CAPÍTULO 7.
《LUCKYAN LORAMENDI》
PODEROSA. Esa era la palabra que definía a Minsk en toda su extensión. Era absoluta y asombrosamente poderosa como nación y, sí, letal como ninguna otra
Podía ver la distribución de sus altas torres cargadas con ballestas que podrían atrevesarnos en cuestión de minutos, sus muros eran extremadamente altos y de un grosor inpenetrable. Habían soldados que caminaban con rifles cargados al hombro por entre los muros y las torres. Y también soldados que patrullaban el bosque Daintree y sus alrededores todos armados de forma casi aterradora.
Suspiré pesadamente cuando entendí que el rey William podría habernos eliminado del mapa hace años si así lo hubiera querido, pero no lo había hecho y la única razón seguía siendo Lauren o al menos era algo que quería seguir creyendo hasta ahora.
¿La única debilidad de Minsk? No, no había ninguna, y Loramendi tenía suerte de estar separada de Minsk por el río Briansk y por los bosques Daintree y Ashdown, porque de otra forma habríamos sido masacrados al instante.
Los soldados revisaron los documentos falsos, una ceja y una clara duda se levantó por aquí y por allá y me mantuve tranquilo mientras aquellos hombres altos nos inspeccionaban como si de algo asqueroso se tratara.
Por supuesto que nos reconocieron, por supuesto que vi como las mandíbulas se tensaron y los puños se cerraron con fuerza a sus costados, pero a pesar de ello y gracias a la carta del rey William había enviado días antes a cada base y cada general podíamos pasar y seguir nuestro camino a Briansk.
Unos ojos azules y un rostro serio, pero enérgico nos dio la bienvenida y nos ofreció viajar en un carruaje que nos llevaría hasta el palacio real, donde el rey William ya esperaba. El consejero real se llamaba Richard Rees, y a pesar de ser un hombre reservado, era amable y servicial con todo mundo.
Llegar al camino real nos llevó horas, cuando por fin pude ver las calles adoquinadas y las casas de colores y tejas rojas, sentí alivio, porque estábamos fuera de las bases militares y eso nos daba un respiro de aire fresco.
Vi a las personas pasear tranquilamente y a los niños correr sobre las aceras, también la alegría y los colores de los mercadillos y los comerciantes que gritaban anunciando sus productos.
Algo en mi ya roto orgullo terminó por romperse en pedazos, esto era Minsk, una nación que había sobrellevado la guerra de la mejor manera, una nación que tenía un rey comprometido hasta lo que podía llegar a ver.
Mierda y pensar que alguna vez creí que Loramendi tenía alguna oportunidad contra ellos; estábamos tan malditamente equivocados.
Briansk la capital de Minsk, era una zona alta donde claramente vivía la nobleza, pero también habían casas más sencillas que se encontraban aquí y allá y que no desentonaban con el estilo aristócrata de aquel lugar.
El palacio real estaba rodeado de forma natural por una arboleda de altas secuoyas que lo protegían y mantenían oculto de las miradas de los ciudadanos. Aquí y allá sobre la alfombra de césped verde y cuidado un campo de flores silvestres se extendían hasta donde la vista alcanzaba, sonreí.
—Hemos llegado al palacio real, príncipe Luckyan, consejero Clifford — anunció el consejero Rees con una voz suave, pero al mismo tiempo tensa.
Bajó del carruaje y después de ello nosotros también lo hicimos. El aire limpió inundó mis pulmones y el suave olor a tierra mojada llegó a mí.
—Acompáñenme, por favor.
Lo seguimos por una camino de piedra oscura hasta el palacio de color marfil que se alzaba de forma impresionante sobre nosotros y hacia el cielo salpicado de nubes blancas, podía ver la bandera azul con el águila dorada ondeando al viento recordándome que todo aquello solo se podía definir como traición a mi padre.
—Príncipe Luckyan, se han preparado habitaciones para usted y su consejero donde podrán asearse y ponerse cómodos — dijo el consejero Rees, mientras nos conducía dentro del palacio.
—Bien, se lo agradezco, consejero Rees.
—El rey William lo espera dentro de una hora en el comedor, mi hijo Lorie lo conducirá hasta ahí.
—Gracias.
La habitación era elegante y de colores sobrios, la cama con dosel y sábanas oscuras me invitaban a hundirme en ella y dormir, pero no había tiempo para ello. Tomé un baño y me vestí tan rápido como pude y para la hora acordada ya estaba listo para enfrentar al hombre que por años había odiado. Y quizá si tenía algo de suerte buscar a la mujer que amaba.
