CAPÍTULO 58.

《JOSEPHINE ASTLEY》

La sala del juicio era amplia y había en ella altos pilares tallados en madera de teca, pisos alfombrados de color azul oscuro y filigrana de oro y plata. Un candelabro de cristal reluciente y hermoso se alzaba sobre nuestras cabezas y bañaba a la habitación con una suave luz. El estrado al frente donde el juez Krause miraba a los acusados con aquellos anteojos de media luna y el rostro amable, pero al mismo tiempo severo, junto a él un par más de hombres que escucharían y darían su veredicto. Frente a ellos una pequeña mesa y una silla simple, sin adornos o lujos, donde se sentaban los acusados y detrás de eso, el público que también escucharía.

El padre de Luckyan, si es así como podríamos llamarlo, entró a la sala escoltado por un par de guardias de Loramendi, unos que todavía eran leales al príncipe. Lo esposaron a una cadena larga de eslabones grandes y pesados de hierro que salía del suelo, cuando los soldados se marcharon y él se quedó aferrado a la pequeña mesa con las manos temblorosas y, sí, me alegraba que tuviera miedo, que entendiera que esto solo era el principio de su castigo.

Se hicieron las presentaciones correspondientes y se leyeron una mil y mil formas para dar inicio al juicio. Luckyan estaba a mi lado, al no haberse coronado todavía como rey no podía estar en el estrado para juzgar a su padre, aunque esto parecía lo mejor al menos por ahora.

Fui llamada para dar mi testimonio, al igual que Luckyan y el rey William. Algunos de los sirvientes que estuvieron en el palacio también subieron al palco para hablar de él y lo que habían visto y oído dentro de los muros del palacio. Al final habían quedado las casa nobles que, para mala fortuna del rey Eadred, declararon en su contra y no parecían dispuestos a caer junto con él, aunque, eventualmente, lo harían, solo era cuestión de tiempo para ello.

El juez miró sus notas, alzó la vista entre azul y verde y la clavó en el rey Eadred que temblaba y con él, las cadenas que lo mantenían en su sitio. Respiró hondo y entonces comenzó.

—Se le acusa de haber abusado de la reina de Minsk Lauren Palvi Loramendi desde que era una niña hasta el momento de su muerte siendo una adulta de más de treinta años, ¿cómo se declara?

Toda la corte guardó silencio y, sí, aquel silencio pareció prolongarse más y más en aquella sala donde el rey Eadred estaba siendo enjuiciado por sus crímenes. Mis manos temblaron y contuve el aliento, la propia mano de Luckyan se tensó y presionó la mía con fuerza.

—Culpable.

Solté el aire. Lo había aceptado, aquel maldito hombre había aceptado su culpa, las lágrimas resbalaron por mis mejillas y por fin sentí el peso de mis hombros disminuir.

—Se le acusa no solo de haber encerrado y abusado física y mentalmente de la reina Lauren Palvi Loramendi, se le acusa de haber sido usted quien dio la orden para que uno de los guardias atravesara su pecho con una flecha... Se le acusa de haber dado muerte a la reina Lauren Palvi Loramendi consorte del rey William James Baskerville, ¿cómo se declara?

—Culpable.

Respiré hondo y Luckyan hizo lo mismo a mi lado, sus ojos grises estaban fijos en su padre y su cuerpo había comenzado a relajarse de a poco.

—Se le acusa de saber de la existencia de redes de tráfico de personas y de apoyar e incitar a  familias de la nobleza y del ejército para comprar mujeres, niñas y niños como objetos para ser usados con fines sexuales dentro y fuera de las fronteras de Loramendi, violando el decreto real número tres donde se prohíbe explícita y estrictamente estos actos redactado por el príncipe Luckyan Loramendi. ¿Cómo se declara?

—Culpable.

—Se le acusa de haber abusado sexual y físicamente de sus sirvientes dentro de Mariehamn y de haber mandado matar a varios de ellos después de saber que había engendrado hijos suyos .. ¿Cómo se declara?

