CAPÍTULO 32.

《JOSEPHINE ASTLEY》

—No... no... Lauren —susurré y acuné su cuerpo con más fuerza contra el mío, se estaba muriendo y no había forma de poder ayudarla... ninguna maldita forma—. Vas a estar bien —dije con voz suave y temblorosa mientras acariciaba su mejilla cenicienta, su piel había comenzado a perder rápidamente su brillo y su calidez.

Mis manos se mancharon con su sangre tibia, derramé lágrimas sobre su cuerpo que cada vez se hacía más y más pesado sobre mi regazo, besé su frente y derramé lágrimas sobre su cabello oscuro.

Sus labios se movieron un poco, pero su voz se perdió entre el caos y los gritos de nuestro alrededor, pero Los ignoré, ignoré el llanto y los cuerpos cayendo a mi alrededor y el sonido de el metal contra el metal de las espadas y los cuchillos.

—Vas... vas a estar bien, Lauren... te voy a sacar de aquí... —Pero mi voz se rompió, no podía mentirle y no quería hacerlo.

Sus ojos grises encontraron los míos, un poco desenfocados y al mismo tiempo hermosos, me regaló una mueca que parecía una sonrisa triste y agotada. Me acerqué más hasta que nuestras frentes se tocaron, para que no pudiera ver la masacre que se había desatado en aquel comedor.

—...Mis... hijos... —Fueron apenas unos susurros, un pequeño hilo de sangre resbaló por su mejilla demasiado brillante. Mi corazón se rompió por ella y por ellos, por todo...

—Los veremos, iremos a verlos pronto —mentí de nuevo, ella alzó la mano, pero cayó de nuevo y golpeó el suelo con fuerza... su cuerpo se estremeció un poco y el dolor cruzó sus facciones.

—...Perdón...

Negué con la cabeza y mis lágrimas salpicaron su rostro como una suave lluvia salada, ella volvió a hacer aquella mueca que estaba entre una sonrisa genuina y el dolor en su estado puro.

—No tiene porqué pedir perdón, princesa Lauren, jamás... jamás —sollocé, sus ojos parecieron suavizarse un poco, volvió a estremecerse una vez más.

—Perdón... —volvió a repetir en voz que no era más que un último suspiro y cerró los ojos, los cerró por fin.

Lauren Palvi Loramendi quien había nacido para gobernar el reino de Loramendi. Reina de Minsk y consorte del rey William Baskerville, había muerto. MUERTO.

—¡No! ¡No! —grité y todo pareció detenerse, los gritos y las espadas dejaron de chocar unas contra otras. —¡No, Lauren! ¡No! Por favor... por favor... despierta.... maldita sea, despierta. ¡DESPIERTA!

Una risa estridente. Una maldita risa que caló mis huesos. Esa maldita risa que oía en sueños y que odiaba. Ese maldito. Ese hombre que se hacia llamar rey.

Tomé una decisión, probablemente me mataría..., pero la muerte jamás me importó tan poco como en ese momento. Solo quería que se callara. Solo quería que sufriera como lo había hecho su propia hija, su propia sangre... Alguien iba a tener que arrastrarlo del infierno del que había salido y esa persona quería ser yo.

Dejé un beso más sobre la frente de la princesa Lauren. Grabé cada uno de sus hermosos rasgos en mi mente y la deposité con suavidad en el suelo de mármol. Me puse de pie con cuidado, mis piernas temblaron un poco, pero me mantuve firme. Vi los cuerpos a mi alrededor, ahí estaba el copero... más allá Sebastián..., pero no me detuve a contemplar nada más y a nadie más solo a la daga de la princesa Lauren.

La agarré del suelo, su mango helado y la hoja manchada de la sangre de la reina, su cadáver había sido pisoteado en el suelo. No escuché nada... no había nada más que quisiera escuchar en ese momento.

Lo busqué, pero ahí ya no estaba. Avancé un par de pasos y fui empujada hacia un lado por un guardia, me tambaleé un poco, pero me mantuve en pie. Las flechas silbaron por encima de mi cabeza y agradecí que ninguna me golpeara y seguí caminando a pasos rápidos.

El rey Eadred ya no estaba ahí. El muy maldito había huido de nuevo y entonces el fragor de la batalla me invadió y tuve miedo, un miedo profundo y real.

