CAPÍTULO 14.

•LUCKYAN LORAMENDI•

Avancé un paso y otro más, acortando la distancia que me separaba de aquel ser que era más un monstruo que un hombre, me acerqué con pasos firmes mientras sus ojos seguían cada movimiento y su sonrisa de hacia cada vez más grande.

Saqué de mi costado aquella daga con mango de oro que él mismo me había regalado años atrás, si iba a morir ahí en esa sala al menos me lo llevaría conmigo al infierno.

Escuché al sargento Odell moverse y con un movimiento de la mano de aquel hombre que ocupaba el trono se detuvo en seco, tomó la mano de mi madre y la colocó frente a él, ella temblaba y las lágrimas caían sobre su rostro demacrado.

Me detuve, la daga se sintió pesada sobre mi mano y los observé a ambos, al rey que se ocultaba tras su esposa y a esa esposa que estaba dispuesta a morir por él solo porque se lo ordenaba.

—Traición, conspiración, engaño... y ahora parricidio. —Su voz fue dura, no quedaba en él nada de esa sombra enferma y frágil que nos había mostrado con el pasar de los años.

—¿Qué le hiciste? —pregunté señalando a Lauren que lloraba sobre el suelo, él movió una mano restandole importancia, mi propia madre lloraba mientras me observa y a la daga en mi mano.

—No quería hablar... Así que, bueno, después de que terminé con ella me lo dijo todo. ¿Cómo está tu puta en Minsk? ¿Cómo está ese maldito hijo de puta de William? —Una risa se apoderó de él  y de cada centímetro de aquella habitación. Sentí la rabia correr por mi cuerpo fría y oscura.

—Apártate —dije a mi madre, su rostro pareció herido y lleno de dolor, sus manos temblaban a sus costado y todo su cuerpo.

—Luckyan...

—Sabes lo que es, ¿no? Tú y todo el mundo en este lugar lo dejó hacer lo que quisiera con el reino, con ustedes, con su propia hija...

—Es... es tu padre, por favor. —Y esa fue su respuesta, una estúpida, estúpida respuesta.

—Lamentablemente es mi padre, pero desearía que no lo fuera. Hubiera preferido ser hijo de un campesino antes de nacer bajo tu apellido y en este maldito lugar.

—Me queda claro que para ti es mejor rebajarte a una sucia y analfabeta campesina antes de ayudar a tu reino con un matrimonio formal.

—Quizá esa sucia y analfabeta campesina como tú la llamas, padre, sea quien lleve tu cabeza a Minsk después de matarte —gruñí.

Él me miró durante algunos segundos, pareció pensar en lo que iba a decir o que hacer después de eso.

—¿Qué fue lo que estuviste haciendo en Minsk? —Preguntó y había quizá un poco de temor en aquella pregunta.

—¿Tú qué crees?

—No importa, cruzar la frontera y entrar a esa nación te convierte en un traidor, Luckyan.

—Lo sé —respondí con la cabeza en alto, mi madre me miró con horror y el llanto de Lauren inundó aquella sala.

—Hazte a un lado, madre —volví a insistir y me acerqué un par de pasos más, pero ella cayó al suelo de rodillas.

—Lukyan, por favor, hijo, por favor —y sus gritos fueron desgarradores.

—¿En serio vas a matarme? ¿Ese es tu plan? —Se burló mi padre entre risas—. ¿Sabes que matarían antes de que puedas ponerme una mano encima?

Los guardias entraron, eran más de dos docenas de ellos, todos armados con espadas, un par de rifles aquí y allá, incluso un arco y flecha.

Sonreí ante aquello.

—Ah, lo sé bien, no me importa irme al infierno por eso —dije con voz firme.

Sabía que no iba a salir vivo de ahí, así que, tomé la punta de la daga contra mis dedos y la lancé con fuerza, con presión que años y años de práctica me habían dado. Se hizo silencio cuando la daga se clavó a un lado del rostro de mi padre y atravesó el suave terciopelo rojo de su trono dorado y un pequeño corte que sangraba apareció en su mejilla.

—Puedo matarte, y lo haré cuando sea necesario o quizá deje esa oportunidad para el rey William, él estaría encantado de matarte lenta y dolorosamente.

Silencio.

Incredulidad.

Y luego vinieron los golpes.

Y cuando la golpes por fin se detuvieron y el dolor se volvió una constante en mi cuerpo, fui arrastrado a la prisión debajo del palacio para pudrirme con las ratas.

❁❁

Desperté cuando la voz llamó mi nombre, pero el dolor me hizo apretar los dientes con fuerza y la bruma dentro de mi propia mente eliminó todo pensamiento coherente. Intenté buscar aquella voz que me llamaba, realmente lo intenté, pero fue imposible... volví a dormir.

❁❁

Mis ojos se abrieron una vez más, pero solo encontré oscuridad y más oscuridad. Y todo estaba tan malditamente frío que era doloroso, tan doloroso.

❁❁

El dolor se alejó de mi  mente y fui consciente de donde me encontraba por primera vez después de lo que parecieron muchos días. Me estremecí cuando me senté sobre el suelo duro de piedra, y mis costillas protestaron con fuerza, solo esperaba que no estuvieran rotas.

Respiré hondo y miré alrededor, una celda pequeña y oscura, la luz de la antorcha sujetada en un gancho apenas era un suave resplandor amarillento en aquella densa oscuridad.

Tragué, pero incluso aquel pequeño gesto fue doloroso y un error, me di cuenta entonces de lo sediento que estaba, y que probablemente sí llevaba días encerrado en aquel lugar.

Escuché a las ratas corretear entre la paja sucia del suelo y también a los demás prisioneros que dormían en sus celdas, tal vez soñando con ser libres.

Mierda. Mierda.

De haber sabido que terminaría en aquel lugar me habría llevado a Lauren a Minsk y nos habríamos quedado ahí. Sonreí a la nada, había sido tan estúpidos al pensar que aquello sería fácil y ahora no podía hacer nada más, solo esperaba que el consejero Clifford hubiera escapado.

—Príncipe... —dijo.

Sentí la mirada extraña sobre mi rostro, giré el rostro, la desgarbada figura de un hombre fue lo primero que noté, se acercó un poco más a los barrotes y lo vi arrodillado sobre el suelo de piedra, un hombre mayor, de rostro anguloso y cetrino, tenía el ceño fruncido y sus labios delgados eran una línea fría.

—¿Dónde está? —preguntó, traté de moverme más cerca de los barrotes de mi propia celda, no lo logré.

—¿Quién? —pregunté a su vez con un gruñido, él me miró y en su rostro solo encontré desesperación y pánico, un pánico profundo casi primitivo.

—¿Dónde está Josephine? ¿Está bien?

Y lo supe entonces, aquel hombre en aquella celda, aquel hombre que había vivido por años bajo el palacio era...

—Mikhail Lev.

—Príncipe Luckyan. —Sonrió e inclinó la cabeza en un suave gesto.

Todavía estaba vivo.

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