𝐂𝐚𝐩𝐢́𝐭𝐮𝐥𝐨 𝐕𝐈𝐈𝐈
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𝐓res días les tomó llegar al siguiente pueblo para reponer sus provisiones de comida y agua. La mula ya se había acabado la fruta y Kay el licor que les quedaba. Lo único que Leandros había podido probar esa mañana fue el pan rancio sin sabor.
Durante esos tres días, apenas cruzaron palabras sobre lo sucedido. De vez en cuando, Kay se ponía a charlar sobre sus viajes y lo que le había tocado vender o comprar. No solo era un comerciante, también era un viajero que iba de aquí para allá solo por gusto, para conocer otros lugares y culturas. No tenía un sitio fijo, no le gustaba establecerse en un solo lugar. Kay le recordaba bastante a Lysander. Ambos compartían el sentimiento de pertenecerle al mundo entero.
Kay también acostumbraba tararear por las tardes y noches, durante sus descansos. A veces, Leandros le pedía en voz baja que cantara. No estaba seguro de si Kay lo escuchaba o si él ya sabía lo que murmuraba con impaciencia, pero cantaba sin objeción.
Cuando el sol alcanzó su punto más alto, llegaron al pueblo de Ikart, donde una multitud se arremolinaba por todas partes. Kay le mencionó que esa noche se celebraría un festival y que al amanecer todos se marcharían, por lo que no debería preocuparse. Aun así, tras la emboscada anterior, Leandros no confiaba en quedarse allí ni siquiera por un par de horas, pero reconocía que estar entre tanto gentío sería lo mejor para pasar desapercibidos.
Acordaron que Leandros reservaría una habitación en una posada mientras Kay buscaba comida. Antes de que se fuera, el príncipe se ofreció a pagar por las provisiones; sin embargo, su compañero se negó y se bajó de la carreta, desapareciendo de su vista. Leandros tuvo que ocupar su lugar y apurar a la mula malhumorada, que comenzó a rebuznar con un evidente fastidio.
No les tomó mucho tiempo encontrar una posada que ofreciera un espacio para los animales, además de no estar tan lejos de donde Kay había descendido.
—Aquí, aquí, joven. —Le indicó una mujer rubia, con un escote pronunciado y un vestido demasiado ceñido a su figura—. Deje a su encantador burro y pase una noche sin distracciones con una hermosa dama.
—Ya tengo compañero, gracias —le informó Leandros mientras bajaba de la carreta—. Y es gratis.
La mujer se rio y tomó las riendas de la mula para entregárselas a un joven, quien la llevó hacia un pequeño establo situado al lado del edificio. Al principio, el animal se rehusó a avanzar hasta que el muchacho logró sobornarla con un par de manzanas.
—Venga, venga —apuraron a Leandros—. Lo vamos a registrar antes de que se acaben las habitaciones. Sabe —volteó sobre su hombro para darle un breve vistazo—, tenemos muchos clientes hoy. Es afortunado de llegar temprano para el festival y tener una habitación. Vamos, por aquí.
Era cierto que el sitio estaba atestado de personas. Fue conducido hacia un mostrador de madera tosca, con un libro abierto encima.
—Nombres —preguntó la mujer.
Alzó el rostro con cuidado de no ser visto por completo.
—Kay y... Lanz.
La mujer escribió los nombres y luego le entregó una llave con el número sesenta y nueve. Cuando Leandros miró el rostro de la mujer, este vibraba como si contuviera alguna clase de gesto.
Kay llegó minutos después, repleto de bolsas y con la cara acalorada.
—Oh, te encontré —dijo; su frente brillante de sudor—. ¿Cómo está mi dulce Cordelia?
—¿Quién? —preguntó Leandros.
—Uy —musitó la mujer—, huele a discordancias.
—Mi burrita —respondió Kay con algo de impaciencia—. Aunque primero quiero llevar esto. ¿Número de la habitación?
—Sesenta y nueve.
Tanto Kay como la mujer se echaron a reír. Leandros desconocía el hilo conductor del supuesto chiste, por lo que optó por llevar algunas bolsas y desapareció entre los pasillos.
***
Las bolsas contenían más comida exótica; algunas con aromas distintivos y deliciosos, mientras que otras se veían algo peculiares y desagradables. Sin embargo, no pensaba desperdiciar ni una sola migaja a esas alturas. Más que nunca podía comprender a los campesinos que eran capaz de matarse solo por un pan quemado.
