CAPÍTULO 2.

⋆⭒˚。⋆LUCKYAN A. LORAMENDI⋆⭒˚。⋆

 
Observé el trono vacío sobre la tarima. El oro resplandecía y lo hacía ver inalcanzable y extraordinario en partes iguales. 
 
Aquel trono con el que había soñado una infinidad de veces, cerré los ojos y respiré hondo. Loramendi merecía más; todas aquellas personas realmente necesitaban mucho más, sentirse protegidas, ser útiles; sin embargo, parte de mí solo quería escapar de ahí y dejar todo atrás.
 
De ser todo diferente… De ser todo total y absolutamente diferente, podría irme y no mirar atrás; podría simplemente marcharme y buscar mi felicidad con aquella dulce chica de ojos marrones, pero no era así y lo sabía. 
 
Escuché los pasos tras de mí y su presencia se hizo un poco difícil de sobrellevar. Quería gritarle, quería decir miles de cosas, pero me quedé callado escuchando como su vestido se arrastraba sobre el suelo.
 
—Cariño. —Su voz era suave y su mano se deslizó por mi hombro. Quise sacudírmela de encima, pero a pesar de eso sonreí y la miré. 
 
—Madre, buenos días —la saludé, tomé su mano con la mía y besé el dorso suavemente; ella sonrió con aquella sonrisa que ahora solo provocaba en mí una extraña sensación de inquietud que rozaba el desprecio. 
 
—El consejero Clifford me dijo que irás a las bases militares de Flam, en el norte del reino —dijo sonriendo, pero había preocupación en su voz. 
 
—Sí, iré a percatarme de que todo vaya bien y que no haga falta nada —respondí con seriedad; ella acarició mi mejilla con sus nudillos.
 
—¿Has pensado en la propuesta de las demás naciones con respecto a encontrar esposa? —preguntó mientras se alejaba un par de pasos y miraba por la ventana más cercana.
 
—Creí que todo eso había quedado atrás después de lo que ocurrió en el baile con el rey William, ¿no es así? —dije; ella volvió a mirarme de nuevo y sonrió otra vez. 
 
—Tarde o temprano tendrás que buscar una esposa, Luckyan —suspiró teatralmente y alisó la falda de su vestido con ambas manos.
 
—Creo que ninguna de las naciones querrá que su hija venga a Loramendi con la guerra en nuestras puertas, madre. —Mis ojos se fijaron de nuevo en el trono real.
 
—Solo escoge a alguna, todas son bonitas y sus padres sí o sí ayudarán en nuestra causa para hacer frente a William Baskerville —dijo de forma casi indiferente; sonreí.
 
—Pero ellas son demasiado jóvenes para mí, madre. 
 
—No demasiado como parece, Luckyan —susurró en tono irritado. Suspiré.
 
—La más pequeña tiene apenas quince años y la mayor no llega a los veinte —señalé. Mi madre tensó la mandíbula y me miró durante algunos minutos. 
 
—¿Y? Se casarán con un príncipe y futuro rey; no creo que la edad sea un inconveniente en este caso, Luckyan. —Y su voz tomó un tono casi altivo. 
 
—Madre, recuerda que a los quince años, mi padre y tú rechazaron la propuesta de matrimonio del rey William con Lauren, y él es gobernante de una nación rica y prospera.
 
Ella me observó con aquellos ojos oscuros. Una ligera sombra apareció en su rostro y luego desapareció rápidamente. 
 
—Él era un hombre demasiado mayor…
 
—Para la princesa Elien de Tampere, que solo cuenta con quince años, yo soy un hombre bastante mayor también, madre. —Mi tono fue duro y ella lo notó. Se encogió de hombros, mirando hacia otro lado.
 
—Haz lo que quieras, Luckyan, pero sabes que tendrás que buscar una esposa pronto.
 
—Así es, pero no será ahora, madre.
 
—¡Buscarás una esposa, así sea lo último que hagas, Luckyan! —y sí, aquel grito no desató en mí más que asco e indignación…
 
El rey Eadred, mi padre, apareció en la sala del trono con su andar pausado y el bastón de madera de teca en su mano, un claro recordatorio del disparo que el rey William le había dado hacia tiempo atrás y ojalá se hubiera muerto ese día. 
 