Una mano jaló con fuerza de mi cabello y los recuerdos de aquella noche volvieron a mí... Me quedé paralizada, mis músculos, mi mente... todo. Fui lanzada hacia la pared y mi costado derecho golpeó con fuerza, el aire escapó de mis pulmones, lágrimas calientes cayeron de nuevo por mi rostro. Me acurruqué y traté de respirar, pero solo pude jadear con fuerza y la sensación de pánico me empujó por el borde.

—¡Que ninguno de estos miserables salga con vida de aquí! —gritó uno de los guardias, los demás lo siguieron con un grito de alegría y mi cuerpo, todo dentro de mí despertó, me puse de pie rápidamente, al diablo si no podía respirar. El guardia que me había arrojado estaba de espaldas a mí, creía que yo no era más que un estorbo así que le demostraría que no. Caminé, casi corrí y enterré la daga con fuerza en la base de su cuello, cayó de rodillas intentando quitársela, después simplemente se desplomó con un golpe desagradable al sueño.

Alguien envolvió su brazo en mi cintura y me jaló hacia atrás, grité, golpeé y arañé aquella mano con fuerza, pero se negó a soltarme, en cambio, pegó sus labios a mi oído y susurró.

—Cariño...

Y lloré. Lloré porque en ese momento aquella palabra, su voz, su olor, la forma en que su cuerpo me irradiaba calor y calma... me destrozó... Luckyan...

—Vamos, tenemos que salir —dijo de nuevo, respiró hondo y me soltó, y la pérdida de ese pequeño contacto me hizo querer gritar de nuevo.

Más guardias entraron en ese momento y el caos volvió a crecer con rapidez, escuché gritos y más gritos. Vi a Alfred sacando a los sirvientes por puertas laterales que daban hacia el bosque. Vi a Moron y Lamont y otros tantos más que no conocía con espadas reteniendo a un puñado de guardias... también vi a un pequeño grupo de personas que golpeaban a los soldados de Loramendi y Kotka por igual y entre ellos vi a Lorie, estaba vivo y estaba bien, gritaba órdenes y tenía una espada en su mano.

—Tenemos que irnos. —Y ese era Raphael, sostenía un pequeño cuchillo en alto y su mirada viajaba hacia el centro donde la batalla parecía más feroz.

—Saca a la señorita Astley de aquí —dijo Luckyan mientras su mirada viajaba hacia los guardias y el lugar donde había estado el rey.

—De acuerdo, príncipe Luckyan —respondió, en ese momento y Raphael se aferró a mi brazo con fuerza.

—No, Luckyan... —susurré, él regresó su mirada hacia mí y vió la sangre de mis manos y mi ropa, me envolvió en sus brazos una vez más.

—¿Estás bien? —preguntó, su voz extremadamente suave.

—Lauren... —dije entre lágrimas, él se alejó un paso de mí y señalé el cuerpo de su hermana.

Su mandíbula se tensó. Su mirada se volvió fría y pesada, vió la flecha que había atravesado el cuerpo de su hermana y la sangre dejó su rostro. Cerró los ojos un momento y Lorie se acercó en ese momento, su rostro desencajado y su respiración rápida.

—Un pequeño ejército de Minsk, está a pocos minutos de aquí —dijo mirándonos, respiró hondo—. El rey William llegará en un día más, no va a invadir todavía hasta hablar con usted, príncipe Luckyan.

—Tal vez quiera empezar a invadir y cortar cabezas cuando llegue aquí —gruñó Luckyan y señaló el cuerpo de su hermana, él lo miró y respiró hondo.

—Recuperemos el cuerpo de la reina Lauren y salgamos de aquí —dijo Lorie al final, se movió inquieto y le dio un par de cuchillos a Luckyan quien los tomó sin decir nada.

—Salgan de aquí —dijo Luckyan con voz ronca, me miró y dejó un beso en mi mejilla—. Donde sea que estés... te encontraré. —Y con esas palabras él y Lorie se unieron a la pelea para recuperar el cuerpo de la princesa Lauren.

Raphael lanzó un cuchillo contra un soldado que venía hacia nosotros, tomó aire y luego aferró mi mano con la suya y corrimos lejos de aquel comedor, lejos de la batalla... lejos, cada vez más lejos.

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