Kay no tardó en llegar y repasó con la mirada cada rincón de la pequeña habitación. Había una sola cama, sin chimenea, con pocas mantas y una ventana diminuta. A pesar de ello, era acogedora.
—Solo hay una cama —señaló Kay.
Leandros miró el catre sin prestarle especial atención. Ya antes había tenido que compartir cama con sus hermanos cuando visitaban los Acantilados de Veraniego en Avaloria, para pasar sus veranos fuera de toda responsabilidad. Al menos, eso era lo que intentaban.
—Ya veo. Gracias por remarcarlo —dijo Leandros. Reunió toda la comida en una mesa mientras pensaba en cómo hacerla durar. Si fuese sincero, admitiría que deseaba devorarla en ese preciso instante.
—¿Planeas que durmamos los dos juntos?
—¿Te asusta? —Ladeó la cabeza solo para admirar el gesto sorprendido que ocasionó.
—Pues no. No. —Kay se masajeó el cuello, inquieto—. Es solo que no suelo dormir... con hombres.
Descifrar lo que pasaba por la mente de Kay era imposible para Leandros. Ese hombre no parecía ser propenso a mostrarse nervioso, pero en ese momento se hallaba en el centro de la habitación muy alterado.
—No sé qué significa eso para ti —admitió Leandros—, pero yo solo dormiré. —Regresó la vista a la comida.
—Sí, bueno, comamos.
***
A medida que oscurecía, los coros e instrumentos inundaban el pueblo. La gente gritaba de emoción. Kay los miraba desde la ventana mientras Leandros lo observaba a él, sentado en la mesa. Era más que evidente que quería ir.
—Puedes ir si quieres —le dijo.
—¿Tú vienes? —Kay le regresó la mirada—. Dijiste que no te reconocerían. Podemos divertirnos ambos.
—No me gustan mucho las fiestas. —Se recargó en el respaldo de la silla para estirar una de sus piernas—. Además, sé hacia dónde llegarán tarde o temprano.
—¿A dónde? —Entrecerró los ojos.
—Lo que hacen en cada celebración de esta índole: fornicar.
Kay dio un paso hacia atrás y se despegó de la ventana.
—No siempre.
El príncipe sacudió la cabeza, cansado.
—Kay, no soy ingenuo. Si quieres ir a divertirte, está bien. Será más práctico que vayas solo, especialmente si quieres estar con alguna mujer. Por mi parte, no tengo ni el mínimo interés para pensar en eso o en cualquier otra cosa. Así que adelante.
—Ven conmigo —le pidió una vez más—. No tendré a Cordelia, necesitaré otra compañía.
—No.
Kay caminó hasta ponerse delante de él. Leandros alzó la vista, aunque no fue necesario, puesto que Kay se acercó y colocó ambas manos a los lados de la silla. El aliento invasivo golpeó su rostro, con un sutil aroma a madreselva. Pudo saborear más allá que una simple respiración.
—Vamos, si tienes suerte, podrías oírme cantar otra vez.
El suave pero ardiente recuerdo de la majestuosa voz de Kay le erizó la piel. Después de tantos contratiempos, anhelaba tener un momento de paz. Aceptó acompañarlo, y entre pensamientos, se recriminó su docilidad ante la simplicidad que se le concedía.
***
Vagaron por unas cuantas calles donde solo andaban más adultos. Bailaban, cantaban, comían, bebían en exceso, se besaban y... Era un festival muy inusual para Leandros, ya que los únicos a los que había asistido eran del día de la Cosecha o a la conmemoración a un santo.
—¿Qué clase de festival es este? —le preguntó Leandros a Kay mientras una anciana les ofrecía lo que parecía una manzana acaramela en una bandeja.
—El Festival de los Miserables —respondió Kay. Una sonrisa se dibujó en su rostro al ver cómo algunas mujeres empezaban a desprenderse de su ropa al compás de su baile—. No me digas que nunca has escuchado hablar de él.
—He leído la historia —asintió algo sonrojado.
—No es lo mismo leer lo que han escrito otras personas a su conveniencia, que escuchar directo de la fuente.
—Ilumíname, entonces.
La sonrisa de Kay se dirigió hacia Leandros.
