CAPÍTULO 49.

《LUCKYAN SOBRE LA GUERRA IV》

El campamento fue disuelto con una rapidez aterradora, el ejército de Kovvola era disciplinado y estaba dispuesto a hacer el trabajo duro si era necesario y con tantos heridos por supuestos que era necesario.

Habíamos tenido bajas importantes, pero el grueso de nuestras filas todavía se mantenía en pie y dispuesto a la batalla. Observé como avanzaban por los caminos de tierra hacia el norte, si teníamos la suerte de nuestro lado podríamos tener el terreno adecuado que nos ayudaría a ganar la siguiente batalla.

Respiré hondo, Josephine se movió, pero siguió durmiendo con una mejilla sobre mi pecho, el cansancio la había reclamado hacia pocos minutos así que iba a dejarla dormir tanto como fuera necesario. El consejero Rees me había dicho que después de la pelea Josephine había ayudado con los heridos y no había dormido lo suficiente, así que era el momento para que pudiera descansar.

Un caballo alazan se detuvo junto al mío, el rey Viktore observó las filas moverse y el horizonte distante, suspiró, su guardia estaba detrás de él en silencio mientras que el rey William se mantenía a unos metros a la izquierda hablando con su consejero.

—No tuve la cortesía de agradecerle a su prometida por la ayuda con los heridos de mi nación —dijo de pronto, me moví incómodo y Josephine murmuró algo en sueños que no fui capaz de entender del todo.

—Se lo haré saber cuando despierte, majestad.

—Ella no es de la nobleza de Loramendi o de alguna otra nación, ¿verdad? —Sus ojos fríos con el hielo pasaron a mi rostro evaluando mi expresión, luego a Josephine que dormía. 

—¿Es eso un problema, majestad? —pregunté despacio tratando de contener la ira que corría por mi cuerpo.

—La gente noble no hace el trabajo pesado, tienen personas que lo hacen por ellas. La gente noble tampoco está en campamentos de guerra, mucho menos las mujeres. —Miró de nuevo a Josephine y una ligera sonrisa tembló de nuevo en sus labios—. Su prometida es... una plebeya, ¿no es así?

Lo miré, su semblante y su expresión no decía absolutamente nada, era como ver una pared en blanco. Observé de nuevo las filas moverse, ¿por qué hacia este tipo de preguntas?  ¿Simple curiosidad o nuestra alianza se vería afectada porque estaba comprometido con una plebeya? Respiré hondo.

—Sé que rechazó a las candidatas de las naciones vecinas cuando su padre arregló su baile de compromiso, ¿a caso no eran lo suficientemente bonitas o ricas para usted, príncipe Luckyan? —preguntó, apreté las riendas de mi caballo con fuerza y aquello no pasó desapercibido por el rey.

—Ellas no eran Josephine, majestad —dije con los dientes apretados, ¿qué diablos quería de todos modos?

—La vi cargando agua y repartiendo comida entre los soldados. También la vi llevando vendas limpias y ropa para los heridos. Cocinó pan en el fuego de la hoguera y lo distribuyó incluso aunque ella misma no había comido nada. Todos esas cosas me hicieron darme cuenta que era una plebeya de Loramendi...

—¿A qué quiere llegar, majestad? —pregunté con voz ronca, no estaba dispuesto a escuchar como hablaba de Josephine como si por ser una plebeya no valiera la pena.

—Ella no va a ofrecerle un reino, príncipe Luckyan, tampoco un ejército ni mucho menos oro o algo de valor.

—No necesito nada de eso, majestad. No necesito una nación, oro, joyas... no necesito nada de eso. Usted sabe lo que la riqueza y el poder le hace a los hombres, mi padre es un claro ejemplo de ello. No me arrepiento y jamás me arrepentiría de estar con Josephine, ella es la única persona dispuesta a dar su vida por mí de ser necesario y yo haría lo mismo por ella.

—¿Alguna vez le conté sobre mi esposa? —Su tono fue tranquilo, suave, lo miré no se había movido incluso cuando mis palabras habían sido frías, su rostro reflejaba tranquilidad, una tranquilidad que me asqueaba. ¿Qué demonios quería? Respiré hondo, Josephine murmuró mi nombre en sueños y sonreí.

—Mi esposa, la reina Anne Becker, era de Minsk... Una plebeya de Minsk —murmuró en voz calmada, lo miré con el ceño fruncido—. La conocí cuando fui de viaje con mis padres, hace ya mucho tiempo, cuando mi padre todavía era rey de Kovvola. Por supuesto que,  pensar en estar con una plebeya no era un tema a discusión y usted, príncipe Luckyan, sabe que la realeza siempre debe conseguir algo a cambio con los matrimonios, oro, poder, un ejército. Anne no podía darme nada de eso, poco me importaba realmente. Las personas a mi alrededor decían que me casara con una noble y que tuviera a Anne como mi concubina, al final, yo iba a ser el rey, tener una amante podría ser un escándalo, pero mi corte podía dejarlo pasar siempre que mi consorte fuera alguien rica y poderosa. Sin embargo, yo no quería eso, yo quería que Anne fuera mi esposa y se sentará a mi lado para gobernar mi nación y así lo hice.

Sus ojos azules se encontraron con los míos, había en ellos tanta sinceridad que me hizo sentir pesado.

