de hombros.

—Tiene razón, solo nos queda suponer. Y, a veces, para el pueblo, eso es suficiente.
La duquesa dio un brindis solitario y bebió. Tras esto, la sala enmudeció.

Leandros sentía el cerebro palpitar contra el cráneo. Bebió de su cerveza, aunque le sabía asquerosa. Nunca pensó que sería tan difícil llevar a cabo una reunión con nobles de alta cuna. Necesitaban de alguien que los hiciera concentrarse y no desviarse del camino. Fedor lo había intentado, pero su desmejorada imagen no le permitía ni siquiera a sí mismo poner atención a sus propias palabras. Todos podían notar que algo le faltaba al vasallo. Lo habían dejándolo a la deriva, sin más opción.

El príncipe tomó la iniciativa.

—Pueden decidir ahora o marcharse ya —dijo con tono firme, aunque titubeó al final—. Hemos escuchado suficiente sobre sus diferencias y su odio mutuo. No me importa. Necesito soldados, pero no pienso estar en un lugar donde se tomen a chiste la guerra que se puede desencadenar.

—¿Chiste? —La duquesa arrugó el ceño. Antes de que pudiera proseguir, con una ligera sonrisa burlesca, Leandros la interrumpió.

—Sí, chiste. —La miró con frialdad. Su padre solía ser alguien que podía aligerar el ambiente y hacer que el estrés se alejara de sus hombros. Sin embargo, cuando estaba de mal humor, las cosas cambiaban. Con su madre todo era diferente. Ninguna reunión que incluyera a Galene Gadour se llevaban a cabo con ligereza—. Hablan de religión y dioses, de Santos y sus vidas mortales. Hablan del pasado. Hablan de si se llevan bien o mal. Todos aquí presentes sabemos que no concordamos en muchas ramas políticas, pero si están aquí, al menos se espera que se queden en el tema principal. Y ese tema principal trata sobre alianza. Si no piensan formar una, entonces, fue un placer conocerlos. Quizá coincidamos en otra ocasión, aunque espero que no. Se pueden retirar. En caso contrario, quiero sugerencias, quiero poder conversar sobre lo que el destino nos depara. Estamos aquí por el futuro. Pónganse serios o retírense.

No parecía ser posible que les tuviera que hablar de esa forma a un montón de adultos. Se dirigían a Leandros de forma despectiva por su corta edad; sin embargo, eran ellos quienes se comportaban como infantes. No se lo tomaban en serio. No respetaban la presencia del príncipe heredero.

—Una disculpa, su alteza. —Lord Delroy bajó la cabeza en señal de súplica—. Tiene toda la razón. Como decía, antes de ser interrumpido —tanto el lord como los presentes miraron a la duquesa, quien se mantenía en una postura rígida—, al lord Ariston, le complacería participar. Su deseo de aventuras es ferviente y salvaje. Es un joven con muchas energías. Es parte de esta nueva generación, su alteza. Cuenta con tan solo veinticuatro años. Es el lord más joven de nuestra casa, y, sin un atisbo de duda, ayudará a su causa.

—Me alegro de oír eso. Es más que bienvenido. —Pero Leandros no se relajó—. Ahora bien, ¿cuál es el trato?

Los nobles pasearon la mirada de Leandros al lord, como si no creyeran lo que habían escuchado.

—Pues ya que una alianza matrimonial está fuera de discusión, por falta de partes... —Lord Delroy sacó un papel del bolsillo interior de su chaqueta. Lo despegó y leyó—: «Lord Ariston tomará encantado las riendas de responder a la ayuda de su Grandeza, el príncipe Leandros Valorian Gadour, heredero al trono de Thornvale. A cambio de un intercambio comercial. En cuanto el príncipe recupere sus tierras usurpadas y sea coronado, debe demostrar su lealtad para con los hombres que lo ayudaron. La Honorable Casa de los Tribunas Azules pide, como agradecimiento, tierras cercanas a Ilium, que sean bendecidas únicamente para Myrtathorn. Este lugar será usado como consulado entre ambos reinos, para que los lores de la Casa Azul puedan hacer su trabajo. Asimismo, se pide un trato justo. Ayuda por ayuda. De necesitar su apoyo, el próximo rey de Thornvale deberá responder de la misma honorable manera».

