CAPÍTULO 21.

《JOSEPHINE ASTLEY》

Nos dejaron entrar una hora más tarde a Mariehamn, cuando las sombras se arrastraban y la oscuridad se volvía helada y aterradora.

Mariette y yo caminamos entre grupos de mujeres y niños hasta llegar a donde uno de los guardias hacía el registro de cada uno de nosotros. Mis manos y mi cuerpo entero tembló al ver aquel cabello castaño, pero no era el mismo hombre de la noche anterior, pero el recuerdo seguía ahí y presionaba mi garganta.

—¿Nombres? ¿Y ocupación anterior? —preguntó con aire aburrido y ni siquiera nos prestó atención.

—Mariette Osley —dijo suavemente mi compañera y el soldado lo registro en su pergamino—. Era cocinera.

—Bueno, eso podría venir bien a las cocinas del palacio real, necesitamos gente —respondió el soldado y miró a Mariette, después a mí y sus ojos nos escanearon y a las heridas de nuestros rostros—. ¿Y tú? —me señaló con la pluma.

—Alicya Willems, soy repostera —mentí, el soldado volvió a escanear mi rostro y suspiró, parecía querer decir algo sobre ello, pero lo pensó mejor y en cambio escribió el nombre falso en su pergamino con aire pensativo.

—Respostera, ¿eh? Bueno, no es que vayamos a querer muchos pasteles cuando inicie la guerra, pero supongo que a la reina le gustaría tenerte trabajando para ella. —Se encogió de hombros un momento—. Bien, las llevaré a las puertas del palacio ahí podrán hablar con los encargados de la cocina y ellos decidirán si se quedan o no.

Nos miramos y asentimos en silencio, el soldado volvió a mirar nuestros rostros y suspiró.

—Si les preguntan por eso —dijo y señaló nuestros rostros—. Fueron soldados de Minsk quienes las atacaron. —Y eso fue todo, dio media vuelta y con una seña nos hizo seguirlo, por supuesto ¿por qué no culpar a Minsk de las atrocidades que hacían nuestros propios soldados?

Afuera del palacio real se amontonaban una gran cantidad de personas y muchas más seguían llegando sin detenerse, parecía como si aquél mar de rostros pálidos y asustados nunca iba a tener fin mientras nos movíamos con lentitud.

El olor a cuerpos que llevaban días sin tomar un baño, desechos humanos y comida echada a perder inundó mi nariz y se volvió el único olor que podía llegar a percibir en cualquier dirección a la que volteara.

Seguimos caminando hasta llegar a las grandes puertas que daban acceso al palacio real, me di cuenta que hacía bastante tiempo ya desde la primera vez que había puesto un pie ahí, me estremecí con el recuerdo y Mariette presionó suavemente mi mano con la suya por unos segundos.

Cuando llegamos al frente los guardias en uniforme negro nos miraron, Mariette tembló a mi lado y mi corazón golpeó mis costillas con fuerza, cuando los guardias observaron nuestros rostros y luego nuestra ropa sucia y desaliñada.

El soldado que nos había llevado hasta ahí entabló una conversación en voz baja con ellos, después de unos minutos de mirarnos de forma desagradable abrieron las puertas detrás de él y dos personas salieron del palacio con pergaminos en sus manos. Una de ellas era Alfred el cocinero quien nos echo una simple mirada mientras hablaba con el soldado, la otra persona era la señora Edwards quien miró mi rostro una vez y luego otra vez...

—¿Una cocinera y una respostera? —preguntó la señora Edwards, miró su pergamino y vi sus manos temblar ligeramente—. Que entren, necesito ayuda en los hornos —dijo con voz ronca, Alfred abrió la boca para protestar, pero ella negó con la cabeza y él guardó silencio.

—Bien. Vayan con la señora Edwards, ella les dirá que hacer —señaló el soldado y después de eso dio media vuelta y se perdió de nuevo en aquel mar de rostros sucios. Un par más de soldados con mujeres se acercaron hacia las puertas, pero la señora Edwards enrolló su pergamino.

—No aceptaremos más por hoy, vuelvan mañana —dijo simplemente, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia las puertas—. Vamos, les diré que hacer una vez que entremos.

Tomé con fuerza la mano de Mariette que se aferró a la mía también y caminamos entre los guardias para alcanzar a la señora Edwards.

