CAPÍTULO 39.
《JOSEPHINE ASTLEY》
Luckyan dejó un suave beso sobre mi cuello, suspiró y detuvo el caballo bajo la sombra de un cedro, él rey William echó una mirada atrás hacia nosotros, pero no se detuvo y él y su guardia siguieron avanzando para llegar al campamento donde su ejército esperaba por él.
Los observamos en silencio y cuando estuvieron a una distancia prudente de nosotros, Luckyan aclaró su garganta. Desmontó y luego me bajó del cabello con facilidad, me dejó sobre el suelo de tierra y amarró las riendas del caballo al árbol.
—Ya sé que es lo que mi padre les ha prometido a los otros gobernantes —susurró despacio, mientras me daba la mano.
—¿Qué? —pregunté, sus ojos grises se clavaron en los míos y una línea fría se dibujó en sus labios, suspiró y miró hacia donde el rey William avanzaba.
—Su territorio. Él les ha prometido Minsk a todos ellos —respondió en voz seria, se acercó un paso hasta mí y me envolvió con sus brazos, respiré aquel sutil olor a menta de su cuerpo.
—¿El rey William lo sabe? —Las manos de Luckyan acariciaron mi espalda con suavidad, mi cuerpo se tensó un poco y luego se relajó casi de inmediato.
—Por supuesto que sí. Es el único que tiene un territorio tan grande y tan próspero, estoy seguro que esto no es una unión simple o casual, más bien han estado esperando el momento adecuado para atacar y mi padre les ha dado esa oportunidad. Minsk es tres veces mas rica que todas las naciones juntas, este conflicto entre mi padre y el rey William no les interesa, pero ha abierto la pauta para poder pensar que quizá con el esfuerzo conjunto podrán arrebatarle todo a Misnk y a su rey—susurró contra mi cabello.
—Dime la verdad Luckyan, ¿tú y el rey William tienen una oportunidad para ganar esta guerra contra todos ellos? —Fue una pregunta aguda, cruel en todo caso, pero necesitaba saberlo ahora, necesitaba entender que tanto nos arriesgabamos en esta guerra. Él guardó silencio durante algunos minutos que parecieron demasiado largos, estaba segura que él mismo se había estado haciendo la misma pregunta desde el momento que vio los estandartes de las otras naciones.
—Espero que sí. He visto al ejército de Minsk arrasar con el nuestro con facilidad, las otras naciones no han entrado en guerra desde hace más de cincuenta años, todas han sido neutrales... así que, lo más probable es que Minsk tenga una gran ventaja en el campo de batalla.
—¿Irás al frente, Luckyan?
Él suspiró con pesar y alejó mi cuerpo del suyo y me miró durante un instante antes de asentir con lentitud, su mandíbula apretada y su postura un poco más rígida.
—Sí. Pero no te preocupes, estaré bien, no es la primera vez que voy al frente en batalla —susurró con suavidad, se inclinó despacio y besó mis labios con lentitud disfrutando del momento y quizá para distraerme de aquello.
—¿Cuándo se detendrá? —pregunté alejándome despacio de sus labios, él enarcó una ceja—. Tu padre, quiero decir.
—No va a detenerse, cariño. No se detendrá hasta que vea muerto al rey William, y en todo caso, el rey William no se detendrá hasta que vea muerto a mi padre...
—¿Y tú, Luckyan? —Miró las ramas bajas del árbol con incertidumbre, se llevó las manos al cabello y las pasó por él en señal de frustración, cuando volvió la mirada hacia mí había cierta reticencia en su voz.
—Me detendré cuando mi padre esté muerto y la nación pueda ser libre, cuando tú puedas estar a salvo —susurró, me ofreció una mano una vez más y yo la tomé, sus dedos se estrecharon con suavidad en los míos.
—¿Crees que podamos conseguir más personas para que se unan a la guerra y estén de nuestro lado?
—No lo sé, justo ahora todo significa una sentencia de muerte —murmuró y frunció el ceño, me acerqué un poco a él y besé sus labios con cuidado.
Hundió su rostro en mi hombro y respiró hondo, sus brazos rodearon mi cintura, me di cuenta que quizá aquel sería el único momento que tendríamos juntos antes de que la guerra estallara a nuestro alrededor y dolia, porque otra vez, otra maldita vez no teníamos tiempo para nada.
—Pase lo que pase..., te amo, Luckyan —susurré despacio, él dejó un suave beso sobre mi cuello y nos quedamos ahí, en silencio, en un suave y ligero silencio mientras nos abrazabamos.
—Te amo, Josephine —dijo luego de un largo tiempo, me miró a los ojos y volvió a besar mis labios con ternura, con decisión, con la reverencia que solo él podría mostrarme.
