EXTRA PRÍNCIPE LAWRENCE.

•LAWRENCE BASKERVILLE•

Observé la estatua de mármol fría y extraña, un rostro dulce y que hacía eco en mis memorias, unas memorias que trataban y arañaban por quemarme, por quebrarme con rapidez.

•En memoria de la Reina Lauren Palvi Loramendi•

Es lo que decía la placa de oro pulido sobre la base de mármol blanco, toqué las letras con la punta de mis dedos sintiendo el relieve de cada una de ellas para ver si así algo dentro de mí despertaba y, sí, algo despertó, pero todavía era aquel odio crudo y aterrador de antes..., nada más.

Respiré hondo y las risas llegaron detrás de mí, hermosas y divertidas, volteé y los vi, mis hermanos caminaban con pasos lentos y reían a carcajadas, cargaban rosas rojas en sus brazos y su ropa arrugada y manchada solo me hacía saber que había estado recorriendo los bosques de nuevo.

Junto a ellos caminando a pasos lentos, la reina de Loramendi, su rostro sonrojado y quemado por el sol, su cabello suelto caía sobre sus hombros y flotaba con la brisa matutina, un vestido sencillo de color azul oscuro que ya no podía ocultar su vientre prominente, me regaló una sonrisa que iluminó su rostro y yo se la devolví a pesar de todo.

Mis hermanos se apresuraron a dejar las rosas sobre la lapida lisa y observaron con ojos soñadores la estatua de nuestra madre y me tragué el coraje que me hizo sentir aquella imagen, como ellos nunca tendrían a alguien a quien llamar "mamá", ellos que nunca tendrían la oportunidad de recibir amor maternal.

La reina Josephine se detuvo a mi lado y cruzó sus brazos sobre su vientre, suspiró y también miró a mis hermanos, había amor y dulzura en esa mirada y me sentí agradecido de que ella los amara lo suficiente como para hacer el largo viaje de Loramendi a Minsk solo para verlos y estar con ellos. A veces, en las noches oscuras, frías y solitarias me preguntaba por qué nuestra madre no pudo ser un poco de lo que era la reina de Loramendi, valiente, fuerte y decidida, pero la respuesta a esa pregunta nunca llegaba y creía que nunca lo haría.

—¿Qué sucede, príncipe Lawrence? —preguntó despacio, sus ojos oscuros dejaron de mirar a mis hermanos para mirarme a mí, su rostro sereno y tranquilo siempre me hacía sentir un poco más en paz.

—Nada, majestad —respondí, ella alzó una ceja y su sonrisa se extendió un poco más brillante que antes.

—Te lo digo de nuevo, solo llámeme Josephine, príncipe Lawrence.

—Mi padre me mataría si me escucha hablarle de una forma tan informal, majestad —dije y era verdad, aunque realmente me gustaba cómo sonaba el título en ella, porque se lo había ganado con uñas y dientes y, sobretodo, porque se lo merecía.

—Concédame ese pequeño honor, príncipe Lawrence —susurró e inclinó la cabeza hacia un lado, sonreí de nuevo y volví la mirada de nuevo hacia mis hermanos que rezaban una plegaria silencio, el odio volvió a arder con fuerza dentro de mí.

Después de unos minutos mis hermanos volvieron hacia donde los esperábamos en silencio y fue Lorin quien con una sonrisa brillante habló a la reina.

—Jo, ¿podrías hacernos un pastel y galletas? —preguntó mientras miraba a la reina de Loramendi con aquellos hermosos ojos bicolor, Laurie asintió a su lado, el cabello castaño revuelto y la sonrisa un tanto salvaje. No dije nada porque aquel tono informal que había usado con la reina, porque ella no parecía disgustada por ello y sabía que nunca lo estaría.

—La reina Josephine no está aquí para hacer pasteles o galletas, Lorin. La reina vino de visita y será tratada como lo merece —dije en tono firme, Lorin me hizo una mueca de fastidio y le regaló su mejor sonrisa a la monarca, me encogí de hombros.