❁❁❁❁❁❁❁❁❁

En otro momento me habría asombrado una vez más con lo hermoso que era el palacio real con sus hermosas flores y pastos verdes, sus altas paredes de marfil y oro, y sus suelos oscuros, pero ahora, ya nada de aquello me parecía bello o magnífico, simplemente eran una prisión más a la cual llegar y de la que no sabía si saldría con vida.

La señora Edwards nos condujo por pasillos estrechos y algo oscuros, sin decir nada, en un silencio que rompía una parte sensible de mí, sin embargo, tampoco dije nada, no podía hablar sin que fuera doloroso o angustiante.

Abrió un par de puertas de madera que dieron directo al comedor de los empleados, varios rostros dejaron de mirar su comida y nos prestaron atención, sentí como el cuerpo de Mariette se tensaba y el mío hizo lo mismo.

—Margaret llama al médico y tú, Daphne, trae comida y agua para las dos. Rebecca prepara dos de las habitaciones vacías con baños dentro—dio órdenes claras, precisas, pero su tono era de alguna forma triste. Nadie se movió de su lugar, todos ahí siguieron mirándonos con rostros desencajados casi con lastima—. ¡Ahora! ¡Muévase!

Y con aquellas dos palabras todos salieron del comedor con pasos apresurados y rápidos, nadie dijo nada y solo exclamaron un par de murmullos que no alcance a entender.

La señora Edwards se volvió para vernos, observó mi rostros durante lo que pareció mucho tiempo, alzó una mano, pero la dejó caer una vez más a un costado de su cuerpo.

—Josephine —susurró con suavidad y con dolor, y entonces las lágrimas volvieron a empapar mis mejillas y las dejé porque era la único que ahora parecía real en toda esa maraña de pesadillas.

Avanzó un par de pasos más cerca de mí y abrió sus brazos, y corrí hacia ellos y dejé que me consolara que susurrara palabras amables y cálidas aunque ninguna ellas no llegarán a mi alma o ninguna parte.

—Está bien, está bien, Josephine. Te mantendré a salvo, tan a salvo como pueda —dijo y fueron esas palabras tan humanas, tan llenas de amor las que me destrozaron una vez más.

❁❁❁❁❁❁❁❁❁

La taza de té tembló en mis manos y el líquido caliente se derramó por un lado mojando y quemando mi piel, pero no hice nada por ello, simplemente soporté el dolor con los dientes apretados en silencio.

Observé a Mariette que miraba su propia taza de té con aire ausente, su cabello goteaba agua hacia la mesa de madera, pero tampoco le importaba, suspiré y sus ojos se toparon con los míos, un atisbo de sonrisa se asomó a sus labios, pero desapareció tan pronto llegó.

La señora Edwards nos había dejado en una recamara limpia para poder tomar un baño y asearnos, Mariette había sido la primera en tomar un largo baño que parecía haber disipado un poco de la noche anterior, pero también sabía que ningún baño, nada iba a arrancar los recuerdos de lo que había sucedido.

—Ve a tomar un baño, Jo. Te espero aquí —dijo en voz suave y en sus ojos color miel había algo ahora quizá menos miedo... quizá.

❁❁❁❁

El baño era un espacio pequeño, estaba iluminado por un par de velas y las sombras se arrastraban suavemente por la madera y el suelo. Respiré hondo y me quité con manos temblorosas el vestido manchando de sangre y barro, lo dejé caer al suelo con un suave golpe que me recordó que no había vuelto a ver a la madre ni sus hijos y sólo esperé que estuvieran bien.

El agua olía a lavanda, cuando entré a la tina mi piel fría fue entibiada con suavidad y me senté en el fondo, tomé el pequeño frasco que estaba a un lado y derramé el contenido del jabón en la esponja y comencé a tallar mi cuerpo con fuerza... con mucha fuerza... con tanta fuerza que por un momento pensé que me arrancaría la piel y ojalá pudiera hacer eso. Ojalá pudiera cambiar mi piel y mi cuerpo por otro que se sintiera menos sucio, menos destrozado... cerré los ojos y lloré en silencio.

Hola a todos, con este capítulo concluimos el mini maratón de cinco días de actualizaciones seguidas, espero lo hayan disfrutado mucho ❤️ y tanto como yo.
Iré a invernar un par de días mientras afino detalles de los próximos capítulos 💙
Nos leemos pronto ✨️

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