CAPÍTULO 34.

《JOSEPHINE ASTLEY》

Las lágrimas se convirtieron en una sonrisa suave y pequeña mientras Mikhail rodeaba mi cuerpo con sus brazos delgados una vez que me puse de pie. Estreché su delgadez también con fuerza y él dejó un beso suave, tan suave como una pluma sobre mi coronilla.

—Gracias, querida Josephine —susurró cuando me alejé de él.

—Creí que... que... —Dejó el pequeño frasco de cristal sobre la palma de mi mano, estaba frío.

—Pasé días y noches creyendo que esto podía liberarme, tal como me lo dijiste. —Negó con la cabeza lentamente y suspiró—. Pero necesitaba verte una vez más y confirmar que estabas bien, que habías vuelto... —Acarició mi mejilla con una mano temblorosa, tragué y asentí.

—Pensé... creí que tal vez eso realmente te liberaría, Mikhail... Yo... Yo nunca quise hacerte daño.

—Lo sé, querida Josephine, lo sé. —Me regaló una sonrisa triste y agotada—. Después me contarás la historia, solo espero que ahora hayas aprendido a contar buenas historias —dijo con voz alegre, sonreí y él volvió a abrazarme y una parte de mí que siempre se sintió culpable por dejarlo atrás, por darle aquel veneno, se sintió tranquila, se sintió feliz y ligera.

—Vamos, Mikhail entremos —susurró Alfred que estaba detrás de nosotros, tomó el brazo de Mikhail y lo ayudó a entrar a la casa.

Miré a Lorie, sus ojos azules brillaban con la suave luz de las lámparas, recorrió mi rostro con detenimiento y suspiró con pesadez. Lo abracé con fuerza y ninguno de los dos dijo nada, porque ambos sabíamos del horror que eran capaces dentro de Loramendi. Me regaló una sonrisa, hizo una suave inclinación hacia Luckyan y caminó hacia la casa.

—Te prometí que si encontraba a Mikhail lo llevaría a un lugar seguro —susurró con voz ronca.

Lo miré, su rostro demacrado y cubierto de suciedad y sombras. Su ropa sucia y desaliñada. La sonrisa triste que mantenía en sus labios y el dolor que destrozaba cada parte de sus facciones y cuando las lágrimas comenzaron a caer por aquel hermoso rostro que yo tanto amaba, me fundí en sus brazos para consolarlo, para consolarme... y por un momento, por un instante que pareció eterno, solo fuimos él y yo. Una plebeya y un príncipe.

—Lo lamento. —Lloré en su hombro—. Lo lamento tanto... yo no... no pude hacer nada por ella... yo... —Me atraganté con las palabras porque no sabía como explicarle que mi intención siempre fue salvar a la princesa Lauren, a su hermana, pero jamás creí que eso pasaría que...

—No... no es tu culpa, cariño —susurró mientras acunaba mi rostro entre sus manos, recorrió las sombras de los golpes en él, pero no dijo nada sobre ello, todavía no...

—Tu madre...

Él negó con la cabeza con suavidad, volvió a enterrar su rostro entre mi hombro y las lágrimas siguieron cayendo frías desde sus ojos.

—Siempre lo defendió —dijo después de unos minutos, respiró hondo—. Ella sabía el monstruo, el asqueroso monstruo que él era y, sin embargo, estaba dispuesta a morir por él... al final lo hizo. No se merece nuestras lágrimas, no se merece nada de mi parte, de la tuya o del pueblo. Nada. —Su voz fue dura, pero sabía que a pesar de ello sentía un profundo pesar, era su madre al final de todo y eso no podía ser cambiado.

—¿Qué pasará ahora, Luckyan? —pregunté con voz temblorosa, pequeña incluso. Él dejó un beso sobre mi mejilla y sus brazos me estrecharon con mucha más fuerza. Respiré hondo llenándome de su olor y de su presencia.

—Lorie dijo que el rey William estará aquí mañana —dudó y su mandíbula tembló un poco—. Puede ser cruel... William puede ser realmente cruel si se lo propone. La guerra será declarada,  ambas partes han perdido a una reina —apuntó y cerró los ojos un momento antes de volver a mirarme, enredó su mano en mi cabello con suavidad, pero al mismo tiempo parecía un gesto desesperado para saber que yo era real.

—¿Y las otras naciones? Los viste, ¿no? Las banderas de las otras naciones, ellos están aquí.

—Los vi, sí. Hablaré con William, quizá podamos tener una audiencia con él, mi padre y los otros gobernantes para saber que sucederá...

—¿Pero la guerra?

—Es un hecho, cariño, ninguno de los dos se quedará sentado sin hacer nada después de lo que ha ocurrido. —Su mano libre acarició mi mejilla y presionó con suavidad mi labio inferior.

—¿Y de qué lado estaremos? —pregunté despacio, Luckyan me miró con intensidad, sus manos dejaron de tocarme, cayeron a sus costados y respiró casi de forma superficial parecía indeciso a decir algo más.