—Príncipe Luckyan, bienvenido — me saludó el joven de ojos azules detrás de la puerta, quien supuse era el hijo del consejero Rees.
—Gracias — respondí mientras me hacía caminar por un largo pasillo.
—Soy Lorie Rees, ayudante del consejero real — se presentó y una inclinación le siguió a ello, asentí.
—Un placer, joven Rees.
—Lo guiaré al comedor, el rey hablará primero con usted — dijo mirando los pergaminos que cargaba entre sus brazos, volví a asentir.
—¿Puedo hacerle una pregunta?
—Por supuesto, príncipe Luckyan, adelante.
—¿La señorita Astley está aquí? — pregunté mirando al frente, Lorie miró el pasillo y luego sus ojos azules se volvieron hacia mí, había una ligera sonrisa en sus labios.
—Sí, ella está aquí y está bien.
Y eso fue todo lo que necesitaba escuchar para que la tensión se disipara de mis hombros. Para que aquel frío que atenazaba mi corazón se disolviera rápidamente y me hiciera sentir un poco más cálido que antes.
Suspiré y volvimos a caminar en silencio.
—Majestad, el príncipe Luckyan Loramendi está aquí — anunció Lorie golpeando con suavidad la puerta de roble oscura.
—Hazlo pasar. — Su voz sonó amortiguada por la madera, pero reconocible y grave.
—Por favor, príncipe Luckyan — dijo Lorie y sostuvo la puerta para que yo entrará a aquel salón enorme y de riqueza infinita.
—Rey William — saludé e hice una inclinación hacia él, quien sonrió ampliamente como si verme se tratara de lo mejor del mundo.
—Luckyan, bienvenido a Minsk — respondió mientras se ponía de pie, avanzó por el espacio que nos separaba y me tendió una mano, la cual acepté y estreché.
—Gracias, majestad.
—Nunca creí que vendrías hasta aquí, pero mírate aquí estás, en la nación enemiga que por años has tratado de derrotar. — Su voz sonó afilada mientras regresaba a su lugar, se dejó caer de nuevo sobre una de las sillas de madera oscura y cuero, rematadas en oro brillante e hizo un ademán para que yo hiciera lo mismo y así lo hice.
—Créame que de ser de forma diferente no estaría aquí, majestad.
Una risa ronca escapó de sus labios y llenó la estancia, estar ahí iba a ser más difícil de lo que realmente creía.
—¿Sabes la historia ahora?
—Sí, majestad. Mi hermana Lauren me ha contado detalle a detalle todo lo que ocurrió con mi padre y usted.
—¿Y?
—Siempre he creído que mi padre no debería ser rey. Toda mi vida crecí con la idea de que Loramendi merecía algo mejor que él...
—¿Cómo tú?
—Alguna vez fue así, pero no ahora...
—¿Qué cambió? — preguntó.
El joven Rees entró en ese momento al salón, llenó una copa de vino y la dejó frente a mí, luego dejó otra en la mano del rey William y salió dejándonos solos de nuevo.
Miré la copa con recelo y suspiré.
—Sí quisiera matarte lo habría hecho desde que pusiste un pie dentro de mi reino y lo sabes, sin embargo, preferiría evitar tu muerte durante un largo tiempo. — Dio un sorbo a su copa y la dejó sobre la mesa.
—¿Por qué?
—Es verdad cuando dices que una nación como Loramendi merece un mejor gobernante, a diferencia de tu padre eres justo y sabes que tu reino se cae a pedazos y deseas hacer algo, eso dice mucho de ti.
—¿Y si no quiero ser rey? — pregunté, él me miró sorprendido.
—Estaríamos en un gran dilema, Luckyan, pues eres el siguiente en la sucesión y el último con el apellido Loramendi. —Sus ojos oscuros se clavaron en los míos un poco más alertas, sonreí—. No puedo obligarte a que quieras ser rey, pero eres a la única persona que el pueblo seguiría, además del que necesita.
—Sí, lo sé.
—¿Qué es lo que te detiene? Estás aquí, sin embargo, dices que no quieres ser rey.
Tomé un sorbo de mi copa, el vino sabía fuerte, pero bajo por mi garganta de forma suave y tersa.
—Entrégale el reino —dijo de pronto—. Hazla tu reina y nadie se atreverá a decir nada, ella se lo ha ganado a pulso. Es una joven decidida y valiente, estoy seguro que de ser posible ella misma mataría a tu padre para que no tuvieras que manchar tus manos con su sangre.
Mierda.
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