CAPÍTULO 4.

《LUCKYAN LORAMENDI》

Los carruajes y carretas desaparecieron en el horizonte, los pocos guardias que las custodiadaban no parecía importarles que el consejero Clifford y yo nos hubiéramos quedado atrás para tratar unos "asuntos reales" y tardaríamos una semana más en llegar a la base militar de Flam.

Una vez lejos solo quedó volver sobre nuestros pasos hacia un lugar seguro que con anticipación habíamos preparado. Cuando llegamos a esa pequeña cabaña, los caballos estaban agotados y nosotros también. 

El lugar era simple, contaba con dos habitaciones y un pequeño salón que cumplía la función de comedor y cocina. La chimenea estaba apagada y el frío se colaba por nuestra ropa con fuerza, por ningún lado se podía ver alguna otra casa, solo habían pastos verdes y pequeños arroyos que corrían libremente hacia el sur.

Respiré hondo y me recordé a mí mismo que lo que estaba haciendo era lo correcto y estaba bien, no era una simple y vaga traición, era más bien salvar al reino y a las personas de las garras de mi padre.

Dejé que los caballos pastaran libremente por los campos que resplandecían a la luz de la luna mientras el consejero Clifford encendía la chimenea y desempacaba la cena.

Si teníamos suerte quizá mañana estaríamos llegando a la ciudad de Tuuk y de ahí a un barco que nos llevaría hacia Minsk y de ahí a Briansk la capital real.

Se habían hecho los preparativos suficientes para encontrar documentación falsa que nos permitiera entrar a Minsk sin ser detectados, la ropa y todo lo necesario estaba listo y esperando igual que mi corazón.

El rey William había ordenado un pequeño paso libre para que pudiéramos cruzar la frontera sin mayores contratiempos, y ya que mi salida de Mariehamn no había causado en mis padres más que indiferencia estábamos casi seguros que todo aquel plan marcharía bien.

La única persona que sabía de esto aparte de nosotros era Lauren y estaba seguro que ella no diría nada sobre nuestra repentina incursión en tierras enemigas.

Entré a la cabaña a pasos lentos, el consejero Clifford había sacado pan, queso y una botella de vino, sonreí. Él era quizá la única persona que me sería fiel incluso en algo como esto...

—Gracias, Henry — agradecí cuando dejó la copa de vino en mis manos, sonrió y me dejé caer en una silla frente a él.

—Lamento que esto no sea un palacio real, príncipe Luckyan — dijo con voz melancólica y llena de algo muy parecido a la culpa.

—Esto es mil veces mejor que aquel palacio real plagado de víboras — afirmé con voz suave, él me miró y una ligera sonrisa se deslizó por su rostro cansado.

Henry Clifford era para mí el único amigo que tenía dentro del palacio, la única voz que me decía que era bueno y malo; la única persona que realmente quería estar a mi lado y me aceptaba por lo que era y no solo por ser el príncipe de Loramendi.

Henry era en pocas palabras el padre que siempre quise.

—Príncipe Luckyan, ¿por qué todavía no me odia? — preguntó de pronto, se llevó la copa de vino a los labios y dió un largo trago, lo observé con detenimiento mientras afuera el viento hacia temblar la madera de la vieja cabaña.

—¿De qué hablas?

Sus ojos oscuros me miraron, había arrepentimiento en ellos y también una fría determinación que me asustó un poco.

Sabía de lo que hablaba. Sabía que se refería a porqué aún confiaba en él después de que no detuviera a mi padre y a su rey en todas las atrocidades que había cometido con el correr de los años...

—Henry, necesito toda la ayuda posible para poder sustituir a mi padre en el poder —susurré—. Eres la persona más leal que conozco, de no ser así, no estarías siguiéndome en esta locura. Pensar en lo que pudo ser no ser no nos ayudará a ganar la guerra, Henry, así que dejemos esos arrepentimientos atrás y enfoquemonos en lo que hay por hacer.

Él asintió con firmeza.

Por supuesto que yo todavía sentía aquella rabia y culpa que carcomia mi alma y la hacia tambalearse, pero él no tenía porqué saberlo.

