《LUCKYAN LORAMENDI》
Su voz se fue apagando gradualmente como la llama de una vela y, tras de ella, solo quedó una inquietante y cruel oscuridad que arrasó con todo a su paso.
Observé aquel rostro tan parecido al mío, pero que ahora parecía ser tan desconocido y extraño como cualquier otro.
Mis manos temblaron y el nudo en mi garganta se hizo cada vez más grande y más pesado; no tenía palabras o respuestas para la historia que acababa de escuchar.
Lauren sonrió y tomó una de mis manos con la suya. Su piel estaba fría y también temblaba ligeramente; sus ojos grises, un poco oscuros por la poca luz de la habitación, estaban llenos de gruesas lágrimas que no se atrevió a derramar.
La ira y el enojo recorrieron mi cuerpo golpeándolo con fuerza, y la incertidumbre y la culpa subieron por mi garganta y me hicieron sentir como la persona más estúpida de todas.
—Voy a matarlo —dije con crudeza, pero los finos dedos de Lauren dieron un suave apretón a los míos y negó con la cabeza.
—No.
—¿Por qué no? —pregunté mucho más molesto de lo que pretendía. Ella solo me observó y pude ver claramente en su hermoso rostro un rastro de resignación que estrujó mi corazón.
—¿Por qué no me dijiste nada de esto? ¿Por qué tuve que enterarme a través de otra persona sobre lo que habías vivido? ¿Por qué jamás me contestaste la verdadera historia?
Cada pregunta sonó llena de indignación, llena de asco por mí mismo y por quien decía llamarse nuestro padre.
—¿Quién iba a creerme? —preguntó de vuelta, alejó su mano de la mía y se encogió de hombros, mirando hacia otro lado que no fuera yo.
—Yo… Yo te creo. Sé el monstruo que tenemos como rey y como padre, Lauren —respondí. Ella siguió mirando a un punto lejano.
Me dejé caer de rodillas frente a ella, tomé ambas manos que mantenía sobre su regazo y sus ojos se detuvieron en mi rostro. Sus labios temblaban y por fin la vi derramar pesadas lágrimas sobre aquel hermoso rostro.
—Te creo, Lauren, y siempre voy a hacerlo —susurré—. No tenías que cargar con esto tú sola.
Una suave sonrisa apareció en sus labios. Parecía cansada y su cabello caía desordenado por su rostro.
—No puedes matarlo —dijo. Para mi sorpresa, suspiré y me mordí el labio.
—Claro que puedo hacerlo.
—Lo que sugieres es parricidio y alta traición —dijo en voz baja; limpié sus lágrimas con mis dedos.
—¿Y crees que eso me importa? ¿Crees que dejaré que ese monstruo te tenga encerrada un día más aquí? —gruñí.
—La guardia real vendría por ti y lo sabes —siguió y parpadeó varias veces tratando de contener sus lágrimas.
—Lauren, no me preocupa nada de eso. Con las personas adecuadas y el motivo adecuado, los habitantes de Loramendi nos seguirían para hacer frente al rey y...
—Una guerra interna, ¿eso es lo que propones? ¿Una rebelión? —Y una de sus cejas oscuras se levantó por encima de la otra, pero seguía pareciendo indecisa.
—¿No quieres justicia? ¿No quieres que nuestro padre pague por cada una de tus lágrimas? —pregunté, mientras me ponía de pie y avanzaba hacia la ventana; sus ojos grises siguieron mis movimientos.
—Por supuesto que lo quiero, Luckyan, pero no quiero que te veas involucrado en esto y…
—El rey William me ha pedido reunirme con él en Minsk —solté de golpe, y su expresión cambió por completo; ahora lucía aterrada.
—¿Qué?
—Envío un pergamino —dije simplemente, porque no quería decir que quién me había convencido de aquello había sido Josephine.
—¿Vas a verlo? —preguntó y, por fin, luego de toda aquella historia vi un brillo de felicidad y expectativa en sus ojos.
