CAPÍTULO 23.

《JOSEPHINE ASTLEY》

Saber que aquel viaje, el dolor y todo el sufrimiento había valido la pena me hizo sentir mejor,  no hizo que la perte rota de mí sanara, pero sí  que comenzara a curarse de a poco, lentamente...

Cerré los ojos un momento, me di cuenta que aquella afirmación también era como una bocanada de aire fresco para alguien que había comenzando a hundirse y ahogarse.

—¿Dónde? —pregunté, Olive señaló el suelo con una mano.

—Abajo, en los calabozos esta el príncipe. La princesa... —Negó suavemente con la cabeza y se encogió de hombros—, encerrada en algún lugar de este palacio hasta que su matrimonio se formalice con el príncipe de Kotka.

—Bien. Necesito ayuda, Olive, necesito toda la ayuda posible... —dije y ahora fui yo quien tomó su mano con la mía y la presioné suavemente y ella asintió con cuidado—. No estoy aquí para quedarme. Estoy aquí para salvar al príncipe Luckyan y la princesa Lauren y llevarlos de vuelta a Minsk donde estarán a salvo —mi voz fue apenas un susurró, pero ella entendió cada palabra que había dicho, me miró esperando que le dijera que aquello era una broma, pero no, no lo era.

—...Bien —respondió, pero había temor en su mirada.

—Te contaré todo Olive, pero ahora necesito poder enviar un mensaje hacia Minsk, ¿podrías ayudarme? —pregunté, ella suspiró y soltó mi mano, se movió en círculos dentro de la habitación pensativa y con los hombros tensos. Se volvió de nuevo para mirarme después de unos minutos que parecieron muy largos.

—Dime algo, ¿quién te hizo eso? —preguntó señalando mi rostro con una mano temblorosa, tragué con fuerza.

—Soldados.... soldados de Loramendi cuando venía a Mariehamn hace unos días —respondí, ella asintió despacio, cerró los ojos por un segundo y luego cuando los abrió de nuevo tenía una sonrisa triste en sus labios, asintió.

—Te ayudaré, Josephine...

—Gracias, Olive —susurré y ella volvió a acercarse a mí, tomó mi mano de nuevo.

—Iremos a un lugar donde podremos hablar sobre todo esto mas tarde. Por ahora puedo conseguir tinta y pergaminos para que puedas enviar la carta...

—Olive, ¿sabes que fue del consejero Clifford?

—No, no lo sé.

—¿No fue puesto en prisión junto al príncipe Luckyan? —pregunté, Olive negó con la cabeza.

—No. Nos habríamos enterado de eso, pero no lo hemos vuelto a ver desde que volvió con el príncipe.

—Está bien, gracias.

—¿Por qué no bajas con la señora Edwards mientras consigo lo necesario para tu carta?

—Sí, bien.

—Te veré en un rato más, Jo —su voz era un suave susurro, se acercó a mí y me abrazó de nuevo—. Me alegra tanto verte de nuevo —dijo, se alejó con una sonrisa y luego salió de la habitación.

❁❁❁❁❁❁❁❁❁

Mis pasos lanzaron suaves ecos sobre el pasillo semioscuro, apreté los dientes y seguí caminando sin detenerme hasta llegar a la cocina donde todos iban y venían de un lado al otro preparando el desayuno para el rey y la reina.

Entré con pasos decididos y las miradas de soslayo se hicieron presentes, aunque mi rostro no lucía tan mal ahora, pero los moretones y golpes todavía se veían sobre mi piel pálida y eran un claro recordatorio de lo que había sucedido.

Nadie dijo nada cuando me acerqué al pequeño espacio que cumplía la función de panadería, sonreí cuando el olor de pan recién hecho inundó mi nariz y me transporto a aquellos tiempo mejores cuando mi familia era feliz y estaba unida.

La señora Edwards levantó la mirada de la masa en la que trabajaba mientras dos mujeres sacaban charolas con pan blanco de trigo y las dejaban sobre largas mesas para enfriarse, mi estómago gruñó.

—Josephine, ¿qué haces aquí? —preguntó la señora Edwards con una cálida sonrisa, no me había dado cuenta de lo bonita y reconfortante que era aquella sonrisa hasta ahora.

—Puedo ayudarla a terminar más rápido —dije con suavidad, ella me miró y asintió despacio.

