𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐗𝐗𝐈𝐈𝐈

𝐂uando usted era niño, solía decir que Regalbriar era el nido de las fantasías vividas —decía el comandante Iluises mientras regresaban a las habitaciones. 

—Esa no fue mi pregunta —replicó Leandros, quien admiraba los hermosos jardines en los que antes ni siquiera había reparado. Eran rosas las que predominaban en aquel sitio, pero más allá había muchas más de diferentes tipos—. Mi pregunta fue: ¿Qué es lo que recuerda que yo no?

El hombre carraspeó, aun evitando mirarlo.

—Dígame qué es lo que usted recuerda, mi Grandeza.

Leandros soltó un suspiro cargado de agotamiento.

—Lo recuerdo junto a mis padres en reuniones. En ocasiones venía a jugar conmigo y Elysande, a veces también estaba Draven, aunque parecía que se odiaban...

—El joven Draven y yo nunca nos llevamos bien. Desconfiaba de mí.

—¿Justificado?

El comandante ladeó el rostro.

—Draven era un niño muy desconfiado —respondió en un hilo de voz—. No confiaba en mí en absoluto. Desconozco la razón, mi Grandeza. No le agradaba que me acercara a usted.

Y era por eso que no comprendía nada. Draven siempre lo había sobreprotegido, incluso a la misma medida que sus padres.

El resto del trayecto transcurrió en silencio. Al llegar a la puerta, el comandante se despidió con una reverencia, informando al príncipe que unos guardias se presentarían dentro de unas horas para su protección. Por no hacer mención de que dudaban de sus verdaderas intenciones.

Leandros se quedó unos segundos en el pasillo. Tenía que asimilar las revelaciones que le fueron arrojadas a la cara como un golpe. Draven y Elysande ya llevaban un año de casados, la celebración era por su segundo bebé, y él no recordaba nada. No recordaba el traje que usó, qué parientes asistieron, el decorado, ni siquiera recordaba cómo iba vestida su propia hermana.

Recargó la mano en la puerta, inclinó la cabeza e intentó respirar por la boca.

Se preguntaba si Elysande habría adoptado el apellido Corvo. Un apellido que irritaba profundamente a su padre. Dravenor ansiaba cambiar algo en su vida, quería ser reconocido por algo más que por un simple apellido. Corvo sería su nueva Casa, su nuevo emblema y escudo. ¿Elysande lo habría compartido con ellos?

Cerró los ojos y dirigió la otra mano a su corazón.

Si había olvidado la boda, ¿qué otras cosas estaban perdidas en su memoria? Temía, como un navegante teme perderse en aguas desconocidas, que fueran recuerdos importantes. Sabía que debía mantener la calma; sin embargo, los nervios lo agarraron desprevenido al darse cuenta de que, en efecto, no recordaba tantas cosas de lo sucedido aquella noche. ¿Cómo podría enfrentarse al Consejo con esas lagunas mentales? Desde luego, parecían sospechosas. De hecho, él mismo comenzaba a albergar sospechas.

¿Qué habría hecho o dicho?

Unos suaves tarareos lo trajeron de vuelta a la cordura, o al menos a lo poco que parecía tener. Necesitaba descansar. Ya se le había informado que irían a cenar y conocer a la familia de Fedor, pero Leandros no se sentía con fuerzas para lidiar con los hijos de otras personas, por mucho que fueran parte de su familia. En lo que restaba del día, solo deseaba olvidar. Olvidar... todo.

En todo momento supo que no era necesario desviarse de camino, por lo que se armó de valor para entrar a su habitación y avisarle a su compañero sobre lo decidido por el vasallo.

Kay estaba acostado en su cama, cantando en voz baja.

—Volviste —dijo con una pequeña sonrisa mientras se incorporaba al verlo pasar.

Leandros se retorció las manos.

—Es bueno que estés aquí, puesto que Fedor quiere que duermas... aquí esta noche.

El rostro de Kay se contrajo entre una mezcla de sorpresa y algún tipo de molestia. Se levantó y se recargó en la pared, alejado del príncipe.

—Ya tengo mi habitación.

—Fedor no confía en ti, mucho menos después de que te comieras los panecillos de sus hijas. —Leandros se cruzó de brazos, también recargándose en la puerta.