—Está bien, príncipe Lawrence, en Loramendi normalmente no me dejan ayudar en las cocinas y mucho menos hornear tanto como me gustaría —murmuró y sonrió—. Por supuesto, con gusto les haré un pastel, pero deben ir a buscar las fresas al invernadero del palacio—dijo lanzándoles una mirada a ambos que asintieron.

—Iremos a buscarlas ahora —respondió Lorin y sin más ambos besaron la mejilla de la reina y corrieron de vuelta al palacio.

—Lamento esto, majestad, Josephine —me disculpe, pero ella le restó importancia con una mano y una sonrisa sincera.

—No hay problema, no hay nada que me haga más feliz que hacer un pastel y que sus hermanos sean felices por ello. Además hace mucho que no los veo, me hace sentir muy bien y tranquila saber que están bien..., también usted, príncipe Lawrence.

—Solo Lawrence, si gusta —dije, ella alzó las cejas y asintió despacio. Es verdad que estaba ligado a mi título y que desde mi nacimiento todos me habían llamado por él, pero también era cierto lo liberador que era el hecho de que solo me llamaran por mi nombre como alguien tan normal como cualquier otro. Tal vez podría sentirme mejor, más libre..., de momento.

—Es verdad, mis hermanos estuvieron esperando tu llegada, Jo, por mucho tiempo, gracias por hacer el largo viaje y cuando vuelva envíele mis respetos a su majestad, el rey Luckyan, por dejarnos el placer de tu compañía —agradecí y ella lanzó una suave risa, tan suave como una brisa de verano que calentó mis huesos y fundió un poco del rencor que había en mí.

—Venir a Minsk siempre es un placer para mí, Lawrence —contestó y suspiró despacio—. Discúlpame un momento —dijo y se acercó a pasos lentos hacia la tumba de mi madre, la escuché también lanzar una plegaria suave y sencilla. Me habría gustado tener palabras para decirle a aquel monumento de mármol, pero nada de lo que saliera de mis labios me haría sentir feliz o orgulloso.

—¿La odia? —Una pregunta fría y quizá hasta cruel, pero muy acertada en ese momento, apreté los puños a mis costados y mi cuerpo se tensó. La reina Josephine caminó de regreso hasta mí y
esperó en silencio, su mirada recorrió aquel lugar lleno de rosas rojas y blancas.

—No..., no lo sé —dije, porque admitir que odiaba a mi madre se sentía como la peor cosa que podía hacer y que podía atreverme a pensar.

—Yo..., no estoy feliz o orgullosa de decir esto, pero no es un secreto lo mucho que llegué a odiar a mi padre —dijo en voz suave, tan suave y baja que apenas logré oírla, me incliné un poco más cerca, sabía su historia gracias a mi padre, pero escucharla hablar de ello era totalmente nuevo y de alguna forma diferente—. Realmente lo odié y lo sigo haciendo... Cuando era pequeña él era bueno, amable, un padre para nosotros, la guerra hizo que el monstruo que vivía bajo su piel saliera a la luz e hizo cosas impensables para mantenerse con vida, no a nosotros, solo a él... Mi padre nunca luchó por mi madre, mis hermanos o por mí, pero estoy segura que si su madre hubiera sabido antes que estaban vivos habría hecho todo lo posible por escapar y volver aquí —dijo y sus manos temblaron con suavidad encima de su vientre.

—Hay días en los que no la odio..., hay días en las que entiendo y comprendo porqué no quiso volver..., sin embargo, también hay otros en los que me siento como un estúpido por odiarla, pero no puedo dejar de hacerlo.

—Entiendo.

—No le he dicho esto a mi padre o mis hermanos... —dije suavemente, sus ojos oscuros se volvieron hacia mí, los labios apretados.