—Haré panecillos y tartas para la reina —apuntó mientras señalaba las fresas y demás frutos rojos, me puse a trabajar casi de inmediato en ello porque probablemente eso era lo que necesitaba para aclarar mi mente y alejarme un poco de aquellos pensamientos negativos.

Unas horas después había terminado con lo requerido y el trabajo arduo y contaste sí me habían ayudado a calmarme, el olor a canela y vainilla eran para mí como un bálsamo que limpiaba mi alma.

Me dejé caer sobre una de las sillas con el rostro lleno de sudor y los brazos adoloridos, pero sonreí porque era una sensación que conocía bien, demasido familiar y cálida.

La señora Edwards dejó un pedazo de pan en mis manos, mantequilla recién batida y mermelada de durazno en la mesa frente a mí, suspiró y no dijo nada mientras comíamos el almuerzo con tazas de té verde.

—Quisiera... —comencé, pero me quede callada, no sabía cómo decirle todo aquello por lo que había estado pasando y por lo que estaba ahí—. ¿Usted cree que los empleados estarían dispuestos a escucharme? —pregunté en cambio, ella me miró mientras bebía sorbos de su té, dejó el pan sobre la mesa y miró alrededor, el bullicio de antes se había detenido porque todos almorzaban en el comedor y solo podía escuchar murmullos bajos y risas sofocadas.

—¿Sabías que yo tenía una hija, Josephine? —preguntó en cambio y su mirada pareció perderse entre los recuerdos de años y años y sí, también de dolor.

—No, señora Edwards —susurré, pero ella no pareció escucharme, apretó la taza de té entre sus manos que temblaban.

—Mi hija se llama Katherina, hermosa, inteligente y audaz. Siempre dispuesta a ayudar a quien lo necesitara —susurró en voz baja, dejó la taza en la mesa y continuó—. Mi esposo y yo la adorabamos, era nuestra única hija. Y cuando Erick, mi esposo, se fue a la guerra y jamás volvió yo vine a Mariehamn... A la reina le gustaban mis postres y a los príncipes también, y en ese momento no me di cuenta pues al rey... al rey lo que le gustaba de mí... era mi hija, Katherina. —Su voz era apenas un suave murmullo que se perdía entre la suave brisa que entraba por la ventana.

Guardó silencio aún con la mirada perdida entre sus recuerdos y su propio dolor, me quedé en silencio, esperando hasta que quisiera volver a hablar y seguir con aquello, no podía forzarla si no quería, sin embargo, salió de su mutismo minutos después, sus ojos cálidos se deslizaron por mi rostro y su mano acarició mi mejilla con una delicadeza asombrosa y sentí pesar y miedo por lo que aquella tranquila mujer podría decirme.

—Él... la hizo llamar a sus aposentos una noche y... y la violó... Ella, Katherina, no dijo nada, pero lo supe... en el dolor de su mirada y la forma en que su corazón y su brillo se fue apagando lentamente. Meses después un vientre abultado me hizo saber que ella esperaba un hijo... ¿Qué podía hacer, Josephine? Aquí nadie hacia nada... ninguno de nosotros tenía el coraje para hablar o irse. —Su mandíbula tembló, se tomó el resto del té en un solo trago quizá para encontrar valor—. Él se dio cuenta que estaba embarazada y me la arretabató, la encontraron muerta en un camino de tierra olvidado por Dios... Y no hice nada, no dije nada porque a pesar de que estaba muerta por dentro... quería una simple cosa... venganza —dijo y su mirada se clavó en la mía y ya no había temor en ella, nada de temor solo odio, en su estado puro, un odio feroz, el mismo que yo sentía.

—Señora Edwards...

—Todos aquí han perdido a alguien en su familia. Todos aquí saben el monstruo que él es, pero hemos esperado pacientemente a que el príncipe Luckyan creciera, a que él pudiera hacerle frente y sacarlo del poder... o que el rey William por fin lo matara y le pusiera fin a su vida... Pero quizá lo que realmente estábamos esperando era a ti, Josephine, a una simple joven que sabe la verdad y que ha ido al infierno de Minsk solo para ganarse un aliado... quizá eras tú lo que necesitamos para por fin, luego de tanto, tener el coraje y hacerle frente a un rey tirano y cruel.

Tomó mi mano y la presionó con fuerza entre las suyas, respiré hondo y asentí con suavidad con determinación. Sí, el rey Eadred iba a morir y probablemente yo no era la única que tenía motivos para matarlo.

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