Nos —Kay alzó el dedo índice, con una sonrisa burlona dibujada en sus labios— comimos los panecillos de sus hijas. Yo no sabía que eran de alguien. —Hizo un gesto desinteresado.

—Te los robaste, Kay.

Su compañero rodó los ojos. Luego, se encaminó hacia él.

—Parece que, estemos donde estemos, siempre terminamos compartiendo la misma cama, ¿verdad?

Estaba demasiado cerca, por lo que Leandros se movió.

—¡Oh! —exclamó Kay—. Es verdad, no hemos compartido cama.

—Esta vez no podrás irte —le advirtió—. Si te atrapan fuera, te encerrarán.

Kay se encogió de hombros mientras se acercaba a él.

—Todavía puedo dormir con Cordelia sin que sepan. Fui a verla antes de que me atraparan, es un bonito lugar. —Le echó un vistazo de reojo a Leandros—. ¿Estás seguro que fue decisión de tu primito?

—Dormiremos en la misma cama, eso no implica nada. —Su expresión se endureció—. No nos pondremos a engendrar niños. —Caminó hasta la cama y se acomodó en el suave colchón de plumas. El ambiente estaba fresco, por lo que se permitió respirar hondo.

—Vamos, Leandros, no seas bobo. No podrías engendrar a mis hijos, apenas y tienes caderas.

Su pecho se elevó con rapidez y se encontró a sí mismo riendo.

—Perdón por no tener caderas anchas.

—Estás muy cuadrado —le reprochó Kay, mordiéndose el labio inferior mientras apartaba la mirada.

—No sabía que eso estaba mal para mi género.

Kay hizo un gesto burlón.

—No hay nada para hacer —dijo Leandros—. Aunque puedo intentar que traigan un sofá más grande. —Se recostó en las sábanas, lo cual fue suficiente para relajar su cuerpo y sucumbir poco a poco al cansancio, hasta que los parpados le pesaron—. O solo puedes dejar de comportarte como un tonto y dormir. No me muevo mucho, así que no notarás mi presencia. Tengo demasiado sueño y mañana será un día pesado. Puedes dormir aquí, encima de mí, en el suelo, en la tina, con Cordelia o en una celda. No me importa. Buenas noches, Kay. —Se dio la vuelta y, sin pretenderlo, se desplomó de inmediato

Entre sueños, escuchó cómo golpeaban la puerta y Kay murmuraba molesto. Después, sintió un peso instalándose a su lado con movimientos bruscos. El viajero por fin se había resignado a compartir la misma cama.

Entreabrió los ojos.

—No me mires —le espetó Kay.

—¿Por qué? —preguntó en voz baja.

—No me gusta dormir con ropa.

—Si te has desnudado, te juro que te arrojaré por el maldito balcón. —Se removió entre las sábanas para hacerme más a la orilla.

—Es más probable que te caigas tú antes.

—Calla.

—Tan mandón como siempre.

Sonrió a pesar de la vista nublada. No tardó en volver a dormirse.

***

Unos sonidos enardecidos lo despertaron. Se frotó los ojos para ahuyentar la pereza de encima y se dio cuenta de que Kay no estaba. Los sonidos, al parecer, provenían del cuarto de baño. Regalbriar era muy estricta en cuanto a la limpieza y la privacidad.

Se levantó de la cama y caminó unos pasos hacía el arco que dividía las habitaciones. Se preguntó si era Kay, dado que su ropa seguía esparcida por el suelo. No creía que el joven fuera sucio o desorganizado, quizás se trataba de algún tipo de berrinche. Aunque este tipo de comportamientos solían ser propios solo de infantes y no de hombres en sus veinte años.

Los sonidos incrementaron. Fue entonces cuando comprendió que eran respiraciones entrecortadas. También percibió un segundo sonido, algo resbaladizo. Decidió adentrarse en el cuarto. Al ver la tina, tan parecida a aquella, giró rápido la cabeza hacia la izquierda y se encontró con una figura encorvada en la esquina de la habitación.

—¿Kay? —preguntó con cierto temor de no obtener una afirmación.

La figura tardó en realizar algún movimiento. Para su alivio, asintió con la cabeza.

—Vuelve a dormir —le ordenó con la voz ronca.

