CAPÍTULO 5.
Corrí hacia mi habitación, Lorie iba detrás de mí con pasos lentos y pausados que me irritaban, diciéndome que debía ir al salón del trono y hablar con el rey, pero necesitaba leer primero aquellas palabras que Luckyan había escrito.
Cerré la puerta tras de mí y me senté en el borde de la cama, mis manos temblorosas rompieron el sello en dos y abrí el pergamino.
Mis ojos recorrieron aquella caligrafía hermosa y perfecta, hecha en trazos elegantes y firmes.
《Josephine.
Mi querida y amada Josephine.
Cuando te vi partir hace unos meses mi corazón quedó destrozado, pero no podía retenerte, sabía que debías hacer este viaje y encontrar a tu hermana, aunque debo admitir que me vi tentado a correr detrás de ti y seguirte a dónde quiera que fueras, incluso a una nación enemiga.
No tengo nada que perdonarte. Jamás tendrás que disculparte conmigo por algo que yo mismo sabía que debías hacer y que era por lo que estabas luchando.
Me alegró tanto saber que tu hermana Theresa esta bien y me mantiene más feliz saber que tú, mi amor, estás en un buen lugar y con personas amables.
Tu carta me ha dejado pensando en todo lo mal que ha sido contada ésta historia, sin embargo, aún no puedo olvidar mi resentimiento hacia Minsk o lo que su rey ha hecho con mi pueblo, por amor o no... Pero después de analizarlo mucho, estoy seguro que también sería capaz y no me arrepentiría de comenzar una guerra por ti.
Josephine, te amo y eso nunca va a cambiar incluso con el pasar del tiempo.
Te amo y eso es lo único que quiero que recuerdes cada vez que te sientas sola o triste. Te amo, Josephine. Soy tuyo, al igual que mi corazón, y siempre lo seré.
Iré a Minsk tan pronto pueda, solo espera por mí》
Luckyan A. Loramendi.
Las lágrimas cayeron frías sobre el pergamino. Mi corazón latía con fuerza dentro de mi pecho y la sonrisa se extendió por mi rostro.
El príncipe Luckyan todavía me amaba y vendría a Minsk, vendría él mismo.
El par de golpes se escuchó en la puerta de madera, la puerta se abrió un poco y Lorie asomó el rostro por el espacio y me miró.
—¿Son buenas noticias, Josephine? — preguntó con aire pensativo, observó mi rostro y luego el pergamino entre mis manos temblorosas.
—Vendrá a Minsk — susurré, sus ojos azules se abrieron con sorpresa y asintió enérgicamente.
—¿Puedo... — comenzó, pero yo negué con la cabeza.
No. No iba a dejar que nadie más leyera aquellas palabras que el príncipe Luckyan había escrito para mí.
—Bien, sí, entiendo. ¿Hay algo más?
Me di cuenta que eran dos hojas de pergamino, una estaba dirigida hacia mí y la otra al rey William, sin leerla se la tendía rápidamente.
—Para el rey — dije, él negó e hizo un ademán para que lo siguiera.
—Vamos, estoy seguro que querrá que seas tú quien le entregue eso. Te espero afuera — y salió de la habitación.
Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano y releí una vez más la carta del príncipe, sonreí y la guardé bajo la almohada, cuando volviera la leería hasta quedarme dormida.
❁❁❁❁❁❁❁❁❁
El rey William estaba en el comedor junto a sus hijos, todos nos miraron una vez que llegamos ahí y fue Lorin quien se levantó rápidamente de la mesa y corrió para abrazarme.
—Jo, te extrañé — susurró y sus hermosos ojos de colores me observaron con detenimiento.
—También lo extrañé, príncipe Lorin, pero ya estoy de vuelta — sonreí acariciando su cabello, a aquellos niños les hacia tanta falta una madre.
Se alejó de mí y volvió a su lugar en la mesa junto a su padre y sus hermanos, hice una reverencia y Lorie también.
—El príncipe Luckyan ha enviado su respuesta — anunció al rey y su mirada se dirigió a mí.
—Rey William — susurré cuando llegué a su altura, otra reverencia más y dejé el pergamino sobre su palma extendida.
—Señorita Astley. ¿Cómo ha ido el parto de su hermana? — preguntó mientras miraba el pergamino con el sello roto.
—Ha ido bien, majestad. Mi hermana Theresa es madre ahora de un pequeño niño — respondí con orgullo, él sonrió.
—Me alegro de escuchar eso, señorita Astley. Bien, ¿había algo más aquí?
Y señaló el pergamino, asentí.
—Una carta para mí, majestad. — Una de sus cejas se elevó por encima de la otra y una sonrisa divertida cruzó su rostro.
—Bien, una carta para usted... me pregunto entonces, ¿qué es lo que pasa entre usted y el príncipe Luckyan? — su pregunta me cayó como una lluvia helada, lo menos que quería era que todos allí estuvieran al tanto de mis sentimientos hacia el príncipe.
Me encogí de hombros y dudé en abrir la boca, pero fue la risa alegre y estridente del rey William la que me dejó aún más sin palabras.
—No tiene que decir nada, señorita Astley, eventualmente me enteraré por usted o por él. — Desenrrolló el pergamino y leyó con atención cada palabra que contenía, su mirada oscura observó a sus hijos un momento y luego a Lorie y a mí.
—Supongo que el pergamino ha tardado más de lo esperado en llegar, así que el príncipe Luckyan llegará aquí pronto o tan pronto como le sea posible el paso sobre la ciudad de Tuuk, el río Brienz y Anatol —dijo y suspiró—. Preparémonos entonces para recibir al príncipe Luckyan Loramendi y al consejero Henry Clifford, como se merecen.
—Por supuesto, majestad — respondió Lorie.
—Llama a tu padre y permíteles el paso libre dentro de Minsk tanto como sea posible. Nadie debe saber que él y su consejero están aquí o Eadred podría quererlos muertos una vez que regresen y ponga un pie en Loramendi.
—Seremos lo más discretos posibles, majestad, pierda cuidado.
—Bien, gracias Lorie. Bueno, señorita Astley, supongo que el príncipe Luckyan querrá verla y usted a él. —Sonrió y su mirada se volvió suave—. No me vea de esa manera, no tiene porque ocultarlo.
—...Sí, majestad. — Sonreí a su vez y él pareció satisfecho y nos envió fuera del comedor.
Mis piernas temblaron cuando avancé por el pasillo junto a Lorie, por fin luego de tantos meses podría ver una vez más al príncipe Luckyan, podría verlo y decirle... decirle lo mucho que lo amaba.
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