—Padre —saludé secamente; él me observó con aquella mirada que gritaba lo mucho que me despreciaba, caminó hacia el trono con pasos torpes y se dejó caer sobre el asiento. 
 
—Buscarás una esposa, Luckyan —volvió a repetir—. Y espero que sea tan pronto como sea posible; el oro del reino no va a durar para siempre —dijo mientras me miraba de arriba a abajo con aire despectivo. 
 
No sería tan difícil rodear su cuello obeso con mis manos y apretar. 
 
Sonreí. 
 
—Lo haré, majestad —respondí en su lugar, mientras me tragaba la rabia y el asco que sentía por él. 
 
—Trae a una que sea lo suficientemente bonita, joven y tonta para que no se convierta en alguien difícil de manejar —murmuró y una risa ronca escapó de sus labios e inundó aquel lugar. 
 
Sentí mi cuerpo temblar y tensarse, tragué saliva y respiré hondo, porque sino lo hacía, sino lograba calmarme a mí mismo, acabaría terminando con la vida de rey en aquel salón. 
 
Mi madre se quedó callada como siempre hacía; miraba sin ver al rey que tenía delante y por esposo, y aunque su rostro parecía estar lleno de una fría rabia, se limitó a quedarse en silencio, una opción bastante sensata.
 
—Henry dijo que vas a Flam —siguió mi padre con aquel tono ácido y soberbio que tanto le gustaba usar conmigo. 
 
—Así es. 
 
—¿Se puede saber por qué? —preguntó, mientras se inclinaba sobre el trono. La corona de oro y rubíes se deslizó sobre su cabeza.
 
—Alguien se tiene que hacer cargo de llevar suministros e infundir admiración y respeto por los soldados que luchan en esta estúpida guerra, padre —respondí. La carcajada escapó de sus labios y sus ojos inyectados en sangre se clavaron en mí. 
 
—Anda, Luckyan, anda a lamer las botas de esos estúpidos campesinos, eso no hará que te respeten más o que cuando seas rey obedezcan tus órdenes —escupió las palabras entre risas y toses.
 
Sonreí.
 
—No, tal vez no, pero cuando sea rey al menos no seré el hijo de…
 
—¡LUCKYAN! ¡ES TU REY Y TU PADRE! —gritó mi madre; su bonito rostro ahora estaba congestionado y mantenía una mueca de claro desagrado hacia mí. 
 
Sonreí de nuevo, porque al final ellos eran tal para cuál.
 
—Discúlpeme, Majestad, pero no estaba diciendo ninguna mentira, ¿o sí? —continúe; la bofetada llegó a mí tan rápido que no pude reaccionar, parpadeé un par de veces y la miré. 
 
Mi madre respiraba con dificultad y su mano levantada temblaba ligeramente. Entrecerré los ojos por un segundo.
 
—Déjalo, Elizabeth. Déjalo que se largue a jugar al pequeño rey y a la guerra entre aquella basura de campesinos…
 
—Lucky, yo… —comenzó a decir mi madre, pero le fue imposible articular palabras completas, pues había ya lágrimas gruesas en sus ojos. 
 
—No te molestes, madre. No es el primer golpe que recibo de alguno de mis padres —respondí; ella trató de tomar mi brazo, pero me alejé con suavidad. 
 
Observé el lugar por primera vez; más de diez guardias presenciaban la escena y dos más estaban en la puerta sobre el pasillo. Aún cuando quisiera matarlo con mis propias manos, enfrentar a doce guardias no era algo que quisiera hacer. 
 
—¡Lárgate! —gritó el rey; lo miré una vez más y sin decir nada salí de ahí. 
 
❁❁
 
El pasillo estaba en penumbra; avancé un par de pasos más y tomé el pergamino que se encontraba dentro de mi chaqueta. Crujió suavemente contra mis dedos y el rostro tan conocido apareció de pronto entre aquella espesa oscuridad. 
 
Me observó un par de segundos y alargó una mano pálida. 
 
—Toma, que sea rápido y que nadie se entere —susurré, él asintió y luego volvió a fundirse con las sombras. 
 

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