CAPÍTULO 22.
《JOSEPHINE ASTLEY》
Respiré hondo una vez.
Respiré hondo dos veces.
Respiré hondo tres veces... algo en mí se rompió en pedazos otra maldita vez...
Respiré hondo una vez.
Respiré hondo dos veces.
Respiré hondo tres veces... lo que se había roto seguía ahí y no iba a arreglarse.
Respiró hondo por cuarta vez y el miedo se apoderó de nuevo de mí.
Respiré hondo una vez.
Respiré hondo dos veces.
Respiré hondo tres veces... Los pedazos rotos algún día sanarían... algún día.
Respiró hondo por cuarta vez... Todavía tenía miedo, pero el miedo siempre había estado ahí, era un sentimiento que conocía y que no podía ganarme.
Respiré hondo por quinta vez... Abrí los ojos y miré el agua que se había enfriado a mi alrededor y se había vuelto de un color rosa pálido, dolía verlo, me desgarraba pensar en lo que había sucedido, pero... estaba viva. Estaba viva y eso era lo que realmente importaba o tenía que importar ahora.
Me vestí lentamente, con mucho cuidado cubriendo mi piel enrojecida y parte de la pena y el tormento que ahora me asfixiaba con manos de hierro y no me dejaba por completo. Tomé aire una vez más para calmar mi agitado corazón y salí del baño, Mariette seguía en la mesa donde ahora también esperaba la señora Edwards con semblante preocupado.
—¿Te encuentras mejor, Josephine? —preguntó la señora Edwards, pero sabía que no lo decía con mala intención, sabía que ella entendía por lo que Mariette y yo habíamos pasado desde que nos vio, asentí despacio y miré las otras dos tazas de té que esperaban en la mesa.
Tomé asiento en la silla libre y miré las tazas, eran dos y olían a hierbas que no lograba identificar, pero sabía lo que era y en silencio agradecí que ella se preocupara por esto.
—Bébanselo todo, mañana les daré un poco más... —Y su voz pareció romperse con nostalgia. Tomé la taza y bebí el contenido rápidamente, no iba a dejar que esa noche tan dolorosa y fría me dejara una marca más en mi vida y Mariette también bebió la suya en silencio.
—Gracias, señora Edwards —agradecí despacio y ella asintió y nos miró a ambas por turnos.
—Creí que no volveríamos a verte, Josephine. —Negó con la cabeza lentamente—. Lo último que recuerdo de ti fue como los soldados de Minsk te sacaron en medio del baile y nada más...
—Lo sé, señora Edwards, pero tenía que ir a Minsk y encontrar a mi hermana —susurré, ella asintió con suavidad y guardamos silencio.
—¿Y tú, Mariette, te sientes mejor? —preguntó, los ojos de color miel observaron a la señora Edwards con semblante pensativo.
—Creo que nunca volveremos a sentirnos bien, pero sí, de alguna manera, me siento mejor —dijo en voz baja y se encogió se hombros. Un par de golpes sonaron en la puerta de madera y la voz suave de una chica se escuchó.
—El médico está aquí, señora Edwards.
—Gracias, Margaret, hazlo pasar.
El médico era un hombre de unos cuarenta años, de rostro amable y mirada tan azul que me hizo recordar a Lorie y eso me dolió, solo esperaba que se encontrara bien.
—Buenas noches, señoras, soy el médico Rousseff —se presentó con una suave inclinación de cabeza.
—Gracias por venir tan pronto —dijo la señora Edwards, él médico asintió y dejó su pequeño bolso sobre una de las cómodas.
—Por supuesto, Sarah, lo que sea por ayudar.
Nos observó a ambas por un momento y negó suavemente con la cabeza, había resignación en su postura. Sacó un par de anteojos de su bolsillo y luego un par más de utensilios desconocidos que coloco sobre la cómoda también.
Sabía que estaba ahí para ayudarnos, sabía que no iba a hacernos más daño, sin embargo, todavía me negaba a pensar en que otro hombre me pusiera una mano encima.
—Está bien —susurró—. No voy a hacerles daño, sé por lo que han pasado... sé lo difícil y lo traumático que puede llegar a ser... —dijo y se encogió se hombros con delicadeza—. Me convertí en médico ya hace mucho tiempo atrás, mi deseo siempre ha sido ayudar a los demás a sanar sus heridas físicas... porque las heridas del alma son más duras y profundas.
Lo observé con cuidado su postura relajada y su rostro sereno, su voz era suave y ligera y no había en ella rastros de mentira o falsedad.
—Entenderé si no quieren que las atienda y puedo dejar lo necesario para limpiar y curar sus heridas a manos de Sarah y las demás mujeres del palacio —dijo y miró a la señora Edwards quien asintió con seguridad.
—...Está bien —susurré—. ¿Podría...—señalé mi rostro y él asintió mientras se acercaba despacio hacia mí y aunque mi mente gritaba que corriera y me escondiera, otra parte de mí sabía que no podía culpar a todos los demás hombres por las atrocidades de unos cuántos.
Tragué despacio y la señora Edwards sostuvó mi mano mientas el médico trataba mis heridas. Y tal como había dicho, sí, las heridas físicas quizá podrían sanar con el paso de los días, sin embargo, mi alma siempre estaría agotada y desgastada, pero quizá... solo quizá algún día, podría volver a recuperarse lo suficiente... para seguir adelante.
❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁❁
Desperté en una cama junto a Mariette, la luz del sol se filtraba por las pesadas cortinas de color crema y bañaba la habitación con un suave resplandor dorado.
Me senté sobre las sábanas revueltas, Mariette todavía dormía y su respiración era profunda. Observé su rostro tranquilo y relajado, deseé que ella y cualquier otra víctima de Loramendi fuera capaz de siempre mantener esa paz incluso despiertos.
Un par de golpes suaves en la puerta y luego un rostro que ansiaba ver desde hacía mucho tiempo apareció por el pequeño espacio abierto, sus ojos almendrados me observaron y se llenaron de lágrimas.
—Olive —susurré y ella entró a la habitación, corrió hacia mí y me abrazó con fuerza.
—La señora Edwards dijo que estabas aquí... pero no le creí... Yo... —rió y lloró sobre mi hombro y mis lágrimas también se derramaron sobre su vestido.
—Estoy aquí —dije con suavidad cuando se alejó de mí y su mirada recorrió las heridas de mi rostro con pesar.
—¿La encontraste? ¿Encontraste a tu hermana? —preguntó con interés.
—La encontré, sí. Ella esta bien ahora —susurré y por primera vez me alegré que Theresa estuviera a miles de kilómetros de aquel asqueroso lugar.
—Me alegro tanto, Josephine. —Y tomó mis manos con las suyas las presionó suavemente—. ¿Vas a quedarte aquí? ¿Qué pasó? —preguntó suavemente, Mariette se movió en la cama y suspiró en sueños.
—Necesito saber algo antes, Olive —me apresuré a decir, ella asintió—. Necesito saber... ¿si el príncipe Luckyan y la princesa Lauren están con vida?
Olive me observó con cuidado durante unos segundos, observó la puerta de entrada entre abierta y respiró hondo, asintió y una sola palabra se formó con suavidad en sus labios.
—Sí.
Y todo la angustia, el terror y las pesadillas se disolvieron rápidamente cuando escuché aquello. Luckyan estaba vivo. Él y la princesa Lauren estaban vivos y algo en mi interior ardió con fuerza y con esperanza.
Querido lectores, les dejo este pequeño capítulo, espero que lo disfruten 🙏 y me encantaría que dejen sus comentarios ❤️ los estaré leyendo ✨️
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top