—Como ya sabrás —continuaron con su caminata—, hace casi dos siglos, la pequeña región de Liriadon fue devastada por la conquista del viejo Ulfred el Despiadado, y luego por su nieto, Uther el Cruel. Fue Vernant II quien logró reunir un gran ejército y a su propio pueblo para repeler a los invasores. ¿No fue tu padre quien se encargó de Uther después? —Su mirada se posó por un breve segundo en Leandros antes de volver al frente—. Bueno, esa parte ya la conoces, de seguro. Lo que puede que no sepas es que, al comenzar el conflicto, los habitantes de esta zona fueron sometidos. Los convirtieron en esclavos. —Se detuvieron para contemplar un traje con plumajes multicolores incrustados en una tela color carne. La mujer que lo llevaba puesto se movía como las olas del mar—. Eran utilizados principalmente para actos sexuales. —Se desviaron a una calla más bajo, donde les aguardaban más espectáculos—. Este pueblo se convirtió un nido de prostitución. Explotaban tanto a hombres como a mujeres. Los obligaban a sumergirse en la... miseria. —Giró hacia Leandros, con los brazos abiertos—. Por eso se llama el Festival de los Miserables. Ahora, vamos a comer.
***
Una caverna les brindó una gran comida. Mujeres de diferentes pieles bailaban en cada esquina entre las mesas y unos cuantos hombres realizaban trucos de magia con su propia anatomía. Leandros, con los ojos bien abiertos y el corazón martilleándole los oídos, observaba cómo un hombre se tragaba una espada entera, para luego sacarla de su garganta desprendiendo fuego de su hoja. El público aplaudía, fascinado. También había una mujer capaz de contorsionar su cuerpo de tal manera que podía colocar sus pies a cada lado de su cabeza y utilizarlos para escribir.
Sin embargo, su mayor sorpresa fue verse a sí mismo divirtiéndose. Sonreía ante cada actuación que se les ofrecía, aplaudía con regocijo y daba monedas a diestra y siniestra. Su entusiasmo era tal que permitió que Kay le tomara la mano y los guiara a la pista de baile. Se colocó frente a Leandros con una sonrisa a medio formar. Lo desafiaba a salir de sus límites habituales. El príncipe encontró que aquello le agradaba.
A su alrededor, las demás personas inclinaron la cabeza hacia quien sería su pareja. Para Leandros, era algo nuevo hacerle una reverencia a alguien que no pertenecía a la realeza, pero a pesar de sus dudas, al final lo hizo. Kay, sin apartar su atención, le correspondió el gesto y luego entrelazó un brazo con él.
—La suela —le indicó Kay.
—¿La qué?
No fue necesario que obtuviera respuesta verbal; Kay le dio una ligera patada en la pantorrilla para indicarle que levantara su bota, al hacerlo, ambas suelas chocaron. Luego, Kay lo giró para que entrelazara su otro brazo y chocaran sus otras botas. Era un baile sencillo, que no buscaba impresionar a nadie, lo cual desconcertó a Leandros, aunque tampoco se quejó.
Cada gota de sudor que se deslizaba por su frente y caía hasta su mentón lo envolvía en un sentimiento de pura alegría. Su rostro le dolía por el repentino estiramiento. A lo largo de su vida, había reído, pero nunca de esta manera. Sentía una adrenalina diferente, una emoción que rozaba la locura, como si quisiera permanecer así por el resto de su vida. No importaba si cometían errores, reían y los demás los imitaban. Nadie seguía unas instrucciones precisas; hacían lo que querían, y eso les traía felicidad.
Kay mostraba sus dientes en una sonrisa que le llegaba de oreja a oreja, unas arrugas aparecieron en sus ojos. En medio del alboroto de bailes, algo dentro del príncipe le decía que esta podría ser la primera vez que veía a una persona sonreír de esa manera estando a su lado. Su compañero no dejaba de tocarlo, como si temiera perderlo entre la multitud, como una madre teme perder a su hijo. La fragancia de la madreselva flotaba entre ellos.
De repente, Kay pasó los brazos de Leandros detrás de su cuello y sus manos rodearon su espalda. Sus sonrisas pronto se vieron reemplazadas por una expresión de desconcierto. Un tenue brillo se instaló en la oscura mirada de Kay, apenas visible a simple vista. Parecía tan maravilloso como el festival mismo.
El aplauso de la multitud marcó el fin de la música, y en ese instante, viajero y príncipe se separaron de inmediato. Una ligera distancia surgió mientras se mezclaban con los vítores y palmadas de las demás personas.
—Vamos —dijo Kay. Su mirada se desvió lejos del príncipe—. Todavía nos queda mucho por ver.
Leandros lo observó alejarse y se preguntó si se arrepentía de haber bailado él, con alguien que estaba en una situación vulnerable y peligrosa. Por su parte, no se arrepentía de haber disfrutado un breve respiro de la vida con aquel desconocido llamado Kay Mickelson.
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