La habitación le daba vueltas a Leandros. Podría darles Piedraclara, cerca del este, fuera de la vista de Avaloria y muy cerca de Ilium. Sin embargo, cederles una extensión de tierra con tanta facilidad, le parecía un error de estrategia. La gente no permitiría que señores de Myrtathorn rondaran en las tierras que ellos ocuparon primero.

—De aceptar, me ayudarían, ¿cierto? —Observó como el lord asentía con la cabeza.

—Es una decisión importante, Leandros —comentó Fedor.

—¿Con cuántos soldados cuentan? —El príncipe entrecerró los ojos mientras el lord le pasaba un papel con la cifra: más de cinco mil soldados, mil guardias, doscientos sirvientes y encabezaría la marcha el mismo lord Ariston. De aceptar las condiciones, en cuanto lord Delroy llevara la respuesta, se pondrían en marcha. Leandros le pasó la nota a Fedor, quien la examinó con el ceño fruncido.

—¿Estarán listos para cuando vayamos al campo? —le preguntó al lord, el cual asintió—. Primo, creo que tendrías que discutirlo primero con tus concejales. Darle un terreno, aunque la oferta sea tentadora, puede acarrear muchos problemas.

—¿Más de los que tenemos? —Lo miró fijo a los ojos; Fedor los desvió. Eso fue suficiente para decidir. Nadie tomaría las decisiones más que él—. Acepto, lord Delroy. Terminado con esto, me gustaría discutir con los demás nobles. ¿Cuáles son sus tratos?

Lady Tara obtuvo un puesto para su sobrina mayor, Sir Carlinson hizo que su hermano menor pudiera ser canciller entre ambos reinos y la duquesa solo pidió que el llamado de ayuda fuera mutuo, ya que su reino era el más propenso a recibir una visita por los hombres de Brennard.

En cuanto la reunión finalizó, todavía con algunos cabos sueltos, recibieron más noticias sobre que Ilium se preparada para la llegada de su antiguo rey. El Conquistador quería recuperarla una vez más, y tenía a uno de sus hijas arreglando eso. Avaloria, a expensas del regente, primo y mejor amigo de su padre, habían enviado una misiva donde juraban apoyar a Leandros y su reinado. De no resultar en Thornhaven, Leandros podría ser coronado en Avaloria, donde el peso de su corona sería igual o más importante. Uno de sus ejércitos se estaba movilizando para llegar pronto a Acantilados de Veraniego, donde recibirían nuevas órdenes.

Ya para la tarde, Fedor llevó a Leandros a uno de los campos de entrenamientos que se encontraba más allá de la colina Alta. Se apreciaba la cantidad de hombres que ocultaban. No se detuvieron a hablar con nadie, ni nadie paró a observarlos. Los hombres eran jóvenes y formidables. Mostraban con orgullo el símbolo de Regalbriar en la piel de sus bíceps, marcado con fuego: Una rosa con sus hojas verdosas desplegadas a su alrededor.

Se adentraron a lo profundo de un bosque, demasiado frondoso para avistar cualquier escondite. La espesura abrió paso a un campo lleno de artefactos gigantescos, hechos para, precisamente, gigantes. Había una clase de catapulta diseñada para alcanzar más velocidad. Otros artilugios no los reconoció, como una clase de arco y flechas enorme, que no necesitaba de mano y brazo para disparar.

—¿Qué es esto? —preguntó Leandros, con la boca abierta por la cantidad de armamentos. No estaba al tanto de todo lo que contenía Regalbriar bajo sus manos.

Fedor alzó la cabeza con orgullo mientras le explicaba el funcionamiento de cada uno.

—Te dije que Regalbriar no depende de nadie —dijo su primo—. Antes de que Eldric, el Grande, en paz descanse al lado de los dioses, tuviera uso de razón, Regalbriar ya estaba dispuesta a todo. Hemos estado negociando con Cumbreroja. Antes, en Torreónroca, vivía un inventor de nombre Augustus II. Por desgracia, murió hace dos años en circunstancias... peculiares.

—¿Crees que fue el destino de la vida? —susurró Leandros. Acariciaba la suave madera tallada con acabados de piedra. Apoyó su peso en uno de los maderos, este ni siquiera se tamborileó. Estaban hechos para resistir mucho más que a un hombre.