—Sí, estaba bien, príncipe Luckyan — respondió y sonrió, apoyé mi mano en hombro y le di un ligero apretón.

—Bien, démonos prisa en cenar y vayamos a descansar, mañana a primera hora saldremos para Tuuk.

—Por supuesto, príncipe.

❁❁❁❁❁❁❁❁❁

Aquella mañana resultó ser fría y lluviosa. Una lluvia helada que calaba hasta los huesos y volvía el trayecto más pesado y difícil.

Habíamos cambiado nuestra ropa por algo más normal entre los ciudadanos de Loramendi, pero en ese momento nos dábamos cuenta la mala idea que había sido.

Recorrimos durante dos horas el camino enlodado que nos llevaría hasta el pueblo de Tuuk, pero la tormenta no cedió ni un poco, así que tuvimos que parar en una posada cercana al camino.

La pequeña posada estaba caliente y casi vacía, habíamos dejado los caballos en el establo, pero a pesar de ello, la mujer de cabellos rojos que se encontraba en la barra nos miró acusadoramente.

—¿De dónde han sacado a esos animales? ¿No los han robado o sí? — preguntó mientras nos miraba de arriba abajo y al agua que goteaba de nuestras ropas al suelo rústico de madera.

—Necesitamos comida — fue la respuesta del consejero Clifford, me mantuve callado y con la mirada baja, aún así podía sentir la mirada penetrante y extraña de la mujer sobre mí.

—Hay sopa de habas y pan — respondió de mala gana.

—Dos platos y algo de su mejor vino — y el consejero dejó una pieza de plata sobre el mostrador, la quimera de Loramendi resplandeció bajo la luz de las velas.

—Solo hay cerveza de raíz — y su voz fue una octava más alta, volvió a echarme una mirada y entrecerró los ojos.

—Cerveza entonces.

—¿Te conozco, jovencito? — preguntó dirigiéndose a mí, la miré y negué con la cabeza.

—No lo creo, señora — contesté y me crucé de brazos, sus ojos volvieron a mirarme de arriba a abajo con curiosidad. Solo esperaba que aquella ropa, la lluvia y el barro hubieran ayudado un poco para que ella no me reconociera.

—¿Creí que los ojos grises estaban destinados solo para la realeza? Pero parece ser que un simple criado puede llevarlos también — fue lo que dijo, sonreí a medias, cuanta razón había en ello.

—¿Podrían darle agua y paja a los caballos? — preguntó Henry, dejó otra pieza de plata sobre la mesa y la mujer la tomó rápidamente entre sus dedos pálidos.

—Tomen la mesa del fondo, les serviré la comida en un momento. — Hizo un ademán con la mano y con una suave inclinación de cabeza ze nuestra parte nos dirigimos hasta la mesa.

❁❁

La sopa eran sólo unas cuantas habas remojadas en agua hirviendo con sal y pimienta, sonreí porque a pesar de ello esta muerto de hambre y tenía frío, no me imaginaba vivir a partir de esto a diario o peor aún no tener nada que llevarse a la boca.

La culpa inundó de nuevo mi cuerpo, pero ya estaba haciendo algo para remediar aquella situación, al menos es lo que pensaba y creía que era lo correcto.

Miré por la pequeña ventana hacia afuera donde la lluvia no dejaba de caer y hacían que nuestro avance se volviera más lento y pausado, a este ritmo no llevaría más tiempo del esperado salir de Loramendi.

—¿Estamos haciendo lo correcto, Henry? — pregunté, él levantó la mirada de su plato y suspiró.

—Por todas estas personas espero que sí — respondió mientras paseaba la mirada por la pequeña posada donde algunas personas temblaban de frío en sus ligeras ropas.

Respiré hondo y le di otro trago a mi cerveza que en todo caso no sabía tan mal.

—Sí...

Y realmente esperaba que todo aquello diera resultado, que al final pudiéramos tener la oportunidad de darles una mejor vida a todas las personas dentro del reino, al menos, tres comidas al día y un par de monedas para salir adelante.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top