—Estaré del lado que necesite para darte una vida tranquila, para que seas libre una vez más y, por sobre todo, para que seas feliz, Josephine —dijo con un suave susurró, tomó de nuevo mis manos y las besó con reverencia por un segundo—. Pero... nos preocuparemos por eso mañana, ahora entremos. —Tomó mi mano de nuevo con fuerza y entrelazó sus dedos con los míos, caminamos hacia la casa en silencio.

❁❁

Cuando entramos las voces se apagaron como la luz de una vela al ser soplada. Todos nos observaron durante un momento y después hicieron reverencias profundas, sirvientes y soldados de Minsk hicieron una reverencia hacia el príncipe Luckyan y me uní a ellos. Él nos observó en silencio, pasó su mirada cansada por cada rostro y cada persona en aquella sala, se aclaró la garganta, su mano se sintió tibia sobre la mía y luego la soltó despacio.

—Gracias —dijo en voz alta y amable—. Muchas gracias a todos por estar aquí, por ayudarnos en este momento de necesidad a pesar de que podría significar más una sentencia de muerte. —Respiró hondo—. No tengo manera de agradecerles por todo lo que han arriesgado para sacarme de aquella prisión y por ayudar a... Lauren —Su mirada se posó en el ataúd simple que estaba sobre la mesa rodeado de pequeñas pelas blancas.

Todos ahogaron un grito e intercambiaron miradas cuando el príncipe Luckyan se arrodilló en aquel suelo lleno de polvo frente a todos nosotros. Pero aquel gesto no pareció débil más bien era uno poderoso, uno que les indicaba que él, el príncipe Luckyan Loramendi, no temía estar ahí con ellos y que agradecía toda la ayuda brindada.

—Gracias —repitió una vez más y aquella palabra flotó en el aire entre todos nosotros y estaba llena de sinceridad, pero también de dolor. Me arrodillé a su lado y tomé su mano con la mía, sus ojos oscuros me miraron amables y anhelantes

—Muchas gracias —susurré también porque sin todos y cada uno de ellos tal vez no estaríamos aquí.

—Están bien, príncipe Luckyan, no tiene que hacer esto —dijo la señora Edwards, colocó una mano en su hombro y sonrió de forma amable—. Nosotros lamentamos no haberlo ayudado antes —dijo con voz temblorosa y miró también el ataúd—. Y lamentamos aún más lo que ha pasado con la princesa Lauren.

Olive me ayudó a ponerme de pie con cuidado, Luckyan también se puso de pie con el rostro lleno de angustia, la señora Edwards puso una taza de té entre sus manos y sonrió.

—No podemos ofrecerle a su hermana una velación más apropiada —suspiró—, pero créame que lo hacemos de todo corazón —dijo la señora Edwards y sus hermosos ojos estaban llenos de lágrimas, me di cuenta que todos estaban esperando el momento adecuado para derramar lágrimas por ella.

—Está bien. Es mejor de lo que podría pedir. Aquí están las personas que realmente querían y les importaba Lauren, agradezco eso y agradezco su presencia y sus lágrimas —susurró, aferró con fuerza la taza de té en sus manos y luego caminó hacia el centro de la sala donde ahora su hermana descansaba. Todos guardaron silencio cuando dejó la taza a un lado y abrió la tapa de madera con la mandíbula y los hombros tensos.

Me acerqué un poco hacia él, derramó una lágrima solitaria más y suspiró mientras acariciaba el cabello negro azabache de su hermana. Su piel lucía pálida y las sombras danzaban suaves sobre su hermoso rostro que ahora parecía dormir tranquilo y en paz.

Las lágrimas volvieron a mis propios ojos y las preguntas volvieron a quedarse atoradas en mi garganta, ¿Por qué? ¿Por qué había hecho aquello? ¿Por qué no había esperado un poco más para que la sacaramos de ahí?

—Lo lamento... —susurró Luckyan, un susurro tan bajo que solo yo oí—. Lamento todo, cada día, cada maldito día. Perdóname, por favor, Perdóname. —Otra lágrima más se deslizó por su mejilla y acarició una vez más el cabello de la princesa Lauren y ahora si habló en voz alta—. Que a donde vayas encuentres la paz que necesitas para descansar. Que tu presencia encuentre luz y amor allá donde tus pies pisen. Lloraremos tu ausencia cada día y cada noche, pero al final sonreíremos porque has dejado una marca hermosa en nuestros corazones y eso nunca lo olvidaremos. Que quien esté allá arriba acoja tu alma y tu ser y lo cuide y resguarde para siempre. Encuentra el descanso, encuentra la paz y muy pronto quizá volveremos a encontrarnos y volveremos a sentirnos felices juntos. ¡SALVE LAUREN PALVI LORAMENDI, PRINCESA DE LORAMENDI Y REINA DE MINSK!

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