—Ese es el plan —contesté, me encogí de hombros y miré por la ventana hacia la oscuridad que rodeaba el bosque de cedro.
—¿Y si te descubren? ¿Y si el rey se entera que te has reunido con él y te ejecuta por traición? —Y su tono fue apremiante, de nuevo al borde de las lágrimas.
—Si todo sale bien, no tendría porque enterarse de que me he reunido con el rey William, ni él ni nadie más.
—Estás paredes tienen oídos, es por eso que no debemos hablar de esto aquí… Si alguien equivocado se entera de lo que estamos hablando, la horca nos estará esperando a ambos. —Su voz fue suave y baja, pero no había ningún tipo de miedo en ella.
Caminé en círculos por la habitación; era verdad que si alguien se enteraba por mínimo que fuera de nuestra conversación, podría ser acusado de traición. Sin embargo, era momento de hacer algo por el reino y por nosotros mismos.
—Lauren, ¿por qué nos has escapado? —pregunté después de un silencio. Vi su rostro arrugarse en una mueca, y sus pies se movieron nerviosos bajo la falda de su vestido.
—Porque… Porque él prometió que si me quedaba…
Su voz se quebró y las lágrimas volvieron a mojar su rostro; lamenté de inmediato haberla hecho llorar de nuevo, pero necesitaba saber si ella estaba dispuesta a seguirme en esta lucha.
—Dímelo, ¿por qué no has escapado de este lugar?
—Porque si me quedaba aquí, algún día él te dejaría ser rey… Y un rey comprometido y amable es lo que el reino necesita. Es tu derecho, Luckyan —susurró.
Ah, ese maldito bastardo.
—Me dieron ese derecho, sabes que de ser diferente yo no podría ser rey de Loramendi, no es algo que haya pedido…
—Pero lo mereces más que nadie. —Y su voz fue una octava más alta que antes. Se limpió casi con furia las lágrimas que caían por sus mejillas.
—¿Y quién dijo que yo lo quiero? —pregunté con desdén; ella me miró sorprendida y guardó silencio.
Era verdad que mi nacimiento había llevado a todo el mundo a creer que yo quería ser rey y en algún momento fue de esa manera. Ansiaba con todas mis fuerzas convertirme en rey, pero ya no…
—¿Qué?
—Se me impuso un derecho que no me correspondía, Lauren. ¿Crees que quiero esto? ¿Acaso piensas que quiero vivir una vida en la que todos hagan lo que ordeno solo porque soy el rey?
Sentí la tensión en mis hombros, también la rabia que subía por mi garganta y se aferraba a cada fibra de mi piel. Suspiré y cerré los ojos un momento.
—He visto hombres morir en esta guerra. He matado a buenos hombres en el campo de batalla. He hecho cosas que jamás pensé hacer porque viví siempre en una absurda mentira… —escupí las palabras con rabia—. No tengo miedo de mancharme las manos una vez más solo para poder terminar con todo esto. No me importa si cometo traición o parricidio, Lauren…
—Luckyan...
—Sí, alguna vez soñé con ser rey, pero ya no más —dije mientras me llevaba las manos al rostro. Escuché la tela de su vestido susurrar y sus pasos se detuvieron frente a mí. Dejé caer una vez más mis manos y la miré.
—¿Dejarás a Loramendi desprotegida? —preguntó, me reí.
—…Aunque quisiera que alguien más tomara mi lugar, al final no hay nadie…
—Luckyan, eres el único que puede llevar a esta nación a la prosperidad y la felicidad que por años le ha sido arrebatada.
Tragué y la miré durante un largo momento antes de responder.
—¿Y qué hay de mi felicidad? —pregunté, ella soltó el aire que estaba conteniendo despacio y se mordió el labio.
—¿Es por ella? ¿Es por Josephine, que ya no quieres ser rey?
Sonreí secamente y salí de la habitación.
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