El príncipe se planteó la idea de que Kay intentaba orinar. Sin embargo, la letrina estaba en la otra esquina, más apartada.

—Kay, ¿qué haces despierto?

—Te he dicho que... vuelvas a dormir —le dijo entre dientes, haciendo gestos como si intentara ocultar algo entre las sombras.

Otra idea lo acechó. Ruidos resbaladizos, húmedos, respiraciones entrecortadas... Había escuchado esos sonidos infinidades de veces, aunque nunca provenientes de sus aposentos. Creyó que, apoyada en la pared, podría haber una mujer. Si bien la idea resultaba algo carente de sentido, pues el espacio era muy estrecho.

—Lo que sea que estés haciendo, termina ahora —le ordenó Leandros aún más severo—. Me perturba el sueño.

—Oh, no quisieras perturbarle el sueño, majestad —se burló Kay, imitando el tono de su voz. Eso colmó su paciencia.

—Kay, si no me haces caso, te juro que te arrastraré fuera de aquí con los guardias. —Dio un paso hacia delante en desafío—. No querrás eso, ¿o sí? Tienes un minuto. —Se alejó para volver a sentarse en la cama. Nunca amenazaba a la ligera, si Kay no salía, iría a buscarlo.

Los sonidos se reanudaron, más ligeros. Unos segundos después, Kay ya estaba frente a Leandros.

—No me importa lo que hacías, solo te pido que no me despiertes.

—Eres un gruñón.

Kay solo llevaba puesta ropa interior, por lo que Leandros no se atrevía a bajar la cabeza. No fue hasta que notó lo que parecían cicatrices en forma de arañazos cerca de la clavícula. Recorrió su torso con la mirada, descubriendo más cicatrices.

—Basta de mirarme como si quisieras devorarme...

—¿Qué te sucedió? —le interrumpió Leandros, con el dedo señaló cada marca.

Como si se lo hubiera recordado, Kay tomó una camisa para ponérsela, pero Leandros se lo impidió. Se levantó y lo observó con detenimiento. Tuvo la tentación de tocar cada parte blanquecina que destacaba en contraste con su piel bronceada.

—Esta es mi vida —respondió Kay, algo tenso—. Los arañazos me los dio la arpía con la que nos tropezamos en el camino.

—Lo lamento. —Estudió su rostro en busca de algún tipo de resentimiento, pero este solo le restó importancia—. Hay más recientes.

—Sí, bueno, el cargamento que traía conmigo..., digamos que llegó un poco más tarde. Y antes de que te culpes por eso —añadió al verlo abrir la boca—, ya sabes que llevaba tiempo de retraso. En realidad, no tenía muchas ganas de entregarla.

—Comprendo. —Se alejó, sin poder evitar la chispa de culpabilidad que le recorría. Ni siquiera tenía ganas de preguntar el motivo.

—Leandros... —le habló con el tono de voz más suave. ¿Por qué todos le hablaban como si fuera un niño? No era un niño, era un hombre, un futuro rey. Debían tratarlo como lo que era, no como si apenas fuera a aprender lo que significaba la vida.

El príncipe se volvió a sentar.

—¿Qué hacías?

Eso frenó a Kay en lo que fuera a decir antes.

—Necesidades humanas, solecito —respondió con los ojos inquietos—. ¿Quieres saber?

Se sentía abrumado al pensar que aquella mujer estuvo a punto de arrancarle el cuello a su compañero. No solo eso, sino que, aunque dijera que ya llevaba tiempo de retraso, Leandros sí que lo atrasó aún más.

No supo en qué momento su cabeza asintió, perdido en pensamientos.

—¿Te gustaría estar informado si alguien... —Kay balbuceó— se toca pensando en ti?

Tardó en darse cuenta de lo dicho y lo sucedido. Retrocedió mientras pasaba saliva.

—No me importa —respondió con sinceridad—. La gente puede hacer lo que quiera, incluso tocarse pensando en alguien que no sea su pareja. Pero creo que vería inconveniente si una persona en cuestión me lo hace saber. —Comenzaba a temblar, impaciente por salir de la habitación. Su pulso se aceleró y el sudor amenazó con transpirar la camisa que llevaba puesta.

—Entonces, no puedo responder a tu pregunta.

No fue su intención cerrar los ojos y soltar un suspiro pesado.

—No te enojes —le pidió Kay.

