EXTRA II: LUCKYAN LORAMENDI.

《LUCKYAN LORAMENDI

El par de guardias me dio la bienvenida en la base la montaña, vestían sus uniformes azul y oro con el águila dorada de Minsk y sonreí al verlos, ambos se inclinaron en una reverencia cuando bajé del caballo.

—Majestad, la reina Josephine esta en casa —dijo uno de ellos, le pasé las riendas de mi caballo y las aceptó con una ligera sonrisa.

—Muchas gracias —agradecí y volví a sonreír mientras miraba la colina empinada que todavía me falta por recorrer, pero poco se comparaba con mi deseo de ver a Josephine, a mi esposa, a mi reina.

—Un placer, majestad. —Me despedí de ellos rápidamente y comencé el ascenso que me llevaría a casa y a Josephine.

Podía escuchar el mar rompiendo en la costa de arena oscura, el viento era un suave brisa cálida y fresca, las hojas bajo mis botas crujieron y se rompieron. De las altas chimeneas ya salía un suave humo blanco con olor a cedro y pan, sonreí, y negué con la cabeza, por supuesto que tomaría aquel viaje para poder hornear y pasar todo el día haciendo pan y galletas.

La escuché adentro cantando una canción desconocida para mí, su suave voz flotaba y flotaba sobre aquella casa y aquel lugar dándole una sensación de tranquilidad y armonía que tanto me gustaba. Abrí la puerta despacio y su voz se apagó de golpe, escuché sus pasos por la madera del suelo lentos y pausados, y luego, su hermoso rostro manchado de harina apareció por el umbral de la puerta y mi corazón golpeó con fuerza contra mi pecho.

—¿Luckyan? —preguntó con suavidad mientras me miraba con sorpresa, sonrió y avanzó a pasos rápidos el pequeño espacio que nos separaba y yo la rodeé con mis brazos mientras ella reía suavemente.

—Cariño, mi amor —susurré y hundí mi rostro entre el espacio de su cuello y hombro, olía a tarta de manzana y galletas de chocolate y a su propio olor dulce.

—Pensé que te quedarías en Loramendi hasta que volviera —dijo y sus labios y los míos se encontraron con suavidad, con ternura.

—Ese era el plan, sin embargo, no podía dejarte sola tanto tiempo —respondí y ella sonrió, recorrió mi rostro con sus manos manchadas de harina y yo posé mi mano sobre su vientre que ahora ya era visible bajo su vestido, sonreí—. He terminado todo el trabajo tan rápido como pude para hacer el viaje. —Ella me miró con el ceño fruncido, hizo una mueca y suspiró.

—No dejes tus obligaciones por mí, cariño —dijo en voz baja, se mordió el labio y yo observé aquel hermoso rostro que tanto amaba, su piel besada por el sol hacia que las pequeñas pecas en sus mejillas fueran más visibles, había soltura en sus movimientos y aquella chispa en su mirada y el amor que sentía por ella me golpeó de nuevo con fuerza.

—Nada de eso, no te preocupes, amor. —Y dejé otro besó en sus labios entreabiertos—. Habría querido hacer el viaje antes, pero había demasiado trabajo por terminar.—Me encogí de hombros—. Supongo que no has estado sola todo este tiempo, ¿verdad? —Josephine sonrió y tomó mi mano con la suya, me hizo caminar tras ella y me llevó hacia la cocina donde, en efecto, una tarta de frutas descansaba sobre una plato de porcelana, sonreí de nuevo, alguien se había mantenido bastante ocupada estos días.

—No, el rey William me ha visitado juntos con sus hijos. —Sonrió y la vi moverse por la cocina con aire resuelto mientras yo me sentaba en una de las sillas altas—. También ha venido Lorie y Abba. —Dejó una humeante taza de té negro frente a mí y yo le agradecí, ella sonrió y acarició mi mejilla con sus nudillos.

—Me alegra saber que has estado ocupada y que todos han hecho el viaje hasta aquí para verte, mi amor —susurré, ella asintió despacio y una ligera sonrisa se formó en sus labios.

—Gracias, cariño —dijo y sus ojos encontraron los míos, eran cálidos y tan familiares.

—¿Humm?

—Por venir..., te hemos extrañado mucho —susurró, le tendí una mano y ella la aceptó rápidamente, sus dedos estaban tibios cuando los entrelazó con los míos.

—También los he extrañado mucho. —Dejé un suave beso sobre su mano y luego sobre su vientre, ella me sonrió y suspiró—. Echaba de menos tu olor, tu presencia, tu risa..., todo lo que representas en mi vida, Josephine. —Otro beso en su mano y una lágrima rodó con rapidez por su mejilla, me puse de pie y volví a rodearla con mis brazos y guardamos silencio.