Se quedó callado, su cuerpo entero temblaba y quise sentir algo, quizá compasión por aquel hombre roto y gris, pero nunca mereció nada, ni ahora viéndolo ahí ni nunca. Apreté los dientes, me habría gustado que Olive y la señora Edwards estuvieran ahí, que vieran la justicia que se haría por ellos... por los que perdieron.

—Cu... Culpable.

—Se le acusa también de haber saqueado el oro de las arcas de Loramendi en la compra de mujeres y niñas... y más, sin importar que el pueblo muriera de hambre alrededor. Se le acusa de haber quemado el sur de Loramendi, específicamente la ciudad de  Parvoo sin dar tiempo a sus habitantes de salir de aquellas tierras con la excusa de que había sido el reino de Minsk quien había hecho semejante atrocidad con el fin de continuar con la guerra... ¿Cómo se declara?

Sonrió, una sonrisa torcida y extraña, oscura, se volteó y sus ojos se clavaron en los míos, sostuvo mi mirada por algunos segundos y ladeó la cabeza a un lado, una provocación... apreté los dientes y Luckyan puso una mano sobre mi pierna, no me había dado cuenta que comenzaba a levantarme de mi asiento.

—Lo volvería a hacer... Volvería a hacer a cada uno de las cosas terribles de las que se me acusan, no me arrepiento de nada y si pudiera quemar de nuevo a esos sucios campesinos lo haría —gritó y la sala se quedó en silencio, muda asimilando las palabras del que alguna vez había sido nuestros rey, un maldito cerdo.

Me clavé las uñas en las palmas de mis manos, Luckyan negó suavemente con la cabeza y su mirada gris se clavó en la mía, un poco fría y furiosa. Vi más allá de él hacia el rey William y el príncipe Lawrence, sus rostros hermosos y aunque tensos, estaban tranquilos o, al menos, es lo que demostraban.

—Por sus actos contra la corona, el reino y la reina Lauren Palvi Loramendi, este tribunal y la corte, lo encuentran a usted rey Eadred James I Loramendi culpable de todos y cada uno de los cargos aquí mencionados —confirmó el juez Krause mirando al rey, en sus ojos un ira congelada ardía en el fondo—. Su sentencia por estos crímenes es la muerte. Rey Eadred James Loramendi, lo sentenciamos a morir colgado en la horca. —dijo en voz clara y grave, la sala se llenó de murmullos suaves que el juez mandó a callar—. Por sus crímenes contra la nación de Minsk y su reina, será trasladado a su nación y será juzgado según su rey y sus leyes... El tribunal de Loramendi ha dictado su sentencia rey Eadred y el pueblo de Loramendi quedará entonces bajo las órdenes y el buen juicio del príncipe Luckyan Loramendi, quien es el heredero legítimo al trono de la nación y su consejo real.  Se coronará rey cuando haya contraído matrimonio. Pueden llevar al prisionero a su celda, cuando sea conveniente para el rey William Baskerville, puede llevárselo. El juicio a terminado. —Se puso de pie rápidamente y miró al rey Eadred una vez más antes de abandonar la sala con grandes pasos. Los guardias se llevaron al rey Eadred una vez más acompañados de un par más de guardias de Minsk que montarían guardia hasta que el rey William lo llevara a Minsk.

Respiré hondo, Luckyan también y todos en la sala comenzaron a salir a pasos vacilantes y lentos.

¿Y sería este entonces castigo suficiente para alguien como él? ¿Sería suficiente encerrarlo por el resto de su miserable y asquerosa vida? Esperaba que sí..., de verdad lo esperaba.

❁❁❁

Observé la línea de árboles que se extendía frente a mí mientras esperaba a que  Luckyan terminara de hablar con el Juez Krause y los demás gobernates. El aire era frío y la lluvia fina y ligera empapada de apoco mi capa negra, respiré hondo, solo había tranquilidad aquel día.