—Vi en tu prometida todo lo que me enamoró de mi propia esposa, príncipe Luckyan, hay en ella valentía y amor, ellas saben sobre la justicia y el buen juicio. Han vivido vidas modestas y honestas y eso es lo que la corona necesita, no a mujeres que siempre lo han tenido todo y nunca levantarían un dedo por un inocente —susurró y volvió a mirar a su ejército marchar.

—¿No se opondría entonces si llego a ser rey y decido casarme con Josephine? —Él soltó una carcajada que hizo eco en mi piel, respiré hondo de nuevo.

—No, por supuesto que no. Quizá las otras naciones lo verán como un insulto a la corona, pero créeme que Loramendi merece tener a alguien como la señorita Astley en el trono y yo también lo espero —dijo con suavidad.

—¿Y que pasaría si decido darle libertad a mi pueblo, pero no ser rey? —Sus ojos azules parpadearon y sus cejas se alzaron, se volvió para mirarme y había duda en su voz.

—No hay nadie más en su familia que usted príncipe Luckyan, si capturamos a su padre con vida será juzgado en Minsk por todo lo que ha hecho y ejecutado luego de eso. Usted será el último de su línea de sangre...

—Ella merece una vida tranquila —susurré y acaricié su mejilla con mis nudillos.

—No puedo decirle que hacer, príncipe Luckyan, para el rey William y para mí tenerlo en el trono de Loramendi sería lo más seguro, pero es su decisión. Si quiere ser rey o no, siempre será su decisión. —Luego de esas palabras avanzó hacia su ejército y su guardia lo siguió.

Suspiré con pesadez y los ojos oscuros de Josephine me devolvieron la mirada, se sentó un poco más recta, su espalda contra mi pecho, dejé un beso en su cuello, pero guardamos silencio mientras nos poníamos en marchar.

❁❁❁❁❁❁❁❁❁

Llegamos al nuevo campamento después de una horas, el sol brillaba por encima de nosotros y la brisa era cálida y familiar, estábamos cada vez más cerca de Mariehamn. Bajé del caballo con cuidado y después a Josephine que parecía visiblemente más cansada que antes, nunca iba a perdonarme por casi haber muerto en aquella batalla.

Suspiré y até las riendas de mi caballo en un árbol cercano, la corriente del río se escuchaba cerca y fuerte, Josephine miró con atención entre los árboles donde el sonido era claro.

—Vamos —susurré despacio y le tendí una mano que ella aceptó casi enseguida, sus dedos estaban fríos cuando los cerró contra los míos.

Caminamos por entre los árboles siguiendo el sonido del agua hasta que llegamos a la ribera, el río era ancho y la corriente corría con fuerza entre rocas y ramas caídas. Josephine soltó mi mano y sonrió, una sonrisa de verdad, se acercó con cuidado a la orilla y se sentó mientras la brisa desordenada su cabello oscuro, cerró los ojos y respiró hondo un par de veces y yo me aferré a aquella imagen. Eras así como quería ver a Josephine toda mi vida, feliz y tranquila. Repasé el contorno de su rostro, sus labios, el color de su cabello, sus pestañas oscuras que lanzaban medias lunas a sus mejillas.

La duda me asaltó una vez más, ¿Realmente quería ser rey? Quería darle a Josephine todo lo que alguna vez le había prometido, quería hacerla mi reina y mi compañera, pero... pero sobre todo quería verla feliz, realmente feliz.

Me senté a su lado y mi costado lanzó un punzante dolor a todo mi cuerpo, apreté una vez más los dientes, pero guardé silencio,  no quería que ella se preocupara.

Josephine abrió los ojos, me miró y sonrió. Después de unos segundos comenzó a desatar los cordones de sus botas, tomé su pie en mi regazo y la ayudé a quitárselas, metió los pies descalzos al agua y suspiró con alivio.

—¿Qué sucede, cariño? —preguntó, miré el río y los rayos del sol que rompía sobre la superficie del agua.

—Nada —murmuré, pero sus ojos oscuros miraron mi perfil con intensidad, suspiré y me volteé para verla—. Estaba pensando en qué haremos cuando la guerra termine —dije, ella se encogió de hombros.

—Reconstruir Loramendi —murmuró, pero había cierta reticencia en su voz.

—Sí...

—Háblame —susurró—. ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué es lo que te está haciendo sentir culpable, amor?

—No lo sé... solo quiero que seas feliz conmigo...

—Soy feliz contigo, Luckyan. —Miró el anillo en su mano y me regaló una sonrisa hermosa—. Cuando la guerra termine, estaré a tu lado... no importa lo que pasé o lo que decidas hacer, te apoyaré siempre, cariño —susurró y se acercó un poco más hacia mí, dejó un beso sobre mis labios y volvió a sonreír.

—Haría cualquier cosa por ti, Josephine... cualquier cosa. —Suspiré, ella asintió y volvió a besarme.

Sí, haría cualquier cosa, incluso dejar mi corona si eso me garantizaba tener una vida tranquila y feliz a su lado.


Estamos a nada de llegar al capítulo 50 de la novela, nunca imaginé hacer más de 30 o 40 capítulos y, sin embargo, aquí están y soy muy feliz por ello. Probablemente tarde un poco más en actualizar y espero que la espera valga la pena. Déjenme sus comentarios siempre es bueno para mí leerlos ❤️ En fin, nos leeremos pronto✨️

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