—Estás en tu derecho de hacerles saber o no, es tu decisión. —Suspiró y me tendió una mano, yo la tomé y ella la presionó suavemente—. Si quieres odiarla hazlo —dijo—, no voy a juzgarte o pedirte explicaciones por ello, pero tampoco juzgues a tu madre por sus errores, en su momento quizá creyó que era lo mejor, lo más acertado. —Otro suave apretón a mi mano y  me regaló una sonrisa cansada, eesperando una respuesta, pero yo no tenía nada que decirle, porque ella tenía razón—. Vuelve conmigo al palacio, Lawrence, hay algo que quiero darte —dijo después de mi silencio, asentí despacio y le ofrecí el brazo que ella aceptó y caminamos de vuelta al palacio con pasos lentos y un silencio un poco triste.

❁❁❁

La vi buscar entre sus maletas mientras me quedaba de pie en el centro de la habitación que había preparado para ella, el ambiente cálido nos envolvió con suavidad gracias a la chimenea que ardía con un fuego bajo.

—Destruyeron la habitación de la princesa Lauren antes de su muerte —susurró y me sorprendí pues el silencio se había extendido durante un largo rato—, pero después de la guerra pude volver ahí y recuperar algunas cosas que le pertenecieron a ella —dijo mientras dejaba sobre la cama pequeños y delicados frascos de lo que parecía ser perfume, no me acerqué, me quedé de pie donde estaba y ella siguió—. Tal vez quiera esto... —dijo con suave sonrisa en su hermoso rostro, en sus manos sostenía lo que parecían ser varios diarios, pergaminos y cartas que nunca fueron enviadas.

—¿Por qué no se las entregó a mi padre? —pregunté, pero esta vez si me moví y me acerqué a ella, miré aquellos cuadernos forrados de piel suave y el desgaste que habían sufrido las tapas debido al usos, las hojas amarillas y arrugadas.

—Por supuesto, hablé con tu padre antes, pero él y yo pensamos que quizá tú querrías tener este pedacito de tu madre y conocerla mejor —susurró y me ofreció las cartas y cuadernos, las tomé con manos temblorosas y asentí despacio, no sabía si realmente quería leer aquello o si eso calmaría mi odio por quien fue mi madre, pero, quizá, podría ser el inicio para curar una herida que ella había dejado en mí y nunca se había cerrado.

—Gracias, Josephine. —Y esas palabras nunca habían sido tan sinceras como ahora.

—Bien, entonces, cuando hayas leído eso quizá quieras contarme como te sientes. Loramendi tiene sus puertas abiertas para ti, Lawrence, y mi casa también, probablemente una taza de té frente al mar no suene tan mal, ¿verdad? —Alzó una ceja delicada y apoyó de nuevo sus manos sobre su vientre, quise golpearme a mí mismo por mi falta desconsideración.

—Una taza de té —susurré—. Cuando vaya a casa me encantaría ir con usted —dije y ella sonrió ante mi tono un poco más formal—. Hablando de eso, discúlpeme, majestad, por mi falta de educación al no preguntarle sobre cómo va su embarazo.

—Solo Josephine —murmuró ella, pero me dedicó una sonrisa amable—. Todo esta bien, gracias por la preocupación —Miró las cartas y luego a mí, notó mi inquietud y antes de que pudiera decir algo más, Lorin y Laurie entraron a la habitación con fuertes risas, una canasta llena de fresas en sus manos.

—Tenemos las fresas, Jo. —Sonrió y ella le devolvió la sonrisa brillante y fresca, me di cuenta de lo afortunado que sería su bebé cuando naciera, él o ella iban a tener a una madre que los protegería de todo lo malo,  lo cruel y lo despiadado de este mundo.

—Vamos entonces, queridos príncipes —dijo y luego me lanzó una suave mirada.

—Dentro de dos días iré a mi casa, puedes venir conmigo para tener un poco de tranquilidad si así lo deseas. —Se encogió de hombros y antes de esperar una respuesta le tendió una mano a cada uno de mis hermanos y los tres salieron de la habitación.

Sonreí. Sí, una taza de té frente al mar acompañado de Josephine no sonaba tan mal.

Observé de nuevo las cartas y los diarios y salí de ahí tan rápido como pude, porque la verdad era que sí quería conocer el tipo de persona que había sido mi madre.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top