—He pensado... —comenzó después de unos minutos, esperé y ella tomó aire suavemente—. He pensando en los nombres para el bebé. —Dejé de abrazarla y la miré, sonrió con algo de timidez mientras me miraba.

—Dime.

—Lauren, si es niña —susurró—. Y Raphael, si es niño —dijo y su barbilla tembló un poco, asentí despacio, no podría haber pensando en mejores nombres para nuestro futuro hijo que aquellos dos, el nudo en mi garganta se hizo más grande. La abracé con fuerza y ella lloró en silencio entre mis brazos.

❁❁

La brisa marina revolvió el cabello de Josephine mientras caminábamos sobre la playa de arena negra, el grito de las gaviotas era un suave murmullo lejano apagado por las olas golpeando con fuerza la costa. Escuché a Josephine mientras me contaba sobre sus días en la casa, sobre los amigos que la habían visitado, oírla feliz y tranquila lejos de sus responsabilidades en Loramendi me hacían sentir mejor.

El silencio se hizo cómodo entre los dos mientras caminábamos por la costa, mientras el agua mojaba nuestros pies y el aire salado inundaba nuestros pulmones. Me di cuenta que era eso lo que quería para toda mi vida,  esa sensación de calma y de paz que me regalaba aquel lugar, aquella casa y, sobretodo, Josephine. Me detuve y Josephine también lo hizo, enarcó una ceja elegante, me miró y esperó en silencio mientras yo decidía por fin mi futuro..., el nuestro.

Habían pasado un par de años desde la guerra, desde que nosotros dos tomamos el trono de Loramendi e hicimos de nuestra nación, una nación libre y próspera. Había llevado tiempo y mucho, mucho esfuerzo, pero lo habíamos conseguido de a poco y día a día y ahora podíamos estar tranquilos al decir que Loramendi y su pueblo no pasaba más hambre o frío. Habíamos cumplido nuestra promesa y la mantuvimos durante mucho tiempo, pero era hora de pensar en ambos, de buscar nuestro propio lugar.

Le regalé una sonrisa a Josephine, apreté su mano con la mía con suavidad y ella pareció ver en mi rostro aquella decisión, porque las lágrimas corrieron por su mejillas con fuerza.

—Cariño —susurré, limpié las lágrimas con el dorso de mi mano, ella se estremeció un poco y yo dejé un beso tierno y suave sobre sus labios—, te lo dije después de la guerra, una vez que Loramendi estuviera fuerte y de pie y volviera a ser la nación rica y prospera me arrodillaría ante ti y te seguiría al fin del mundo de ser necesario..., y pues... —Hinque una de mis rodillas sobre la arena húmeda, la miré a los ojos, aquellos hermosos y cálidos ojos que siempre me recordaban que eran mi refugio para las noches oscuras y tormentosas—. Josephine, amor, Loramendi es una nación fuerte ahora, así que, estoy aquí, con todo el amor y respeto que siento por ti para decir que soy tuyo, mi cuerpo y mi alma..., mi futuro. Y nada me haría más felices que hacer una vida tranquila a tu lado en esa hermosa casa que ahora puedo llamar hogar porque en ella estas tú y nuestro bebé. Nada en la vida me haría sentir más feliz y orgulloso que vivir mis días a tu lado y criar a nuestro hijo juntos, fuera de Loramendi.

—Luckyan, yo... El reino te necesita y... —dijo, pero se detuvo y cerró los ojos un momento antes de volver a mirarme.

—Sé lo feliz que eres aquí, sé lo mucho que amas esta casa y lo que representa, déjame soltar mi corona y la tuya, déjame simplemente seguirte y ser felices juntos —susurré y nunca diría palabras más sinceras qué esas.

—¿Qué pasará con el pueblo? —preguntó mientras miraba al mar azul.

—Creo que es tiempo de que dejemos que ellos decidan sobre sus propios gobernantes y no imponerselos por nuestro linaje de sangre. —Me encogí de hombros y ella asintió despacio.

—Amo esta casa, amo este lugar... Nada me haría más feliz que pasar mis días aquí junto a ti mientras vemos crecer a nuestro bebé, mientras él ríe y juega y... —Las lágrimas volvieron a inundar sus ojos y cada vez que Josephine lloraba algo dentro de mí se rompía en pedazos, me puse de pie y la abracé con cuidado y besé sus mejillas, sus labios hasta que las lágrimas desaparecieron y fueron reemplazadas por risas suaves y hermosas.

—Te amo, Josephine, más que a mi corona o a mi propia vida, te amo. Para mí, tú siempre serás mi reina.

Queridos lectores, escribiré un capítulo extra más y luego de eso le daremos fin a la historia. Gracias, gracias por todo y más 💙

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