—¿Cómo me pides eso? —Colocó los codos sobre sus rodillas para poder masajearse con más tranquilidad la cabeza.

—Tú asentiste. —Kay se aproximó despacio—. No es un secreto que me pareces atractivo.

—Pensé que ya habíamos hablado sobre esto, Kay. —Se reclinó hacia atrás, con pequeños mechones cayéndole en la frente. Debía cortarse esa melena que no dejaba de molestarle.

—Sí —respondió. Su torso quedó justo delante de Leandros. ¿Lo habría hecho apropósito?—. Aunque, en realidad, no hablamos mucho. Me dijiste lo que sentías y yo te dije lo que sentía. —Se rascó la barbilla—. Dijiste que querías un amigo. Puedo ser tu amigo y, a la misma vez, llevarte al paraíso.

—Dijiste que lo olvidáramos. —Leandros desvió la vista—. Dijiste que serías mi amigo, nada más.

—Lo sé.

—¿Entonces? —Alzó la mirada hacia su rostro.

—Eso no implica nada.

Estaba utilizando sus propias palabras en su contra. Además de hacerlo en un mal momento.

—Estás demente.

Kay se encogió de un hombro. No le importaba en absoluto. Tampoco le importaba estar semidesnudo, y no parecía tener la intención de apartarse. Durante unos segundos, se quedaron así, mirándose en silencio.

—¿Qué quieres? —le preguntó Leandros.

—Lo que tú quieras.

El joven príncipe no era inocente, a pesar de lo que pensaba su familia. Sin embargo, en ningún momento se sintió preparado para establecer un vínculo tan íntimo. Sus días solían terminar abrumados por sus estudios, así que lo único que deseaba hacer por las noches era dormir. No tenía tiempo para pensar en la posibilidad de compartir cama con alguien más. Y eso era lo que pasaba por su mente en ese instante. Una parte de él quería huir, ya sea volviendo a dormir o saliendo de la habitación, aunque eso le causara problemas.

No lo haría, porque la otra parte de él sentía la necesidad de saber más sobre esas cicatrices.

—Leandros... —Fue como si le hubiese leído el pensamiento—. Leandros, yo sé que...

Estaba cansado, exhausto, estresado. El estómago le gruñía por no haber comido. Estaba demasiado apesadumbrado para recapacitar.

«Está bien. No importa. Le daré lo que quiere y él me proporcionará una forma de drenar esto», pensó. Temía perder lo que sea que estaban consiguiendo en ese viaje. Él solo buscaba una amistad, no quería vivir un amorío en medio de toda la muerte y devastación. Además, se suponía que estaba comprometido.

Pero Leandros no quería pensar más, por lo que se deslizó unos centímetros hacia atrás, se apoyó sobre sus codos y separó un poco las piernas.

Kay se veía desconcertado.

—Nunca sabré qué es lo que quieres exactamente de mí —admitió el príncipe—. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Qué es lo que imaginabas de mí?

—Yo... No... —balbuceó Kay, apartando de pronto la vista.

Eso le enfureció a Leandros. ¿Primero intentaba tentarlo y luego se retractaba? Qué cobardía de su parte.

—Así que eres de esos a quienes les gusta hablar mucho, pero en cuanto a las acciones... —Leandros soltó una risita burlona mientras dejaba caer la cabeza—. Más te vale que seas bueno.

Kay le lanzó una mirada con el ceño arrugado.

—¿Te arrodillarás? —preguntó Leandros en un susurro—. Aunque te advierto, pobre de ti si tratas de besarme otra vez.

«Los hombres suelen distraerse. Tú eres diferentes, Leandros. Tu padre no lo puedo ver, pero yo sí». Su madre solía decirle que las relaciones no eran relevantes. No tenían importancia, debía concentrarse en sus estudios, no en cosas burdas y sentimentales. Así que no averiguó más allá de un simple beso. Sin embargo, en ese instante, aunque no lo deseaba, se encontró a sí mismo algo ansioso. Sus mejillas se encendieron al notar ese peculiar brillo en la mirada de Kay, que muy pocas veces tenía.

—De acuerdo —dijo el viajero.