Lo escuché antes de verla, la escuché respirar con fuerza por la nariz y como sus pasos se detuvieron detrás de mí.

—¿La encontraste? —preguntó, me encogí, no quería volver a verla, no después de todo lo que me había dicho la última vez que nos vimos y de lo que yo había tratado de hacer.

Me volteé y la miré, su vestido café sencillo tan diferente a cualquier otro que la hubiera visto usar, ya no llevaba joyas en las muñecas y en el cuello y su cabello caía en una maraña castaña. Sus ojos oscuros un poco hundidos y bajo estos grandes círculos de color oscuro. Antes había tenido curvas hermosas, exquisitas y femeninas, ahora había vuelto a aquel cuerpo demasiado flaco y anguloso. Su rostro una calavera que había perdido aquella belleza que alguna vez admiré y envidié.

—Juliette —susurré, me miró de arriba a abajo de la misma forma que yo lo había hecho y una mueca desdeñosa se formó en sus labios... ¿En qué momento me había llegado a odiar tanto y yo a ella?

—¿Encontraste a Theresa o no? —preguntó de nuevo, su mandíbula temblaba, su vestido estaba empapado y su aliento se condensada frente a ella.

—¿Por qué debería decírtelo? —Mi voz dura y fría, ella parpadeó y pareció hacerse pequeña, sus ojos volvieron a mirarme de arriba abajo y me sentí cohibida, juzgada por aquella mirada igual a la mía.

—Dímelo, Josephine... ¿La encontraste o no? —La observé de nuevo, quise gritarle y golpearla... quise que dejará de juzgarme, de creer que era mi culpa todo lo que había pasado.

—La encontré. —Fue todo lo que dije antes de volver a darle la espalda y mirar el bosque. No quería seguir viendo su rostro, ese rostro que me recordaba al mío, que me asustaba y me regresaba a aquellos días en los que me moría de hambre.

Su mano se cerró sobre mi hombro con fuerza, pero temblaba, toda ella temblaba y algo dentro de mí se rompía y se caía en pedazos. Me volví de nuevo y ella retrocedió un par de pasos, lo que viera o no en mi mirada la había asustado, mejor así.

—¿Qué quieres, Juliette? —pregunté en tono seco, ella tragó con fuerza y envolvió sus brazos sobre su cuerpo delgado.

—No tengo a donde ir —susurró, las lágrimas cayeron de sus ojos y salpicaron sus mejillas huecas, apreté los dientes—. Me tiró a la calle junto a las otras..., el Barón Neville —dijo mientras se sorbía la nariz. Dejé escapar el aire despacio y apreté los puños.

—Lo lamento —dije.

—Fue por todo esto, fue culpa de... —Cerró la boca con fuerza y apretó los dientes, su mirada se clavó en las personas que salían del edificio, Luckyan y el rey William se acercaban a pasos lentos.

—Fue culpa de nuestro padre, del rey... No fue nuestra culpa, no fue nuestra elección. Puedes conseguir un empleo ahora que Loramendi sea reconstruida, puedes hacer lo que quieras, no tendrás que venderte de nuevo.

—Claro. —Su tono destilaba veneno frío y cruel—. Lo dices como si fuera tan sencillo. Lo dices como si todo el mundo tuviera la vida tan fácil y resuelta cómo tú...

La miré, ¿qué diablos decía?

—¿Disculpa?

—Yo era la "puta del Barón Neville", pero tú, Josephine, la mojigata Josephine, no eres más que la "puta del príncipe Luckyan"

Y algo dentro..., algo que todavía sentía afecto por ella se partió en dos y supe, fui consciente que nunca volvería a sentir nada, ningún tipo de amor por ella, ya no.

Queridos lectores, lamento que las actualizaciones sean cada vez más lentas, pero he estado un poco ocupada y estancada, pero espero disfruten este capítulo y puedan dejarme sus comentarios ❤️

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