❁❁❁❁
Llegamos al campamento una hora más tarde. Carpas se habían instalado por todo el lugar, pequeñas hogueras ardían y los soldados de Minsk hacían reverencias formales cuando veían a Luckyan, pero todos parecían agitados e iban de un lugar a otro bajando suministros, afilando espadas, cavando letrinas...
Caminamos hasta la carpa del centro, la más grande de todas y la que ondeaba la bandera de Minsk, ahí el consejero Rees nos invitó a pasar y los generales y el mismo rey William se pusieron de pie para saludar al príncipe Luckyan y a mí. En el centro una mesa larga de madera oscura sobre la cual un mapa de Loramendi se extendía, habían trazado su ubicación y también la del campo abierto más próximo para la batalla.
—Príncipe Luckyan —llamó el rey—, supongo que su padre dará el anuncio sobre la guerra a su pueblo y sus aliados y él comenzaran por mover a su ejército hacia los alrededores de Mariehamn.
—Eso parece lo más probablemente, majestad —dijo en voz fuerte y clara—. Lo más seguro es que dé un día de luto por la muerte de la reina Elizabeth para que el reino la llore, después de eso dará el anuncio de la guerra o, en todo caso, lo dará en el funeral.
—Sí, es lo más seguro. —El rey William respiró hondo y miró el mapa frente a él estudiando cada relieve, cada línea y cada ciudad—. No debería darle más consideraciones a Eadred o a Elizabeth luego de lo que ocurrió con mi esposa, pero lo haré. Le dejaré tener un funeral y le dejaré dar el anuncio de la guerra a su gente, solo por el aprecio que siento hacia usted príncipe Luckyan y porque es su madre, independientemente de lo que haya hecho. —Su voz fue grave al decir aquello, Luckyan se tensó a mi lado, pero solo asintió despacio y sin decir nada, pues él mismo había dicho que su madre no merecía nada y estaba segura que lo creía de verdad.
—¿Envío a alguno de los soldados para saber sobre el anuncio, majestad? —preguntó el consejero Rees sin levantar la mirada de sus pergaminos donde escribía con agilidad. Los ojos del rey William recorrieron la sala hasta llegar a los míos, luego a los de Luckyan.
—Envía al joven, Raphael, ha hecho un gran servicio yendo entre Loramendi y nosotros.
—Por supuesto, majestad.
Me adelante un paso lento, la mano de Luckyan se cerró con más fuerza sobre la mía y sentí su mirada clavada en mí.
—Puedo ir ahí. —Y no fue una pregunta, las miradas pasaron de mí hacia el rey William y a Luckyan.
—Cariño...
—Será fácil pasar inadvertidos si el funeral se lleva a cabo, podemos mezclarnos entre los civiles que seguirán la procesión —fije en voz firme, Luckyan tomó aire y el rey William me miró con aquellos ojos oscuros que parecían evaluarme. Suspiró y miró de nuevo el mapa.
Sabía que era una locura, sabía que podría ser una idea muy estúpida, pero necesitaba oír lo que tenía que, necesitaba oír cada una de las mentiras que saldrían de su maldita boca y asegurarme que aquella guerra era tan necesaria como mi corazón decía.
—Señorita Astley... —comenzó el rey, miró a Luckyan que estaba de pie a lado de mío con todo su cuerpo irradiando tensión—. Si quiere ir... solo puedo recordarle que es peligroso.
—Está bien, entiendo el riesgo —murmuré, él rey asintió resignado, no iba a decir nada más.
—Llame a Raphael, consejero Rees.
—Iré también —dijo Luckyan, el rey William lo miró y negó con la cabeza.
—Me temo que no, príncipe Luckyan. Lo más probable es que este siendo buscado, si pone un pie cerca de Mariehamn antes de que la guerra inicie lo capturaran de nuevo o, peor aún, lo mataran.—Todos asintieron en respuesta, yo apreté su mano con la mía.
—No puedo dejar que Josephine vaya sola.
—Estaré bien —susurré, pero eso no pareció convencerlo, cerró los ojos un momento, su mandíbula apretada.
—Además, príncipe Luckyan, necesito que se quede con nosotros, nadie conoce mejor Loramendi y a su ejército que usted —dijo uno de los generales del rey, Luckyan lo miró, respiró hondo y asintió, pero su mirada fue dura al dirigirse a mí de nuevo.
—Bien, me quedaré —respondió con voz ronca, suspiré, me dio un beso en la sien y se acercó hasta donde el mapa de su nación se extendía.
Más tarde les dejó el mapa de las naciones ✨️
Me he tomado un respiro estos días, espero pronto tenerles más capítulos.
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