Comenzó a subir sobre Leandros, sin apartar los ojos de él, aunque el príncipe hizo lo posible por no corresponderle. Le desabrochó el pantalón, lo que fue suficiente para que el propio Leandros se acobardara. Se enderezó y estuvo a punto de chocar contra la cabeza de Kay.

—Olvídalo —murmuró.

—Primero te gusta hacerte el macho y después cantas margaritas —se rio Kay. Leandros lo miró irritado, aunque su compañero estaba más interesado en sus labios. Sin previo aviso, Kay lo aprisionó en la cama—. Si te beso —comenzó a decir, cerca de su oído—, ¿qué me harás?

La mano de Leandros fue directo a su pecho para apartarlo, pero le sorprendió el calor que desprendía. A pesar de las heridas, su piel era suave. Al sentir las caricias, el cuerpo encima suyo se estremeció, bajando más, como si le gustara.

—No lo sé —admitió el príncipe, dejándose llevar. Su mano recorrió cada cicatriz que estaba a su alcance. La textura era diferente a la de sus propias cicatrices. Se sentían blandas pero aterciopeladas. Apenas había rastros de vello en aquel cuerpo fornido. Años de cargar cosas le dieron buenos resultados. Los brazos de Kay eran fuertes y su mandíbula firme.

—¿Te quieres quedar así? —le preguntó el viajero con un tono más bien tierno.

Leandros no dejó de pasarle un dedo encima.

—Sí. No necesito más. —Se atrevió a regresarle la mirada. Una chispa lo recorrió, la boca de su estómago se retorció y el cuerpo comenzó a arderle—. Canta.

Kay sonrió y se acostó a su lado, sin dejar de rodearlo con los brazos. Cantó al menos tres canciones mientras el príncipe trazaba un camino por las cicatrices más cercanas. Le hipnotizaba tocarlas, pues cada una contaba una historia y eran la viva esperanza de su portador. Cada una gritaba que, a pesar de lo horrible que hubiera sido la herida, seguía de pie.

Le angustiaba pensar en cuántas veces podrían haber herido de gravedad a Kay. Aún tenía moretones amarillentos en los costados y en el pecho. No quería ponerlo en mayor peligro, pero su parte egoísta deseaba tenerlo hasta el final. Comenzando a confiar en él lo suficiente como para quedarse de nuevo solo. No podía permitirse eso, aunque seguir con Kay sería un privilegio del cual no debía disponer.

Cuando terminó la tercera canción y el silencio los envolvió, Leandros permitió que Kay se acercara y le besara la mejilla, el cuello y el hombro. Todavía no sabía qué sentía, pero no tenía prisa por descubrirlo, ni mucho menos por dejarlo ir. Todo en él se encontraba en un conflicto; sin embargo, la agradable calidez que se abría paso sobre su pecho le gustaba. Le gustaba esa sensación.

Kay se quedó dormido sobre su hombro y, al poco tiempo, Leandros también se durmió. Sus sueños fueron campos confusos. La imagen de Elara, de pie frente a él, con un vestido blanco manchado de sangre, le gritaba en una advertencia. El escenario cambió. Estaba de vuelta en el bosque. Yacía en el pasto, una presión lo mantenía tenso en el suelo. Su cabeza se inclinaba hacia atrás, mientras sus manos parecían aferrarse a algo. Al mirar abajo, notó una mata de cabellos negros entre sus dedos. Cuando esta se giró, unos ojos oscuros se posaron en Leandros. Aquel rostro sonreía a la par que le proporcionaba placer.

No obstante, lo que lo inquietó e hizo despertar sobresaltado, fue que la hierba estaba cubierta de sangre y cientos de cadáveres a su alrededor. Tenía el corazón agitado.

Cuando intentó incorporarse, se dio cuenta de que Kayseguía dormido sobre sus brazos, por lo que se quedó donde estaba. Mejor tratóde relajarse, diciéndose a sí mismo que los sueños no podían tocarlo. Eranpesadillas... Solo pesadillas.   


»»————-  ————-««


——————————————————————————————————

Nota de autor:

¿Y bien?, ¿qué les pareció?😏 ¿Les gustó el +18?, porque es el único que tendrán... ¿O no?  ¿Creen que estos dos pasarán de solo darse este tipo de caricias? 

Bueno, solo queda decirles que nos vemos en los siguientes capítulos, a ver qué pasa🤭, jsjsjs.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top