CAPÍTULO 30.

《JOSEPHINE ASTLEY》

Me quedé helada después de esas palabras, pero no dije nada más, entendía su dolor y su rabia, podía entenderlo todo o al menos trataba de hacerlo. Me puse de pie lentamente y solté sus manos, mis propias manos temblaban.

—Con permiso, princesa Lauren —dije de forma errática, ella no contestó y salí de la habitación.

Sebastián me miró preocupado cuando puse un pie sobre el pasillo y cerré la puerta.

—¿Qué ha pasado? —preguntó mirando la puerta y a mí alternadamente. Respiré hondo y lo miré.

—Es verdad, tenemos que darnos prisa para poder sacar a la princesa lo antes posible. ¿Sabes dónde están los otros? —pregunté y el nudo en mi garganta se hizo más grande.

—Maron y Lamont estan aquí también, deben estar entre los demás guardias que cuidan el palacio. Daray y  Felix se habían colado entre las filas de Kotka.

—¿Y Lorie? ¿Sabes dónde está?

—La última vez que vi al joven Rees estaba entre los soldados que cuidaban uno de los refugios.

Escuchar aquellas palabras me llenaron de alivio, todos estaban bien y estaban más cerca de lo que creía. Por primera vez respiré aliviada.

—¿Qué le ocurrió, señorita Astley? —preguntó Sebastián mirando mi rostro, aunque los golpes habían dejado de ser tan llamativos, las sombras que iban perdiendo color todavía eran difíciles de mirar.

—Soldados de Loramendi... —susurré y me encogí de hombros, lo vi tensar la mandíbula y cerrar por un momento los ojos con expresión dolida.

—No debimos habernos separado —gruñó y soltó un suave murmullo que no entendí.

—Está bien, estamos aquí y es lo que importa —respondí, sus ojos ambarinos me miraron con una paciencia infinita, agradecí que no fuera lástima—. Cuida a la princesa, Sebastián, por favor —susurré y él asintió.

—No tiene que pedírmelo, la defenderé con mi vida si es necesario —contestó llevándose una mano al corazón, sonreí a medias porque sabía que era verdad.

—Mientras tanto pensemos en como sacarla de aquí lo antes posible —dije.

—Tiene que ser pronto o estaremos rodeados por todos lados y no podremos huir. —Suspiró—. Esperar hasta el día del compromiso solo nos hará perder valioso tiempo y todos los ojos estarán sobre ella.

Respiré hondo.

—Mañana al anochecer. Eres su guardia sácala de aquí cuando la cena se esté sirviendo, llévala al bosque haré que Raphael los ayudé a cruzar y los llevé hasta Parvoo, así que avísale a Maron y Lamont para que te acompañen y protejan a la princesa.

—¿Qué es lo que hará, señorita Astley?

—Seré la distracción —dije con pesar—. Con suerte podré hacer un escándalo y el rey querrá azotarme frente a los demás... o quizá algo peor, pero no te detengas en los detalles —me estremecí.

—No, nuestro deber es también protegerla a usted, señorita Astley. El rey pidió llevarla a salvo a Misnk a como diera lugar.

—No te preocupes por mí, Sebastián.

—¿Por qué no deja que alguno de nosotros sea la distracción para el rey Eadred?

—No.

—¿Por qué?

—Porque la princesa Lauren va a necesitar toda la ayuda posible para llegar hasta Parvoo y prefiero quedarme antes de arruinar su rescate. No sé pelear o blandir una espada, soy más bien una carga y un estorbo en la huida.

—No, no lo es, señorita Astley.

—Has lo que te pido, habla con los otros y mañana en la cena salgan de aquí y no miren atrás.

—¿Y el príncipe Luckyan? —preguntó y que buena pregunta era aquella, pero no tenía una respuesta para ella. Con suerte alguno de los otros sirvientes lo ayudarían a escapar en el caso que yo no pudiera.

Tragué y las lágrimas inundaron mis ojos, pero me negué con fuerza a dejarlas caer, no iba a llorar más, al menos no esa noche. Si necesitaba ser la distracción para que la princesa Lauren escapara lo sería con gusto incluso cuando ella no quería mi ayuda.

—Llama a los otros y nos reuniremos a medianoche en el comedor de los sirvientes para ponerlos de acuerdo, ¿bien? —pregunté, Sebastián me miró y enarcó una ceja, no había respondido a su pregunta, pero lo dejó pasar.

—De acuerdo, señorita Astley, lo haré.

Dicho eso me despedí de él y caminé de vuelta a las cocinas donde les daría los detalles del plan a los demás.