—Estoy seguro que el destino no tuvo nada que ver —respondió Fedor—. La mano humana siempre forja el destino de los demás.

Fedor le enseñó una ballesta de repetición. Era como la cazadora de Draven, pero, por mucho, mejor. Su primo llamó a uno de los soldados para que les hiciera una demostración de su funcionamiento. Colocó diez flechas más pequeñas, apuntó a un árbol lejano, y las flechas salieron en picada contra su objetivo.

—¿Cuál es la diferencia con la cazadora de Draven? —le preguntó al soldado.

—Aguanta solo cinco flechas —respondió con la frente perlada en sudor—. La nuestra diez. La cazadora es más pesada y difícil de cargar. Nuestra ballesta es más fácil de utilizar, está hecha para que cualquier hombre o mujer se vuelva un asesino. Y ya que las flechas son más compactas, hay más filo para cortar. —Le entregó la ballesta.

Leandros comprobó el peso: más ligera, sin duda. El soldado lo guio en cada paso para recargar el arma, cuando la tuvo lista, apuntó y disparó. Era mortífera y siniestra. No necesitaba tener una buena mira, con que estuviera muy próximo a su objetivo, era suficiente.

Revisaron cada máquina de destrucción, le comprobaron al príncipe su efectivo funcionamiento, el largo alcance y la destrucción letal. Podrían derribar árboles de un solo golpe. Pero el mejor..., el que captó su atención desde un principio, era un armatoste hecho de acero, curvo y con un tubo de gran longitud.

—Sabía que te gustaría. A Lysander también le encantó—dijo Fedor, dándole una palmada en la espalda—. Se llama cañón. Una pieza de artillería fatal para derribar lo que sea que este a su alcance. —Acarició el acero como si de una mujer se tratara, con tanto cuidado que cualquier diría que quemaba—. El proyectil se coloca aquí, al igual que la carga explosiva.

Leandros se asomó por el tubo. Se preguntó cómo lo habrían construido. Deseaba ver que lo armaran desde cero, quería ver cada pieza y detalle. Era un gran descubrimiento. En Thornhaven tenían armas de artillera semejantes, pero ninguna como esa.

—¿Cómo lo... hicieron?

Fedor rio ante la emoción en la voz de Leandros, como si fuera un niño lleno de regalos desconocidos.

—Augustus II lo hizo. En Ilium ya había algunos borradores de la idea base, de siglos atrás. Él comenzó a trabajar bajo este concepto hasta que descubrió algo llamado pólvora, en un viaje, y el uso aún más extremo que podría acarrear. Creó una nueva arma. Un nuevo plano para la muerte. —Miró al príncipe con una ceja arqueada—. Yo maté a Augustus, Leandros. Lo envenené y le arrebaté su arte. Era un hombre inteligente y devoto. Soñador hasta decir basta. Ingenioso incluso en sus sueños. Amaba construir, crear, transformar. El mejor inventor de este siglo.

—¿Cuál fue el error que cometió? —quiso saber Leandros. La voz apenas le salió.

Fedor continuaba acariciando el cañón, tan nuevo en ese mundo, que podría haber sido enviado por los dioses o ser solo una ilusión.

—Su error fue creer que nadie lo descubriría. Creer que nadie lo reclamaría. —Alzó la mirada hacía los hombres que habían ido a poner a prueba las armas—. No se lo daría a nadie. Antes muerto que usaran sus inventos. Y así fue. Lo maté y me llevé lo que pude. No me arrepiento. Ahora mismo, todo esto sería propiedad de Aetherium. Hice lo correcto.

Leandros no dijo nada. Regresaron al palacio al atardecer. En el recorrido, Fedor comentó haber mandado al comandante Iluises por Kay, para poder ver sus habilidades en combate. Quería asegurarse de que el príncipe estuviera protegido a su lado.

Se precipitaron a otra reunión. Los concejeros estaban inquietos. Peor se pusieron al enterarse de lo que había hecho Leandros con los lores y ladies; sin embargo, no podían impedirlo. El trato estaba hecho. Pero si de malas noticias se trataba, las nuevas fueron empicadas. El ejército de Aetherium se aproximaba. El tiempo se les acababa. Thornvale se alistaba para la posible muerte que deambulaba por sus parajes.


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Nota de la autora:

Aprovechando, les dejo otro capítulo 🙌🏻✨.

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