❁❁❁❁

—Es una locura, Josephie. Con suerte el rey solo te romperá un par de huesos o te cortará un dedo, pero en el caso de que no sea así podrías terminar peor y me niego a dejarte hacerlo... —dijo Olive mientras tallaba furiosamente un par de platos de porcelana de la cena.

—Es la única opción que tenemos, Olive. Tú misma has visto las banderas de Kotka y Lahti ondeando afuera del palacio, has vistos a los soldados patrullar las calles..., más que una ayuda esto podría ser una invasión y de ser así probablemente será mucho peor —mascullé, los ojos almedrados se detuvieron en los míos, sacudió la cabeza y siguió tallando con fuerza los platos.

—No, Jo, no puedo dejarte ser una distracción y diversión para el asqueroso rey —dijo en voz baja.

—Tú los has dicho con suerte solo perderé un par de dedos, una oreja o quizá me rompa algún hueso, puedo soportarlo y...

—No. —Dejó el plato sobre el agua espumosa y clavó sus dedos sobre mis hombros con fuerza, me miró y había rabia y coraje en sus ojos—. ¿Por qué tienes que ser tú? ¿Por qué debes ser tú quien se arriesgue?

—Porque no puedo pedirle a nadie más que lo haga, Olive, no soy esa clase de persona —susurré, ella me sacudió con fuerza.

—Sé que prometiste ayudarla, pero esto no tiene porque costarte la vida, Jo.

—No lo hará —respondí, pero no había seguridad en esas tres palabras, me mordí el labio.

—No lo sabes...

—No hay otra forma, Olive. Perdóname —dije con suavidad, ella alejó sus manos de mí y sus brazos cayeron a sus costados con fuerza, me miró durante algunos segundos antes de asentir.

—No tienes porqué disculparte conmigo, Jo, nunca.

❁❁❁

Nos reunimos en el comedor pasada la media noche, bajo la oscuridad y la suave llama anaranjada de una vela que lanzaba sombras sobre nuestros rostros. No éramos muchos para no llamar la atención, ahí estaba Alfred afilando su cuchillo de cocina. Olive que movía sus manos nerviosas sobre su regazo. La señora Edwards que bebía sorbos de té que nadie más parecía querer probar.

Sebastián con su aura autoritaria y su porte elegante. Maron que miraba intranquilo la puerta sellada, Lamont que movía sus pies nervioso y pensativo. Raphael que miraba la llama de la vela con atención y dos de sus amigos —Jamie y Albert— que nos contemplaban a todos con aire taciturno.

—A las siete cuando la cena se sirve en el comedor real y es cuando se hace el cambio de guardia y durante algunos minutos el palacio se queda con muy pocos —comenzó Alfred que seguía afilando su cuchillo—. Usaremos ese tiempo muerto para montar una distracción y que el rey y la reina no sospechen mucho por la ausencia de la princesa. Esta distracción debe ser lo suficientemente grande como para darle la ventaja a ustedes —dijo y miró a Sebastián y los demás— puedan salir del palacio por las puertas laterales y reunirse en el bosque real con Raphael. El mozo de cuadra habrá dejado al menos dos de los caballos del príncipe Luckyan ahí para que la huida sea más rápida.

Todos asintieron y siguieron en silencio, Alfred nos miró, su rostro cubierto de sombras y su voz bajo un poco más.

—No tendremos mucho tiempo, tendrán que ser rápidos. Tenemos al menos cinco minutos entre el cambio de guardia y mientras empezamos a crear la distracción para que salgan del bosque y comiencen su recorrido hacia Parvoo.

—¿Quién será la distracción? —preguntó la señora Edwards con tono apremiante, paseó su mirada por cada uno de nosotros.

—Josephine —respondió Olive en tono lúgubre, la señora Edwards me miró y su boca tembló, sus manos soltaron la taza de té que cayó al suelo y se rompió en pedazos.

—No, no. —Y su voz fue casi una súplica.

—No se preocupe por eso, señora Edwards. No tengo miedo —susurré, pero mis manos temblaban con fuerza sobre mi regazo, ella me miró y luego simplemente derramó un par de lágrimas que mojaron sus mejillas.

—Entonces, todos los demás nos encargaremos de que no se sepa que la princesa Lauren ha huido y así darles otro par de minutos y kilómetros de ventaja.

—¿Qué hay del príncipe Luckyan?

—Nos ocuparemos de eso después —dije en voz firme, porque probablemente sería mucho más complicado sacarlo de ese horrible lugar cuando se dieran cuenta que la princesa había huido.

Todos me miraron con asombro, sin embargo, asintieron y no dijeron nada.

—¿Y si esto sale mal? —preguntó Olive, todo su cuerpo temblaba.

—Entonces... morimos —susurré y con aquello dio por terminada nuestra reunión.


¡Feliz día del libro! ❤️

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